DIOSES, AMOR Y SUERTE (Primeros indicios filosóficos de un joven universitario)borrador

DIOSES, AMOR Y SUERTE (Primeros indicios filosóficos de un joven universitario)borrador

DIOSES, AMOR Y SUERTE

(Primeros indicios filosóficos de un joven universitario)

2

Los dioses han hablado, lo que tenía que llegar ha llegado, no podía ni debía callarme, ese prurito deseo, esa silenciosa ansiedad, esa picazón de contar, de hablar, de manifestar, de ti, sobre ti, ¿de nosotros?, recuerdas que el universal Platón nos revelaba: “La belleza es el esplendor de la verdad” y es cierto que existe belleza incluso en cierta fealdad, es más, en todo ser humano y tú, tú mi diosa universitaria, eres bella en todo el sentido trascendental de la palabra y aún me quedo corto, ya lo decía milenios atrás Gorgias en el “Encomio de Helena”: “La palabra es un poderoso soberano que con un cuerpo pequeñísimo y del todo invisible, lleva a término las obras más divinas, puede, por ejemplo, acabar con el miedo, desterrar la aflicción, producir la alegría o intensificar la compasión” ¡Oh Pitágoras por qué nos ocultan tus sabias palabras!: “El hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos” y tú, mi linda y escultural delicia, me has dado luz para ese máximo deseo por la vida, vida simple y sencilla, pero en plenitud. Dime que es real, que fue así, ¿existió ese diminuto espacio y ese súbito y vertiginoso tiempo, lugar e instante en que nos conocimos? ¿El extremo negativo, ese aspecto maldito, bestia, que siempre está latente en muchos seres humanos, de no saber de ti, se hubiese apoderado totalmente de mi ser? ¿Qué tan acertadas fueron tus sabias palabras gran maestro Aristóteles?: “El hombre solitario (o) es una bestia o (es) un dios” Siento que en mí son de una gran certeza y de una extrema convicción, es más, vibro esa realidad, cuando recuerdo las oportunas palabras del filósofo Platón: “Al contacto con el amor todo el mundo se vuelve poeta” Aunque, la verdad obliga, en lo de poeta, apenas me asome como un ingenuo y apocado lector. Yo, escaso de palabras, de palabras certeras y oportunas, me he atrevido a invitar al clásico y egregio Sócrates, para que me ayude a expresar parte de lo mucho que quisiera decirte: “La belleza de la mujer se haya iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que tal cuerpo habita, y si aquella es tan bella como ésta, es imposible no amarla” ¡Dime cómo no amarte! …En esta pausa de mentecatez y silenciosa torpeza es… ¡Platón, tenía que ser Platón, quién, una vez más, viene a salvarme!:“La mayor declaración de amor es la que no se hace, el hombre que siente mucho, habla poco” ¿Quién soy yo, simple mortal, para contradecir al magnífico filósofo Séneca?, cuando nos dice: “Todo el mundo aspira a la vida dichosa, pero nadie sabe en qué consiste” Sin embargo, puedo afirmar con sumo convencimiento que en mi mente, y lo sé muy bien, han quedado registradas esas… ¿esporádicas, tangenciales, escasas? situaciones y circunstancias muy dichosas, (insisto, ¿las viví en la cruda realidad o sólo en mi mente?) Son muy ciertas las expresiones perpetuadas por Aristóteles: “La verdadera felicidad estriba en el libre ejercicio de la mente” Sigo con la duda si yo estaré bien de la cabeza o si tal vez la cordura y la razón se habrán ido alejando de mí. “Recuerda conservar la mente serena en los momentos difíciles” nos dice Horacio en sus clásicas Odas, pero, ¿no son también difíciles esos instantes prodigiosos, sublimes que uno quisiera eternizar? Como diría nuestro medio dogmático y grandilocuente, pero excelente profesor de filosofía: “Jóvenes, por favor pongan atención, así sólo se muevan por la ineludible ley de gravedad, así sean unos lúgubres y grisáceos seres indiferentes o vivan un ilusorio individualismo, siendo, como lo son y quiéranlo o no, seres sociales e históricos, siempre han de experimentar valiosos aprendizajes en las imprescindibles travesías del amor y en todo el devenir de esta única vida, está en ustedes; o participar y crecer reflexivamente o dejarse llevar por el viento, pero el del tormentoso e ‘idiotizante’ arrastre, engañoso y manipulado” ¿Hemos de ser así, tal como lo expresa el gran poeta griego Homero?: “La juventud tiene el genio vivo y el juicio débil”

Pero qué oportunas las palabras de Sócrates en pleno juicio, en las postrimerías de su aciago final: “…Admitamos que vosotros me hablaseis del siguiente modo ‘Sócrates, (…) te vamos a declarar inculpable, pero con una condición: que no volverás a emplear tu tiempo en examinar, cual has hecho hasta ahora, a los entes, ni en filosofar. De otro modo morirás’ Pues bien jueces, si trataseis de imponerme esa condición yo os replicaría: (…) Mientras me quede, pues, un soplo de vida, mientras sea capaz de ello, estad seguros que no cesaré de filosofar, de exhortarosy de hacer reflexionar a todo aquel de vosotros que se cruce en mi camino… joven o viejo, sea como sea aquel a quien encuentre, extranjero o ciudadano, (…) Tan sólo una cosa os pido: cuando mis hijos sean ya hombres, atenienses, castigadles, (…) en cuanto creáis advertir que se preocupan del dinero o de cualquier cosa que no sea la virtud” Gracias al gran filósofo idealista Platón quedaron para la posteridad estas cruciales palabras de su maestro, el gran Sócrates. Imagínate, han perdurado cientos y cientos de años, con sus mañanas, sus noches y sus madrugadas, han resistido sangrientas y derrotadas incursiones al igual que victoriosas contiendas, han pasado por abundantes calamidades y sobrevivido a exterminios masivos, han sufrido angustiantes y oscuras épocas de nunca acabar, en medio de intimidantes temores y agobios constantes en un mundo de terror y horror, en el tiempo parecen haber resucitado de malignas plagas, de siniestras hogueras y de abominables pestes y, dándose un respiro, han logrado airearse en esas etapas de relativa bonanza, paz y tranquilidad, (¿preparación para la siguiente feroz y rapaz batalla?) “Reflexiona con lentitud, pero ejecuta rápidamente tus decisiones” nos advierte desde la antigüedad Isócrates, aunque en nuestro caso, que no quede duda, me refiero a ti y a mí, lo que ha de haber sucedido, sucedió y punto, y ya no hay premura para nosotros, ahora, tranquilo y sosegado, como que quisiera oír, contemplar, no sé. “Escucha, serás sabio. El comienzo de la sabiduría es el silencio” según Pitágoras. Intento inútilmente que, por lo menos, éstas, sus palabras, sean una guía para mí. …Mi amada, ¿Te has puesto a pensar de cómo sería realmente el sonido del silencio? No ese tenso, cargado, abrumador que todo el mundo habla, sino el claro, límpido y placentero. A veces, muchas veces, creo estar desacertado en lo que pienso, pero tengo que decírtelo: ¿Y si tú existieras en esa pizca de eternidad, en ese cualitativo pedacito de tiempo y espacio? ¡Oh, para mi tú eres mi eterna diosa griega! En este apacible y transitorio limbo, en este efímero momento extraño, (¿Esto será tal vez fugaz instante de un escabroso temporal detenido?) vuelvo con el gran Pitágoras para decirte: “No permitas que el dulce sueño se deslice bajo tus ojos antes que hayas examinado y meditado cada una de las escenas del día” Trato de realizar lo que no es usual en mí, de darme un lapso para meditar, de, incluso, intentar llevar a la práctica lo que nos recomienda Solón el Ateniense: “…consulta a los dioses”, dioses que en su momento histórico, necesario y preciso, fueron siendo creados por nosotros, los seres humanos, ¿Cómo yo a ti? ¡Qué digo! Porque como bien nos viene diciendo hace miles de años Pitaco de Miteline: “Ni los mismos dioses luchan contra la necesidad”. Esta maltrecha creación, donde mis trilladas palabras son rústicas, inelegantes, banales quizás, están muy distantes de poder relatar en forma adecuada y congruente tu ser de fantasía y ensueño, pésimamente trato de ir y traer hacia esta realidad, al menos, algo de ti, no sé, tal vez una somera descripción de toda tu marmórea y perfilada figura, tu impecable exquisitez, tu armoniosa naturalidad y toda esa gracia que deslumbra en ti y dónde yo, novato e inexperto, por más que lo intento, no logro llegar a descifrarte completamente.

Como ves, antes de partir, te mal escribo con una de mis dos gruesas y rudas manos (¿Las tuyas, tersas y delicadas estarán sosteniendo estos pliegos?) espero puedas entender estos signos, grafías y garabatos que a veces bailotean al ritmo de un terco y pertinaz buen humor o brincan en un fugitivo e impetuoso arrebato, palabras al fin, contradictorias y precipitadas que terminan agitándose en una ávida impaciencia. Si, lo dejo por escrito y lo reafirmo una vez más: Tú misma, tu existir, es una de las pruebas tangibles de mi suerte, la más importante creo yo, ¿no lo crees tú también? Y hasta aquí muy bien llegaría, ni una palabra más, todo, todo lo que sigue podría resultar trivial y secundario, pero no, aún debo revelarte ese fugaz desvelo de la tan huidiza suerte, máxime ahora que todavía creo recordar algunos detalles. Observa lo que nos proclamó, milenios atrás, la filósofa y maestra neoplatónica griega, natural de Egipto, Hipatia de Alejandría: “Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar” E Isócrates en forma reiterada nos ha venido diciendo: “De todas nuestras posesiones, sólo la sabiduría es inmortal” ¡Ya quisiera yo entender bien todo este enigma de la pasión, de la ternura, del sentimiento! Y para que aterricemos a la sensatez, a la realidad, el gran Tucídides hace miles de años continúa expresando: “Buscamos la belleza sin lujo” y esto, sin llegar al extremo del Filósofo Antístenes, como se lo hizo saber el mismo Sócrates ante su evidente descuido personal: “Veo, Antístenes, tu orgullo a través de los agujeros de tu manto” y mucho menos sin caer en el otro extremo, el de la exageración en la ostentación, de lo cual hacía gala el famoso constructor, matemático y filósofo Hipódamo de Mileto, de quien el gran Aristóteles dijo: “…un hombre extraño, cuyo afán de distinción le hizo llevar una vida excéntrica” En lo personal me siento bien con mi frugalidad en el vestir, simple, juvenil, fresco. A ti, mi linda diosa griega, te imagino con una elegancia que brillaría en forma tenue, sin aspavientos, tendrías ese lujo mínimo y preciso que reluciría aún más tu distinción y encanto, e incluso, con ello o sin ello, tu luminosidad resultaría categórica, ¿acaso no serías siempre sensible y espontáneamente fosforescente?, es más, siento que bastaría pensarte y como que, no sé, traslucirías todo cerca de mí, creo percibirlo en el pequeñísimo deslumbrar de estas vacías y contradictorias páginas que parecen ir de lo desértico a lo níveo, sin dejar de ser solitarias y encandiladas hojas que continúan a la espera que emerja en mí, difícilmente, una chispa de ecuanimidad, de inteligencia. No te preocupes iremos rápido, dentro de lo despacio que nos marca el variado y breve camino de esta, nuestra única existencia. Para ir revelando esto, (que no sé cómo nombrarlo; llamémosle por ahora: lo tangible de la escurridiza e imprevista suerte), no habrá que dar muchas vueltas, resulta tan sencillo, visto desde el punto de vista del famoso y ultrajado sentido común y, por otro lado, también puede llegar a ser algo complicado si uno mismo, sin querer, se enreda aún más la vida de lo que ya aparenta ser. Es mejor hacer caso a los expertos, a los que sí saben de estas cosas y avanzar directo en la forma más rápida posible entre dos puntos: ¡en línea curva! ¿Será así, y el anquilosado cuento de la recta entre dos puntos dónde queda? al parecer, esto de que la menor distancia es la curva, ha de ser sólo a distancias inconmensurables, espaciales, y por supuesto, tridimensionales, ¿pero, no será aplicable en minúsculas proporciones a nivel de trayectos cortos? ¿No es que también el aleatorio recorrido entre todas las nano-partículas del átomo se da siempre en una frenética y desequilibrada curva? Ya Demócrito, el gran filósofo y matemático de la antigüedad griega nos decía: “El conocimiento verdadero y profundo es el de los átomos y el vacío, pues son ellos los que generan las apariencias, lo que percibimos, lo superficial”

Mejor continuemos con la trillada y cansina frasecita de “desde que el mundo es mundo…”, que ha servido para exculpar de todo y a todos, mayormente a aquellos que hemos pretendido justificar lo injustificable, independiente de nuestras sanas o malévolas intenciones. Desde que el ser humano, y perdóname la redundancia, se humanizó en su eterno y milenario viaje, en este proceso de ascenso y aprendizaje, ha tenido (¡hemos tenido!) la oportunidad de ver y experimentar las cuánticas transformaciones que ha ido ensayando y probando en su devenir por este planeta. Encontrar la forma exacta o correcta de explicar esto es ya de por si un entretenido y a la vez engorroso enredo mental, (para algunos versados en el tema sería un simple y delicioso bistec de dos vueltas) Entiendo que no ha de ser fácil, lo sé muy bien y como toda nueva tarea que se inicia o se retoma en la vida, he de ir tanteando entre nebulosas sendas, claro que al principio con errores, muchos errores, o para decirlo con mayor suavidad, con discretas deficiencias, imperdonables desatinos y abundantes desaciertos. Esto que acabamos de vivir, esta extraña, polémica y jubilosa reunión, de amistad, de pasarla bien, de convivencia con nuestros eternos y fieles compañeros de la universidad y cuando tú y tu amiga, de pronto, desaparecieron de escena, te juro por todos nuestros seres queridos y por mí, que me aterré demasiado, sin embargo, debo confesar mi ruin egoísmo, sobre todo me interesabas tú ¿Fueron irrealidades, desvaríos de la mente? ¿O una alucinación imaginada por los efluvios del brebaje alcohólico? Lo cierto es que te disipaste, huiste de nuestros sentidos. ¡Clamamos a todos los dioses! La verdad, creímos lo peor, al menos yo, para luego, ahora mismo, recién entender lo que por suerte pasó. No me excuso, pero lo cierto, y tú lo sabes, es que no soy un teórico y hábil especialista en estos asuntos de la suerte, espinosa y feliz cuestión que me tiene con una ligera sonrisa de desconcierto, ligado a un pertinaz asombro en medio de un silencioso y entontecido “gozo espiritual”, boyante cuestión que me ha impulsado a rastrear, casi con desespero, una razón lógica, razonable, creíble, ¿verificable tal vez? Qué bruto, haz aparecido en mi vida y aún no sé cómo explicarte y es increíble, pensar que, desde hace más de dos mil años, el gran Epicuro está tratando de ampliar mi limitada visión acerca de la suerte: “Y el sabio no considera la fortuna como una divinidad –tal como la mayoría de la gente cree- , pues ninguna de las acciones de los dioses carece de armonía, ni tampoco como una causa no fundada en la realidad, ni cree que aporte a los hombres ningún bien ni ningún mal relacionado con su vida feliz, (…) Lo preferible, ciertamente, en nuestras acciones, es que el buen juicio prevalezca con la ayuda de la suerte. Estos consejos y otros similares medítalos noche y día (…) y así nunca, ni estando despierto ni en sueños, sentirás turbación, sino que, por el contrario, vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se parece a un mortal el hombre que vive entre bienes imperecederos” Discúlpame mi bella diosa, no es que te “cosifique”, pero no sé cómo manifestar de la mejor manera este sincero sentimiento, es que tú eres, sin lugar a dudas el mayor “bien imperecedero” de este, tu simple mortal.

Lo principal de todo este confuso y encantado laberinto, (enigmática maraña que ya se avecina) es el de irradiar los gratos y en apariencia inexplicables acontecimientos, tal y cual han ido ocurriendo, así de simple y sencillo, (si estas cosas fueran así de tan fáciles) En fin, de lo que se trata es de volcar, desembuchar la experiencia vivida, sobre todo, acerca de esta “hormigueante” y anodina confabulación, eso sí, enredo real, muy real, tanto así que escapó de mis manos y ya llegó hasta ti y, la verdad, me parece que no tengo muy claro dónde comienza y dónde termina toda esta historia, pues es evidente, esta dicha todavía no ha concluido y aún la estoy disfrutando. Lo que sí es muy cierto: que lo vivido hasta ahora, ya no existe, fue, pero ya no es, quedó en lo abstracto, digamos que es “aire” y si acaso, sólo permanecen conexiones neuronales “recordables”, si puro recuerdo, puro “aire”. Pensándolo bien creo que subsisten los positivos, evidentes y resultantes hechos, estos innegables y venturosos alcances que junto a este favorable presente me tienen aquí de vuelta y media tratando de explicarlo todo. ¡Inaudito e irrazonable! ¿Será que estaré próximo al benévolo y estoico psicoanálisis, o a la lúgubre y cansona terapia de conducta o a la rebelde somnolencia catártica, producto de la inquietante sugestión hipnótica? Al igual, así me hubiese sentido de estar frente a tu escultural belleza, a tu curvilínea y espectacular efigie, a tus “balbuceantes” e insinuantes caderas, frente a tus delicados senos, pequeñas y cristalinas prominencias, cada una, como de rozagante y fresco limón, y por siempre, extasiado, alegrándome con tu forma de ser y de sentir, y tú, allí, estarías observándome sonreída, mientras me ufanaba plácidamente en ser para ti lo que estaba bien lejos de mí: creerme un personaje principal, idílico, fantástico, grandioso e irreal, ¡qué estúpidamente pretencioso! ¿Entonces, me pregunto, dónde se encuentra la repetida y abusada figurita geométrica, la tan invocada e “intranspasable” “delgada línea”? Señal clara y firme de nuestros civilizados límites, trazo divisorio de nuestras cuerdas decisiones y formales acciones, independiente de nuestros aciertos o no, e igualmente frontera de nuestros lunáticos afanes y no tan ingenuas osadías, y que nos alerta sobre el traspaso de lo permisible, de lo normativo, de lo que, dependiendo, podría ser lo “hipócritamente” correcto, “delgada línea” que a veces, según las circunstancias, todos de alguna u otra manera estamos rebasando, por lo menos en forma repentina o momentánea.

