Aquella larga noche.

Era de noche, no sabría decirles que hora era, la habitación estaba oscura, y las velas habían sido apagadas por el viento que azotaba las ventanas; soplaba con gran fuerza, tanta que hacían crujir los árboles; hacía mucho frío y no podía dormir. El ruido de afuera no me dejaba descansar con tranquilidad. ¡Ah!, esas estúpidas ranas que nunca dejaban de croar, esos malditos grillos con sus incesantes ¡Cric!, ¡Cric!, ¡Cric!, perros ladrando, gatos maullando y para colmo, comenzó a llover.

El frío me estaba matando, no pude soportarlo más, así que decidí ir a la sala de la casa y encender la chimenea. Me levanté y dirigí mis pasos hacia la puerta de la habitación. Caminé a oscuras por la habitación y tropecé con algo que ni siquiera deberían de estar ahí.

Antes de salir de mi habitación, me dirigí hacia un cajón para buscar una vela, en el momento en que la encontré, la tomé y la encendí inmediatamente, aquella vela era una medida de prevención contra tropiezos, me equivoque, ¡ah! estúpida mesita de noche. Por fin logré llegar hasta la puerta sin tropezar de nuevo, obviamente abrí la puerta, obviamente salí por ella y obviamente la volví a cerrar. ¿Para qué les estoy contando esto? Obviamente, para hacer más largo el cuento.

Al llegar a la sala, dejé la vela en una mesa, y me dispuse a salir de la casa a buscar leña para encender la chimenea. La lluvia y el viento eran aún más fuerte que antes, así que me costó llegar al cobertizo, quite una lona que había sobre la leña para que no se mojara; cuando estaba recogiendo los leños, pude presenciar como un rayo partió un árbol por la mitad, fue espantoso contemplar aquel suceso, recogí rápidamente los leños y regrese a casa. Me di cuenta que no tenía leña suficiente, así que desgraciadamente, tuve que volver a salir. Me asomé a la puerta y noté que el viento y la lluvia se habían calmado un poco, salí confiado pensando que nada malo podía suceder, me volví a equivocar. Una fuerte ráfaga de viento me azoto contra el suelo, me logré levantar casi al instante, así que tuve más precaución a la hora de caminar, cuando tuve los leños suficientes para encender la chimenea por al menos unas cuantas horas, o por lo menos eso creía yo, cerré la puerta con llave, me dirigí de nuevo a la sala cargando con varios leños para el fuego y encendí la chimenea.

Sentí un poco de hambre y fui a la cocina para ver qué encontraba, me preparé un café y un emparedado. Cuando hube terminado de comer me sentí algo aburrido. Es horrible tener insomnio y no tener nada que hacer, las horas se te vuelven largas, casi eternas. Volví a tomar la vela y me dirigí hacia mi biblioteca (así es tengo una, ¿están celosos verdad?). Estaba tan aburrido que hasta ganas de leer me dieron, ¿podrían creerme?

Al llegar, dejé la vela en una mesa que se encontraba en centro de la biblioteca. Aunque me gustaba leer, ni siquiera había leído la décima parte de los libros que ahí había; aparte de mi casa, todos aquellos libros eran mi más preciado tesoro, aquel puñado de libros que mi padre recolectó. Mi basta colección, un centenar de historias, que aún no había leído. Todos y cada uno de ellos organizado, por autor y en orden alfabético.

Tenía grandes obras de famosos escritores, obras de arte, hechas de tinta y papel. Tenía libros de escritores de diferentes partes del mundo, de distintas formas de pensar y escribir. Contemplé un poco más aquellos estantes y sin que yo pudiera contenerlo, lagrimas corrieron por mis mejillas. Aun perece difícil aceptarlo, aun me parece increíble que aquella historia que escribí cuando aún era un niño, se había hecho realidad, estaba yo solo en aquel cuarto oscuro, estaba yo en aquella vieja y solitaria casa, todos aquellos que alguna vez amé, ya se habían ido, a un lugar donde no puedo alcanzarlos, y al que me da miedo ir. Solo me queda en lo más profundo aquellos recuerdos de días pasados, días en que yo, era realmente feliz, días en que la vida, tenía sentido para mí.

Seque las lágrimas que aun brotaban de mis ojos, respire profundamente para aliviar un poco de aquella profunda tristeza que me invadió. Cerré los ojos y empecé a caminar por toda la habitación con mi mano apoyada en los estantes, al azar tomé un libro de entre todos ellos. Ni siquiera vi cual era, caminé con mis ojos ya abiertos para tomar la vela y dirigirme hacia la sala. Al llegar me senté en el sofá a leer en silencio, un libro que ni siquiera sabía que tenía, de un autor que no conocía. Lo leí solo para quitarme la curiosidad de saber qué era lo que decía. Luego de un rato, escuche un ruido que venía de la azotea, así que fui a ver qué era lo que sucedía, tome la vela y deje el libro sobre la mesa junto al sofá.

Al llegar a la azotea, me di cuenta de que la lluvia había hecho un agujero el techo, busque una tabla, unos clavos y un martillo para repararlo. Cuando terminé, me acordé de que nunca había entrado en la azotea, así que me puse a revisar que había. Miré un montón de cajas con muchos objetos viejos, había algunos radios antiguos, traté de probar si funcionaban, pero no. Ropa desgastada y varios pares de zapatos, aunque viejos se veía que cuando eran nuevos fueron bastantes bonitos, también había sombreros de copa y trajes como los que se usaban en las fiestas de gala. Había otros trajes y disfraces de distintas épocas, pienso que a mi padre debió costarle mucho dinero y tiempo conseguirlos todos.

