Ordenó sin pestañear el cuarto de paredes verdes que, desde hace tiempo, pedía una manita de pintura. Cambió las sábanas colocando nuevamente cojines y muñecos en sus posiciones exactas. Limpió cuidadosamente los muebles, las estanterías, las ventanas, evitando abrir armarios y cajones por temor a que el vacío le saltara a la cara. Colgó limpias las cortinas, fregó el suelo, perfumó el aire, que se había vuelto frío y sordo, de la estancia. Al acabar, un breve vistazo y huir cerrando la puerta despacio.

Luego, desde el balcón, lágrimas desatadas tarareando a Serrat: “¿Qué va a ser de ti lejos de casa, nena qué va a ser de ti…?”

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