Empezar podría ser al mismo tiempo y en el mismo acto un terminar, un acabar o finiquitar una situación dada, cada uno sabrá qué termina y qué comienza, yo por mi parte, he decidido a tropel, galopar, si bien no a grandes trancos, si controlando la angustia de partir corriendo. Sé muy bien que debo aprender de los “maratónicos” atletas de las antiguas olimpiadas griegas. Aunque todo esto de la buena dicha no es nada raro e inusual, trataré que; en este caso, el inoportuno entusiasmo no interfiera en la consecución de este modesto intento y, por supuesto, ni refrene la marcha hacia este objetivo. Podría remitirme a uno de esos sucesos, incontables, triviales y fáciles de olvidar que, como sino positivo, se han ido sumando al raudal de bienaventuranzas, pero no intentaré por ahí. Sólo diré que, por lo general, lo que se desconoce se respeta, o se inicia respetando, por eso, a veces no quisiera ni asomarme a estos temas, de si todo fue por puro espejismo y ensueño y de que si lograron reaparecer como adorada entelequia fue gracias a los dioses, esto, es cierto, son asuntos, digamos, delicados y espinosos, insondables para mí. Insisto, si bien respeto mucho, tú lo sabes, toda sincera creencia, prefiero, o debatir, analizar y deducir firmemente con mis limitadas razones, o en el peor de los casos “salir huyendo” a toda intolerante, fanática e intransigente cerrazón. Hace miles de años el gran filósofo griego Estratón de Lampsaco nos lanzó estas polémicas y reflexivas palabras: “No existe más dios que la naturaleza, y esta es principio de todo nacer y de todo morir, y no tiene forma ni sentimiento” Y por aquellas épocas Hipatia de Alejandría nos siguió exhortando: “Todas las religiones dogmáticas son falaces y las personas que se respeten a sí mismas jamás deberán aceptarlas como descripciones últimas de la realidad” Y ella misma, continuó advirtiéndonos en lo que, por ignorancia o por engaño o por prehistórico hábito generacional sucumbíamos todos: “Es algo terrible enseñar que las supersticiones son verdades” ¿Aún hoy, pasado tantos y tantos años, cuántas generaciones continuamos subyugados y paralizados por todo ello? Ahora empiezo a entender a estos arriesgados pensadores, como Diógenes de Sinope, cuando interroga a sus pares: “¿De qué sirve un filósofo que no hiere los sentimientos de nadie?”

El gran Aristóteles se preguntaba o nos preguntaba filosóficamente al común de los mortales: “¿Alguna vez fue engendrado el movimiento, no habiendo existido antes, y ha de ser destruido alguna vez, de manera que ya nada estará en movimiento? ¿O no fue engendrado ni será destruido, sino que siempre existió y siempre existirá, y esto inmortal e incesante pertenece a las cosas, como si fuese una vida difundida en todo lo constituido por naturaleza? (…) Además, ¿cómo podría haber un “antes” y un “después” si no existiera el tiempo? Es más, ¿cómo podría existir el tiempo si no existiera el movimiento? Porque si el tiempo es el número del movimiento, e incluso un cierto movimiento, y puesto que el tiempo existe siempre, entonces es necesario que el movimiento sea eterno” Y otra de sus frases, ésta muy contundente y esclarecedora: “No hay cambio fuera de las cosas” ¿Podemos afirmar aún, en forma racional, que el cambio, el movimiento existió primero, antes que la materia, mucho antes que la propia naturaleza, sólo y exclusivamente en un “espíritu” puro sin un ente de por medio, en una idea aislada de todo ser, cuando en realidad materia y movimiento resultan ser eternamente inseparables? ¿Cómo tú y yo? En toda esta infinita y cambiante realidad, en esta galaxia en eterno movimiento, en este mundo que incesantemente lucha y evoluciona, materialidad que nadie en su sano juicio discute que ya existía antes del ser humano, cuando en tiempos pretéritos, en este agreste, primitivo y natural ambiente, algo o alguien dio inicio a los primeros tanteos del pensar, cualquier idea inicial, así haya sido reflejo real o distorsionado de su entorno, ese mismo pensar, esa misma idea no resulta obvio que, para que surgiera, ¿primero no tuvo que existir dos cosas materiales básicas e imprescindibles: el dónde pensarse y el qué pensar? Ese elemental y silvestre pensar, esa equivocada o congruente idea, ese reflejo distorsionado o no de su mundo circundante, era necesario que “naciera” en algo concreto, en algo real, vale decir, estar en algo material dónde pudiera pensarse; en el ser, lógico que en su cerebro y a la vez viniera de algo fuera de sí mismo, su mundo exterior, en un inicio mundo salvaje, irracional, de supervivencia, atroz, de “sálvese quien pueda”. En parte, comenzó distorsionando y dando interpretaciones quiméricas a su realidad, creando tabúes, fetiches y deidades, sin embargo, era simple e ineludible deducir que esa idea o que ese sencillo y espontaneo pensar, que esa simple o errada o absurda o compleja idea, sea cual sea, jamás pudo estar o existir antes. ¿O es que algo exclusivamente ideal o pensante, puede existir primero y antes de lo material y sólo surgir de la nada, pensar, sentir, actuar y decidir en el propio “aire”, sin necesidad de un cerebro, de un ser de carne, hueso y sentimientos? ¿O no fue acaso el hombre quién creo a los dioses y no los dioses al hombre? Entendiendo al hombre como todos los seres humanos. Ya a Eurípides también lo trataron de ocultar para nosotros, que somos el común de las personas y lo que este gran poeta trágico griego viene diciéndonos hace cientos y cientos de años es simplemente que: “Al sostener que existen los dioses, ¿no será que nos engañamos con mentiras y sueños irreales, siendo que sólo el azar y el cambio mismo controlan el mundo?” ¿Primero fue lo rústico, lo inanimado, lo material luego, a partir de ello, fue lo ideal? Y eso, luego de un infinito proceso de millones y millones de años de simple e inhóspita materia, para pasar a ser entes vivientes, hasta ascender en otros “pocos” miles de años y en “cataclísmicos” vaivenes y conmociones, a su conciencia desarrollada, a su trascendental espíritu. Luego de darnos cuenta lo obvio, que la rústica materia fue lo que siempre existió, entonces sí, podemos afirmar que su producto más evolucionado viene siendo, en estas cambiantes y ascendentes eras de la especie humana, nada más ni nada menos que su conciencia, que reside en su único e “ilimitado” espacio posible: el cerebro humano. Y por lógica, conciencia, espíritu que se transmite exclusivamente de cerebro a cerebro. Ya hace miles de años el filósofo Anaxágoras nos viene afirmando que: “El espíritu gobierna el universo”. Sí, el espíritu, la consciencia no fue lo primero ni existió antes, pero es el mejor resultado del eterno cambio de todo, todo lo existente.

En toda acción humana, distingamos bien lo que sería la real forma de vida, la verdadera y constante actitud, ese quehacer, esa consecuencia o consecuencias que son una diaria e innegable realidad, y diferenciémosla de ese pensamiento o idea que la genera, que la motiva y de la cual parte y que la estimula a hacer y, sobre todo, también, no hacer tal o cual actividad, (¿no hacer, no cuestionar, para bien de quién?) incluso, siendo bienintencionada la idea, podría partir de un concepto o percepción irreal, milenariamente aceptado, ficticio e imaginario. Luego, entonces sí, es muy cierto que la verdad-realidad es una, pero no olvidemos que cada uno ve esa misma verdad, esa misma variable situación, que en cada oportunidad siempre es muy única y muy real, porque está siempre en movimiento, la ve y la “interioriza” muchas veces con una ligera distorsión de su propia subjetividad, con su propia carga de experiencias, con su personal “escala de valores” y desde un lugar o espacio único, y a la vez también, en un tiempo único y cambiante, todo ello combinado en forma exclusiva hace, precisamente, que uno vea y la interprete en forma relativa, pero original, esa X o Y verdad en particular y así uno va trasmitiendo de generación en generación lo tan errado o tan acertado de nuestras observaciones, creencias, opiniones, conceptos, argumentos, etc. El gran Aristóteles nos dice: “Elinstante es la continuidad del tiempo, pues une el tiempo pasado con el tiempo futuro” Si toda persona estuviera a cierta y única distancia y si la tornadiza y voluble realidad, sin importar cuán efímera sea, fuera como una esfera de 360 grados, quieran o no, cada ser humano sólo estaría en capacidad de observar directamente una mínima y tangencial parte de cualquier realidad-verdad específica, por consiguiente, sería “normal” y frecuente que esto siempre, a cada uno en forma individual, o nos termine acercando o nos acabe alejando de la exactitud o de la veracidad de toda indistinta y, repito, única realidad, que tiene tiempo y tiene espacio, vale decir, que está contenido en un contexto social e histórico, independiente de nuestra voluntad o de nuestra indiferencia, la verdad humana es social y la deliberada abstracción, el científico análisis, la probable síntesis, sería el resultado teórico de esa, vuelvo e insisto, única y “multivisible” realidad.

En esa búsqueda constante de la humanidad hacia la cada vez mayor expansión de su espíritu, de su conciencia, en ese devenir zigzagueante, aparente o superficialmente en caos o desordenado, en ese destino de eterna curva irregular, (como tus indefinidos, alegres y hermosos bucles, la verdad, ese día, ¡estuviste más bella que nunca!) No termino de entender… ¿Acaso tendrá su lado positivo el hecho de quedarnos más o menos como estamos, inmersos en nuestro limitado o escaso saber? ¿Y las verdades esenciales?, no las verdades secundarias ni terciarias que, por lo general, ocupan y avasallan esos primeros lugares. ¿Y los escurridizos, pero básicos y necesarios “porqués”? ¿A veces será mejor no intentar reflexionar racionalmente? Epicuro en su famosa carta a Meneceo nos dice: “Casi era mejor creer en los mitos sobre los dioses, que ser esclavo de la predestinación de los físicos; porque aquellos nos ofrecían la esperanza de llegar a conmover a los dioses con nuestras ofrendas, y el destino, en cambio, es implacable” Sin embargo, el gran Sócrates desenreda un poco mi evidente confusión (y perdona mi diosa, no sé si lo repito) cuando nos exhorta: “El grado sumo del saber es contemplar elpor qué” A propósito de esta idea, el gran Epicuro prosigue: “Insistiré, hasta que me muera, en que se enseñan muchas cosas en las escuelas absolutamente inútiles para la sabiduría” Con todo el tiempo transcurrido, ¿aún tendría razón este gran filósofo griego? Los temas que también son primordiales para ti, para mí, creo que, en parte, lo aprendimos en la universidad y, lo mejor, sin que nadie nos lo enseñara, parece ilógico, es verdad, pero lo siento así. ¿Sería debido a la influencia del medio? ¿Será gracias a toda la masiva, entusiasta y activa energía juvenil? Sí, creo que sí, la energía tuya, la mía, la de todos los universitarios y universitarias. Mi bella diosa, el gran Aristóteles sintetiza en unas cortas palabras lo que yo no sé cómo expresar: “Educar la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto” Sí Epicuro, es cierto, muchas veces “el destino” resulta “implacable”, sin embargo, en palabras del gran poeta griego, Sófocles: “Una palabra nos libra de todo el peso y el dolor de la vida. Esa palabra es amor”

¿Y ese aspecto positivo, loable de toda creencia? Esa hermosa sensación que inunda por el sólo hecho de tener una sincera fe, por el sólo hecho de creer con integridad y honradez y que, en su lado tangible y válido, impulsa a esa inmensa mayoría de creyentes, no tanto a las jerarquías, (salvo grandes excepciones), a actuar de forma bondadosa, pero, también, mantener una anquilosada esperanza, sin entrar de lleno en analizar su base real o no, sin objetar cuan acertada o errada sea dicha X o Y creencia. Al final, lo primordial para la humanidad, lo decisivo, sobre todo, para la gran infinidad de seres humanos de todas las creencias, con todos y cada uno de uno de sus diversos dioses, no debiera ser lo que nos diferencia, lo que nos separa, ni siquiera el recelo, ni la desconfianza, y mucho menos la “creación de sectarios y cerrados munditos, aislados y apartes de los demás”, sino, la paciente y tolerante, insisto, tolerante búsqueda de esenciales consensos, con su persistente, sincero y deliberado propósito: el favorable encuentro de la mayor cantidad posible de puntos de coincidencia para el avance hacia nuestra humanización, para la conquista y realización de la vida “en plenitud”. (…No sé, pero te imagino ahora, ¿Cómo terminas siendo en realidad? ¿Si has de ser dulce, si has de ser virtuosa, lo serías también gracias a tu genuina y serena devoción?) ¿Será mejor no entrar en aguas pantanosas? ¿No resulta más conveniente no hacer olas? He de ser sincero, en mi mente, mi lado más torpe, tradicional, estacionario e impasible me repite, “no veas más allá…” pues el sólo intento de asomarme al; para mí, escurridizo arte de reflexionar, a ese beneficioso acto de cuestionar e incluso, aproximarme a un trivial intento como éste, la verdad, siento que resulta un poco incómodo. (Este arrebato, este simple manuscrito quedará sólo en ti, ¿verdad?) Sin embargo, cuando escucho al filósofo Sócrates decir estas frases: “Sólo es útil el conocimiento que nos hace mejores” y esta, su sentencia que parece complementarse: “Habla para que yo te vea” entonces sí, me siento más tranquilo, como ahora que, más que necesario, ya se ha vuelto implacable e irrefrenable expresarte todo estos discernimientos e incoherencias, y más aún, cuando el poeta trágico griego, el gran Eurípides justo me dice, en el instante apropiado que… : “Si tienes palabras más fuertes que el silencio, habla. Si no las tienes, entonces guarda silencio” y el milenario matemático, inventor y gran astrónomo griego Arquímedes de Siracusa, refuerza lo dicho con estas dos de sus múltiples y meritorias sentencias: “El que sabe hablar, sabe también cuando callar” y “Quien sabe qué hacer, también sabe cuándo” y adicional a esto, el clásico y ancestral poeta griego, Homero, completa todo ello: “eran (…) de corazón animoso y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses” porque al final de todo, mucha razón sigue teniendo el excelso filósofo Heráclito cuando nos recuerda que: “A todo hombre le es concedido conocerse a sí mismo y meditar sabiamente” Pero al común de los mortales, ¿nos hacen ver la suprema importancia de reflexionar, de saber?

En forma constante me he preguntado si esta extraña y tenue aura, por decirlo de alguna manera, (y que hace poco ha venido sembrando de luces claras, consistentes y nítidas el transcurrir de mi llana y uniforme vida) si este prodigioso hálito de dicha, o como se llame, florecería gracias a la suma y al resultado de estas gratas peripecias y de estos insólitos episodios que en ascenso han ido ocurriendo, y aún más, luego de tu celestial aparición en mi banal e intrascendente vida. ¿Qué pretendo dar a entender? Debo aclarar todo este asunto que yo mismo no termino de comprender, ¿estoy diciendo que, en el propio azar, visto desde una mayor cuantía, ha de existir una constante científica, una continuidad cuantificable, razonable, mínima y en última instancia, en parte previsible?, aunque todo ello pueda parecer incongruente o contradictorio. (¿La volátil y azarosa imaginación intervino entre tú y yo? ¿Existió realmente esa coincidencia? ¿De verdad nos llegamos a conocer?) Azar, si bien real e innegable, sólo se nos manifiesta en su lado relativo, y si, es posible que también lo otro: lo causal y necesario se encuentren en la esencia, en la complejidad del mismo azar. O como decía mi estimada y recordada maestra de primaria cuando formábamos nuestras diabluras en clase (y frase lapidaria con la cual yo estaría en gran parte de acuerdo): “Al final, no creo en casualidades” ¡En aquellos tiempos creo que sí estábamos protegidos por los dioses! Pienso que en el fondo nada termina siendo puramente casual, lo que tú y yo conocemos como azar o casualidad, son también realidades es cierto, pero pienso que a la vez son realidades superficiales, relativas o mínimas partes, fugaces, de algo mucho más abarcador que vendría a ser lo causal y necesario, en fin, partes de una contradicción, de un cambiante todo, activo y siempre inacabado. Porque esa misma casualidad, que es precisamente azar o “milagros” para unos, surge por múltiples causas necesarias y “obligatorias” para otros, porque sería humanamente imposible estar pendiente de todos y cada uno de los casi infinitos procesos cruzados y entrecruzados o no de cada ser y de cada cosa; y que se encuentran en imparable movimiento, todo dentro de un gran devenir social e histórico. A veces nos olvidamos que absolutamente todo lo que existió y existe se encuentra relativamente unido y en eterna, te repito, en eterna contradicción, todo, tanto la materia en sus infinitas formas, cambios, transformaciones y procesos, al igual que su máxima creación en millones de años, su máximo avance y resultado: la conciencia humana.

Viendo el mundo tal como está y tal como viene, no hay duda que, la siempre constante, relativa y mudable unidad con su intrínseca contradicción en perpetua agitación y con la resultante concatenación universal, de todo, todo lo existente, resulta muy, pero muy real. ¿Esto quiere decir que lo mejor del azar, de la notoria aleatoriedad, sería al mismo tiempo muestra de lo reiterativo, de lo científicamente necesario en una visión macro? ¿Y en mi caso particular, ese proceso sucesivo, en cadena, estaría avivado y promovido por mi “necedad ilógica”, y en mayor importancia, por la sumatoria de mis propios actos? ¿Entonces mis múltiples acciones inconscientes, inmensamente mayoritarias y que no están ni “pensadas”, ni premeditadas, ni programadas se acrecentarían y multiplicarían por una propulsora y favorable “auto-génesis”? ¿Serían subconscientes contradicciones las que avivarían esto?Ello sin contar mi muy escasa praxis consciente y razonada. ¿Y cómo sería esto, quiere decir que el factor determinante, envolvente, clave, de cualquiera de mis acciones, de mis ideas, pensamientos, sentimientos, no sería acaso primero y ante todo: el factor externo, el medio social e histórico en el cual me muevo, vivo y me activo y que me redefine con sus, reiterada, “escala de valores”, tradiciones, hábitos, normas, etcétera, etcétera, por lo cual termino siendo quién soy?, y luego entonces sí, y sólo luego, en interacción inmediata, simultánea y enriquecedora, ¿no sería el decisivo y fundamental factor interno, mi yo, mi ser único, individual quien, dependiendo de cuán escasa o inmensa sea mi ignorancia o de cuán claro esté de las cosas, quién escogería su opción de vida en base a esta limitada libertad, al final conquistada, ganada por el avance de la humanidad? Pero eso sí, no sería un ego individualista y solitario quien crearía algo puro, de la nada, en un imaginario solipsismo atroz, delirante e insostenible, ni tampoco crecería aislado en el vacío, como decir en el límite de mis sombras y de mis cuatro paredes, ¿entonces, esto quiere decir que lo mejor que ha producido la historia, toda la retroalimentación de esa riqueza cultural que se ha ido creando y acumulando en “x” o “y” sociedad histórica concreta, siempre ha sido social e independiente de cualquier voluntad aisladamente individual? Ahora, claro que esto no contradice, sino complementa el tan famoso “papel del individuo en la historia”, y es muy cierto que muchas de las acciones trascendentes, buenas, regulares o malas fueron en un inicio producto de certeras iniciativas individuales, por supuesto, pero no olvidemos nunca que siempre se dieron, se impulsaron dentro de un mayor y vibrante contexto histórico y social y bajo su abarcadora e intensa influencia, siempre, así uno mismo ni lo llegue a reconocer.

Observa bien, ¿no te has dado cuenta que aquí está el “pequeño” e incómodo detalle?, lo cual ciertos escritores de libros de “final feliz”, (¡Y bienvenidos los buenísimos “Final Feliz”! A ti también te han de encantar) ya sea de literatura, de autoayuda, de sanación, de salvación, etcétera, siempre obvian, minimizan, distorsionan o desaparecen de escena con una exageración espantosa. ¡Por todos los dioses, y qué detalle dejan de lado! El “mayor y vibrante contexto histórico y social” ¿Para ellos, en su imaginación eso ha de ser lo de menos, de poca trascendencia tanto en tu cotidianidad como en la mía? (¿Cotidianas vidas, libres y/o “encadenadas”?) ¿O será que lo consideran una “mala educación andar mencionando mucho esas cosas”, esas realidades? ¿En un mundo donde la tramposa ilusión es dominante, la mayor realidad resulta sometida? Mira a tu alrededor, ¿acaso lo que nos inunda y nos abruma no es eso, una tiránica, subjetiva y distorsionada percepción, una arbitraria y pura ilusión? En casa y en la calle, en lo que nos hacen pensar y ocupar nuestra mayor parte del tiempo, donde nos metamos, sin la más mínima escapatoria, ahí nos persigue el embaucador mundo ilusorio ¿No te has dado cuenta que aquello es la mejor y más efectiva distracción para que centremos nuestra atención en lo espurio, en lo nimio de la vida, mientras la cruda e injusta realidad pasa a nuestro lado y es más, convive con nosotros y ya, con una indiferente o sumisa aceptación, lo damos por hecho como algo rutinario, comúny “natural”?

Ahora, perdona mis extravíos, ¿pero te estás dando cuenta?, esto es resultado de nuestra relativa libertad, la tuya, la mía, y todo ello es muy cierto e innegable, (¿Además de relativa y circunstancial?) y tal como nos enseñan los grandes y antiguos maestros, relativa libertad, social e históricamente conquistada, ganada, no regalada, fruto del milenario, incontenible y pedregoso avance del ser hacia su humanización. Estamos “condenados” a la incansable lucha y a la ancestral búsqueda de esta resbalosa y gratificante felicidad, así de simple y sencillo. Pero que estúpido yo, a veces, cuando cometo mis desatinos y torpezas, no me queda otra que sonreír al recordar las conocidas frases del gran Aristóteles: “El Ignorante afirma. El sabio duda y reflexiona” y esta otra, contundente y que miles de años después, aún sigue a la espera de su realización. Los seres humanos “no sólo han establecido la sociedad para vivir, sino para vivir felices” ¿Podré proclamar esto de la “felicidad”, sin ambages, en forma imperturbable e indiferente, siendo honesto siquiera ante uno, sólo uno de los miles de millones seres de este planeta que tuvieron que inventarse un nuevo y forzado contenido a la dócil, mutante y elástica palabra “felicidad” y hacerla auto-sedante y engañosamente creíble en ese su vivir en medio de los escombros de la civilización, y en la que muchos sobreviven en extremas condiciones, con muy serias dificultades y con enormes y espinosas restricciones? ¿Entonces, podré ufanarme en forma desmedida de “mi” incierta y transitoria felicidad ante quienes se les impusieron un ficticio y embustero molde, rústico y endeble de lo que debía ser “su” medida de felicidad? ¿O es que estos privilegiados piensan que la supuesta felicidad que sí viven y disfrutan ellos, “ni falta les hace” a los humildes y alcanzados “con esa, su monótona existencia de tranquila mediocridad e indiferencia”? Mi vida, bella personificación del amor, mejor llévame a tu espléndido y poético universo, allí todo parece ser ilusión, ensueño, no sé, porque desentrañar esto, y ver que, en el mundo, esta arbitrariedad y abuso es tan real, como que lo enardece a uno. Y una vez más, Aristóteles, uno de los grandes pilares de la filosofía nos auxilia: “Todo hombre tiene derecho a ser feliz” y el magistral Tales de Mileto: “El placer supremo es obtener lo que se anhela” Sin embargo, trato de pisar tierra, cuando mi mente delirante se suelta demasiado y por suerte, busca la ayuda, entre otros, del gran filósofo de la antigüedad griega, Antístenes: “No es necesario, para hacer desistir a quien contradice, contradecirlo a su vez; es menester instruirlo, porque no se remedia a un loco montando en furor como él” y del inmemorial comediógrafo griego, Aristófanes: “Ciegos humanos, semejantes a la hoja ligera, impotentes criaturas hechas de barro deleznable, míseros mortales que, privados de alas, pasáis vuestra vida fugaz como vanas sombras o ensueños mentirosos” o hace milenios Virgilio, el gran autor de “La Eneida” nos deja entre pensativos y embobados con esta su frase: “¡Feliz el que ha llegado a conocer las causas de las cosas!” ¡Denme luz dioses del Olimpo! Si desde la antigüedad a estos tiempos presentes hemos ido abriendo agrestes, necesarios e imprevisibles trayectos para el prodigioso avance del saber humano, ¿entonces, podremos llegar a conocer “las causas de las cosas”?Sobre todo, las recientes y las de siempre, las cosas que se han convertido en una milenaria y habitual rémora y hasta las de ahora, que se han transmutado en una “normal” tragedia para gran parte de la humanidad. Lo que si no hemos podido descifrar es si el filósofo de la antigüedad griega, Zenón de Citio se refería a la suerte, la buena por supuesto, y es muy posible que así haya sido, cuando nos confesó que: “La fortuna quiere que tenga yo mayor libertad para filosofar”

¿Tenemos que hallar alguna definición racional a lo nuestro? De lo que sí no tengo ninguna duda es que tú, mi bella diosa griega, existes para mí, pero no acabo de entender… ¿es necesario que exista, no una explicación, sino la explicación racional, lógica, cuerda a este verdadero sentimiento? Lo que sí puedo asegurar es que te has convertido en mi deidad terrenal, aparte de tu sentir y tu pensar, tu centro no es tu libidinoso ombliguito, sino esa pequeña figura geométrica, ese triángulo perfecto que me aturde y que, en muchas ocasiones, casi siempre, por gustosa culpa de ello, se me hace difícil mantener la compostura. Déjame ser, o trivial o cursi, no sé, pero lo que sí te puedo asegurar, irresistible ninfa, más aún, diosa omnipresente, que cercas, que capturas hasta la millonésima infinitud de mis células cerebrales, es que eres tú la única mujer de mis ensueños. Siendo la vida un torrente en imparable movimiento y en todas las direcciones, ¿Eres cada mágica y deslumbrante doncella que el necesario destino y el imprevisible azar fueron eligiendo junto conmigo? Así seas otra en tiempos-espacios diversos, ¡serás siempre mi única amada! En medio de mi torpeza, con estos últimos disparates escritos, todo un enredo, lo sé, creo que los conocedores llaman a esto un “evidente galimatías”, pese a esto, dime, ¿habré tenido la mínima capacidad para poder darme a comprender? ¡Ya quisiera yo poseer una pizca de sabiduría! Sí, es verdad, “acumular” conocimientos, (y estoy muy lejos de ello) no basta para rozar la sabiduría, porque lo que domina el mundo, con sus consabidos atolladeros, frenos y limitaciones al saber, maniobra en forma muy calculada para siempre encandilarnos y anestesiarnos atados a la indiferencia y la apatía. Así, nos tienen confundidos, aletargados y estancados por propia y “libre” elección. ¿Será por eso que no puedo terminar de manifestarte, en palabras, todo, todo, mi amor?, es que, la verdad, no sé de qué otra forma comunicarte mis sentimientos, si por medio de señales al igual que un barco cuando se está yendo ¿o está llegando?, o si desde la torre de un mirador, en lo alto de una rocosa colina que está a un abismo del mar, si por súplicas y meditaciones ante los dioses o si gritar delirante y enloquecido ante el infinito universo, ya que, ante tanta imposibilidad: “He ofrecido sacrificio a dioses que no hacen caso de mí” como bien dice Esquilo. Sin embargo, no entiendo, “Si amor es un dios, ¿cómo podría ser capaz de apartar y repeler la potencia divina de los dioses quien es inferior a ellos?”, es lo que me pregunto en palabras de Gorgias.¿Y quién soy yo simple mortal para que se fijen en mis plegarias? “A quien los dioses aman, muere joven” nos señala hace miles de años Menandro en su obra “El doble engaño”, pero yo tranquilo, a la parca mejor no se le huye ni se le enfrenta, lo que enciende su infructuosa y peor rabia es mostrarle una sincera indiferencia atareado en una vida plena. En relación a esto, desde hace cientos y cientos de años el gran poeta griego Píndaro nos viene impulsando a reflexionar: “No aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible” No, no hay otra forma más congruente y oportuna de comunicarme, dada tu “impresencia”, que este dificultoso y a la vez agradable afán, tratando de plasmar signos, señales y mensajes en y ante esta nívea luminiscencia que está frente a mí, rectangular blancura en suave e impaciente espera. Y si me veo obligado, sin ser escritor, a profanar e irrumpir en arriesgados y temerarios parajes, es porque ya resulta palpable y claro que este es el recurso más directo, razonable y cuerdo para, a nivel terrenal, llegar a ti. Yo un simple y lerdo joven de este planeta, desconocido y eterno aprendiz, guardando las abismales diferencias no podía optar al igual que el gran maestro Sócrates y decidir no escribir, quién, gracias al testimonio que dejó por escrito su mejor alumno: Platón, la especie humana salvó de conocer gran parte de la agudeza de sus razonamientos, primordial y básico pedestal de sus propias ideas Socráticas, sabias, polémicas y superables que dejó para la posteridad. Ante tal magnificencia sólo nos queda, en un primer instante, proceder como bien nos dice el gran Séneca: “Alza tus ojos para admirar a los que han emprendido cosas grandes, aunque hayan fracasado”. “Fracaso o éxito”, conceptos que no estaban dentro de su escala de valores, sino el hecho mismo de vivir, hasta donde le permitieron vivir, una vida plena.

Para suerte tuya y mía, si dejara de comunicarme contigo, si decidiera no escribirte nada, el mundo ni alzaría ligeramente sus hombros, es más, le daría igual, desde aquí, desde nuestra pasable vida anodina, gris, medianamente aceptable, a nadie más le podría importar lo que mi mente, consciente y subconsciente y con el frustrado rejuego de mis pensamientos y sentimientos haga o deje de hacer… ¡Sólo a ti y a mí! ¡Y es todo! ¡Más que suficiente mi linda y prodigiosa diosa! ¿Dónde estarías? ¿Tal vez en medio de una titánica tormenta o próxima a una intensa friolera? ¿O por un llevadero calor, te refrescarías con tu elegante e inmaculado manto, de suave seda nacarada, telilla ligera e impetuosa con la brisa del viento? ¿O será que yo exagero y estarías disfrutando en pleno atardecer de la majestuosidad de un bello arco iris y luego, en plena madrugada, dejarías al libre albedrio la fijación de tu nocturna observación? Es cierto, estarías en tus instantes de descanso, de relax. Sí, pero, ¿dónde? ¿Entre las nubes del Templo de Artemisa en Éfeso? ¿O en el Partenón, morada de la diosa griega Atenea? ¿En agradables y limpias noches como éstas, las lejanas e innumerables ventanitas que se logran apreciar de las blanquecinas residencias que bordean las colinas, cuestas y peñascos, serían para ti el encaje perfecto para cada una de las brillantes y níveas estrellitas? Es cierto, tendría que tener mucho cuidado, porque las otras, también bellas diosas, son omnipresentes y parecen tener el don de la ubicuidad, y para suerte mía, se encuentran donde uno menos lo piensa, y nos tientan con su escultural presencia en cada rincón del mundo. ¿Y si, tal como nos cuenta el gran Homero, alguna de ellas es una peligrosa, encantadora e irresistible Sirena? ¿Quién puede resistirse a su placentero y fatídico canto?: “Detente, trae tu nave para descansar. Y escuchar nuestro dulce relato. (…) Conocemos el plan del futuro. Haz una pausa con nosotras, después sigue tu camino, siendo un hombre feliz y más sabio.” Pero sólo a ti, mi diosa griega, pueden mis sentidos captarte de inmediato.

Uno siente y presiente cuando hemos tenido un acierto entre tantos desaciertos, en esta, nuestra constante e interminable cantidad de escogencias en esa eterna bifurcación de los caminos que se nos va presentando, pues aquí nadie puede detenerse, porque, como dice la consabida frase, conmigo o sin mí, “la vida tiene que continuar”, pero, ¿sin ti? no creo. Ese mismo camino escogido, temporal o no, circunstancial o no, ya deberíamos convertirlo en un motivo, en un soplo de dicha, desde el mismo fragor del día a día, inclusive en los instantes o relámpagos de duda o frustración, y también en las decisiones equivocadas y en las intenciones fallidas, estos últimos, ocasionales actos que, en ese primer y anterior instante, nunca nadie podrá anticiparse a conocer sus resultados, y mucho menos llegar a intuirlo o advertirlo con prolija predicción o exacto vaticinio, pues en el aparente, irregular e inconexo caos, ¿no existe también una constante e “ilógica” regularidad “escondida”?, por eso, en esta única existencia, no nos queda otra que el decidido y permanente intento, siempre cambiante y múltiple. Es verdad, tú, mi bella diosa, me lo has insinuado, habrá ocasionales momentos de desconcierto y tristeza que no podremos negar, sino aprender a saber cómo asumirlos en nuestras vidas y como bien nos sugiere el gran filósofo griego Demócrito: “La medicina sana las enfermedades del cuerpo, más la sabiduría libera al alma de padecimientos” Por suerte, también Aristóteles viene en nuestra ayuda cuando caemos atrapados en la confusión de lo absurdo y superficial de esta “engullante” vida: “El género humano tiene, para saber conducirse, el arte y el razonamiento” Creo que jamás debemos dejar de buscar y tratar de encontrar ese indicio, ese renovado inicio o asomo, aunque sea tangencial, de esta ansiada, temporal y huidiza felicidad. Y claro, complementando esto y a la par, el esplendor ideal de todo ello sería la diaria, firme y pacífica búsqueda de la felicidad social. ¿En parte no tendrá razón Lucio Anneo Séneca cuando nos recuerda que…?: “Lo más importante es saber con qué espíritu llegas, no dónde llegas”

¿Cómo te encontré? ¿Puede importar ahora el “cómo”? Cuando lo ideal sería estar seguro si primero te encontré, si tú, por quién borroneo estas líneas, estás allí, fuera, en la caótica realidad. ¿Si uno se siente bien, a veces no es mejor quedarse quieto y “no preguntar”? Sí ya me di cuenta, otra de mis torpezas…, en parte sería una necia e inconsciente pregunta. Sin embargo, si el movimiento es constante, indetenible y absoluto, ¿entonces, la inercia no sería también una fuerza, un ímpetu en potencia? ¿Pero, qué tan bien puedo sentirme?, ¿no es acaso un sentimiento ambivalente, contradictorio? Tú has logrado crear en mí sentimientos y sensaciones de tranquilidad, de sosiego, de firme autoconfianza, ¿será por la esperanzadora espera?Entre tanto, hoy que el mundo parece haberse acortado, sería relativamente mucho más fácil poder encontrarte (¡encontrarnos!) Ya no son necesarias las largas expediciones ni sus sentidas partidas, ni arriesgarse en esas azarosas travesías en medio de majestuosos y respetables océanos, que para el milenario Homero el inmenso: “Océano, (era el) origen de los dioses”. Ahora, aparentemente, todo se ha hecho para que tú, con tu tierna y lozana naturalidad, en un haz de pensamiento aparezcas si así lo decides o, mejor aún, si así lo deseas y tal vez un día de estos te vea o te imagine aparecer bajo el dintel con tu angelical y contorneada figura, con tu particular serenidad o ¿sería reflejo de una fresca placidez inmarcesible? ¡Espléndida! ¿Tú no eres la magnífica Afrodita de Milos? ¡Qué digo! Pero eso sí, te vea tan, pero tan real, que yo mismo quedé terriblemente atolondrado y la verdad, en ese instante no sepa qué decir o no sepa dónde estoy. (Ya sé, entonces otros vendrían con sus trilladas y lerdas bromas del “¿Fue vino o qué, lo que te zampaste?”) Es cierto, tú sabes lo que siento, pero ¿y tú qué? ¿Sentirías lo mismo por mí? Sí, definitivo, hay cosas que no llego a entender. ¡Oh mi bella realidad!, ¿dime, tendrá razón el antiguo poeta griego Calímaco de Cirene cuando afirma…?: “Los juramentos de los enamorados no llegan a oídos de los dioses”

