Kamtchatka (original)

Kamchatka

Nunca estuve en Kamchatka, queridos amigos. Kamchatka, tierra salvaje, la península situada más al norte de Siberia, casi vacía de gente, pero llena de volcanes. Una tierra casi despoblada. En 270.000 kilómetros cuadrados viven unas 300.000 personas, y hay ciento sesenta volcanes, de los cuales 29 están en activo. Hasta 1990, la península era un coto cerrado. No se podía visitar, al igual que otras zonas de la ex Unión Soviética, donde se guardaban secretos militares.

Un servidor de todos ustedes está fascinado por los volcanes, desde que hace ya bastantes años (yo era estudiante) asistí en París a una conferencia sobre Haroun Tazieff, el famoso vulcanólogo. En los años que siguieron, he estado al pié del Etna, he caminado por el fondo del volcán de Nysiros, he estado en el borde del cráter del Vesuvio (madre qué vértigo), he subido al volcán Arenal en Costa Rica, visitado los volcanes extintos de la Auvernia, ido en funicular al Teide y he vivido dos años en Veracruz muy cerca del pico de Orizaba.

Por eso comprenderéis, amigos, que tengo unas ganas enormes de ir a Kamchatka,

Kamchatka tiene dos cadenas montañosas, una en el eje dorsal y otra en la costa Este. Los mayores volcanes, Koriakski, Avachitnski y Kozielski están en las montañas de la costa.

Es un territorio casi vacío. Quiero decir, casi vacío de humanos, porque de animales hay un montón de especies. Son famosos sus osos pardos, sus águilas calvas, zorros árticos, linces, nutrias, renos y otros bichos (me perdonaréis que los llame “bichos” es que ya pienso en ellos con cariño. No lo digo con maldad).

Como hay buenos ríos y lagos, los salmones abundan. De hecho, el caviar de salmón (“queta” en ruso) es sin duda el mejor del mundo. Nada que ver con el caviar rojo que viene de Escandinavia o de Canadá. Yo cada vez que iba a Moscú, y visto que el caviar de esturión (“ikra”) está por las nubes, me traía unos botes de caviar de Kamchatka.

Yo dejé pasar mi ocasión de ir una vez que pasé unos días en Vladivostok por asuntos profesionales. Hubiera debido tomarme una semana adicional y haber ido, pero, la verdad es que tenía que volver a Bruselas. La distancia no es muy grande. O sea, no es muy grande para los estándares rusos, de Vladivostok a Petropavlovsk-Kamtchatski, la capital, hay 2200 Km, vamos, como de Bruselas a Málaga. Además, hay unos catorce vuelos semanales. Pero vamos, amigos, que no fui. Y ahora lo siento. Creo que nunca llegaré a estar tan cerca

Como he dicho, estuve en Vladivostok por asuntos de trabajo que no os voy a contar para no aburriros. Estuve en verano, menos mal, porque es una ciudad que tiene muchas calles en cuesta y en invierno, con la nieve y el hielo debe ser fácil pegarse unas buenas costaladas. Yo ya tengo experiencia de buenos patinazos en Kiev y en Moscú.

La ciudad es muy agradable. A mí me hizo pensar en Santander. Tal vez por el puerto y las calles en cuesta.

Me gustaría contaros que fui en el Transiberiano, pero estaría mintiendo como un bellaco. Fui en avión desde Moscú. Desde el aeropuerto de Domodedovo (pronunciad “damadiédava”. La gente pensará que, o bien sois un gran conocedor de la lengua de Pushkin, o bien sois unos tontos pretenciosos. Servidor está más bien en el segundo caso).

Pero la ciudad es, fundamentalmente una ciudad marítima. Es la base de la flota rusa del Pacífico. Se ven submarinos hasta en las calles.

La gente tiene aspecto relajado, como esta rubia que se pasea a caballo y que me hace pensar en un anuncio de brandy de hace más de cuarenta años. Puede que intente emular a Lady Godiva, pero para eso le sobra la ropa:

Se nota la distancia de Moscú. Como digo, no tuve ninguna sensación de estrés en sus gentes, aparte que son todos correctos, incluso amables. Se diría una de esas ciudades de las colonias, un poco abandonadas por la metrópoli, pero donde se vive bien. Y se nota que China está cerca.

A mí me gustó. Y comí buenos filetes de esturión regados con vodka Shtolichnaya.

Tengo que volver. Y la próxima vez, esta vez de vacaciones, iré a Kamchatka. Prometido

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