Se me eriza el vello y un calor liviano me recorre, despacio, cuando contemplo la mar calmada desde la punta más alejada del rocoso espigón. Junto al viejo y oxidado faro verde, que contempla impasible la belleza del pasar del tiempo y resiste los embates. Me siento pequeño y superado por los reflejos del Sol de tarde sobre el manto azul. Como si fueran cientos de brillantes gaviotas de cristal revoloteando nerviosas entre las calmadas olas del Mediterráneo. Me susurra el viento templado y el chocar de esas olas contra la piedra de la escollera, como gaseosas caricias, me hacen sentir una paz que me abraza como una madre. No quiero marcharme de este momento pero tampoco puedo permanecer en él para siempre …

Por ello, es un instante inalcanzable.

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