Aparte de mi complaciente ilusión por ti, me pregunto si estos actos “involuntarios”, de inconsciente alegría, muestra de un talante relajado o despreocupado, más una paciente actitud, (natural y sin proponérmelo), de autoconfianza, ¿emergerían a la vida gracias, quizás, a que subyace en mí, evidente y palpitante, un instinto, un deseo, una idea no terminada de cuajar, retroalimentada en mí por esa misma realidad exterior? Si toda idea, absolutamente toda, hasta la más única u original, onírica, imaginativa o razonada, sea cual sea, siempre tuvo su primer germen, su “inicial comienzo”, directo o indirecto, desde fuera, partió, primero y, ante todo, desde la misma realidad, y “nació” luego entonces, y sólo luego, su reflejo en mi mente. Y sin ser muy consciente de ello, habría tenido la suprema potestad a partir de allí, de crear algo nuevo, de transformar y de cambiar, de errar y de acertar, de engañarse, de imaginarse, de equivocarse, de fortalecer o fantasear a su antojo, (en mi cerebro, y por supuesto, en cada ser), lo que en ese inicio fue, insisto, mi propio reflejo, distorsionado o no, de ese concreto contexto, entorno que existe fuera de mí e independiente de mí. Si bien resulta indiscutible que esta realidad exterior existe y ha existido antes que el propio ser, realidad que luego es reflejada y pensada en y por un cerebro. ¿Será por eso la gran confusión milenaria de creer que pudiera existir algo, antes y primero que todo, en el aire, en la nada, alguna “idea pura” que se cree, piense y viva por sí misma, algo etéreo, “sin pies ni cabeza reales”?, olvidándonos que cualquier idea, ya sea idea bondadosa o malévola, de fealdad o belleza, equivocada o no, te repito, humana idea, sea cual sea, idílica, imaginativa existe porque existió antes un cerebro para crearla y pensarla, pero siempre teniendo sus inicios o partiendo desde algo material “fuera de sí mismo”, (que no es lo mismo que “fuera de mis cabales” o en mi caso, ¿a lo mejor sí?) o partiendo desde el “mundo exterior”. Toda idea siempre tuvo sus primeros inicios a partir de algo que existió antes y fuera del mismo ser humano. Ser con corazón, pensamientos y sentimientos e igualmente lo trasmitió en interacción social a otro ser humano.

Seríamos el resultado de una vibrante combinación constante, compleja e infinita a través del inconmensurable tiempo a partir de algo: la materia in-creable e indestructible, de este “algo” material, que es muy real y no es un misterio, que ha existido desde siempre y que está en perpetuo cambio y movimiento. De verdad te digo, los seres humanos somos los únicos que racionalmente creamos y pensamos todo lo pensado y que a la vez lo trasmitimos a nuestros semejantes, como lo estoy haciendo ahora contigo, lo quieras o no, estas líneas a través de tu bella mirada ya están en ti. Fuimos descubriendo y construyendo, más en ascenso que en retroceso, lo más maravilloso de todo lo existente, el máximo producto de la materia, de la naturaleza, te repito, de todo, en ese hacer, en ese construir de nuestra supervivencia como especie viviente, poco a poco, fuimos moldeando y revelando lo más elevado y sublime del ser, ni más ni menos que su conciencia social, su espíritu humano.

Conciencia, espíritu, en y del ser humano, que al final sería la actual cúspide de toda, te repito, de toda la evolución terrenal y universal, entonces resulta ser que, ¡es la conciencia lo que termina siendo el máximo desarrollo de la materia en eterno cambio y ascenso, vale decir, es la máxima elevación espiritual de todo, todo lo existente! Acerca de “el espíritu de los hombres”, lo más superior y noble del avance de la especie humana, ya el gran poeta trágico griego Eurípides lo había intuido y nos dejó para la posteridad este sentir: “Oh, Fundamento de la tierra, sobre ella entronizado, quienquiera tú seas, más allá del poder de nuestra pobre mente, ya Zeus, ya destino, ya espíritu de los hombres, a ti imploro” El espíritu en el Ser es lo más desarrollado y no sólo eso, es lo más importante de todo lo existente y de todo lo conocido en el Universo infinito, porque allí está representada la esencia del pensamiento y del sentimiento en su milenario avance y perfeccionamiento histórico, esto es así, por lo menos hasta ahora, en este espacio y tiempo y, conforme a las formas de crear, trabajar y producir en el futuro, continuarán estudiando por dónde va nuestra evolución, y analizarán dentro de medio milenio, por citar una cifra, si nuestros dedos, pies y troncos se alargaron, si nuestros cerebros crecieron o se aplanaron, etc. Con todo y nuestras propias deficiencias y nuestros sufridos retrocesos históricos, quién iba a pensarlo que nuestra conciencia sería la cumbre resultante de nuestro prolongado y antiquísimo avance y desarrollo sobre este planeta Tierra.

De todo este enredo de situaciones, de eternas escogencias de caminos, de retos, de alternativas, de luchas que nos va presentando la vida, creo que apenas estoy empezando a percibir que, de todas estas contradicciones, múltiples y variadas que a veces nos confunden y que la llamamos de distintas formas, dependiendo de su importancia, si discusiones, si controversias, si litigios, si aprietos y complicaciones o si meras pequeñeces, ¿no te has dado cuenta que de todas estas, existe siempre, una contradicción principal o fundamental que envuelve a todas las otras contradicciones y esta sería el eje o el “motor” que está ahí revoloteando presente en nuestras vidas, independiente de nuestra aislada voluntad? Sí, es obvio que expurgando entre éstas y otras tantas opciones vemos que la que resalta es la contradicción social e histórica; y estemos en la posición social que estemos, hagamos lo que hagamos, pensemos lo que pensemos, estemos de acuerdo o no, esta contradicción histórica siempre va ser, a lo largo de toda la vida, la que determine, en distinta medida, nuestra particularidad única, nuestra individual vivencia y además todo lo que sería importante o no para cada uno, e imagínate, esta contradicción principal nos influye y nos determina la mayor parte del tiempo sin que nosotros mismos ni siquiera nos demos cuenta. Así la esquivemos o no, o la desestimemos o no, o reneguemos de ello o no, será en nuestras vidas como el determinante Sol, simplemente existirá y terminará siendo una muy presente realidad, innegable. Porque hasta nuestra inmensa y masiva indiferencia no es nada casual, ni es, mucho menos, “símbolo natural de los tiempos” ese extremado auge del “poco importa”, ni esa primacía descomunal de nuestro egoísmo e individualismo rampante. ¿Y ahora? ¿En lo personal, este será mi despistado y repentino “salto cualitativo”, luego de una lenta “acumulación cuantitativa” de descuidadas e inconclusas lecturas, ocasionales repasos, de eventuales vistazos, sobre todo, tanto de la propia realidad como de los grandes maestros de la antigua filosofía griega?

“La vida es una sola”, este rutinario y trillado cliché la verdad que incomoda y lo peor es que yo mismo lo repito, principalmente en estos intervalos de delicia máxima, instantes huidizos, donde todo se deja a un lado, o donde todo se manda a la misma miríada… de distancia y no nos importa nada, cuando en ese arranque de eternidad el revuelo y la espiral de la dicha, de la ventura nos tiene por completo embrutecidos, fugaz y despiadadamente insensibles a lo demás, que no es nada, porque ese instante lo es todo, belleza, inteligencia, bondad, trilogía de cualidades cada una en mayor o menor medida que te hace, precisamente única, perennizada en una de las mágicas y portentosas manifestaciones: el clímax, es el clímax, es… qué digo, es perdurar al lado de ti, de la más amada, de la más deseada, es, no sé…, intensidad, actitud, es vivir u otra forma de vivir, cualitativamente superior, es presente puro, aquí no hay pasado, no hay futuro ¿tiempo, qué tiempo, eso existe? Qué bruto, claro que sí. Empiezo a entender a esos magníficos “extraterrestres”, a esos “bien-pensantes” bichos raros: los poetas, si, los poetas, sobre todo cuando nos repiten eso de… “el instante absoluto”. ¿Tú, yo, dónde nos encontramos, acaso estas allí, estoy allá… lejos? Si supiéramos al menos dónde. ¿Tú vives, existes en cada una de ellas? Por momentos me pregunto, ¿cómo es que emerge la furia?, ¿será en un dramático lamento o en un delirante rugido? ¿O será en un estruendo pavoroso más allá de la galaxia, en medio de planetarios choques y atómicas explosiones, en un romper el aparente e infinito silencio del inagotable espacio, con exasperación, con rabia? ¿De verdad, estás allí? Te digo con el gran poeta de la antigüedad griega Asclepíades de Samos: “Te me niegas, ¿y con qué fin? No hay amantes, querida, en el submundo, no hay amor sino aquí: sólo los vivientes conocen la dulzura de Afrodita, pero abajo, pero en aquerón, cuidadosa virgen, polvo y cenizas serán nuestro único acostarnos juntos” y su frescor poético continúa: “Oh ustedes jóvenes que recogieron los frescos capullos de su juventud, ¡qué fuegos habéis atravesado!” ¿Y si tú eres Safo, la más relevante poetisa de la antigua Grecia? Entonces déjame escucharte: “Me parece que es igual a los dioses (…) Lo que a mí el corazón en el pecho me arrebata; apenas te miro y entonces no puedo decir ya palabra.Al punto se me espesa la lengua y, de pronto, un sutil fuego me corre bajo la piel, por mis ojos nada veo, los oídos me zumban me invade un frio sudor y toda entera me estremezco, más que la hierba pálida estoy, y apenas distante de la muerte me siento, infeliz” Y en su clásica “Oda a Afrodita”: “¡Tú que te sientas en trono resplandeciente, inmortal Afrodita! ¡Hija de Zeus, sabia en las artes de amor, te suplico, augusta diosa, no consientas que, en el dolor, perezca mi alma!” Ahora entiendo porque el rememorado filósofo Sócrates te nombraba “La hermosa” y para el célebre sabio Platón eras la “Décima musa” ¿Y fue Antíprato, el de Sidón quién la designó la “musa mortal”?, porque, sí fue este antiguo poeta griego, quién con su inspiración literaria dio a conocer al mundo sus propias siete maravillas: “He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia, que es una calzada para carruajes, y la estatua de Zeus de los alfeos, y los jardines colgantes, y el Coloso del Sol, y la enorme obra de las altas Pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esos otros mármoles perdieron su brillo, y dije: aparte de desde el Olimpo, el Sol nunca pareció jamás tan grande.”

¿En mi espacio, digamos egoísta, tú eres una de las maravillas del mundo? Sabemos bien que estuvimos compartiendo, en las alturas de esa gruta, en esa vedada morada de los dioses, siendo tú una mortal terrenal, una hermosa joven universitaria, allí estuvimos los buenos amigos y compañeros de la facultad, además de tu amiga y tú, mi encantadora y tierna pitonisa, ¿eras tú verdad? pero, ¿cómo empezó todo esto?, ya quisiera saberlo. Vamos por partes, este rompecabezas he de ir armándolo poco a poco, pero lo más rápido posible, aunque la emergente ansiedad pueda que llegue a ser insostenible y por momentos necesite contenerla con todas mis fuerzas. Primero debiera preguntarme ¿por qué yo?, entonces hallaría mil y una razones para comprender o tratar de comprender sin llegar a justificar esta racha de coincidencias y casualidades positivas, que como marea intempestiva ha venido arrasando mi entorno personal. Mi bella diosa griega, recién ahora y gracias a ti, es que acabo de conocer lo que milenios atrás el gran poeta Ovidio nos venía señalando: “La casualidad siempre es actual, ten echado tu anzuelo. En el remanso donde menos lo esperes estará tu pez” Por todo lo que me ha venido ocurriendo ya casi estaría tentado a creer en la existencia de una fuerza o energía aún inexplicable, aunque mejor debiera decir, en algo aún no descifrado, aún no conocido, pero con posibilidades de conocer. ¿Te encuentras en el milenario templo de Delfos, eres una de las sacerdotisas de Apolo? ¿Te atreves a predecir nuestro futuro? Perdona si te contradigo, mi cándida pitonisa, pero me parece que nada de lo inexplicable o misterioso o de lo casi imposible de entender, es más, ni siquiera la más mínima pizca de todo lo que superficialmente nos resulta ilógico o irrazonable, absolutamente nada termina siendo algo sobrenatural. Sí, he terminado por convencerme que la suma, reunión o coincidencia de estas “inconexas” y disímiles variables no serían algo fuera de este mundo y la consiguiente feliz secuela de toda esta cadena de secuencias, sus chispas resultantes, cima y esplendor de estos dispares encuentros, sólo podrían tener por último una explicación científica, objetiva, razonable, por momentos bien oculta o muy difícil de desentrañar, dado los múltiples y cambiantes factores que intervienen activamente en ello y que escapan de nuestro control o decisión. Si tú y yo intentáramos perpetrar la extrema locura de anotar o de estar pendientes de todos y de cada uno de esos laberintos de detalles, de todas y de cada una de las contradicciones principales y secundarias que nos influyen y nos impactan, se nos iría la vida entera y aún no habríamos ni comenzado. Imagínate, esta tarea sería igual que tratar de enumerar algo cuantioso, abundante y que todo ello estuviera aquí, y yo no tendría ni que suponer, ni que imaginar y ni siquiera tendría que partir (¿o sí?) ni mucho menos navegar fuera, muy lejos, a otras latitudes, a un lugar donde yo sería el ser supremo de todo lo existente, porque estaría en medio de la nada, en medio de un inabarcable e inagotable mar, allí, en el cubo del mundo, donde, atontado y desfallecido, llegaría a sostener lo cuadrado de la tierra, cegado y necio me pondría a aseverar que en esos desolados espacios geométricos no existirían los puntos cardinales. No, nada de eso, todo estaría al alcance de este intento de ser humano y toda esa simple tarea lo realizaría aquí, dentro del planeta, sin fantasías ni ficciones, pues bien, el trajín simplemente sería empezar a contar algo que existe y es muy real: enumerar uno por uno, (y no digo registrarlos ni darles un nombre a cada uno, sino, por ejemplo, clasificarlos de la forma más sencilla habida y por haber desde que en nuestra larga evolución empezamos a dejar de usar las manos como patas e iniciamos nuestra erguida visión, en un principio, tal vez sólo hacia los cielos y eras después hacia el horizonte de la humanidad y desde que, en forma arbitraria, iniciamos poniéndole números a todo, a esta realidad material y universal donde nunca, repito, nunca antes existió la numeración como tal, clasificación casual y caprichosa que, como es obvio, fue implantada por el ser: “uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete…”, etc.) y para contar, hasta podríamos utilizar el antiguo sistema ático o acrofónico, con lo que han de enumerar los dioses griegos y listar esto, con todo el espacio y la comodidad más que suficiente para realizar dicha labor y este afán abarcaría únicamente hasta donde alcanzara la sombra de la punta de mi nariz, pues bien, agárrate, la faena se enfocaría en una playa y lo único que tendría que hacer sería contar cada uno de los granos de arena que tendría a mi alrededor. ¿Ves?, ¡contar granos de arena!, así de igual, sí, así de igual y de absurdo sería si nos pusiéramos a anotar cada acto, cada acción, toda contradicción una por una, en fin, el resultado: no-vida, no-ternura, no-sensibilidad, qué sé yo, quedaríamos como piltrafas “humanas”, ¿esto calificaría como uno de los pequeños castigos de los dioses? No desearía llegar a merecer el resultado de la contundente pregunta del gran Eurípides: “¿No han de sufrir cosas terribles los que acometieron actos terribles?” En ese sentido, y sólo por todo lo que humanamente no podremos llegar a abarcar, por todo lo que no terminaremos de conocer, podríamos afirmar que existe y es muy real el misterio de lo desconocido, insisto, y sólo por eso. Ahora, pienso que permanece una amplísima y, en parte, transitoria etapa subterránea, fragmentaria, insuficiente y profunda del conocer, que de transitoria tiene muy poca, amplia capa de un nivel del conocimiento que digamos parece mantenerse estancada, o en un equilibrio permanente y tener “vida propia”, por decirlo de alguna manera, y eso sí, resulta muy, pero muy vasta, en la cual esos numerosos “misterios de lo desconocido” terminan alejados del inmediato alcance del intelecto, de lo racional, tal como lo hemos venido captando, aprendiendo y experimentando en su forma lógica y coherente, que viven y se mantienen “por los siglos de los siglos”, en esa especie de cómodo limbo de lo que aún o quizás nunca se pueda terminar de conocer, y menos al detalle, precisamente, e insisto, por falta de “piezas en el rompecabezas”, que en muchos casos fueron perdiéndose en el tiempo, pero también por simple o complicado desconocimiento de algunas de las partes del proceso anterior que dio como resultado a lo que ahora se nos presenta, de hecho, como un real y verdadero “misterio”, y no por otra cosa fantasmagórica o irreal, y eso quitándole todo el nebuloso y ficticio polvo y toda la tupida telaraña de quimeras y engaños, con duendecitos, monstruitos, y todas las etcéteras milenariamente conocidas, quitándole todo esto al susodicho “misterio”, entonces sí, lo poco que quede, recién podría considerarse o no como la mínima parte verdadera de esa media verdad. Con estos “misterios de lo desconocido” nos sería muy fácil dejarnos confundir por las torrenciales ficciones o las copiosas fantasías creadas a lo largo del tiempo por prolíficas e impacientes imaginaciones, muchas creadas sinceramente, (lo cual no garantiza su acierto o no) en esa, su incansable, necesaria y antiquísima búsqueda de respuesta. Por mucho tiempo, nos han venido embaucando en una endémica y persistente inocentada debido a nuestra perenne curiosidad, a la vez nos han ido creando miedos e inseguridades reales y aparentes, atiborrándonos de espejismos y supersticiones al valerse de nuestra siempre válida, ansiada, eterna y última sobreviviente: La nunca abatida esperanza. “Misterios” distorsionados, tolerados y asumidos como una posible certidumbre, debido, en algunos casos, a sus medias verdades y que hasta ahora han perdurado fantasiosamente inflados.

