Estar en la isla, estando lejos

Estar en la isla, estando lejos

Friedrich Parker

29/01/2020

Esta tierra es mi hogar, repetía incansablemente a la vez que hincaba en el suave lodo la hoja combada de la pala. El frío le quemaba en la piel y el recuerdo del aire salado de la costa le robaba las lágrimas. Esa noche era una de las tantas en la que no conciliaba el sueño. Tenía que hacerse un lugar, donde asechar, junto al pino del patio.

Se que se encuentran cerca de acá, retumbaba con fuerte eco luego de esos suspiros en medio del pastizal. Sentía ese aroma ferroso y dulce. A veces lo sentía pegado en los dientes como si hubiera mordido un clavo oxidado. Se recostó sobre un lado de su cuerpo en el barro pegajoso, y buscaba con insistencia por sobre el borde del agujero. Ahí estaba la presa rondando los dominios que defendía, sabiéndose presa también en la oscura y fría noche. La lana deambulaba, junto al smoking bamboleante, por las costas de sus tierras. No era seguro ¿era seguro? No lo estaba si lo veían, como a su amigo, Pablo, que veía a su lado. Sentía en su boca ese aroma ferroso y dulce.

Impenetrable era la noche, solo se veían sus blancos ojos, detrás del barro como mascarilla en la piel. El vapor que exhalaba perturbaba su visión. Las entrañas hablaban con un sonido de ogros peleándose. Y la suave nube de trompa negra seguía paseando por sus narices.

Tenía que seguir cavando la absurda tierra con sus manos, sus uñas, su sangre pegándose en cada rasguño, en cada herida de dolor que ya no le dolía. No dolía el físico, ya no había que lastimar. Su corazón golpeado por tanto dolor, tantos nudos en la garganta como bolas de cebo imposibles de tragar.

Volvió en su patio a encontrar una nube deambulando en el territorio, y allí pudiendo cavar otro agujero para el asecho, no hizo más que verse arrojado bajo el pino, cual lecho, donde una vez fue su hogar.

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