En la laderas y el valle los recolectores de hortalizas elevan la esperanza. Las mejillas sonrosadas de los niños en la carretera trasandina, muestran el espacio entre la inocencia y el madurar prematuro para el trabajo. No detenemos en el destino. Un café a media tarde viendo caer la neblina, borrando los parajes azul verdosos de la montaña. El caballete instalado, la musa cubriendo su desnudez en lana. El fogón encendido. El perro del cuidador echado. El viento moviendo ajeno los arbustos y Eucaliptos.A un lado de la casa de tejas rojas la quebrada de agua distrayendo la atención en su leve ruido de eternidad. Después el silencio. Esa dimensión absoluta donde encuentro el objeto y mi lugar en el mundo. Mi mirada acariciando la mirada de la musa, la piel que asoma en el cuello de la ruana. El carboncillo respondiendo a mi mano sobre el lienzo. Deslizándose en líneas que descubren el boceto. La comunión perfecta entre el hombre y el sueño.

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Una mariposa sin nombre atravesando la estancia, Se poza sobre el cabo de una herramienta de labranza. Da la hora de parar. La musa descansa de la pose. Fuma. Y el humo se combina con el del fogón enfatizando el aroma a hogar. No hay prisa. Pero el hervido de cola de res debe estar a punto.

Abrazados, avanzamos hacia el mesón de madera gruesa. Servidos, las hojas de cilantro terminan de aromatizar, flotando en la superficie ardiente de las vasijas de barro. Luego el aseo, luego la piel, luego el descanso. Sin mas ruidos que el de la respiración contigua y el de los sueños dormidos.

Amanece. Un gallo es capaz de levantarse entre el frió y ejecutar su virilidad sonora. La musa duerme. Es hora de los escritores, café, computador HP. Word, arial, sin sangría:

Había una vez un hombre, que quería regresar ….

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