A quien yo sé.

Sentado, perdido en
los pensamientos que
surgen con el ocaso,
vi que se iba.

La vi irse,
y como para evitar
que en el horizonte se perdiera,
corrieron tras ella,
inútilmente, mis ojos.

Vi que se iba despacio,
quizá con la mente
vacía, quizá perdida en las ideas
que se gestan con la partida.

Vi de lejos
que se fue,
como para alcanzarla
solté al aire un sórdido
lamento, un desesperado
susurro, un eco condenado
a morir con su partida.

La vi subir a un tren
que partió apresurado.
Vi que se fue
al tiempo en que el sol
moría; como para traerla
esbocé tierno un «¡te amo!» que
en su ausencia, fue
a morir, triste y absurdo,
al inmenso mar que queda
cuando sólo queda de su mirada
un simple recuerdo.

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