Era uno de esos días de viento gélido y desapacible. Uno de esos días de finales de invierno en que la temperatura ya es casi primaveral pero el viento sopla frío, recordando que el invierno aún no ha dicho su última palabra. Uno de esos días que la hacían odiarlo todo, al invierno por ser tan largo, al viento por ser tan frío y a la primavera por tardar tanto. Uno de esos días “hater” en que no se soportaba ni a ella misma. Pero sobretodo odiaba aquella chapa metálica y su discurso insolente. “¡Maldita chapa! Ya está aquí de nuevo. ¿Es que no piensa dejarme en paz?».

Aquella chapa metálica en lo alto del tejado del viejo teatro abandonado al que, por lo visto, nadie tenía acceso o al menos nadie parecía interesarse por su estado o por lo que de él pudiera salir despedido. Estaba a duras penas sujeta al tejado medio desvencijado y los días de viento fuerte parecía que iba a salir volando en cualquier momento. Se levantaba con las fuertes rachas casi totalmente en vertical, cual dragón aleteando enérgicamente, dando golpes secos sobre el tejado con su larga cola, produciendo un inquietante ruido que realmente daba miedo, y sólo le faltaba echar fuego. Era como un monstruo metálico que despertaba de su letargo los días de viento.

Luego también estaban aquellos agudos silbidos del viento. Tan estridentes y amenazantes. Silbidos, golpes, golpes, silbidos. Sin parar.

La gente miraba asustada hacia arriba y siempre decían: “¡Pero esa chapa es muy peligrosa!», «¡Si sale volando puede matar a alguien!”. “Sí, sí señora…Es muy peligrosa…Y también le podría cortar el cuello fácilmente a alguien…” Y las señoras la miraban horrorizadas y con los ojos desorbitados ante tan dantesca escena proyectada en su mente. Le encantaba escandalizarlas. Algo de emoción había que darle a la jornada laboral.

Pues bien, tanto ella como el resto del mundo sólo se acordaban de que la chapa estaba suelta cuando hacía viento. Al día siguiente, cuando volvía a ser un apacible y soleado día, nadie miraba hacia allá arriba. Fafnir* dormía y no volvería a ser despertado hasta el próximo vendaval.

“Hasta que no pase algo nadie hará nada” – pensaba – . Como con todo, pues sabía que en su debilidad, el género humano se pasaba la vida procrastinando. Y ella la primera. Dejando para otro día lo que podría hacer hoy. Esperando a que la situación fuera la idónea. Esperando a que el momento fuera el adecuado. Esperando hasta llegar al límite de las posibilidades para ver si era posible librarse de algo sin enfrentarse a ello. Esperando a que baje un dragón alado escupiendo fuego y achicharre la cabeza a todos los transeúntes. Esperando, postergando y procrastinado.

Entre idas y venidas de repentina motivación, como ráfagas de viento. Y al igual que el viento, un día tanto y otro tan poco. Mañana lo hago. La semana que viene me pongo a ello. De Abril no pasa. Y así.

Y sabía que viviría más tranquila si arreglaba la chapa suelta de su cabeza. La mayor parte de las veces sólo hay que averiguar si hay que fijarla o quitarla, pues, o tiene arreglo, o sobra.

*Fafnir: El dragón Fafnir era el vigilante del tesoro de los nibelungos. En realidad no siempre fue un dragón. En su juventud mató a su padre para ganar sus grandes tesoros. Junto con su hermano heredaron el tesoro de su padre. Sin embargo Fafnir quería el tesoro sólo para él, y para no compartirlo, y como Fafnir tenía poderes mágicos, se autoconvirtió en un dragón para poder guardar mejor sus nuevos tesoros mal adquiridos.


URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS