Lentamente el tiempo me hizo saber, mi amado, que nunca tendré en mis manos un papel con versos escritos de tu puño y nombre, inspirados en los escalofríos que nacen del roce de mis labios en tu cuello. Que mis pies descalzos no son letra que inspire tu rima, que mi risa no es la nota que te complete un acorde. Que el eje de mis caderas no es la balanza de tu universo, ni su movimiento marca el compás de tus latidos.

Que la furia de tu lujuria es tu soneto más incandescente, y que para este solo soy el cerillo que lo enciende. Y a pesar de ser la chispa que logra combustión completa, no traducirás su arte con palabras en una libreta.

Qué si te dejo pensando y me mantengo todo el día en tu mente, me dejará tu inestable recuerdo morir al instante; pues no quedarán plasmadas las letras de tu lengua, desarrollando un intenso relato breve, que nunca habría de perderse en los laberintos de la memoria.

Amado mío eres la musa de mi alegría y perdición. Yo podría escribir libros sobre las curvas de tu sonrisa, u enmarcarla en oro para colgarla en las paredes de mi ilusión desalentada; porque hoy es y será utopía lo que sería un amor de cuento y tarde he de realizar que fue kalopsia en un principio, imaginar unir los caminos.

De ironía nació esta prosa, e ironía es que en esta historia; yo soy el romántico caballero sin esperanza y tú mi damicela, la que no se inmuta, la que no responde a nada.


Febrero 2019

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