Y ahora somos invierno.
Profundo invierno, de hielo, de árboles con nieve,
de praderas cubiertas con esa peculiar capa de escarcha blanca
que lo enfría todo hasta el corazón.

Y ahora somos invierno.
Eterno invierno, de extrañar el tiempo caluroso en donde podíamos
caminar bajo un cielo azul cubierto de flores
lleno de botones en flor y pájaros cantando la nueva
buena de los amaneceres soleados.

Mas ahora somos invierno.
Blanco invierno de tortas bajo la nieve,
de ángeles y muñecos de hielo, de hileras de
robles velados por la blancura,
de soledades de madera y fogones encendidos.

Y ahora somos esto… invierno.
Invierno de calidez encobijada, envuelta,
fermentada. Para que los viejos momentos no se terminen
de fugar por la rendija de la ventana, de esas
comisuras que nos dan frio, helándonos el alma
para que no veamos más que la densidad de lo
que se ama… amando hasta el hielo de los huesos.

Y es que ahora… ahora somos invierno.
De minutos congelados, de horas atrasadas de sueño,
de desvelos desmenuzados con algodones sutiles
y enrollados para que los tobillos permanezcan, así…
De pie, como los troncos de los arboles soñolientos
que funden sus raíces en el suelo para extraer un
poco de calor.

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