Le dolía el alma como si le hubieran traspasado una espada en su parte irascible. Pero él era el culpable de su dolor. La causa fue haberla soñado todo el tiempo que la tuvo cerca, que aunque no era suya, la soñaba suya, pero el error fue ese, soñarla.

Se preocupó tanto en descifrar el misterioso secreto de su mirada que se le olvido confesarle sus más remotos sentimientos.

Ahora que la distancia había sangrado, estaba sentado en el rincón de su habitación, lo acompañaba la soledad, el sabor amargo de su boca y el nudo que tenía en su garganta de tanto recordar todas las palabras que le quiso decir y no le dijo. Estaba sentado con la nostalgia hasta la cabeza y veía por su ventana la luz de la luna, mientras contemplaba los momentos cuando la soñaba.

Y escribía en su libreta:

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La impotencia, la melancolía y el insomnio eran consecuencias que el karma le dejo, por no haberla vivido, porque la perdió entre la distancia, porque solo la soñó mientras la tuvo cerca y no la vivió. El tiempo pasó y ese sí que no paró, entonces el sin darse cuenta la perdió entre la distancia que construyo, por las decisiones que tomó, supuestamente para seguir sus sueños pero se le olvidaba ella; lo que también soñaba.

Esos pensamientos de odio hacia sí mismo eran la espada que quebrantaba la parte irascible de su alma, porque lo más doloroso de la vida es perderse a uno mismo debido a alguien.


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