¿Tú también eres parte de ese misterio?, ¿diosa, tú eres terrenal? ¡Qué estúpido soy! ¡Claro que sí!, al menos algo he arrancado a esta encantada y enigmática discreción, eres una y todas ellas, ¿cada una que el frenesí de mi corazón atrapó? No; creo que lo exterioricé mal, diría mejor, ¿eres cada una que liberó nuestros ímpetus, nuestros sublevados deseos y consentidas agonías?, ¿es así?Perdóname, pero a veces pienso que soy medio retardado o un cretino completo, cuando en instantes como estos me desboco hablando-escribiendo sobre ti. Sí, ya lo sabes mi diosa, tengo la mala costumbre entre pronunciar y silabear, pausadamente y en voz baja, cada palabra, cada frase que te voy escribiendo, y sí, es posible y creo que es así: que yo hable de más y diga y escriba sandeces, debería hacerle más caso a Heráclito cuando me advierte: “La naturaleza nos ha dado dos orejas y una boca, a fin de que escuchemos el doble de lo que hablamos” Mi linda, no sé si podré corregir esta actitud, pero, no sé, prefiero a veces cometer el error de hablar de más, que mantenerme callado, en silencio, cuando, como ahora, necesito decirte y trasmitirte mis bullentes sentimientos. De verdad te digo: no me imagino la vida sin esa necesaria sorpresa, sin la maravilla del asombro cotidiano, por todo lo que no llegamos a prever o simplemente por todo lo que jamás tendremos la capacidad humana para llegar a abarcar, circunstancias y procesos en mayor o menor medida aleatorios, casuales e imprevistos que van tocando a cada ser humano, en este aparente caos “bien dirigido” en el cual vivimos. Mi diosa, no olvidemos que lo mismo que para uno toca como aleatorio o azar, eso mismo toca a otros como lo necesario y causal.

El mayor fabulista de la antigua Grecia, el gran Esopo nos recuerda que: “A menudo, lo que nos niega el arte nos lo da gratuitamente el azar” ¿Entonces, estará nuestro destino, en parte, supuestamente trazado de antemano? ¿Pese a todo, no crees que algo siempre se les “escapa”, en la inspiración, en la música, en la literatura, en lo sublime de la política, en los mejores detalles de lo cotidiano, en fin, en el amor? Creo que esto es clave en nuestras vidas, como para tener presente en todo momento: tratar que nunca nos roben la alegría del diario vivir, siempre podremos encontrar o entusiasmo o pasión o ánimo en algún afán o dedicación, desde el más sencillo y habitual de los detalles hasta la más enaltecida de las tareas, ya sean artísticas o no, pero al final siempre en función humana. Sé que desde un primer instante debía haber descartado esta rápida y superficial salida; usada y abusada para toda ocasión: la fácil, “concluyente” e “inequívoca” respuesta sobrenatural. Al menos ya sabía que por ahí no iba el asunto. Este, mi contento, esta, mi seria y pausada alegría, y que rayaba en lo extraño o en lo aparentemente obtuso y presumido, sé muy bien que no lo entendería nadie. Como esta noche en particular, a las que suelo llamar noches de deleite y ebria melancolía, cuando mi pesada indiferencia cede fugaz y ocasionalmente a purificarse en la lectura de admirables sosiegos poéticos, en esos esperados relámpagos de ocio y descanso, como este repaso del inmemorial poeta griego Anacreonte: “Yo quería convertirme en espejo, para que tú me miraras siempre; quisiera ser túnica para que me llevaras puesto siempre; yo quisiera ser, amiga mía el agua con que bañas tu cuerpo, la esencia con que te perfumas, la bandeleta que sostiene tus pechos, la perla que adorna tu cuello, y hasta quisiera ser sandalia porque así, por lo menos, podría vivir a tus pies” (…)“Flota como un alga blanca, sus manos de pálidos reflejos hienden las olas que sostienen su cuerpo y la impulsan hacia adelante. Encima de sus pechos rosados, encima de su cuello delicado, el agua profunda viene a chocar con su garganta; y en la transparencia azulada del mar apacible” Una pequeña, breve y sana envidia, (¿puede existir eso de la “sana envidia”?) por parte de mi comprobada ineptitud lírica, siempre hace su aparición ante cadenciosos y soberbios versos, espléndidos, como estos últimos.

Recién ahora es cuando, apenas, empiezo a asomarme al entendimiento de esta clásica y sugerente frase de Jenofonte, enunciado que viene revoloteando desde hace más de dos mil años: “No hay cosa más honrosa ni alegre en la vida, que dejar memoria de vuestros dichos y hechos en los que deseáis que os recuerden” En instantes de desconcierto o en momentos de meditación, de abandonarse al fluir de la conciencia, o por el sólo hecho de sentir una sensación de paz, de serenidad, bastaba con alzar la mirada y allí las encontraba, como esperándome, a esa seductora y centelleante constelación de estrellas, cambiando sí, pero tan imperceptiblemente para nosotros, la especie humana, que podríamos decir que se encontraban allí al igual que lo habrían estado en cientos de miles de años, aparentemente quietecitas, desde el estar a la expectativa cuando se dio mi inicio a la vida, (¿o simple continuación de vida, en un ente nuevo y diferente?) no desde el público y evidente nacimiento, sino desde la misma natural e idílica concepción: espermatozoide y ovulo en el encuentro decisivo para entonces sí empezar a ser yo, hasta la apacible espera de mi obligatorio e insalvable final, (tranquilo, final que ni espero ni me desespero y menos, empezando la vida, mejor ni pensar en ello…) paciente expectación por mi ineludible y seguro regreso a ser lo que fui: partículas sobre partículas, átomos sobre átomos, pasando antes, eso sí, por la travesía más importante y contundente, nuestro fugaz y trascendental paso por la vida. Fulgurantes luceros que no desisten de cambiar dramática y explosivamente, incesantes e indetenibles, algunas quizás hoy ya no existan y sólo nos dejan ver su vivo recuerdo de lo que fueron y ya no son, pero, pensándolo bien, qué equivocados estamos, sus pizquitas de luz reflejadas, son tan reales, y lo que nos llega, no es una fantasía, no es pura imaginación, no, pues sus ondas-partículas de luminosidad son tan vivas, tan reales, aunque el sitio, el inicio de donde hayan partido hoy ya no exista, pese a ello, se muestran casi imperceptibles y serenas para el común de los mortales. Figuras de pentagramas difusa y bellamente reflejadas, allí, arriba, en la oscura inmensidad y que, en mis ráfagas de efímera cordura, optaba por dejar de lado la tentación de contarlas, de lo contrario seguiría dando tristes y atormentadas razones, valederas, por cierto, a quienes querían todo lo bien para mí y de verdad me estimaban, así que mejor las dejaba tranquilitas y quietecitas, total no acabaría nunca. (A veces me hago esta pregunta, justo en el incongruente instante de un intenso y tenaz equilibrio, precisamente en medio de la feroz batalla entre la lucidez y la demencia, bien, al final de todo, ¿para quién es esta correspondencia, para cuál de ellas, es para ti verdad?)

A veces pienso que casi todo termina siendo una cadena de eventualidades, una enlazada a la otra y esta última a la otra, por siglos de los siglos, en mayor o menor medida necesarias al fin. Cada uno avanzando desde nuestro inconmensurable campo de actividades, con la innegable, volcánica y muy real contradicción social a cuestas, persistiendo en la búsqueda del consenso y la mayor unidad posible entre los seres humanos, eso sí, humana unidad para el avance, no para el estancamiento, no para la justificación y bendición de una realidad insostenible, donde podamos aportar nuestro granito de flores, de roca, de pan hacia una mejor civilización,deleitándonos de igual forma con la exquisitez y la belleza del mundo que también merecemos disfrutar, en paz y en deseable armonía para ir dándole su empujoncito a la historia, es decir, al ascenso hacia lo supremo y excelso de cada ser humano. Nunca dejemos de lado algo tan simple: somos humanos, con fallas, con limitaciones, con gustos y disgustos, (¿Y en el mundo, qué hacemos con ese resquicio de maldad que con garras y garfios sujeta su eterna agonía?) sí, pero a la vez recordemos que han sido millones de años para resultar ser el único espécimen, el original ente viviente y mejor pensante de todo el universo hasta ahora conocido y probable, (“¿mejor pensante?”, ¿o, el “mejor” avasallador de ser humano contra ser humano para su dominante supervivencia en este injusto planeta?) Homero nos recuerda el destino de este leonino mundo, en su clásica Ilíada: “¡Cómo no es posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse daño unos a otros, tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos!” ¿Será ese el destino final de la humanidad? Y el gran Platón lo expresa muy claro: “Yo declaro que la justicia no es otra cosa sino la conveniencia del más fuerte”Retumba hasta el son de hoy, miles de años después, las sabias palabras de Cicerón: “Ningún hombre debería tratar de obtener beneficio a costa de la ignorancia de otra persona” Ante esto, la verdad, no sé, ¿qué puedo decir yo?, “La única cosa que sé es saber que nada sé; y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo” y gracias a Sócrates por su oportuna frase y claro también a su discípulo Platón, quién, hace más de dos mil años atrás, lo transcribió o lo testimonió y lo dio a conocer al mundo.

Algo siempre debía de estar sucediendo en las entrañas de la materia, que, como bien nos lo recuerda el gran Demócrito: “Nada existe excepto átomos y espacio vacío; todo lo demás son opiniones” y en forma acertada decía Aristóteles: “La naturaleza nunca hace nada sin motivo” La verdad que no termino de entender, cientos y cientos de años, ¡milenios! han venido ocultándonos todo esto, y aún más, cuando Anaxágoras viene revelando que: “Nada nace ni perece. La vida es una agregación y la muerte una separación”,y cuando Pitágoras insiste en expresarnos que: “Nada perece en el universo, cuanto en él acontece no pasa de meras transformaciones” Y siendo el gran Platón su favorito, ¿por qué minimizaron o enmudecieron precisamente éstas, sus sabias palabras?: “No conocemos la naturaleza ni los verdaderos nombres de los dioses” Y aparte, pero reforzando todo ello, estaba la tan conocida frase escolar que muy bien nos enseñaron y nos machacaron tanto: “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma” ¡y qué transformaciones ultra microscópicas o astronómicas! Diferentes y nuevas “creaciones” en relación a su inmediato anterior estado y más aún, imagínate con eso de “su eterno cambio e indetenible movimiento” Ya lo decía hace miles de años el gran filósofo Parménides de Elea: “Todo lo que hay ha existido siempre. Nada puede surgir de la nada. Y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada” Entonces sí, obligado, con esa permanente acción de esa materia en eterno movimiento y cambio en un devenir de millones de años algo tenía que ir surgiendo y claro, terminaba dándose la más trascendental de todas las coincidencias habidas y por haber: la ineludible necesidad que tenía que darse junto al instante de mera casualidad que había que darse, al final, final este resultado maravilloso: nosotros, la especie humana.

En este mundo, donde aún se pueden hallar ciertos resquicios para compartir y disfrutar, como hermosas perspectivas muy reales de majestuosos valles e imponentes montañas, al igual que cautivantes extensiones de blanquecinas arenas junto al clásico y siempre relajante vasto horizonte del inmenso mar; océano que, quiera o no, inspira a dejarnos ir, a fluir y hace que uno roce “la inmortalidad de los deseos” como bien nos recuerda el gran filósofo Pitágoras de Samos: “El hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos” Yo, como te lo digo siempre, un simple joven universitario, con todo mi desconocimiento a cuestas y que, te confieso a ti mi bella diosa: sólo pude pasar con las justas gran parte de mis exámenes, me quedo nulo o medio cretino porque siento que apenas me encuentro ¿o me he quedado? en la incipiente capacidad para poder percibir lo que bien expresa el gran Lucrecio: “Pero no hay nada tan dulce como habitar los (…) tranquilos templos de los sabios, bien defendidos por su sabiduría, desde donde podemos contemplar a los que (…) andan de un lado para otro buscando el camino de la vida”La verdad que “mal-escribiéndote”, me haces pensar, y no sé, a veces digo tonterías, sin embargo, existe esta “otra” realidad, única y verdadera, (repito, no olvides que incluso toda abstracción, toda fantasía es parte, producto y creación que nace y emerge, aunque ya se haya perdido y difuminado su origen, desde la inicial realidad) realidad de la que muchos preferimos no ver ni comprender, pero sí engañarnos con cualquier “libre opción” escapista. Y quisiera estar equivocado, sin embargo, lo cierto es que a un sinfín de seres humanos en este pequeño planeta no les ha ido ni les está yendo tan bien. Iniciando nuestra era, más de veinte centurias atrás, examina lo que desde esos prístinos tiempos nos viene diciendo el escritor Terencio: “¡Con qué falta de equidad están ordenadas las cosas! ¡Que los que menos bienes poseen, tengan que acrecentar los de los más ricos!” ¿Entonces? ¿Sí, entonces? Miro a otro lado, me desconecto, me levanto de la mesa, dejo tu manuscrito hasta aquí, no más, me autoengaño. No sé, pero me quedo “estupidizado” ante estos acérrimos y muy sagaces defensores de lo inmoral e inhumano, que, desde su muy alto pedestal de barro, se convierten en “nuestros guías morales” e ilustrados justificadores de lo arbitrario de esta escandalosa desigualdad. Te confieso, mi ignorancia en este asunto es evidente, en este instante he quedado inmóvil, paralizado, la punta del bolígrafo parece estar a la expectativa de la temblorosa gota de tinta, palpitante y pequeñísima que, débilmente colgando, aún permanece allí, en titánica lucha, por un lado aferrada gracias a una mínima fuerza de atracción de las mismas moléculas o de unidad o de sujeción de algo, que, la verdad, no sé cómo nombrar esto, y que ha de caer, por otro lado, debido al otro impulso contrario, a la mayor e invisible fuerza de gravedad y aún no sé qué decir… Parecida a una vibrante gota de sudor, ha caído ya, sobre el papel se ha impregnado una diminuta, enérgica y amorfa mancha salpicada en todas direcciones, como un enigmático, incongruente y eclipsado sol, oscuro, cimbreante, impulsivo y que podríamos jugar a interpretar.

Ya te habrás dado cuenta, con todas estas injustas cosas que revolotean el espacio social, no me es fácil exteriorizar en coherentes palabras este regocijo, esporádico o no, diría mejor, esta imprecisa felicidad, la cual sería más permanente y menos fluctuante si tú, diosa terrenal, estarías aquí, a mi lado. Sin haberlo ideado, ¿mi Atenea, mi Afrodita, mi Hera?, mi indudable diosa, me has puesto en la ardua y brumosa tarea de entretejer mis vastos sentimientos y mis limitados pensamientos ¡e irrumpir y desbordar el mundo real! ¡dioses una vez más clamo su ayuda!, ya quisiera tener la facilidad de manifestar con comprensible y suma fluidez este efímero desvelo, sin quedarme en lo necio o lo indigno, ni mucho menos llegar a traspasar lo púdico. La suerte de comunicarme así contigo, aunque sea mundana y transitoria, no lo considero insignificante, para mí; cómo lo digo… es más, trasciende la inmensidad de vivir. De verdad te confieso, la alegría da mucha energía, todo este júbilo, ¿termina siendo una actitud? sí, creo que en parte es una actitud, pero no es suficiente ni lo es todo, ¿es una forma de vida?, ¿es sólo suerte?, pero, ¿qué es la suerte? Y vuelvo como el afanoso y juguetón perro dando vueltas sobre sí, buscando su nunca extraviada cola, porque siempre estaba ahí: en apariencia en el mismo punto. Tal vez, en parte, el quid del asunto sea el cómo asumir y hacer frente a las diarias batallas que nos va presentando la vida, sin negar, ni olvidar, por supuesto, lo más importante y decisivo: que el contexto histórico, el medio social, en el cual nos ha tocado nacer y vivir es el que va a determinar, principalmente, el mayor o menor nivel de posibilidades de nuestra, en este caso, limitada y mal llamada, “suerte” o “buena dicha”. Es un hecho, y nosotros, excepciones, al fin y al cabo, no bastamos para negar esta reiterada, cruda, inmensa y mayoritaria verdad. Lo absurdo de esta vida es que todos los sinceros o teatrales paliativos terminan siendo como cucharaditas de agua dulce al siempre sediento y salado mar, ¿y las principales y verdaderas causas que continúan una y otra vez generando dicha sed…? Bien, gracias. Haré como nos “hacen hacer” a todo el mundo, sin darme cuenta, simplemente desviaré mi atención hacia lo superficial, que será siempre variado y cambiante, pero programado para empantanar la mente y con ello coparé gran parte de mi más importante tiempo de vida.

