Qalipto Anfrio ya ha tomado su decisión. “Alejado”, “Alejado” le gritan los transeúntes en su última parada a través de la avenida Imperio, “Alejado” le dicen las miradas de sus colegas y camaradas de tiempos muertos. “Alejado” le grita su padre que jamás ha osado siquiera escuchar alguna de sus anécdotas del laburo en los cinturones estelares, “Alejado” murmulla su madre aun llorándole su infancia lejana y en el tranvía planetario las publicidades de unas vacaciones hacia las cascadas de hielo se proyectan sobre el cielo como un reflejo del agua. “Alejado Qalipto, ya ha tomado su decisión.” Una bronca, una decisión, un despido y alejado, ¿Acaso Qalipto ha cometido un error?

Ocurrió hace ocho lunas, durante el último fin de semana del invierno, Qalipto era un hombre solitario pero el trabajo le había brindado el mejor obsequio, la obligación de un trato coloquial y la posibilidad de un desliz humano. No pedía más, los periodos de servicio obligatorio rompían la rutina de semanas en encierro continuo, Qalipto, una caja de Stenmex, una vaga psicodelia y sus dos gatos. El intercalo de las rutinas le caía bien, le hacía recordar un poco lo que se sentía ser un sujeto, por mucho que le aterrase la idea de ese encuentro forzoso tras cada llamada desde la central. Además, Qalipto extrañaba sus rocas, extrañaba los nibelungos de gas Almán y extrañaba por sobretodo la facilidad de un propósito. Un accidente en la pulverizadora de minerales le había costado tres dedos de su pie izquierdo, su ojo derecho y la punta del meñique en la mano del mismo lado. Ese láser era eficaz, se enteró de mala manera. Pero a fin de cuentas regresaba y lo hacía de la mejor manera posible, escudriñando en su abismo profundo el peso inagotable de su angustia y el furor animal de la violencia. Qalipto quería aprovechar la situación para cambiar un poco, quizás inclusive bajar las dosis de Stenmex y presenciar por un tiempo el enclave planetario tal cual como se reflejaba en su existencia. Le recibía el murmullo de las máquinas, el murmullo de sus colegas, el murmullo del cosmos mismo. Sonreía Qalipto ante cada rostro conocido que podía apreciar a la distancia, tan sólo la idea de compartir un saludo le avivaba las palpitaciones de su corazón cableado. Se miraba en las plaquetas reflectantes, ajustando con las teclas la talla de su traje espacial, se miraba y se veía como uno más nuevamente, rostro cubierto y herramientas en mano. Todos iguales, todos hermanos del laburo. Su cincel plásmico había desaparecido a los pocos días del accidente, pero suponía que ninguno haría mayor diferencia tras sus lesiones y este, con el que contaba cortesía de la compañía, era tecnología de punta, bien lo reflejaban los trozos de roca estelar, pulidos como la plata. Nadie se percataba de él, ni nadie contaba con el más mínimo lapso de tiempo para desviar su atención del trabajo, eso era lo que más le agradaba, la dicha era grande en la paz acompañada. Además, sobre todo para él sería una gran falta una distracción, debía enmendar el tiempo perdido, los Clets negativos en su fondo vitalicio y todo el retroceso que el ala diez y seis sostenía. Eso y el costo de sus reparaciones, las piezas orgánicas y los reemplazos metálicos. Quizás con un poco de esfuerzo, inclusive un viaje a D.E.M.A. para perderse en la marejada citadina por unos cuantos días. Cómo amaba trabajar, el sentido de aquello y la recompensa directa de simplemente vivir.

