Y allí me encontraba de nuevo, en ese mágico lugar, que ya se había convertido en mi sitio favorito. Las montañas me abrumaban con su infinita belleza, parecía que estuvieran vivas.

Los montoncitos de piedra que me iba encontrando marcaban el camino. Anduve y anduve hasta llegar a una ladera que estaba rodeada de unos acantilados gigantescos. Ahí me esperaba el pequeño santuario hecho de piedra, pero volvía a estar cerrado. De repente, sonó una melodía que me transportaba y que no había oído antes. Sin embargo, me resultó entrañable. Salía de las propias paredes del santuario. Yo la asemejaría con el estilo de música celta.

Esta música me llevó a un estado de tranquilidad, paz y sosiego, que pronto fue reemplazado por aquél deseo de reencontrarme con la playa. Ansiosa, buscaba la entrada del camino que me llevaría a ella. El descenso lo disfrutaba muchísimo, observando las vestiduras de los acantilados. Eran de un verde intenso, cubiertos hasta el borde de sus faldas. Desde la altura del vuelo de una gaviota gigante, de patas rosadas y poderoso pico, la bravura del mar removía mi pecho. Un mar nuevo, que huele diferente, algo más dulce que el mar que yo conozco. Su color es diferente, su sonido es diferente. Olas batiendo contra las rocas punzantes que del mismo mar emergían. El olor de la tierra al respirar mezclado con el salitre me vivificaba. Estaba en comunión con la fuerza de la roca de las figuras mágicas.

Por fin llego a la playa de arena negra tan peculiar. Siento esa arena entre los dedos de mis manos mientras me invaden los recuerdos de un amor que tenía olvidado. El viento con sus azotes intenta arrebatármelos. Fijo mi mirada en alta mar, donde había una roca gigantesca. Tenía forma de una barca invertida. Entonces, un sentimiento de melancolía me invade y, de repente, un sonido disonante se opone al silbido del viento y me despierta.

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¡De nuevo he vuelto a soñar con ese lugar! Esta vez estaba más vivo. Las piedras me hablaban, las paredes emitían música…

¿Pero dónde se encontrará?Me resulta tan familiar y parece tan real. ¿Y por qué se me repite tanto este sueño? En algún lugar del planeta debe de existir. Tal vez se trate de Irlanda. O tal vez mi deseo de visitarla construyó este sueño.

Quise indagar, así que enseguida cogí el móvil que estaba sobre la mesita de noche. Busqué en Google “imágenes de acantilados de Irlanda”. Encontré laderas enormes con las caídas hacia el mar, pero ninguna tenía un santuario.

Mientras visitaba las ruinas del castillo de los Acantilados de Moher, entra un wasap de mi amiga Marta, que se había ido de viaje por ocho días a la península.

¡Galicia!

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¿Galicia? ¡¡¡Claro que sí amiga, iremos!!!


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