—Amigo, tengo una debilidad por el presidio de la muerte que a lo lejos me sonríe.

—Es un miedo infundado.

—¿Qué dices? Si están áspera, avinagrada y penetrante.

—¿No me crees? La muerte es aguileña con certeza, pero es muy visceral crear cobardía del algo tan natural, ella embelesa la vida.

—Le temo a tal deceso, me perderé de cosas maravillosas; de perfectas experiencias y sensaciones.

—Tu ansiedad se dispara ¿sientes que no estás aprovechando tu vida?

—Caer de la pendiente sin haber vivido al máximo me aterra.

—No armes un lloriqueo, aún puedes pasmar tu vida. Mira, no es necesario hacerlo en intemperie, ahí dentro el amor es sempiterno. ¿A qué le temes realmente?

—Tengo una vida aburrida, siento que estoy perdiendo algo, que podría estar haciendo cosas más interesantes, estoy malgastando mis últimos suspiros.

—Sabes, el sufrimiento es muy íntimo, se esconden en lo más profundo de nuestro ser. Pero si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás. Ese miedo está fomentado por la competitividad absurda de la sociedad actual; más no es señal de felicidad, menos no es señal de tristeza. La muerte llegará, es un tranvía de no tan corto recorrido para algunos, disfruta cada momento, deja de pensar que la vida se colecciona, empieza a apreciar lo que te rodea.

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