Durante su estadía en el centro curativo más de quince Mencams aparecían en su correo a diario, chips encriptados que de alguna forma lograban pasar los cuatro puntos de comprobación antes de llegar a su posesión. “acércate a nosotros, necesitamos oír tu historia”, “Esto debe conocerse en D.E.M.A.”, “Tu caso y el movimiento son la arma perfecta.” Y así tantos, todos los días a lo largo de cada día. No es que Qalipto no creyera en la organización de sus camaradas, a fin de cuentas formó parte de ella por una quincena de años en el espacio, pero él era un hombre demasiado reservado y tras el accidente, temeroso más de costumbre de su infortunio de nacimiento. Sus últimos compañeros habían sido retirados del proyecto y por lo tanto, privados de toda posibilidad médica, espiritual, sensorial, pragmática y cósmica de beneficios. Qalipto no podía costearse eso, mucho menos hacer el papel de lastre, por lo que simplemente pulsaba el ícono del triturador tras leer un par de títulos. “Perro de A.M.D.A.L.”, “perro cobarde”, decían algunos, como si se pudiese permitir un ciudadano del bloque medio algún mínimo de valentía. Su vida se sostenía en un equilibrio de silencios y gestos condescendientes, así siempre había sido en su tierra, por eso jamás sentía negada la afirmación “Perro de A.M.D.A.L.”, pero si injusta. Aun así lograba conciliar el sueño, mucho más tras lograr negociar con el centro la entrada de sus cuchos e inclusive más, tras lograr meterlos a la cama.

Había vuelto y debía trabajar como doce de sí mismo en el transcurso de la treintena de días, sin tiempo para un respiro, sin aliento que no fuese jadeo, sin sentir el peso de su propio cuerpo hasta el desparrame mismo. Inclusive el día que el ajetreo violento se hacía presente a sus espaldas, decidía ignorarlo por el bien de su calma. “…Todo esto por nada, el chico tiene que comprender que no hay neutralidades aquí”, “ha llegado por recomendación, no hay mucho que podamos hacer”, alcanzaban a oír sus orejas, parecían charlar sobre el hombre al otro extremo de la producción, a no más de medio kilómetro de su paradero, juzgaba echando un vistazo disimulado. Él también trabaja demasiado, él también ignoraba todo aquello que se alejara de su espacio. Se repitió una tónica similar durante los tres días siguientes, la potencia de la discusión se alzaba de forma inversamente proporcional al ritmo de trabajo de Qalipto y eso, eso era algo que no podía permitir ocurriese durante los siguientes. Al comienzo del nuevo turno, esperaba Qalipto a medio kilómetro de su puesto, herramienta fija en la corriente de poder pareada con la del sujeto provocador de cuchicheos y conflictos. El brillo del plasma se reflejaba de forma rítmica en las cúpulas de los cascos curvos que protegían los rostros de ambos, “Trabajo duro, ¿eh?”, “trabajo duro.”, palabras suficientes para sellar un trato de mutuo silencio, una convivencia nimia de las que tanto disfrutaba Qalipto. Horas de trabajo, sin descansos, sin recreos, sin distracciones, en parte gracias al sistema de pulverización de desechos que los nuevos trajes habían proporcionado hace no más de cuarenta y cinco siclos lunares. Pero el compañero a su lado si tomaba descansos, un par, los necesarios para mantener la humanidad estable de forma mínima y fue durante uno de ellos donde comenzó el problema, donde se manifestó aquella infortuna, esa mala suerte que había caracterizado la vida, el goce, la pena y el silencio durante la vida de Qalipto. Una falla simple en la corriente que daba energía al cincel pero imposible de arreglar para alguien con tan vasto conocimiento en una labor tan minuciosamente exclusiva y tal parecía que los técnicos robóticos permanecían todos en labor. Quizás sus camaradas no querían enviárselos ante su silencio durante su recuperación, quizás aún murmullaban el “Perro de A.M.D.A.L.” a sus espaldas. Poco importaba ahora la razón, el asunto que no podía permitirse ahora era la ausencia de beneficios y por lo tanto, la ausencia de labor. Quitó la fuente de poder de la herramienta de su colega en descanso y la unió a su cincel, no habría problema alguno para el hombre que Qalipto creía, se tomaba demasiadas pausas para ser un recién llegado, contando también con que el fin de su jornada llegaría a la brevedad y sería para sí un día de ganancia excepcional, un día que podía contar sinceramente con alegría.

