EL REINO DEL SOL

En la inmensidad de las montañas, en donde el mar se funde con la tierra entre los nevados de Suiza y el tiempo, como flotando en el aire de primavera en el enraíce de las hojas y las primeras flores matinales con el vapor de agua aun colgando por el espasmo del amanecer entre los ojos de luz y la aurora que celeste se desprende de la existencia. los pájaros cantan, el sol ilumina las sonrisas de la vida que comienza en el trajinen del tiempo y el campo. Con las grandes carretas repletas de trigo fresco para ser llevado a la molienda, entre aires de libertad los molinos que en troje de serenidad recolectan los granos de trigo entre sus engranes hasta volverlos harina fina de uno o dos costales.

Que serán llevados al granero en el tapanco de mi casa, para después ser cernidos y preparados para el pan fresco lleno de leche y blanquillos con la masa fina y en amasamiento, cubierta de levadura y un poco de azúcar y sal, en preparación constante, mi abuela solía decirme que la vida es así, que si le falta levadura nunca se levanta del piso, y de la mesa de la hechora misma del pan, y así se deja la vida, como la masa para el pan fresco del día con día, en el trabajo del labriego y el campesino que en ojos de paz ven el campo y la esperanza crece en sus ojos cubiertos de luz y tiempo.

Así abro mis ojos llenos de armonía y me muerdo los labios para probar el pan que sale del horno de piedra, para ser llevado a mi degustación particular, es en ese momento que mi imaginación se desprende de mi cuerpo y puedo tocar el sol con las manos y sentir su blanca espesura en mis adentro hasta iluminar mi corazón de los recuerdos favorables de una infancia sin temores, más que el de respirar.

Y mientras capturo el aire con mis bronquios, las horas se deslizan entre las telarañas que crecen en los arboles del huerto y las manzanas floridas sonrojadas dan sus primaverales frutos para quien dese tomarlas con las manos, y así comienza mi día en esta pequeña granja al sur, siempre al sur del corazón.