Se le había atrapado tres veces en el lugar del crimen. No tenía coartada. Era verdad, se podía demostrar que el hombre había sido sorprendido con las manos en la masa, incluso él mismo describía, con lujo de detalle, la forma en que se había llevado a cabo el asesinato, sin embargo un solo aspecto de esa historia demente obligaba al inspector a soltarlo. Era el hecho de que no había una sola huella dactilar de ese hombre y, por el contrario, el arma, el tirador de la puerta, el grifo del fregadero, algunas pisadas y hasta el olor penetrante a sándalo que llenaba la habitación pertenecían a otra persona.

—¿Cómo es posible que pase eso, inspector?—preguntó Paul, el ayudante del inspector Massieu.

—No lo sé, Paul. Es un gran misterio. Seguro que hay una explicación lógica, pero este hombre nos ha puesto en jaque. ¿Has interrogado a los testigos?

—Sí, inspector, las pocas personas que lo vieron dicen que entró al edificio a las once de la noche, que llevaba un capote negro con el cuello alzado y una gorra a cuadros. Aseguran que se escuchó un grito a las once y diez aproximadamente y luego alguien bajó o subió por las escaleras. Luego aparecimos nosotros.

—Es muy extraño todo esto Paul. Es la tercera vez que logramos pillar a este hombre, pero no tenemos manera de acusarlo por falta de pruebas. Tendremos que profundizar más en su vida privada, Paul, es posible que esté actuando con un cómplice.

—Sí, inspector, pero ese doble debe ser él mismo porque todos lo han reconocido y aseguran que es el único hombre que vieron antes de los homicidios.

—Bien, Paul, déjalo ir y luego le seguiremos como una sombra. Vaya a donde vaya y esté donde esté quiero que haya alguien vigilándolo con atención. Bueno, vámonos de aquí.

El inspector Andreu Massieu se fue a su casa a meditar. Antes pasó por un barrio en el que se encontró con un niño al cual le dio instrucciones y unos cuantos billetes. Paul llegó a su casa deshecho. Lo recibió su esposa y cenaron juntos. A la mañana siguiente ante su puerta se posó el señor Montesquieu y le pidió a Paul que dejara de enviarle espías, que había demostrado su inocencia y tenía derecho a gozar de su privacidad. Una hora más tarde Paul encontró al inspector Massieu mirando el calendario en la comisaría.

—Hoy es miércoles diecinueve, inspector, tenemos una cita en la facultad de medicina, ¿lo recuerda?

—Claro que lo recuerdo, Paul. Enseguida nos vamos.

—¿Sabe una cosa, inspector?

—No, Paul, dime de qué se trata.

—Pues que hoy por la mañana ha venido ese loco de Montesquieu a mi casa a decirme que deje de vigilarlo.

—Está bien Paul, le apartaremos a los policías que lo siguen y seguro que se confiará y nos llevará a descubrir a su cómplice.

—Genial, inspector, seguro que ya sabe cómo engatusarlo.

—Sí, Paul. En este mundo de la investigación hay que ser muy astuto.

Llegaron a una sala muy grande en la que el profesor Le Fonte apareció con su aspecto de sabio y comenzó a dar su lección. Paul y el inspector asistían a sus clases para comprender mejor el cuerpo humano e indagar sobre las causas de muerte por envenenamiento u otro motivo. El profesor se disculpó porque iba a exponer un tema diferente. Sus alumnos asintieron y él comenzó:

“Queridos amigos, anoche me sorprendió una pregunta sobre los aspectos hereditarios entre los mellizos y hubo una interrogante que me dio bastante risa, pues sabemos que en apariencia dos gemelos o dos mellizos tienen similitudes, sin embargo, cuáles son las diferencias entre ellos si el pelo, los ojos y el color de la piel son iguales. Me pregunté si tendrían los mismos lunares, las mismas verrugas o las huellas dactilares”.

Impulsado por una fuerza sobrenatural, el inspector se levantó, cogió del brazo a Paul y pidió que los llevaran en coche a la casa de Montesquieu. Lo vieron salir y cuando Paul dijo que lo siguieran, el inspector le ordenó que esperara unos minutos. Salió otro hombre con el mismo aspecto y el inspector dijo que lo siguieran. Llegaron a un edificio y subieron las escaleras sigilosamente, luego se encontraron con Montesquieu que llevaba las manos llenas de sangre. Al verlos opuso resistencia pero lo sometieron y se lo llevaron a la comisaría, le lavaron las manos y le tomaron las huellas digitales. El resultado fue sorprendente.

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