Los mayores repiten y repiten hasta que cansan, que el valioso tiempo de vida es el de “nuestra fugaz juventud”. ¡Vivamos!, de verdad, vivamos y punto. Tratando de disfrutar ese potencial día a día y hagamos lo posible por comprender, por cuestionar, por preguntar y, sobre todo, como dicen, por aprender “a puntas de golpes” (bien, mi amada, lo digo metafóricamente y sólo en el buen sentido, si acaso puede haber “buen sentido” en aquella frase y lo que estoy es cometiendo una gran torpeza) hasta llegar a las causas reales, verdaderas, no sólo quedarnos en lo nimio, en lo frívolo, distraídos u ocupados, muchas veces en forma obsesiva, en esa débil “capita” de lo inmediato, atascados en las causas secundarias o tercerías, en eso que aparenta ser y que esos pocos del mundo sólo quieren que veamos. Menandro, el gran dramaturgo griego, nos viene exhortando, al igual que sus otros colegas, ya desde hace miles de años que: “Quien tiene la voluntad, tiene la fuerza”. En este momento, volveré a mimetizarme en medio del mare mágnum y me zambulliré entre la muchedumbre volviendo a mis raíces, creo que será lo mejor, continuaré siendo un ser anónimo, un individuo insignificante, medianamente gris, (creo que está mal eso de auto-calificarme de insignificante, por más modesto que sea y lo soy, o al menos, que trato de serlo) Ya Esopo, el gran fabulista de la antigüedad griega nos decía: “Nunca desprecies lo que parece insignificante, pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte”. ¿Pero, como jóvenes, acaso no es normal, muy normal que, en tiempos prudenciales, en forma constante, estemos cometiendo error tras error? Sin contar nuestro diario, activo y digamos positivo discurrir en esta vida. Sí mi diosa, lo sé, parece que te diste cuenta, es posible que, inconsciente e infructuosamente, tal vez me esté justificando. ¿Y lo que rebasa el simple error y desciende a defecto de costumbre? Suerte que tengo en mis manos el fragmento de una clásica y antiquísima carta del gran Epicuro: “Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven. Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado aún el momento, o que ya lo dejó atrás. Así pues, practiquen la filosofía tanto el joven como el viejo; uno, para que, aun envejeciendo, pueda mantenerse joven en su felicidad gracias a los recuerdos del pasado; el otro, para que pueda ser joven y viejo a la vez mostrando su serenidad frente al porvenir. Debemos meditar, por tanto, sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque, si disfrutamos de ella, lo poseemos todo y, si nos falta, hacemos todo lo posible para obtenerla.”

Ahora lo sabes, fuiste tú la que me incentivó, la que me impulsó estos primeros indicios filosóficos, sí, es cierto, tal vez he sido un poco desordenado, asistemático en esto y, recordando al gran Sócrates diría que en la práctica aún no he aprendido nada y he de seguir cometiendo mis estupideces y torpezas, sin embargo fue gracias a ti que pude iniciar mi somero y tangencial acercamiento a estos grandes filósofos de la antigüedad y la verdad, siento que mi espíritu, mi conciencia se ha…, ¿cómo lo digo sin parecer pedante ni inmodesto?, se ha expandido y ya no es lo mismo de antes. Sólo con apenas rozar el saber de la existencia de estos magnos pensadores uno se pregunta: ¿Por qué su discutible y enriquecedora sabiduría no se difunde realmente a cada ser humano y se libera de esa restricción, de ese ocultamiento en que se encuentra?Dime, mi diosa griega, ¿dónde encontramos respuesta?Mejor sigo con este descalabrado afán y siento que frágil tanteo. Continuaré bordeando el camino, cargando esta encubierta ineptitud y mi no tan natural parsimonia, sin embargo, pienso que si por mi instintiva e incontrolable impulsividad doy por acelerar irracionalmente, sé bien que podría caer en insondables precipicios, distorsionándolo todo o en el intento podría perder la cada vez más escasa razón, al menos esto torpemente me reconfortaría, que yo, un simple joven mortal y eterno desconocido pudiera acabar siendo un orate, suerte que todavía puedo distinguir lo envanecido, estúpido y jactancioso en mí, gracias a la mínima lucidez y cordura que, creo, aún me queda, (mis pretenciosas ínfulas empiezan a desinflarse como el sapo de la clásica fábula del antiguo escritor griego Esopo) E incluso, de darse esta blandengue, forzada y tremenda coincidencia, sería sólo y únicamente por el ocaso hacia la demencia, por más nada. ¿Y si termino en un desquiciamiento sicótico en caída libre y a velocidades de vértigo? Seguiré por las ramas, por lo accesorio, o por lo accidental, por todo lo que ha ido englobando y complementando esta percepción tangible de la buena suerte, que claro, y en este detalle si soy muy consciente, es y será ocasional y transitoria, y tarde o temprano cumplirá su normal, necesaria y acostumbrada curva de fluctuación, (de lo cual más adelante, ni me quiero acordar) Pero eso no es lo que importa ahora, sino lo que queda en uno de aprendizaje y que nos haya hecho reflexionar y cambiar para mejor, luego que haya pasado toda esta particular vivencia, y lo esencialtambién es el hecho mismo de haber encontrado, al fin, una circunstancial y perecedera parte de, quizás, mi eterna búsqueda, de sentir esa sensación de plenitud, de confianza, de…, no sé, te reitero, en esto creo que solo yo me entiendo, perdóname. Es posible que después de todo, uno caiga en un insondable abismo o en el inframundo del rio Aqueronte, “fangal malsano” en los oscuros dominios de uno de los dioses: Hades, sin embargo, no te has dado cuenta que pasado este auspicioso vendaval será difícil abandonar ese talante, ese…, qué te digo, esa actitud, ese espíritu, esa, por lo menos, escuálida y débil tentativa de arte de vivir, algo ha de quedar en uno cuando llegue el momento del declive, o cuando llegue el instante en que nos abandone esta generosa y extendida suerte, ¿quedará un proceder, una cualidad? No estoy seguro qué, pero de que sí, sí.

¿Y tú estarás allí conmigo? ¿Entonces sí aparecerás? ¿Con tu bellísima figura, de ensueño, con tus hipnotizadores bustos, par de discretas y tiernas prominencias?, ¿extensión de tu cuello, de tus hombros, inicio de tu sensual escote? No, parte perfecta de todo tu ser y si seguimos mirándonos, embelesado, llegaré a tu subterránea e impronunciable esencia de vida superlativa ¿Y tus gráciles y delgadas manos estarán entre las mías? ¿Hermosa mía, luego, un sensible y suave abrazo, previo al deslumbrante y quimérico beso? Te imagino con una paciente y persistente voluntad junto a tu velada osadía. Tú, con esa frágil y agradable personalidad, quién lo creería, ¿dulce y firme, contradictoria?, ¿Cómo es que terminas siendo en realidad? Tú sabes muy bien que continúas generando en mí estos acaramelados sentimientos y arrebatadas sensaciones ¡Dime cuándo podré verte, dime dónde nos podremos encontrar, y ahí estaré! ¡Pero ya! ¡Qué se acabe toda esta angustia de una vez por todas! …Perdóname. Y permíteme ser un poco indiscreto y directo, lo esencial entre tú y yo sería convivir, compartir y qué se yo, generar la propia felicidad, como toda pareja que se ama de verdad, como yo te amo a ti (¿Tú crees que alguien puede amar, lo que se llama amar, de mentira? Por ende, ¿Crees que puedo llegar a ser un perverso y despreciable farsante, un miserable embustero en esto de mis sentimientos?) ¿Y tú? Sí, Tú, enamorada, novia, compañera e ilusión mía, ¿sientes lo mismo por mí? ¿…Y si me dieras una respuesta negativa? ¡Sería el acabose! ¡Todo habría sido completamente irreal! ¡Una tremenda farsa, una invención, un engaño! ¡No, imposible! Una respuesta negativa de tu parte sería algo fuera de este mundo, ni siquiera podría estar dentro de la más mínima de las probabilidades, ya sean algebraicas, trigonométricas, cuánticas ni moleculares espaciales-temporales, un “No” no tendría ni posibilidad de ser o de existir ni en las fantasías más inverosímiles ni mucho menos en lo verosímil, estaría fuera de toda contingencia azarosa, casual, y por supuesto, fuera de toda causalidad real. Así que mejor borremos esto. ¿Podríamos conversar sobre pequeños detalles cotidianos, sonreiríamos de alguna ocurrencia tuya o mía? El sólo estar ahí, tranquilitos, amparados en nuestro cómplice, agradable y mutuo silencio o el sólo hecho de escucharte, y de que tú me escuches, de compartir vivencias, de que estés allí junto a mí ¿acaso no bastaría? ¿Te harías presente toda?, primero lo más significativo de ti, ¿acaso tu forma de ser, de pensar y de sentir, luego tus discretas caderas, tus agraciadas piernas, ni más, ni menos, perfectas, serías una obra de arte, tu mirada, tu…? ¿Toda tú? Sí, así ha de suceder. En esos eternos e inmemoriales días, cuando tuve la dicha de encontrarte, de encontrarnos, mi diosa, y trascendiste a ser mortal, a ser una bella joven universitaria, eras tú sí, sin lugar a dudas claro, sentía y presentía que era así, definitivo eras tú. Todo el ambiente, el momento y algo más, no sé, pero todo indicaba un buen presagio, los compañeros y compañeras de la facultad dicen que juntos irradiábamos, sin penas ni ataduras, una “contagiante”, espontánea y natural alegría, sobre todo, y de eso sí estoy seguro, una silenciosa sensación de satisfacción que nos era difícil de ocultar, es que estábamos felices y embobados. El gran filósofo de la antigüedad griega, Anaxímenes nos dice: “Los contrarios supremos, principios de toda generación, son el frio y el calor” ypercibir el impacto de dicho reflejo contradictorio en una dulce reacción entre calor y frio, en tu suave y delicada piel, resulta increíble, la verdad, todo un espectáculo, no sé cómo, pero poder apreciar esos microscópicos destellos, en un rejuego de colores, de brillos, de tonalidades a través de nacientes e infinitos brotes de gotitas de sudor, apenas perceptibles, es fantástico. Dime, ¿serían producto de tu nerviosa alegría? No llegaré al extremo del joven griego Aconcio de Ceos que frustrado y muy enamorado de la bella Cídipa de Naxos , estando ella en pleno Templo de Artemisa el adolescente le alcanzó una manzana, ¿o fue un trozo de madera?, con una inscripción aún desconocida, y que inocente, ella misma leyó en voz alta ante el santuario sagrado: “Juro por Artemisa que me casaré con Aconcio”. Y creo que ella tuvo que cumplir su sorpresiva promesa y solemne juramento. No, así no, en cuestión de sentimientos me sería muy difícil actuar con engañosas astucias, es cierto, no soy nada ejemplar y siendo un simple humano, con errores y defectos, confieso que sí he de haber cometido mis vivezas, pero en otros asuntos distintos. Mejor dejemos a los dioses tranquilos, creo que estoy bien en mi tridimensional y llano espacio terrenal.

Desde mucho antes de la universidad, es más, desde los últimos tiempos del colegio ya te soñaba. En esta concatenación universal de todo lo existente, ¿estabas predestinada por la ley de lo necesario y lo casual a que yo llegara a rozar tu vida, incluso mucho antes que pudiera aprender a leer? Confieso que contigo recién, y apenas, estoy empezando a entender el gran significado de la famosa y antigua paideia griega. Dionisio de Halicarnaso a fines de nuestra era, hace más de dos mil años ya nos decía sobre el inicio del aprendizaje en esta, nuestra única vida: “Cuando aprendemos a leer, aprendemos primero los nombres de las letras, después sus formas y sus valores, después las sílabas y sus propiedades, y finalmente las palabras y sus flexiones. Después empezamos a leer y a escribir, primero lentamente, sílaba por sílaba. Cuando, a su debido tiempo, las formas de las palabras se fijan en nuestra mente, leemos ágilmente y acabamos leyendo cualquier texto que nos ponga delante, sin tropezar, con increíble facilidad y velocidad”. Y en la obra “Protágoras” del gran filósofo Platón leemos: “A los muchachos que no están todavía habituados a escribir las letras, les dan la tablilla después de haberles señalado las letras con el estilo” Mi diosa, te confieso que quedé alelado y medio sonreído con la tan conocida anécdota del gran filósofo Sócrates y que, por suerte, nos dejó por escrito hace casi dos mil años el historiador Diógenes Laercio: “Cierto día un rico ateniense encargó a Sócrates la educación de su hijo. El filósofo le pidió por aquel trabajo quinientas dracmas, pero al hombre le pareció un precio excesivo. -Por ese dinero puedo comprarme un asno.–Tiene razón. Le aconsejo que lo compre así tendrá dos” Me acuerdo, sobre todo, ese día en el colegio, estaba en clase y la lección se centraba en “La tabla periódica de los elementos”, te digo la verdad: no entendía absolutamente… nada. No había otra opción que abrir la página del libro y quedar pegado al pupitre viendo la susodicha tabla, y sí, me puse a observar detenidamente cada elemento, pero, sobre todo, sus símbolos, parece incongruente y tonto decirlo, pero en ese instante, mientras veía aquello te imaginaba. Si desde ese tiempo ya te hubieses hecho presente, no sé cómo, pero me habría acercado a ti con pretendidas y sanas intenciones ¿Cuál habría sido tu primera reacción? ¿Acaso la del símbolo del Helio, “He”?, me queda la duda. Es posible que permanecieras sorprendida, no sabiendo en lo inmediato qué responder, o tal vez lo sabrías muy bien, pero esperarías darte un respiro, de cuestión de segundos para al menos insinuar una respuesta. Si, te entiendo, qué bruto soy, ante la presentación de un primer intento o primer anhelo, ¡cuándo y dónde se ha visto que una linda joven como has de ser tú dé, de inmediato, la respuesta del símbolo del Silicio, el Sí! ¿Y si al acercarme a ti, sí a ti, mi colosal y pesada bota habría pisado tu diminuto y frágil calzado junto a tus piececitos de diosa encantada? (mi inquieto y nervioso desequilibrio mental no podía dejar de mal-actuar en ese crucial instante) ¡Au!, ¿el símbolo del metal más preciado, el oro, sería tu repentina reacción? ¿…un leve y gracioso aullido? Había que ir despacio, porque si por mí fuera, allí no habría lugar para vacilantes alternativas o indecisas disyuntivas, así que el símbolo del Oxígeno, el ¿O?, no tendría ni la más mínima opción en esa primera tentativa. Definitivo, no me quedaría otra opción que confiar en el símbolo del Hierro, Fe, sí, tener Fe en instantes de bajón emocional, debiera tener siempre presente las dos letras, única sílaba de este símbolo. Lo que ni siquiera me atrevería a pensar de parte de ti, es en una respuesta final y cortante como la del símbolo del Nobelio, el ¡No! En ti habría el renovado y constante equilibrio perfecto con la cantidad proporcional y exacta de cada uno de los necesarios elementos, lo sé, lo sé muy bien, tú no le darías mayor énfasis a un solo elemento, llevarías Fosforo (P) en tu ser, y confieso que desconozco si esto pueda tener algo que ver con la ignición, pero si se trata de ti, entonces sí pondría mi mano en el fuego: tú misma, tan hermosa y cautivante como la secuestrada Helena podrías ser la causante que ardiera Troya nuevamente. En todos estos años en los predios de la universidad, siento que cada día te encuentro más bella. Te reitero “con el corazón en la mano”, tú eres cada una y todas que, en su momento, realmente he amado, pensándolo bien, ¿cómo quedan las de puro gozo y transitoria satisfacción? Complacientes ninfas que en forma esporádica rozan mi vida en mutua aquiescencia ¿Ellas no cuentan? ¿Soy un maldito, un desgraciado por ello? No termino de entender, la verdad, ahora no tengo respuesta.

Con tantos dispares elementos en el ser humano e imaginando tu tenue y tersa belleza ¿No sería lógico y científico que tu jabonosa piel y toda tu dúctil y sedosa figura sean producto del sostenimiento constante de esas beneficiosas y pequeñísimas transformaciones químicas? ¿Y si a ello sumáramos los elementos del arte? Es que de por sí estas virtudes y sutilezas ya se encontrarían en ti. Podría asegurar que en las noches no necesitarías el Neón (Ne) para relucir. ¿Mientras irías caminando en plena vía, los otros seres pasmados a tu alrededor, acaso no nos veríamos borrosos y casi desapareceríamos de escena? Te lo reitero que, entre tantos símbolos, como ansiada respuesta tan sólo una debía brotar de tus labios, la del símbolo del Silicio: ¡Sí! y pare de contar y a partir de ahí, el mundo, no sé si se acelera o se hace más lento, o más fluido o más suave, lo que sí sé es que todo, todo cambiaría cualitativamente para mejor, mucho mejor. Y tal como voy viendo ocasionalmente en la propia vida de las personas mayores, su mejor experiencia de vida creo que ha sido más de resistencia y no tanto de velocidad, lo que sí sé es que, con ese sí como respuesta, de inmediato yo echaría a correr y correr, hacia al amplio horizonte, ¡Feliz!, y aceleraría igual o más que el mayor maratonista y oportuno salvador de la antigua Grecia: Filípides, sin importar si llegara ganar o no mi triunfante corona de olivo, aunque el incrédulo mundo a mi alrededor, al verme en ese instante, lamente mi caída en desgracia y llegue a su razonable y lógica conclusión: “Medio orate u orate completo” ¡Desde entonces tú, mi diosa griega, volverías a ser realidad! ¿Serías Friné, una de las más bellas hetairas de la antigua Grecia? La misma que estaban a punto de condenar por impiedad, porque todos decían que, ¿te creías? o te parecías a la sagrada y encantadora diosa Afrodita. En ese preciso instante, a punto de dictar sentencia, dejaste caer todos tus trajes que se esparcieron en el piso y quedaste tal como viniste al mundo y, ante los severos jueces tu fiel defensor preguntó. “¿Cómo puede ser impía una mujer que tiene forma de diosa?” “¡Piedad para la belleza!” Fue recién entonces que el completo tribunal te absolvió de culpa.

