Era de noche en un balcón de Veraguas Central, dos amigas de infancia compartían un cigarro mientras escudriñaban en las aguas negras del desamor. Una de ellas, la del pelo corto, supo que los síntomas del desamor le estaban abriendo los ojos cuando en la intimidad de su habitación se sintió prisionera de la cotidianidad. El programa de cocina peruana de las 5 de la tarde, ella bajándose los pantalones mientras que paralelamente el sujeto se deslizaba entre las cobijas, ella como de costumbre se encontraba absorta entre las preocupaciones de la academia y con la esperanza de poder seguir viendo en paz el desenlace de la causa limeña en la tv. Desde luego allí estaba ella acogiéndose a los pasos de la coreografía que su novio le había impuesto con su discurso pasivo agresivo de posmodernillo fantasioso. Por otro lado, la otra, del pelo naranja, era víctima del desamor y cuando dejaba ir el humo que se disolvía en el aire helado, narraba como el la dejo en medio del puente de transmilenio de la 45 atascada en una aglomeración de estudiantes de la Universidad Nacional típica de la hora pico, no había mucho mas que decir al respecto, solo la dejo porque se le había acabado el cariño.

El cigarrillo estaba a punto de consumirse completamente y ambas observaban el panorama general del edificio contiguo, inquilinos lidiando con toda clase de dilemas domésticos, amores secretos, algun papá leyendo un cuento de hadas a su hijo, los perros y sus dueños llegando del recorrido nocturno, el marihuanero del quinto piso con la cabeza suspendida en el vacío para no ponerse en evidencia. La del pelo corto encendió otro cigarrillo y se lo pasó a la del pelo naranja, en el transcurso de esta transacción de complicidad silenciosa una sensación de alivio fue contaminando a las dos amigas suspendidas en aquel balcón de Veraguas Central.

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