El arrepentido


Deseaba estar junto a ti, sentir tu cándida presencia y tu bondadosa personalidad, deseaba escuchar tus agradables palabras plagadas de encanto y, ¿por qué no?, de magia, para nada me favorecía el absentismo personal, quería disfrutar de tu estancia, de tu candidez, de tu empatía, y de tantas facetas adorables de tu persona. Tú me llamaste y yo te obedecí, pero me costaba entender por qué hacías lo que hacías, por qué te entregabas sin condiciones, sin recompensas, sin exigir nada a cambio y sin que mis desprecios ablandaran tu fortaleza. Siempre creíste en mí y yo te fallé. ¡Qué estúpido y qué imbécil fui! Pero llegué a idolatrarte, llegué a verte con ojos de admiración, como llegué a comprender que tú eras diferente, que ibas un paso por delante, tal vez más de uno. No acabará mi arrepentimiento ni en esta vida ni en ninguna otra, porque fui torpe, muy torpe, torpe y testarudo. Tú me hablabas de amor e, insistente ante mi actitud despectiva, me decías que el amor es lo único que cuanto más se da más se tiene. Yo no alcanzaba a entenderlo, pero hablabas con sabiduría. Sí, es verdad, el amor es lo único que cuanto más se da más se tiene. ¡Qué trabajo me costó entenderlo, a pesar de tus constantes ejemplos! No lo sabía, pero, una invisible armadura, la misma que me protegía contra los abusones, no me permitía llegar al corazón, a ver con los ojos de una límpida alma… y dudaba, era desconfiado, necesitaba los hechos, pues no me bastaban las razones. Sin embargo, tú no desfallecías ante mi testarudez, creo que, incluso, te hacías más fuerte, me dedicabas más tiempo, más atención, ponías más empeño en mostrarme y darme tu amor, a pesar de que yo nunca te dije que te amaba. Y me viene bien esta reflexión, pues sé que fui ciego, sordo y mudo ante tu candorosa entrega. Perdí un tiempo precioso por no saber ver con los ojos que tú veías, por no saber darte lo que tú me dabas, por no saber entregarme a ti como tú te entregabas a mí, por pensar que hubiera sido mejor no escucharte cuando me hablabas, por creer que serían infructuosos tus intentos por convencerme, por no ver más allá de lo material… ¡Cuántas veces infravaloré tu constancia! ¡Cuán lastimero te resulté! Cuando pienso que debí sentirme jubiloso por tenerte y que, por lo contrario, mi actitud defensiva me hizo mostrarme huraño y adusto, no queda una sola célula de mi cuerpo que no se arrepienta. Pudiste llamarme necio mil veces, y cobarde otras mil, y ruin y vil hasta dejar tu boca sin saliva, porque fui necio al no escucharte, porque fui cobarde para defenderte, porque fui ruin y no supe amarte como tú me amabas, y porque fui vil con quien lo estaba dando todo por mí. Hoy estoy contigo, a tu lado, defendiendo lo que tú defendiste, amando como tú me amaste, y agradeceré eternamente que me hayas perdonado como solo tú sabes perdonar. No habrá más besos traicioneros, no habrá una segunda vez que penda de una soga en un olivo, Jesús, ni podrán comprarme con treinta monedas.


El arrepentido

Serafín Cruz’19

Derechos de autor reservados

15 abril de 2019

Lepe -Huelva-



URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS