Carta a un amigo.



Al final, aquí me encuentro, desgastado y solo, en una habitación sencilla con las tonalidades de un lienzo de Vincent.

No sé que tengo. La última vez que me atendi con el psiquiatra me dijo que todo estaría bien, después de narrarle que me había metido un bolígrafo en el cráneo, sin morir.

La terapia no está funcionando. Las historias que escribo se rebelan contra mí.

—Escribe— me dijo el terapeuta. Escribí, y cuanto deambule en renglones y explicaciones estrafalarias, miles de dudas se aferraron a mi consciencia.

Los piratas y prestidigitadores que invente me desafiaban en mis propios cuentos. No querían aceptar sus destinos tragicómicos. Así que me ataron por venganza, o quizás, por vergüenza.

—Estúpido Dios— me dijeron, y se retiraron sin prestarme ayuda.

Sentado en el suelo, apesadumbrado, miro el humo escurridizo del último cigarro que me queda, y lloro. Lloro de manera desconsolada por alguna causa perdida que mis recuerdos ya ni siquiera reconocen.

«Nada pasa». —Todo es normal— escucho en ciertas ocasiones, mientras la mayoría de la gente que veo deambula con un rostro dibujado a palmetazos. Obligados a sonreír, forzados a no llorar, ligados permanentemente a la hipócrita idea de decir que todo estará bien. Y sin embargo sobreviven, partiéndose el culo en el día, medicándose por las noches.

Pobre gente. Insatisfechos. Vagan por todas partes vistiendo y masticando la Visa. Quisiera ayudarlos, pero luego de pensar sobre el propósito de la existencia, termino concluyendo que nadie está llamado a rescatar la miseria humana.

Yo, al menos, no podría.

A veces pienso como el mito de la caverna se réplica en mi vida, pero al revés. Todos profesan que la felicidad está a unos pasos, el nuevo pensamiento devora a especuladores y a jóvenes, pero la verdad es que esa luz tan potente que venden los libros y conferenciantes, nos ciega de igual manera que la oscuridad existente en lo más profundo de una cueva

El tren pasa a lo lejos. La habitación sigue igual, en la radio suena Esther de Yann Tiersen.

Cierro los ojos, sintiendo como los vagones producen eco dentro de mi pecho. Su sonido me hace recordar aquellos días de invierno cuando iba, por las líneas férreas, a ese mísero colegio donde nada, absolutamente nada se me entrego para encarar esta vida, que se encuentra detenida, en la puerta de mi pieza.

Sin embargo, sonrío. Me doy cuenta, tarde como siempre, de cuanto ame a esa infancia que se acurruca en los rincones de mi memoria, cargada y sesgada de una ingenuidad que hacía que todo dolor, se esfumara en un solo llanto.

Tal vez la vida… me quedó grande.

«Para ti o para nadie» decía Lihn en uno de sus poemas, y es ese nadie el que cada día me escupe desde el otro lado del espejo. ¿Y qué pudor no? Después que mis padres me concibieron con amor, termino atrapado dentro de un cubo solitario escribiéndole a un amigo que no veo hace años. ¿Estarás vivo? ¿Habrás sospechado o sentido la ausencia de sed por la vida?

Vivo drogándome, un clonanazepam para apagarme, un café para ver otro amanecer. Los días pasan y envejezco rápidamente, como un perro. Esto va a pasar, me dicen. Ten algo de paciencia me vociferan ¿Pero para qué?

Las imágenes, los rostros y paisajes en las redes sociales me sucumben en la ansiedad de no ser nadie. ¿Vinimos acaso para decirle al otro que existimos? Escucho tantas voces, y ninguna de ellas es capaz de amarrar la mandíbula para escuchar, al menos, una palabra mía.

Y aun así, no me quejo.

Sólo hay una rancia angustia, que como un segundero, me penetra por los tímpanos cada vez que miro por mi ventana.

El bolígrafo en la mesa teñido de sangre. Yo intentando sacar el infierno con palabras.

La náusea se amotina, y no soy capaz de describirla.

Esta oscuro de tanta palabra. Los peldaños no alcanzo a contar. Mis piernas me tiritan y el pasamano hace un tiempo se voló.

Me gustaría verte. Al menos una vez más amigo, y hablar por hablar o reír por reír, como aquellos días en que creíamos que siendo nefelibatas podríamos resolver el mundo.

No pretendo que me entiendas, ni que soluciones este laberinto mío que no tiene salida, si no que te ofrezco una partida de ajedrez, tomar un borgoña o lo que salga a fin de cuentas.

El tiempo se hace escoria cada vez que intento devorarlo.

Espero verte antes que me ejecute.

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