Gervasio y el paraíso

Gervasio y el paraíso

German Bertinat

19/05/2019

En mi caminata de mi temprana mañana por la playa advertí un turista, la única persona que vi en casi un kilómetro de arenas húmedas hacia el Sur; la marea estaba en descenso y podías apreciar cientos de ostras, caracoles, restos de coral y pequeñas piedras recientemente abandonados por las olas. Nos saludamos con el amable turista originándose una escueta conversación de rutina de pocos minutos intercambiando información poco importante acerca de nuestras vidas; cerrando la charla el simpático caminante pronunció una frase típica para alguien que viene unos días a descansar: «Usted vive en el paraíso», a lo cual respondí: ‘Usted lo ha dicho’ y nos despedimos. En realidad estoy convencido que ninguno de los dos cree en la contundencia de semejante oración, pero no había en mi interés alguno de una conversación filosófica en mi primera hora del día, con lo cual saludando nuevamente al amable turista continué mi caminata pero ahora de regreso, a sabiendas que había esperándome una taza de café negro recién preparado, café tico, cabe acotar que entre las cosas buenas que he encontrado en este punto del planeta ese aroma está en el podio casi seguro.

El resto del día estuve dedicado al jardín a pesar de algunas horas de lluvia y ya cuando las luciérnagas indicaban la noche decidí ingresar a la casa para acomodar el pequeño desorden que había; justo en ese frenético momento y tal vez como presagio de algo se corta la electricidad, normal y cotidiano en el paraíso. Decido encender algunas velas sin mayor preocupación y sumergirme lentamente en la atmósfera que brindaba el contradictorio silencio del océano y la noche en el paraíso; pero cuando estoy ya plácidamente abandonado en mi acomodado y sencillo aposento, un almohadón ordinario pero cómodo, observo que detrás de la pequeña biblioteca y por sobre el lomo de un libro del filósofo Schopenhauer asoma la cola de Gervasio, mejor dicho la punta de la cola de Gervasio que a la sombra de la poca luz del ambiente simulaba realmente fantasmagórico.

Gervasio es una iguana, garrobo o lagarto de unos 70 u 80 centímetros que ingresó a la casa haciéndose la tonta, o el tonto, aproximadamente cinco días atrás, y se llama Gervasio por el simple hecho que cuando lo vi, o la vi, en la puerta le dije: ‘Y usted Gervasio donde va’. Habitualmente esto sucede en el paraíso, pero casi siempre los animales no invitados salen por donde entraron sin ofenderse; aunque en esta ocasión este intrépido monstruito corrió hacia el interior y como era primera hora de aquella mañana y no tenía ganas de discutir con él, simplemente como me pasó hoy con el amable turista continué con mi día con la idea que se iría rápidamente. Evidentemente me olvidé de Gervasio y ahora, como recompensa por mi falta de acción en esa mañana, tenía la cola de ese pequeño fantasma ahí y la situación no se hubiese descontrolado de tal manera sino fuese que al mismo tiempo que observo su prominente cola, «la Pupi», mi perra, se percata del intruso o intrusa. Analizando en detalle no entiendo como Gervasio estuvo días enteros ahí atrás y ella ni enterada, pero ahora, tal vez incluso avergonzada que se le había escapado el tema de las manos, que en su caso sería de las patas, comenzó una batalla campal digna de ficción que me hizo vivir dentro de una película de terror unos veinte minutos. La perra en un ataque de histeria jamás por mi observado parecía un dragón en celo, ya no era la chiquita molesta pero cordial que te persigue todo el día para jugar, era como si alguien se hubiese apoderado de ella y la hubiese convertido en el último depredador feroz del planeta, el último. Gervasio aterrorizado o aterrorizada seguramente por las velas y su fuego, el perro o perra para él, que lo ladraba desde unos veinte centímetros con una fuerza pulmonar de bestia, se transformó totalmente de un ser pacífico y silencioso a otro ser indomable que trepaba por las paredes y con su cola de cocodrilo endemoniado iba tirando todo lo que encontraba a su paso, a todo esto, la embrujada perra lo perseguía terminando de romper lo que ya estaba roto. Yo seguía de atrás la escena tratando de entender que demonios estaba pasando y también gritando para silenciar a la perra, a tal punto que en determinado momento yo estaba en el centro de la escena y ambos corrían a mi alrededor, en forma casi exactamente oval pero con la suma que Gervasio cada tanto trepaba una pared, llegaba casi al techo y volvía a saltar y resbalando por el mosaico, seguramente pensando: Si me tengo que ir, me iré rompiendo todo. Y así lo hizo.

Logré hacer salir a la perra de la casa aunque siguió ladrando como ofendida desde el jardín, seguramente indignada por quedar ella afuera y el otro u otra adentro; Gervasio me observaba desde unos dos metros, agitado, un poco mas calmo, lo observé en detalle y descubrí en su lomo unas vetas rojizas que lo hacen especial entre sus pares y su negro brillando a la luz de la vela hasta parecía poético pero cuando me acerco simplemente con el afán de explicarle que se tiene que ir y buscar la manera de indicarle el camino, nuevamente empieza a correr por la casa, rompe algo mas y se posa en el otro extremo de la sala; por suerte en el rincón opuesto del refrigerador; con lo cual decido alcanzar estirando la mano una cerveza y sentarme nuevamente en mi almohadón ordinario y así poder analizar si era una pesadilla o realmente todo se había complicado de tal manera en el supuesto paraíso; me dolía tanto el físico que no podía hacer mas que quedarme así, en la primer posición que encontró mi cuerpo para acunarse y siento que si lo hubiese tratado de mover se hubiese roto. Desde abajo, recostado, la imagen era mas patética aun, para donde miraras se contaban cosas rotas, un cuadro, copas, vasos, ollas y sartenes desparramados, café en el piso, el rollo del papel de manos envuelto en una silla, botellas de agua, caracoles golpeados que aun se balanceaban, dos botellas de ron dorado nicaraguense que nunca entendí porque moraban en el suelo; entre otras cosas. Todo había comenzado con la paz a la luz de la vela y en tan solo el momento de observar la punta de la cola de un lagarto, macho o hembra, asomando sobre un libro de Schopenhauer todo delira. Tal vez si fuese de Stephen King tendría mas lógica.

Regresó la luz hora después, Gervasio seguía ahí, pero ahora si, totalmente calmo y pacífico, sospeché que podía estar golpeado, me protegí con una sábana la mano, me acerqué por atrás sujetándolo sin presión para que entienda que sólo tenía que seguir calmo y milagrosamente no se movió mas, no se que hubiese hecho si comenzaba a inquietarse. Cuando lo apoyé contra el pasto del jardín salió disparado en dirección al mar, la despedida fue muy breve pero alcancé a decirle que esperaba no verlo por un largo tiempo y creo lo entendió. La Pupi, ya rendida aceptó que todo había terminado y volvió a su sillón. Yo, tenía encima una cerveza pero decidí que me merecía otra y sino me lo hubiese merecido, la tomaría igual. Mientras la saborizaba me sonreí recordando la frase del turista simpático. «Usted si que vive en el paraíso».

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