“¿Ha ocurrido algo?, amigo, mi cincel está desconectado.”, si le ignoraba por cuarenta y cinco minutos exactos podía terminar su trabajo y marcharse a casa con una sonrisa de aquellas que cada día se hacían menos frecuentes en el conjunto planetario. “Esto no está permitido en el reglamento, amigo, será mejor que me devuelvas mi fuente, nos evitamos ambos un problema.”, un par de frases similares le siguieron a las cuales Qalipto respondía con un gesto hastiado de manos o la frialdad del silencio, hasta que el suministro de plasma se cortó de golpe y con él, las esperanzas de Qalipto de conseguir una jornada perfecta necesaria para saldar su ausencia. ”Conéctalo de nuevo”, repetía intentando simular su angustioso tono, más el hombre a su costado encontraba todas las razones obvias para justificar su acción. “¡Conéctalo!”, El tono era álgido pero no lo suficiente como para atraer la atención de los camaradas en obra, quienes no notaban el evidente forcejeo entre ambos por el cableado de conexión. Sabía quizás ese hombre las necesidades de Qalipto, lo mucho que le agobiaba la espera enfermiza en su hogar, lo tanto que necesitaba ahora en su cuerpo marchito la bondad de los beneficios del laburo, ¿Qué podría entender él?, un chico por recomendación, un protegido, ajeno de la vida del bloque medio, del día a día en A.M.D.A.L., del paso incesante del tiempo sin el sentido fijo y claro del trabajo. Jamás entendería, ¡jamás!, mucho menos en cuarenta y cinco minutos ya diluidos. No quiso que las cosas ocurrieran de esa manera, sus años de maestría con el cincel supone le habían otorgado la posibilidad de realizar un acto como ese, pero el hecho fue distinto, el agujero que el plasma hizo sobre el cuerpo de ese hombre fue un tanto más ancho y el ardor de la herramienta se sostuvo por una pisca mayor de tiempo. No lo notó de inmediato, en un comienzo pensó que esa pequeña violencia había dado resultado, que esa lesión leve que había provocado sobre el recientemente conocido extraño le daría el tiempo suficiente para terminar su labor y de cierta manera, le otorgó justamente esos ya diluidos cuarenta y cinco minutos. La sirena anunciaba el fin de su jornada, con calma intercambió las fuentes de poder con el sujeto aún tirado como un bulto tras sus talones. Los primeros en notar el cuerpo caído fueron sus camaradas de antaño, los miembros del movimiento, “este no se mueve, Qalipto”, “¿Qué ha pasado aquí, Qalipto?”, “ha de ser tu mala suerte…”. Una parte de él quiso convertir ese infortunio, ese desliz, en un gesto certero de alianza con sus camaradas, la muerte de un recomendado, la muerte de inclusive un espía, quizás, un signo claro del poder de los cubos bajos sin dudarlo, se repetía en un espiral incesante de explicaciones silenciadas. Pero simplemente no pudo, siempre había sido un cobarde, de eso estaba él demasiado seguro. “Ha sido un accidente.”, “simplemente estábamos charlando y las máquinas se accionaron. Es un buen tipo, lo inscribo en las luces de la divina empresa.”, en ese dulce punto medio, en esa mediocridad que le había caracterizado toda la vida, en esa que solía llamar mala suerte, ahí era el único lugar al cual Qalipto podría pertenecer sintiendo en él la calma de un propósito callado.Perro de A.M.D.A.L., soberano de nada, adicto de Stenmex, lisiado sumiso, sanguijuela de la calma.

“Aléjate Qalipto, has tomado tu decisión.”.

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