Amor, una locura

Amor, una locura

Rebeca Dahl

07/05/2019

París, 4 de julio de 2002

Querido Adrien;

Sabes, la noche es fría y siento el vuelo de unos curvos con alas negras sobre la cabeza. Es decir, siento la brisa que producen al moverse. No es que existan, de hacerlo es seguro que estoy perdiendo el juicio, tal vez sea cierto. Los cuervos me susurran entre graznidos funestos que tus sábanas ahora son el refugio de otra mujer. Como si no hubiese pasado el tiempo hierbo en celos, me abrigo bien, agarro algún cuchillo de sobre la mesa de la cocina y me apresuro a matarla. Corro un par de calles, ignorando el frío de la noche, la madrugada o la tarde y me planto fuera de tu casa. Luego los cuervos llegan a alarme con sus afilados picos. Me descosen el vestido. A instantes de quedar desnuda en medio de la calle retorno a mi casa, y pensando que estoy loca leo alguna de tus viejas cartas. Me repito entonces que es imposible, impensable que me hayas olvidado.

Hay noches en las que me quedo despierta pensando en tus ojos, verdes. Siento la tremenda tentación de que me mires, pícaro, queriendo desnudarme. Entonces los cuervos me raspan las piernas. Aves malditas, seres crueles. Me raspan las piernas para contarme descaradamente que miras con lujuria las piernas de otras mujeres. No lo soporto. No lo admito. Entonces corro descalza hasta tu casa para arrancarte los ojos. Cuando llamo a la puerta los cuervos llegan a recordarme que es imposible, impensable que te encuentres dentro. Regreso más tarde a mi casa y saco tus ojos del cofre. Cristalinos brillan con la luz del farol de mi cuarto. Tus pupilas, que eternamente estarán sorprendidas.

Hay mañanas en cambio que los cuerpos salen de mi pecho y me cuentan que estás casándote en el altar. Luego de ponerme el vestido blanco salgo eufórica y guapa a tu encuentro. Luego las bestias, las crueles bestias me cuentan que a tu lado otra mujer se hace pasar por mi. Corro entonces llorando a la Catedral para reclamar mi sitio y encuentro a otro nombre. Era una falsa alarma. ¿Cómo pude olvidar que me esperabas en casa? Entonces saco la argolla de compromiso de mi cofre, junto a tus ojos. El alma me vuelve al cuerpo.

A veces me asusta cuando no despiertas a mi lado. Sin embargo, cuando estoy a punto de llamar a la policía abro el refrigerador y te encuentro helado como esta noche. Callas, pero escucho cuando susurras. Crees que no lo sé, pero me juegas bromas con los cuervos.

Te envío esta carta porque esta madrugada pensé en matarte. Iba a hacerlo, soñé minutos antes que huías con otra mujer. Estaba a punto de hacerlo cuando los cuervos me llenaron de picotazos. Sus afiladas puntas atravesaban mi piel cual daga, la sangre me chorreaba entre las piernas. Devoraban partes de mi piel y carne. Se me cayó un trozo de oreja. Gracias a ese insufrible dolor recordé que no podía matarte, porque tu cuerpo inerte ya descansa en las penumbras de mi refrigerador.

Por lo tanto ya no tiene sentido enviarte esta carta.

Con amor, Rebeca Dahl.

Más tarde el fiscal de oficio armaría su caso en contra de Rebeca por la carta encontrada junto a su mesa de noche. Se llamarían a testificar a los cuervos, pero olvidarían como hablar. Por su parte la mujer declararía: «Quien no ha amado de verdad es incapaz de escuchar los cuervos, de olvidar la delgada linea entre lo bueno y lo malo. Quien no ha amado de verdad es despreciable y desgraciado porque no pone limites a su cordura. El amor es la única salida de escape al mundo real.»

Yo en cambio, como no he amado la acusé con la policía.

-La autora

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