A quien yo sé.

Es madrugada
y por la ventana
penetra el insoportable
brillo de la luna llena.

Las horas que faltan
para la llegada del alba
pasan más lentas
que la leve eternidad.

En la espera del día
deliro por el dolor
que me causa la inconstancia
del tiempo, en mis delirios
veo en la luna
tus ojos, siento en el aire
tus labios, siento, en el frío
que causa mi compañía,
tu lejana presencia.

Salen, en el horizonte,
los rayos del sol que ingrato
me hace sufrir tu espera.

Comienza la carrera
del gran astro,
con su luz me saca
de mi obscura prisión
y corro, lleno de ansias,
a buscarte.

Pero no da tregua
el maldito; cuando
por fin te encuentro
ya principia de su caída
el tramo.

Vivo contigo
toda la tarde. Me vivo
contigo, mientras el sol
sigue en su paso
me doy entero a ti,
me comparto contigo;
te amo y al amarte
te recibo entera,
te recibo en el aire
que me da vida,
en el agua, en la luz de sol
que nace todos los días
en tu mirada y recibo tu mirada
que arde más fuerte
que el sol.

Pero llega la noche;
hace un segundo nacía
el sol y ya fue
al extremo del mundo a morir,
de nuevo regreso a sufrir
la lenta, la eterna madrugada.

Soporto firme la larga
espera, y se hace su paso
leve, pues sé, que cuando
muera la luna
y caiga con ella
al vacío su corte
estarás tú allí,
de pie en el horizonte
esperando mi llegada
con el sol de la tarde.

Estarás tú allí,
sonriendo
más sublime que el alba,
más brillante que el eterno sol.

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