Encontré algunos cuadros, con unos excelentes marcos de madera, hierro e incluso algunos de plata, llamó mucho mi atención la firma del pintor, al revisarla mejor noté que esa era la firma de mi padre, todos y cada uno de los cuadros que ahí se encontraban, habían sido pintados por él. Seguí revisando el lugar para ver que otras sorpresas me esperaban, vi a un costado de la azotea varios instrumentos en sus estuches, violines, guitarras, flautas, trompetas, acordeones y mucho más al fondo cubierto por una lona negra, había un piano. Quite la lona, tomé un pequeño banco y me puse a tocar el piano. Nunca había tocado uno, así que solo salió una horrible melodía de él. También me puse a tocar los otros instrumentos, todos con el mismo resultado. Todavía no comprendía la razón por la cual mi padre había escondido todos esos maravillosos objetos, y mucho más importante… ¡porque carajos nunca me los prestó!

Seguí revisando las cosas de mi padre, aparte muchas cajas y otros objetos, algo llamó mucho mi atención, así que decidí ver que era. Aparte unos tapetes y alfombras y me encontré un baúl, era un baúl bastante grande, estaba hecho de madera, tenía una gran rosa tallada en la tapa y un ave con las alas extendidas en la parte de enfrente. Seguí revisándolo y vi una inscripción tallada alrededor de la cerradura que decía, “Haz que tus sueños florezcan y vuelen”, sobre el baúl también había una nota escrita con la letra de mi padre que decía:

— ¡No toques mis cosas, infeliz!

Ah mi padre, siempre con esas hermosas palabras que hacen que a uno se le salgan las lágrimas. Así que obedeciendo a mi padre en su último deseo… abrí el baúl para ver que había dentro. Suerte para mí que la llave estaba colgada al costado del baúl, en el momento en que lo abrí salió mucho polvo de él. No sabía lo que me iba a encontrar, pensaba que tal vez había algo muy valioso, como monedas de oro o algún otro artefacto que me guiaría a una emocionante aventura, como aquellas que aparecen en los libros. Pero me desilusioné, cuando en vez de encontrar un tesoro invaluable, me encontré con un puñado de papeles, pero bueno, así son las cosas, la realidad no puede ser como en los libros.

Decidí revisarlos para saber que decían, me sorprendí al darme cuenta de que todos y cada uno de los papeles que encontré en ese baúl, formaban varios libros: manuscritos de varias novelas, todos escritos con la letra de mi padre y otros con la de mi abuelo. Estas historias que encontré iban desde cuentos para niños, hasta novelas históricas y de fantasía. Había novelas históricas de nuestro país, estos eran los más cortos, los otros eran novelas históricas del mundo entero. Pero las más largas y numerosas de todas eran fantásticas, novelas sobre reyes, dioses, criaturas fantásticas envueltas en una guerra incesante.

Me puse a hojearlos, vi novelas que contaban historias de todas partes del mundo. Estas novelas eran de épocas conflictivas, pero importantes para la historia de la humanidad, a pesar de tantas vidas que se perdieron.

Todas reflejaban la lucha por sobrevivir en este cruel mundo: la avaricia y búsqueda constante de poder, el sufrimiento y la tristeza que deja la guerra a su paso, historias de personas valientes que dieron las vidas por la libertad y por ideales propios. Luego enfoqué mi atención en las otras novelas, que a pesar de que se situaban en un contexto distinto reflejan lo mismo que las anteriores. Cómo me gustaría contarles cada una de las historias que ahí había, pero a pesar de lo larga que era la noche no bastaría para contárselas todas, así que esas son historias que les contaré en otra ocasión.

Me puse de pie y contemplé todo lo que ahí había, me parecía un desperdicio que todo eso se perdiera, que quedara guardado en aquella polvoza azotea sin que nadie los aprecie. Tomé los libros y los lleva a la biblioteca, luego llevé el baúl, lo coloque en un rincón y deposité los libros de nuevo en su lugar. Saqué todos los instrumentos y los colgué junto con las pinturas en la sala. Todos los trajes, disfraces, alfombras y tapetes en el cuarto de lavado, ya otro día los lavaría y les buscaría un lugar en la casa.

Limpié por completo la azotea y ordené todos los objetos que no servían, no pude tirarlos porque eran de mi padre, pero tampoco encontré otro lugar para ponerlos. Lo único que no pude sacar de la azotea fue el piano, de eso ya me encargaría otro día. Regresé a la sala, la chimenea ya estaba apagada, tomé la vela, la que me fue la única compañía que tuve durante toda aquella larga y tormentosa noche, y regrese a mi cuarto, me detuve un momento y pensé, pero que buena vela, soportó encendida casi toda la noche.

Cuando llegué a mi cuarto la lluvia ceso, me asomé por la ventana y vi que ya estaba amaneciendo. Aquella noche que me parecía eterna, había llegado a su fin. Mis ojos pudieron contemplarla más bella alba escarlata, que puso fin a aquella larga noche. El insomnio y aquella tormenta que tanto me hicieron enojar, me condujeron a encontrar algo que siempre estuvo aquí, y que nunca supe que existía, ahora agradezco no haber dormido aquella noche.

Dejé la vela, mi fiel compañera, en una mesa que estaba a la par de la cama; cuando por fin pude ver aquel bello amanecer, me quedé dormido. Esperaré hasta que llegué de nuevo la noche, para poder contarles otra historia.

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