Ahora ya no puedo ver el mundo con los ojos de un mortal ni con los ojos de un inmortal. Pues no soy lo suficientemente mortal como para verlo ni estrictamente inmortal para dejar de hacerlo.

Sin embargo, moriré, y no le temo a la muerte, sino al tiempo. El tiempo y la realidad que este crea a medida que pasa. Nosotros, los hombres, somos demasiado frágiles para afrontarla. De nada sirve vivir 2.000 mil años, porque soy yo quien me voy a derrumbar ante el aquí y ahora, y no la realidad quien se parará a mirarme. Ella sigue su camino y yo estoy solo, fuera de lugar. Ser inmortal ha sido solo una artimaña para conseguir ignorar, aun siendo infinito e inmutable, el paso del tiempo. Ignorar y no detener, pues el iba recorriendo su camino mientras yo dedicaba los días al placer del pensamiento. Es como si en un incendio forestal, un cazador se refugiara en unas cuevas de la montaña para así salvar la vida y protegerse de las llamas. Cuando vuelva a salir a la superficie el sotobosque estaría devastado, los matojos serian parte del suelo negro y en el aire se respiraría humo y ceniza. Todo cambiaria, tan siquiera podría continuar cazando. El personaje pues, estaría perdido y triste.

Soy el desorden del único hombre que nació mortal, se volvió inmortal y decidió volver a ser mortal para morir, y si, siento arrepentimiento, pues abandoné a mi esposa, dejé a mis hijos sin padre y entregué mi vida a la búsqueda de algo que he acabado desechando para acabar solo y darme cuenta de que la vida no es un bien tan preciado si no tienes con quien compartirla.

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