Dónde estés mi diosa, aquí me encuentro a tu espera, en mis sueños, viviendo una brizna de infinitud en este pequeño espacio terrenal, habitando ocasional y tangencialmente la ansiada morada de los dioses, tratando de presenciar, aunque muy alejado para poder escuchar y entender bien, a los antiguos sabios que, por suerte, creo no importunar con mi indiferente e imperceptible presencia. Me escabullo entre los cercanos árboles de olivo, esquivando al astro sol que busca ciegamente a quien asentarle sus suaves y tibios rayos de luz. ¿Dónde me encontraba? La verdad, no estaba claro, como un simple joven, me preguntaba ¿Quién soy, adónde me dirijo en esta, dizque, corta vida?, si tal como me recuerda Empédocles: “Yo he sido ya, anteriormente, (…) arbusto, pájaro y pez, habitante del mar” Sin embargo, en esos oníricos instantes, ¿acaso hurgaba como un intruso extravagante en los alrededores de las famosas escuelas filosóficas? ¿Qué hacía yo en aquel lugar, ajeno a todo ese mundo de sabiduría, más que de conocimientos, allí parado, todo timorato y en suspenso, bordeando la célebre y memorable Academia de Platón? ¿O me hallaba fuera, contiguo a lo que sería uno de los ventanales del acreditado y prestigioso Liceo de Aristóteles? Es el gran Séneca quien llega para que yo no olvide, sin atenuar ni restringir mi esencial condición de ser humano, sobre dónde me encuentro y reflexione bien mi exploratorio andar, mi efímero transitar que he de irrecorriendo en este vital y microscópico espacio del inconmensurable universo: “Para poder ir a algún lado, primero tenemos que saber dónde estamos” No entiendo, no termino de ver con claridad esta onírica realidad, lo que sí me parece es que recorría polvorosas calles y resplandecientes vías públicas, ¿fue precisamente allí, al aire libre que, de forma imprevista y sin querer, logré escuchar al gran Sócrates? Es una verdad inobjetable que algo pude oír y valorar, aunque en un ambiente difuso y entre quimeras; y concuerdo con el sabio y matemático Pitágoras, (por supuesto, bajándome de esas nubes y en absoluto, sin compararme con el gran filósofo) cuando nos dice: “Pero, ante todo, sed verídicos. Únicamente la verdad da a la palabra el poder de la lira de Orfeo” Mi adorada diosa, permíteme que sea el poeta Cleóbulo, uno de los antiguos siete sabios de Grecia quien te manifieste parte de mis sentimientos: “Mientras fluyan las aguas, y se eleven/ de la tierra los árboles frondosos;/ mientras renazca el sol, y resplandezca/ en las esferas la argentada luna;/ mientras corran los ríos y los mares/ por las riberas extenderán sus olas / aquí estaré”

Desde tiempos inmemoriales mi diosa, para suerte de la humanidad, pese a todas sus divergencias, pese a todas sus bifurcaciones, donde cada cual se encontraba halando en distintas y múltiples direcciones en antagónicos intereses, al final la convergencia común de la civilización ha terminado siempre en un necesario e incesante ir hacia adelante, hacia perfectibles y superables formas de supervivencia, en una constante lucha por una mayor calidad de vida. Ahora entiendo por qué el eminente filósofo Parménides nos decía, con una serena sabiduría y con gran certeza en el futuro, esta concluyente y simple frase: “La razón acabará por tener razón” En comparación con los salvajes, torpes y paulatinos tiempos de cientos de miles de años anteriores, apenas en estos últimos par de milenios gracias, y en parte, al gran salto que representaron los célebres filósofos de la antigüedad, nos hemos optimizado en cuantitativos y cualitativos avances, sin negar esa otra realidad histórica reiterativa y paralela: que a la vez hemos decaído por décadas y centurias en graves retrocesos. Venimos desde situaciones brutales y primitivas hasta esta ocasional y afortunada modernidad, “posmodernidad” en su aspecto negativo: persistente e incuestionablemente parcial, sesgada, egoísta, mutilada y absurdamente asimétrica. Felices “a medias”, sobre todo, los menguados “capas medias” por ser honrados por los dioses y que hemos conquistado, (y no nos ha sido regalado), el ansiado acceso a las arenas movedizas de este precario, consumista y desolado paraíso. ¿Nos cegamos y no vemos que sólo somos una temporal y movible fracción, un corto y efímero segmento de la humanidad quienes podemos disfrutar, y sacar provecho en forma plena, de los avances de la ciencia, de la tecnología? ¿La innegable, plausible y fructífera condición de modernidad de estos tiempos está significando, como requisito sine qua non para su propio progreso, la permanencia de la irracional disparidad? Aunque ahora mejor presentable, mejor enmascarada y más “decorosa” que siglos anteriores, ¿pese a ello, acaso no continúa siendo una inhumana injusticia? ¿O será que la humanidad, su inmensa mayoría, ahora sí vive feliz su menoscabada y cotidiana existencia? ¿Contentos, saltando en un solo pie? ¿En este mundo donde alardean y se ufanan de la necesaria, masiva y voluminosa comunicación instantánea y asequible, acaso de igual será su interés por “azuzar” e incentivar el “masivo y voluminoso” reflexionar de los seres humanos? Sí, me refiero a ese escaso pensar turbulento, cuestionador y lúcido. Dime mi diosa esto que, la verdad, no entiendo, ¿acaso no es en estos tiempos, cuando, precisamente, más nos sentimos incomunicados? ¿Qué nos está pasando como seres humanos y efímeros viajeros, circunstanciales, de este universo? Que, como seres vivientes en eterno cambio y gracias al azar que coincidió con la necesaria causalidad, logramos abrirnos paso en esta tormentosa y sorprendente infinitud. ¿La “normalidad” de las enraizadas, constantes y absurdas disparidades es lo “moralmente” justificado, como lo fue la “noble” e inhumana esclavitud ya en tiempos de los ilustres y antiguos filósofos? El escritor Cicerón hace más de dos mil años ya venía martillando nuestras conciencias con esta sentencia: “La sola idea de que una cosa cruel pueda ser útil es ya de por sí inmoral” y el antiguo poeta Cleóbulo no cejaba en recordarnos que: “Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario”

“Los jóvenes son como las plantas: por los primeros frutos se ve lo que podemos esperar para el porvenir”: Demócrito. Si se refiere a ti, mi diosa, el antiguo gran filósofo acierta completamente, eres un brote, un capullo, un ramo de flores de encantadora fragancia. Tú como que impulsas el porvenir, y es innegable: el futuro lo estamos viviendo en el presente que está dejando de ser, en este cambiante entorno de euforia, dicha y tranquilidad, en toda esta excepcional actitud de vida que viene y se acerca en forma constante, y que gracias a ti, sólo basta que el expectante y maravilloso futuro vaya apareciendo o apenas asomándose, y ves, ya lo vamos viviendo en permanente sensación positiva, justo ahora cuando los dioses parecen habernos concedido su generosa Providencia. Tienes razón y, a decir verdad, no me había percatado de ello, creo que ando o andamos diría yo, siempre apurados, “comiéndonos” el tiempo, tratando de consumir, de malgastar tal vez, éste, como tú lo llamarías “inapreciable tiempo de los dioses”, es que, tú lo sabes, mi ansiedad por verte, de compartir contigo, siento que me extingue, me apura, me atormenta y a la misma vez como que, no sé explicarlo… me activa, me inspira, me fortalece. Sí, debo aceptar que la diaria e insistente realidad me enseña y me aporrea y yo estúpidamente olvido al gran Séneca cuando me dice: “A los que corren en un laberinto, su misma velocidad los confunde” Por eso intento volver al vívido presente las acertadas palabras del gran Marco Aurelio expresadas hace más de dos mil años: “Todo el océano: ¡Una gota del universo! (…) todo el presente, un instante en la eternidad” Trato de ser realista y no me engaño, sé muy bien que todo esto será, en el mejor de los casos, circunstanciales tiempos de suerte, precarios, pasajeros, perecederos… ¿Cómo tú?, ¿cómo yo? ¡Qué digo! Al menos yo, fatuo mortal ¡inevitablemente sí! Todavía creo ser consciente de mi ocasional irracionalidad que, una vez más, trata de realizar su fugaz aparición, por eso mi ninfa divina, no sé, pero siento que me encuentro en los inicios de una densa y confusa búsqueda de algún sentido racional a esta vida y las opciones que nos presenta el destino, la historia, el sistema son, sobre todo, vacías, indiferentes, triviales y contradictorias y que no dejan de aparecer en tentadores destellos enceguecedores delante de nosotros, eso sí, de múltiple variedad superficial y prácticamente copándolo todo, tanto en forma subliminal, tangencial como directa. Te confieso que aun no entiendo ni estoy claro en muchas cosas esenciales de esta vida, por ahora, como te has dado cuenta, vivo la vida “viviéndola lo mejor posible”, con mis inexcusables ignorancias y mis reiterados errores, tratando de aprender algo en los claustros universitarios, en la cotidianidad de mi hogar, de mi ambiente y, además, intentando envolver todo espacio y todo tiempo, ¡eterno! en un transparente amor, en un visible sentimiento hacia ti mi bella diosa, así de simple.

Mi diosa, cumples a la perfección lo que bien dice Pitágoras: “La mujer ha de usar sus gracias con tal tacto, que siempre le quede una por descubrir” Y tu fogosa atracción es tal en mí que: “Muchos incendios arden bajo la superficie” en certeras palabras del filósofo Empédocles ¿Dime, en esta nuestra única realidad, aparecerías con tus inseparables, íntimos y ajustados “jeans”? Quedaría todo atolondrado y sin palabras, porque al observarte a cierta distancia, sería aquella artística y atenuada letra “Y” griega la que reluciría en ti. Ahora, ya para qué hablar de lo anterior, de lo que aconteció, eso, circunstancial y tangible allá, con los compañeros de la universidad, de todo lo que yo me imaginé que podía haberte pasado y que por suerte no sucedió. Tú has visto que, en el transcurso de este intento de comunicación, mi limitado discernimiento por suerte (y por propia decisión) siempre ha tratado de buscar el apoyo de los grandes pensadores, he aquí ahora al gran filósofo Epicuro que viene en mi ayuda con dos de sus sabias frases: “Será necesario que sirvas a la filosofía para obtener la verdadera libertad. Quien se dedica y entrega a la filosofía no debe espera, muy pronto será emancipado, pues servir a la filosofía significa libertad” y “Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio”. Mientras el mundo sigue en lo suyo, tú y yo, no sé, siento como que nos encontramos en una constante situación de no terminación o de no saber en qué terminará todo esto, digamos, entre una absurda y paradójica mezcla de angustiante espera y, a la vez, de ansiada y feliz sensación de que has de aparecer muy pronto, estoy seguro que sí. Tenía que ser el gran Platón quien viene en mi ayuda a centrarme en mis cabales cuando siento rozar, con grandes chispas, los límites de la cordura: “Tres facultades hay en el hombre: la razón que esclarece y domina; el coraje o ánimo que actúa y los sentidos que obedecen”

En las postrimerías de este inexperto y desordenado escrito, viene a mi mente unas de sus últimas palabras del gran Sócrates: “¿A qué pena, a qué multa voy a condenarme por no haber callado las cosas buenas que aprendí durante toda mi vida; por haber despreciado lo que los demás buscan con tanto afán (…)?” Y esto gracias al vivo testimonio de su máximo discípulo, el gran Platón. Desde esta misma antigüedad se descubrió algo que, ahora, al conocer recién de esto, he quedado impresionado, porque nos sirve, incluso sin saberlo, en nuestra mejor apreciación del arte y la belleza, tú sabes que me refiero a la mágica proporción áurea o número áureo, concepto que en honor al gran escultor Fidias se representó con la letra griega Phi, cierto, la gran escultura de la diosa Atenea (¿eras tú?) estaba entre sus creaciones en la famosa Acrópolis de Atenas. ¿Tú, mi hermosa diosa, acaso no eres reflejo de esa irracional armonía, de esa plácida y estética simetría de esa maravillosa proporción áurea? De ahí derivo a pensar que sí, es cierto como lo afirmó hace cientos de años el filósofo G. Vico: “La historia se repite en espiral”, sí, pero nunca se repite igual, pues el indetenible cambio y el movimiento son, además, y, sobre todo, inherente a todo y la esencia de todo, absolutamente todo lo existente, sin embargo, ¿Si la historia se repite, no será con la forma de espiral de una “Sucesión de Fibonacci”? ¿Forma de espiral que se repetiría e iniciaría un nuevo comienzo, indeteniblemente, cada extenso periodo de tiempo?, donde, digamos, empezando con el elemental e infantil uno más uno igual dos, uno más dos igual tres, dos más tres igual cinco, tres más cinco igual ocho, cinco más ocho, igual trece, etcétera, todo nuevo número se va calculando sumando los dos anteriores a él y así, se sigue en una secuencia de una, cada vez más inconmensurable espiral infinita. En ti está la armonía perfecta, incluso tus imperceptibles imperfecciones son una parte necesaria de toda tu mayor y completa simetría. Ya el antiguo matemático griego Euclides estudió el famoso e irracional número áureo o divina proporción, ese uno punto seis, uno, ocho, cero, tres… resultado de lo cual yo sigo sin entender y mi total desconocimiento sólo me limita a tratar de apreciarlo en la propia cotidiana vida, pero, sobre todo, ya tú sabes, sobre todo en ti.

Cuando estoy de vuelta del planeta Tierra, de esta contradictoria, incongruente y única realidad y, especialmente, cuando decido abstraerme de todo, tú no sabes mi diosa, lo relax, lo descansado que me siento por sólo por el hecho de pensar en ti, y la verdad, disfruto de esos serenos momentos de felicidad, Por eso, luego, y sólo luego de vivir y razonar la realidad, creo que, en fugaces instantes, resultan oportunas y reconfortantes las sabias palabras del gran filósofo Tales de Mileto: “Aísla tu persona en tu mundo interior y reflexiona sobre el sistema del universo” ¿Qué piensas, podrás decírmelo? Te escucho, soy todo oídos, por ti vengo de estar pendiente hasta del más imperceptible mensaje y hasta de la más disminuida y ahogada señal en el universo ¿podría provenir de aquellos inmemorables tiempos de la antigüedad filosófica? ¿O, simplemente, he de ir descifrando la suave delicadeza de tu mirada? En este instante seguro ha de asomar una fugaz y ligera sonrisa de tus labios, pero tú, mi diosa, lo sabes bien, es cierto, tus bellos ojos transmiten una serena sagacidad, una básica y sutil agudeza mental, una natural finura espiritual, semblante de una contemplación sensible y cautivadora. ¿Y tu volátil y hermosa cabellera? creo que medianamente extensa, ¿hoy estaría ondulada o suelta? Insisto, ¿en qué lugar del universo real o imaginario te hallarías ahora? ¡Despabílate! ¡Debería auto-increparme mucho más! Parece que mi lerdo e incomprensible desequilibrio siempre trata de persistir con su protagonismo. Debo tratar de hacerlo a un lado e intentar permanecer en la sensatez, en mi sano juicio, difícil, muy difícil… Quizás esté demás decirlo, pero basta sentir esta auténtica y concluyente sensación: hemos llegado a esta nueva etapa de finales y comienzos, sea como sea, mi linda diosa griega, por propia convicción seguiré siendo tu dichoso, libre y soliviantado rehén, jovial confinado en las soñadoras ternuras de tu fantástica figura, aunque a ti, terrenalmente te toque pasar a ser y estar en otra persona, en aquella maravillosa materia con su máxima mejora y esplendor: su espíritu, su consciencia, al final, tú, celestial humana. Feliz desenlace y beneficiosa consecuencia de todo el paciente y estoico devenir en milenarias épocas e incontables eras en movimiento. ¿Serías la más hermosa de las Cariátides de uno de los templos de la Acrópolis Ateniense? Al expresarte mis sinceros sentimientos trato de acercarme, confieso que con dificultad y cierto descuido, a esta gran enseñanza del gran Séneca: “Decir lo que sentimos; sentir lo que decimos, concordar las palabras con la vida” Ahora es cuando estoy empezando a entender bien el significado de esa famosa, cursi y tan repetida frase que para muchos ya se ha hecho cliché en desuso, de poco valor o de escaso contenido real: “Nuestro amor es para toda la vida” ¡Pero es tan cierto, cuando el amor es de verdad! Porque mi diosa, mi amor hacia ti permanece a través de los tiempos, y continúa, así sea en otra mujer, perenne y mudadiza receptora de todo mi sentimiento y toda mi pasión. ¡Compartiendo, intensamente felices, nuestros temporales caminos de vida!

¿Cómo puedo predecir una repentina penumbra? Si hubiera tenido de sabio maestro al filósofo Tales de Mileto hubiese advertido de las tenebrosas sombras que se me avecinaban, tal como predijo lo que nadie esperaba; el oscuro eclipse de hace dos mil años. “La palabra es sombra del hecho”: me recuerda el gran filósofo Demócrito, su genial y acertada frase llega justo aquí y ahora, en medio de mis momentáneas y desfavorables circunstancias. Mi amada diosa, deseo dejar todo hasta aquí e irme, no sé a dónde, pero embarcarme lejos, muy lejos, perderme hasta mimetizarme entre las insensibles rocas y colinas, o desaparecer subrepticiamente, deambulando por el mundo sin razón y sin sentido en un absurdo y vacilante zigzagueo que, sin embargo, directo y seguro me ha de lanzar al propio abismo del oscuro delirio o a la volátil y lunática esquizofrenia. ¿Entonces, ante esto, qué he de hacer? …Han surgido en forma espontánea, debo confesar que no he podido retenerlas, traviesas, y sin haberlas llamado, han aparecido quizás, para apaciguarme o desahogarme, y, no sé, ¡qué más te puedo decir! Déjame calmarme, que esta humedad en mis ojos no se ha manifestado por mi consciente y razonada voluntad, estas incontrolables lágrimas han empañado mi vista y no dejan que continúe borroneando mis incoherencias. ¿Cómo podría saber nuestro gran filósofo Platón que estás, sus precisas y oportunas expresiones, dos mil años después, lo habría escrito también por mí, por ti, mi idolatrada diosa?: “A mí también, y contra mi voluntad, caíanme las lágrimas a raudales, de tal manera que, cubriéndome el rostro, lloré por mí mismo, pues ciertamente no era por (…) por quién lloraba, sino por mi propia desventura” He de hacer un alto, lo sé, necesito dar un respiro, sí, es lo mejor creo. Nunca pensé que llegaría a tener que escribir sobre esta situación, pero la vida es imprevisible, sí, es posible, porque en el fondo no tenemos la múltiple capacidad de ir analizando toda la suma de varios componentes y actos que se van acumulando y que, de pronto, saltan a eso, a lo repentino e impensado, y en lo que nos toca a nosotros mismos, también porque, por una mala rutina o sin darnos cuenta, vamos descuidando y dejando lo que podría, tal vez, haberse calificado como positivo. Si, está bien, acepto que son débiles razones y todo ello no se justifica. Recién volvía a la dura realidad en ese fatídico momento, aquel instante no había otra que verme obligado a tener que comprender y aceptar que era un ser mortal, simple y disgregado en medio de mi mediocridad, de mi indiferencia socialmente impuesta, o impasiblemente admitida o de mi inacción hecha un cotidiano y “normal” hábito, y lo peor, sin llegar a ser muy consciente de ello. Si, a “fuerza de golpes” tuve que entender y reconocer que las relaciones de amor, terrenales, así sean las más sinceras y verdaderas, pueden llegar a tener su propio tiempo extinguible, agotable, y si es así, se van consumiendo como el discurrir del más espléndido y armonioso reloj de arena. Pero lo nuestro, sí, lo nuestro, ¡porqué en tan breve tiempo! ¡Cuando tú, si tú, mi diosa adorada dejaste de ser tú, y nuestra relación dejó de existir! Fue algo contundente, impactante, demoledor en mi vida, ¡Sí, así es, habíamos terminado! ¡Precisamente con la divina y hermosa estudiante universitaria, con mi compañera, con la que terrenal y temporalmente habías sido tú, mi diosa! Al menos, así lo creí, y esa impetuosa realidad no dio tiempo para pensar ni para recapacitar, llegó desmoronando todas mis nacientes dudas, arrasando mis incipientes perplejidades y decapitando mis fugaces, y en un tris, truncados asombros. Esto como que no dejó cabeza sin rodar. ¡Era yo el cretino, tenía que ser yo el inepto de no saberte comprender, de despistarme en algún instante de ese armonioso fluir contigo! Ya Platón acertaba en decirnos: “Debemos buscar para nuestros males otra causa que no sea”…!Ninguno de ustedes, Oh dioses, ninguno debe cargar con mis culpas! Y con el antiguo filósofo Empédocles pude lanzar un grito ensordecedor y brutal: ¡“Soy un desterrado y errante de los dioses”! Un penitente ermitaño alejado de los únicos creadores de los dioses: ¡la propia humanidad! Yo era “El hombre embrutecido por la superstición, (…) el más vil de los hombres” en palabras de este gran filósofo Platón. ¿Cómo es ese mundo terrenal de vivir sin ti que, si existiera, sería para mí un mundo falso, aparente, engañoso e irreal? Ante esto, ¡qué hago! ¡Cómo actúo! Si, debo tranquilizarme y tomar en cuenta lo que me está tratando de decir nuestro gran maestro y sabio Epicuro: “No se desarrolla el coraje al ser feliz en tus relaciones todos los días. Se desarrolla el coraje al sobrevivir tiempos difíciles y desafiando la adversidad” ¡Sí, cómo olvidar que al final somos seres de este mundo! ¡Con conflictos, desavenencias y discrepancias! ¡Qué siempre han de surgir, o para debilitar o para fortalecer nuestra mágica relación! ¡Ohmi Diosa, cuanta ignorancia habita en mí! He de sobreponerme, no puedo ni debo dejarme caer, tomaré en cuenta este valioso mensaje del antiguo gran filósofo. Sí, soy joven, lo sé, y aún me queda mucho camino por recorrer y por conocer y se han de presentar en mi vida otras tan bellas como tú, ¿pero acaso ahí estarás tú mi diosa? Siento que el gran Séneca trata inútilmente de apiadarse de mí, de abarcar mis tribulaciones con sus sabios, pero, (tal vez para mí en este caso), improcedentes consejos: “El ardimiento juvenil en sus comienzos es fogoso, pero languidece fácilmente y no dura, es el humo de una fogata liviana” ¡Pero mi diosa hacías brotar, no sé de dónde, chispas de luz de mí! Porque ante ti, de eso sí estoy seguro, mi evidente estupidez o huía o disminuía. Ha tenido que suceder lo que sucedió, para recién empezar a percibir y, sobre todo, comenzar a valorar en su justa dimensión, el sabio consejo del gran filósofo de la antigüedad, Epicteto: “La clave es mantener la compañía de gente que te aporta, cuya presencia saca lo mejor de ti” Dime, ¡dónde he quedado! ¿Acaso en medio de la nada, luego de esto qué viene? A pesar que el inmemorial filósofo Parménides de Elea nos asegura que: “Nada puede surgir de la nada” ¿Ahora, en estas nuevas condiciones, subsiste esa mínima posibilidad de navegar con vida entre esos inminentes y temibles peligros de Escila y Caribdis que nos narra el gran Homero? ¿Qué puede importar luego de este cataclismo? En ese momento, es difícil pensar con cordura, no se trata de cuan valiente o cuan cobarde sea uno, no sé cómo explicarlo, ahí uno no piensa, todo se transforma en un dejarse llevar por el fluir del tiempo y en un dejarse arrastrar por los imprevisibles acontecimientos. El maestro Sócrates desde hace dos mil años, con sus enseñanzas filosóficas, ha venido esclareciendo nuestras erráticas consciencias, nuestros confusos e indecisos espíritus. Ante esta fulminante situación, ¿si busco una salida, una enseñanza entre su pródiga sabiduría? “No puedo enseñar nada a nadie. Sólo puedo hacerles pensar”: Sócrates. ¡Pensar, razonar! Es lo que menos hago en medio de estas desesperantes circunstancias, ¡mi cerrazón me embrutece aún más! ¿Y si este infortunio fuera como caer en un rio caudaloso, con impetuosa fuerza, y ahí iríamos alejándonos y alejándonos en medio de violentas volteretas, dándonos sangrientos y descoordinados golpes en las sobresalientes, húmedas y límpidas piedras en medio de una estruendosa, impresionante y maravillosa naturaleza? ¿Dos veces en este mismo río? ¡Cuanta más razón tenía Heráclito! ¡Dime Prometeo encadenado! ¡Cómo te libraste de tus penurias! “Mejor es morir de una vez que sufrir miserablemente todos los días” Te hizo decir tu autor, el gran Esquilo. Y para completar el filósofo Demócrito con sus sesudas afirmaciones y precisamente en medio de esos escenarios perjudiciales, viene a remover mi inercia y, por suerte temporal, desinterés por la vida: “No es vivir mal, vivir de un modo insensato, inmoderado e impío, sino estar mucho tiempo muriéndose” No, no, en frenéticos y desequilibrados instantes dan ganas sí, ¿pero esto no es como estar muerto? “Cuando llegue mi hora de morir, iré. Sabré dar la vida como un hombre que no le duele devolver el préstamo que se le ha hecho” Epicteto ¡No, no debo caer en esos delirantes extremos! Por más razón que tenga el gran Epicteto. La verdad, ahora me siento, no sé, creo que alicaído, descorazonado y medio atontado, como bien lo expresa el filósofo Séneca: “Un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella” El poeta Ovidio desde hace dos mil años escribió esto muy puntual y exacto, pero, ¿cómo sabría lo que estaríamos pasando hoy? ¡No, no, imposible! Creo que por ti mi diosa, si, ya estoy delirando: “¡Pobre de mí! El amor no se cura con hierbas” En esos intervalos catastróficos e irreflexivos, a uno le dan deseos de seguir gritando, de estirar a más no poder los brazos y clamar a los dioses, es decir a la propia humanidad, porque uno se siente, ¡ni se siente!, uno se vuelve insensible, mejor dicho, en situaciones así, uno cree llevar todos los cruciales problemas del mundo en sus hombros, que cuando volteamos a ver, descubrimos que somos un inmenso mar de gente, parecidos a uno y aparecidos como uno, muchos como zombis adormecidos e insensibilizados por el injusto sistema, inconscientes, indiferentes o confundidos de todo nuestro entorno y de nuestro cotidiano actuar. Ahora me voy dando cuenta que casi todos, la inmensa mayoría, sin saber, somos “el joven titán Atlas” de la antigua mitología griega, condenados a llevar a cuestas nuestro propio mundo. Mi diosa predilecta ¡Terminar contigo es un imposible inconcebible! ¡Yo sabía que no, no podía ser cierto! ¡Sería una devastación absoluta, nuestro naufragio y nuestra peor tragedia! ¡Oh gran maestro Aristóteles, cómo quisiera tener una pizca o apenas una brizna de su sabiduría! Lo cual lo hace decir tranquilo y con toda la serenidad del mundo que: “La tragedia es por lo tanto imitación de una acción noble y terminada (…) la cual por medio de la piedad y del miedo termine con la purificación de tales pasiones” Me siento como si fuera yo el hermano Polinices, condenado a quedar a merced de los buitres, ya inerte, regado en plena calle de la antigua Grecia con esa famosa prohibición, muy severa: que nada ni nadie osara enterrar mis restos. ¿Habría una fraternal, osada y bondadosa Antígona que se atreviera a decir estas palabras y en los hechos desobedeciera las estrictas órdenes?: “Ahí está Polinices, mi hermano (…) (El tirano) Creonte no quiere para él, sepultura, lamentos, llantos. Ignominia solamente. Bocado para las aves de rapiña” Tal como nos cuenta su autor el gran poeta trágico Sófocles. O en ese agónico instante, ¿he de ser yo el soberbio y colosal Heracles, hijo de Zeus, dios de los dioses y de todos los seres que habitan esta tierra? ¿Vendría en mi ayuda mi padre, el grandioso Zeus, antes de consumirme en el fuego y lograría salvarme de una muerte atroz? Estaba a sólo fracción de segundos de abrazar las llamas, tenía sobre mis espaldas la envenenada túnica fatal y la pira ardía de impaciencia por mí, lamentablemente, en este caso, ya no podía ir contra mi destino, mi final era inevitable. Y en otro fatídico caso, los que estando presentes y que se opusieron a la nefasta decisión, sabiendo que lo que venía era irreversible e irreparable, sin vuelta atrás, ¡por qué no impidieron, en ese crucial y preciso momento, el sacrificio mortal del ilustrado anciano, el gran Sócrates! Y en el cementerio, ante los valerosos héroes caídos de Atenas y según el antiguo historiador Tucídides, Pericles en esta, su famosa Oración Fúnebre hace más de dos mil años dejó dicho a la posteridad: “Porque de los hombres ilustres tumba es la tierra toda, y no sólo la que señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno, más que en algo material” y en medio de mi crítico y grave enredo, al igual nos dijo: “Pues es difícil hablar con exactitud en momentos en los que difícilmente está segura incluso, la apreciación de la verdad” ¿Mi diosa, tú, yo, estamos aún a tiempo?

“El Sol no se ha puesto aún por última vez” ¿Cómo olvidar esto? Tito Livio, el famoso historiador, desde hace dos milenios nos viene aleccionando, dándonos ánimos en tiempos sombríos. Conmigo o sin mí, el infinito universo siempre, siempre da una nueva oportunidad, se renueva a partir de lo finito, (tú, yo incluido) o de lo extinguible o de lo, por último, mortecino, porque el movimiento, el proceso de cambio, tanto cuantitativo como cualitativo y la contradicción dialéctica, filosófica, (no la limitada y básica contradicción lógica) es absoluta, indetenible y eterna; existe y persiste y es la esencia de todo lo real, de todo lo existente. “En todo hay una parte de todo” Contundente enunciado que nos lanzó el filósofo Anaxágoras que remeció mis restringidos conceptos prejuiciados. Luego de este tétrico obscurecimiento, ¿cómo podría no disfrutar de esta eventualidad, de esta muy gastada, pero en mi caso, muy conveniente frase: “hay una luz al final del túnel”? Tú bien sabes, mi amada diosa, que en el fondo nunca terminé de aceptar esta temporal y dura realidad, la terminación era un criterio, extravagante e incoherente, una noción de no-existencia, de no-posibilidad. Por suerte, en los momentos más críticos, el antiguo dramaturgo Menandro de Atenas me obsequió unas de sus más simples, pero auténticas y provechosas reflexiones: “En la adversidad una persona es salvada por la esperanza” y apremiado, sobre todo, por mi escasa lucidez que aún pueda salvar, decidí buscar consejos, cosa rara en mí, y así evitar terminar perdiendo toda la razón debido a ese empantanado e intratable desespero, a esa insociable aflicción, porque al final “La noche siempre trae consejos”: como bien nos sigue diciendo este milenario creador, Menandro. Sólo me queda sonreír, como espontanea reacción ante este certero pensamiento del antiguo escritor Plutarco: “Quien en zarzas y amores se metiere, entrará cuando quiera, más no saldrá cuando quisiere” Ya quisiera yo poseer una pizca de esa pícara, intuitiva y sagaz divinidad terrenal, …Pero, ¿quién quiere rehuir tus intangibles redes y dulces carnadas? Todo lo contrario, lo ideal: ¡Una eternidad juntos! Mi querida y adorada diosa, la verdad, te habrás dado cuenta, anteriormente estuve especulando sobre esto, sin terminar de alcanzar claridad sobre este asunto. Sin embargo, ha tenido que ser la propia realidad, esta nueva y cambiante realidad, la que me ha demostrado y ratificado lo que venía madurando y que me estaba torturando y venía dándome vueltas y más vueltas en la cabeza, hasta que felizmente ha sido posible, no sé si al final gracias a la propia y necesaria suerte. Ese venturoso día, sin saber que sería el feliz día señalado, extraño e impresionante, pude muy bien continuar con mi lóbrega rutina, total, era lo posible, dada las circunstancias en que me hallaba, decaído y sin conciencia, sin espíritu para nada, sin embargo, se hizo presente la clásica y no sé cuan aparente, pero real casualidad, esa lluvia torrencial cambió mi destino, obligado tenía que resguardarme y fui directo a dónde tenía que llegar, precisamente al mismo lugar donde te encontrabas tú mi eterna diosa, allí en la biblioteca universitaria. Sí, es verdad, eras diferente, pero igual de bella y encantadora ¿Aquella hermosa criatura del universo, curvilínea y ser terrenal, eras tú mi divina diosa? Fue entonces cuando pude acabar de comprender que contigo jamás podía haber terminado, que la resplandeciente, ideal divina que me estaba observando y observando, y que igual yo no cejaba de mirar y mirar, ya no tanto de reojo, y ya casi sin disimular, eras… ¡Sí, eras tú mi diosa! ¡Cómo no entendí antes! Esa nueva marmórea escultura cubierta de ropaje, esa esencia y realidad viva, terrenal, con sensaciones, pensamientos y sentimientos que me trasmitían, ¡nos trasmitíamos a millón! reciprocas señales, neuronas activas alborotadas y difícilmente controladas. ¡Definitivo mi amada diosa eras tú! ¡Y allí estabas! ¿Quién podría imaginar que serías tú mi diosa, aquella nueva y distinta joven? Sí, muy vivaz, y de seguro independiente e impetuosa, eso sí, con una sonrisita imperceptible. La suerte o el destino, no sé, me habían llevado hasta allí, a un lugar que ese día ni pensaba ir y, sin solicitar refugio, me vi urgido a cobijarme de las torrenciales lágrimas de los dioses en ese silente recinto sagrado de los libros. ¿Aquellas vitales vertientes serían de alegría, de buenos augurios? ¡Claro que sí, no podía haber otra opción!Nos vimos allí por primera vez, ¿te acuerdas?, tú y yo quedamos como perdidos, impactados en ese cuasi vacío lugar. Mi bella y espléndida doncella, en ti seguiré amando a la misma diosa con la misma obsesión e igual intensidad y mucho más. Siento que contigo se reafirma la sentencia del filósofo Heráclito de Éfeso: “La armonía invisible es mayor a la armonía visible”.

Vuelvo y reitero, perdona, pero quiero estar seguro, ¿eres tú aún mi bella diva la destinataria de esta ininteligible y quizás galopante aglomeración de ideas y emociones? Tú no sabes cuánto deseo volver a la realidad contigo, juntos, ¡tú y yo viviendo lo simple y sublime de esta vida! Pienso que, a tu lado, hasta lo peor, que ni lo es, sería algo mínimo o muy escaso ¡Una pareja de vidas en plenitud! Y de ahí, ¡el universo infinito, el cielo de las diosas y de los dioses, el máximo éxtasis, la abundante y relax vida de no lucro, la justa quimérica utopía de “inexplotación” hecha terrenal, el pleno estado de gracia, el constante sentirse bien!, y lograr alcanzar esa anhelada y vasta espiritualidad, vale decir, una “conciencia consciente de nuestra inconsciencia”, no sólo quedándonos en lo limitado de lo humanamente espacial, sino yendo más allá, viendo lo temporal e histórico que transcurre vivamente en y con nosotros, eso sí, sin que nada ni nadie se aproveche de nuestro desconocimiento, de nuestra urdida confusión y maquinada inconsciencia, ni se beneficien de nuestro ignorar “del porqué de las cosas”. ¿Dime, serías una de las nueve musas? ¿Acaso la atractiva Calíope “la de la bella voz” o la bonita Melpómene “la melodiosa”? No, no podrías ser ésta última, deidad del teatro y musa inspiradora de la tragedia. No, eso sería imposible. ¿Y por qué no, Clío “la que ofrece gloria”, la linda musa de la historia? ¿O quizás Terpsícore, la encantadora musa de la danza? Ágil, impetuosa y ligera en el baile. Me acerco a creer que sí, que tal vez, muy bien podrías ser la escultural Friné, una de las hetairas más hermosas, porque lo más bello de ti, según Ateneo de Náucratis era: “lo que no se veía” e imagino que medio embobado y completamente alucinado por ti mi diosa, este Ateneo te seguía describiendo: “en la fiesta de las Eleusinas bajaba desnuda la escalinata del templo, corría hacia la playa y se bañaba en el mar ante la muchedumbre”. Lo que si estoy seguro es que tu imagen deslumbraría en un cielo, este sí, totalmente despejado, y te apoderarías de la realidad en forma total y absoluta así sea en un tris de eternidad, fugaz concentración y esencia de infinitud. Mi diosa, la que te toque ser en cualquier tiempo y en cualquier espacio, serás siempre para mí la única. ¿Espero una señal tuya o voy ya a tu encuentro?

F I N

JBBV

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS