Diálogo con Alex Saum Pascual (Segundo intercambio)

Diálogo con Alex Saum Pascual (Segundo intercambio)

Puedes leer el primer intercambio entre Ramón Cañelles y Alex Saum en este enlace. Para este segundo intercambio, Alex optó por incorporar a su respuesta los planteamientos y cuestiones que conformaban la intervención de Ramón, fragmentándola para contestarla por partes (por lo que no la incluimos aquí, pero puedes leerla en este otro enlace).

Ramón, gracias por esta respuesta tan interesante. Para poder abordarlo todo, creo que lo mejor sería responderte dentro de tu propio texto, «entre líneas» (párrafos, más bien) como se hace en los correos electrónicos, ¿qué te parece? Creo que sería la manera más coherente de exponer esto de la escritura digital (de la que ya te alejas para pasar el cine) y desarrollar mejor mi argumento anterior, que me parece que no expliqué bien, pues veo que tu nueva intervención está muy en sintonía con lo que yo dije, aunque tengamos desavenencias terminológicas (desavenencias que a mí sí me importan y por eso las voy a mencionar. Quizás sea porque sí, vengo de la academia y desde ahí hablar con propiedad es importante a nivel disciplinario, pero también porque creo en el poder de la nominalidad para la comprensión y la creación—no voy a citar el Génesis porque soy atea, pero como texto me vale). Como el programa de edición de este blog no me permite manipular el html directamente y las opciones del editor que me da su interfaz gráfica no permiten hacer cambios de tipografía ni de color en el texto (esta es otra de esas restricciones formales de los medios de las que los dos hemos hablado, por cierto) voy a poner todo tu texto en cursiva, porque esto es una de las cosas que sí me permite hacer. Las redondas serán mías. Intervenir tu texto directamente, copiarlo e interrumpirlo con el mío creando uno nuevo es algo muy propio a la escritura digital; ahí va eso:

Tu intervención nos ha resultado del máximo interés.

Respecto a lo que nos cuentas, creo que podríamos estar de acuerdo en que la actitud o la mentalidad respecto a la escritura en dispositivos digitales por parte de la mayoría de los escritores sería aún meramente “digitalizadora”.

Sin embargo, a nuestro sentir, se trataría solo de una cuestión de actitud o mentalidad. El hecho en sí de esa escritura, en su mismo ocurrir, sería indiscutiblemente digital. Si nace digital no es digilitalizada. Para que en rigor, y en el contexto en el que tratamos de descifrar, se pudiese considerar digitalizada, esta misma escritura que opero ahora, sería imprescindible un previo no digital en un soporte analógico. Un previo que en la gran mayoría de los procesos de escritura en la actualidad ya no existe. Para alivio de más de un bosque… y euforia total de la industria de la tecnología digital.

Claro, Ramón, totalmente de acuerdo con que el momento analógico previo a la digitalización (tal y como tú usas el término) ya casi no existe. Pero yo no me refiero a literatura «digitalizada» en su connotación única de distribución sino, como dije, como «aquella que utilice herramientas digitales ignorando sus capacidades propias, como si fueran tan sólo simulaciones de la imprenta.» Yo puse el ejemplo de usar el procesador de texto digital como si fuera una mera máquina de escribir, es decir, usarlo sin tener en cuenta ninguna de sus capacidades para alterar el formato, el ritmo, el orden de la escritura, la inclusión de multimedia, etc. Ese texto en cuanto a su materialidad y ontología sería digital, cierto, pero su experiencia (ni su retórica, ni su estética) todavía no lo sería y por eso lo dejaba de lado, sería un texto digital que simulaba no serlo, y a eso yo lo llamo «digitalizado» (quizás el error mío es usar esta palabra y no inventar un neologismo). Lo mismo me serviría para hablar del móvil, si una usa la sección de notas tan sólo para introducir grafemas (sin imágenes, sin links, sin emojis, con el corrector–el spellcheck al que tú llamas Hal–desconectado) para mí esto sigue siendo escritura no-digital, la que para confusión de todos he llamado «digitalizada». Ahora bien:

Por ejemplo, yo ahora te escribo desde el teléfono, que ha conseguido sustraerle mucho terreno a la escritura en mi ordenador, lo cual (esta sustitución) no es una diferenciación baladí. Permíteme que nos detengamos un momento y usemos el mismo proceso de esta mi escritura para ilustrar el tema que más nos interesa reflexionar.

31 de Diciembre, 11:40. Pido a mi mujer que tome esta imagen de mí ahora en mi despacho, de forma que sirva de referencia para lo que seguirá.

Fíjate, Ramón, si estamos de acuerdo en esto. En vez de usar el ejemplo del procesador de textos, para explicar lo que tú consideras escritura digital has recurrido al ejemplo del móvil y, para ilustrarlo, al uso de la imagen fotográfica. Lo que tú estás haciendo con esto, estoy 100% de acuerdo contigo, es un ejemplo de escritura digital. Has aprovechado las capacidades del medio de manera que le es propia, y la imagen no es meramente ilustrativa sino que añade algo más. Esto sí me parece interesante.

En el teléfono escribo bastante más rápido y más cómodo que en un teclado frente al ordenador. Al precio de que cometo bastantes más errores de tecleo: a veces más que mecanografía resulta ser una taquigrafía solo descifrable para mí mismo. Por lo que, como podrás ver en la videocaptura de pantalla que incluiré en seguida, el corrector automático no deja de intervenir en mi campo visual sugiriendo u operando sobre la marcha todo tipo de cambios. A menudo, en lugar de corregir apropiadamente mi torpe aunque fulgurante escritura, hace auténticas trastadas por su cuenta… y riesgo, pues más de una vez he considerado el desconectar a este impertinente y kubrickiano “Hal” que es el corrector automático (supuestamente inteligente; la mayoría de la gente no se da cuenta de que lo que los vendedores de elixires tecnológicos llaman “inteligencia artificial” es en realidad “artificialidad automática”): ya me ha metido en más de un lío por su ambición de tomar el control de mi escritura.

A mí mi corrector de textos suele cambiarme «textualidad» por «sexualidad» 🙂 Si lo ignoro y sigo como si nada, la presencia del algoritmo (aunque siempre ahí), queda relegada a la nada. Si, por otro lado, le presto atención como tú haces, reflexiono sobre la metáfora tan material que surge entre «textualidad» y «sexualidad» y, quizás, lo utilizo de alguna manera en un texto, entonces sí, Ramón, claro que sí, estamos ante un caso de escritura digital (de hecho, estamos ante un ejemplo de lo que Espen Aarseth llama «co-autoría» algorítmica o «co-procesamiento»), una que sí utiliza los contextos y capacidades de la tecnología digital de manera significativa.

Aunque, para horror de los más furibundos tecnófobos, que ven una grave traición en esto, debo confesar que tras unos años de paulatina adaptación, tras echar cuentas he llegado a la conclusión –por lo demás como la mayoría de los usuarios–, de que en general me compensa. A la cabeza de las ventajas, la ganancia de velocidad: se ajusta mejor al ritmo de mi pensamiento, y sobre todo, me permite llevar conmigo mi escritura en curso a cualquier sitio. Así pues, al echar las cuentas, tiempo y espacio son las coordenadas en las que Hal y su telefónica casita inclinan sin remisión la balanza, ganando por goleada.

Sin ir más lejos, aunque había empezado a escribirte hace veinte minutos desde mi sillón en casa, en este preciso momento te escribo desde el metro,

31 de Diciembre, 13:39. Paro un momento de escribir y tomo esta imagen desde mi asiento en el vagón que transita entre las estaciones de Nostrand Avenue y Franklin Avenue, en la línea 5 a su paso por mi vecindario, Crownn Heights, barrio negro-caribeño de Brooklyn, NY. Unos pocos viajeros me acompañan mientras yo sigo tecleando con una concentración idéntica a la de hace un rato en el sillón. NOTA- De hecho, añado a posteriori, tan acusada era la concentración que me pasaría varias estaciones la de mi destino…

Vuelvo a enfatizar lo que decía hace un minuto. El hecho de reflejar en tu escritura la movilidad del proceso de la misma con mecanismos como la imagen digital que tomas es aquello que me hace estar de acuerdo contigo en que el uso del medio digital puede dar pie a escritura puramente digital, pero esto depende de usos, no de soportes ni herramientas exclusivamente.

Valga este par de apuntes visuales para enfatizar otro aspecto de esta máquina de escribir: es también un bolígrafo audiovisual, capaz de escribir sin problemas también con sonidos, imágenes y otros alardes significantes (mapas interactivos, caligrafías manuscritas, y un sin fin de recursos gráficos de todo orden). Algo que a nuestro juicio colabora de forma decisiva a ese cambio de paradigma de la escritura contemporánea (creativa o no), al margen de que la llamemos escritura digital, neo-escritura o con cualquier otro neologismo que quisiese venir a socorrernos en el por lo visto complicado brete terminológico.

Esta capacidad permanente de multirregistro (o multimodalidad, como se le llama en muchos de los estudios que he consultado) de estos dispositivos, que sobre todo los más jóvenes tienen totalmente incorporadas a los hábitos de sus muy variadas y continuas relaciones escritoras cotidianas, sería justamente la que estaría inaugurando otro tiempo, posiblemente sin vuelta atrás.

TOTALMENTE DE ACUERDO. Y mi deseo es que así sea. Pero como sabes esto no es la tónica general en la escritura que hoy se lee en las escuelas, ni la que recibe premios.

Pues bien, más allá de este pequeño juego de improvisación fotográfica, te comento todo esto porque, tras reflexionar sobre lo que nos contabas, quisiera insistir en que estos detalles superan lo anecdótico y estarían prescritos como respuesta a la altura de lo que al menos a nosotros en la Fundación Escritura(s) más nos interesa colaborar a reflexionar y descifrar. Pero, ojo, la intención del juego de estilo multirregistro e improvisado llega cargada de significados, y no se detiene en lo dicho hasta aquí. Falta aún por añadir algo clave que serviría de ¿frágil? puente con ese otro nivel en el que hemos entendido que tú estás interesada en moverte: hace un par de párrafos, en lugar de “escritura”, al haber tecleado mal una de las letras (tecleo con el dedo gordo de la mano derecha, llamativamente más grueso que el tamaño de la tecla de cada letra en la pantalla táctil: estos tropezones en la tecla equivocada nos pasa a todos todo el rato ¿no?), el corrector había optado por escribir “es rotura” en lugar de “escritura”.

Toda una metáfora de lo que para mí supone hablar del corrector como de otro gamberro Hal que, mucho después de las odiseas erróneamente auguradas para el 2001 espacial, anticipa en el recién inaugurado 2019 ese otro nivel con el que nos enfrentamos: la escritura robotizada.

Al margen de mis errores de tecleo y los ingeniosos disparates de mi Hal particular –uno de mis preferidos es, cada vez que escribo sobre mi raigambre “madrileña”, comprobar luego que mi Hal escribió por su cuenta “marfileña”… está a punto de convencerme de que tuve otra vida en Abidjan–, lo cierto es que, al menos en mi propia auto-observación no es lo mismo si escribo en uno u otro dispositivo para la propia sustancia de la escritura. Aunque en general sea solo de forma muy sutil, ésta adopta distinta textura y nuevas conexiones en el flujo de los significados en juego. Y en todo caso el contraste sería muchísimo mayor (menos sutil) si en lugar de comparar la escritura que opero en un teclado más grande frente a la generosa pantalla del ordenador, la comparase con la escritura manuscrita de bolígrafo y libreta.

De nuevo, Ramón, no estoy en desacuerdo contigo. De hecho, voy a recurrir a otra técnica muy propia de la escritura digital y voy a cortar y pegar de mi respuesta anterior #autoplagio «Repito, hay diferencias, evidentemente, a nivel fenomenológico (e incluso ergonómico, y evidentemente, económico) entre una práctica y otra, pero el producto final literario de muchos escritores de blogs no es muy diferente a lo que escribirían en un cuaderno de notas. Debería haber muchas más diferencias, la verdad, cambios en el ritmo, la estructura narrativa (sin hablar ya del uso de la multimedia y el correcto uso de los hiperenlaces como tú bien apuntas) y muchas otras cosas que son propias de la lógica y práctica digital, pero la mayoría de escritores (viejos y jóvenes, da igual) siguen escribiendo como si pertenecieran a otro momento histórico pre-digital.»

Deberían estar ahí, deberíamos prestarles atención, pero en la mayoría de los casos no es así (oye, los hay, hay literatura que sí: ¡yo he escrito un libro entero sobre eso!) pero, Ramón, me parece y creo que estarás de acuerdo: tú no eres un escritor tradicional. La conciencia que tienes sobre el proceso de escritura y el medio no es la más extendida. ¡Ya me gustaría a mí! Y ojalá que este tipo de intervenciones que estamos llevando a cabo sirvan para que esta conciencia se generalice.

No quisiera extenderme mucho más en esto pero son numerosos los matices que cambian la propia sustancia de la escritura operada en la pantalla táctil del teléfono, matices relativos al ya citado ritmo de pensamiento, a la ubicuidad de la herramienta –bordeando la relación orgánica: siempre en el bolsillo o en la mano, donde va mi cuerpo allí viene Hal, quien, como digo, ya no sé bien si es mío o yo soy suyo– y a otros aspectos más o menos sutiles que sin duda reverberan consecuencias diversas en las significaciones que pueda acabar provocando esa escritura.

Valga a modo de ilustración esta video-captura del proceso en vivo de la escritura de algunas frases previas:

Aparte de muchos detalles visualmente sorprendentes, sobre los que no solemos detenernos a pensar (ese por momentos irritante chisporroteo de intervenciones que el algoritmo encardina mientras escribimos… o también cuando leemos en un ebook y nos sugiere frases subrayadas por otros lectores y cosas por el estilo), al ver el video que aparece en la caja matrioska de ese subrayado, se podrá comprobar cómo su nacimiento, indiscutiblemente digital, sería eso, solo un bebé, que maduraría de forma muy notable tras revisitar esa escritura en las obligadas relecturas y los retoques consecuentes que debo hacer antes de mandarte esto. (Y la caja matrioska que se despliega al clicar el subrayado sobre “obligadas relecturas” incluye una doble capa de texto en verdad importante; por favor, que no se te pase volver luego a abrirla).

Al margen de esa distinción digital-digitalizada, para nosotros importante y que nos alegra que hayas traído a colación, nos interesan más si cabe otros rasgos de la escritura en los dispositivos digitales, como se vendría deduciendo de lo ya dicho hasta ahora. Por ejemplo lo que suponen la pixelización, los límites del control sobre las redes de interactividad de sus textos, los factores lumínicos y sonoros, la naturaleza siempre potencialmente fragmentaria del texto digital/digitalizado (ni te cuento cuando entran en juego los hiper-enlaces y otras potenciales navegaciones, como las de las cajas-matrioska que permite el editor de textos de nuestro club de escritura que acoge este diálogo), las relaciones entre el texto y la interfaz que lo acoge y, sobre todo, la permanente mutabilidad que implica esa escritura nacida en y sometida a lo digital desde su primer aliento. La escritura digital digamos que sería más socrática: es sabido que Sócrates abominaba del libro, que para él iba en contra del diálogo, denunciaba la inmovilidad del texto impreso que siempre repetía lo mismo, rémora para el pensamiento progresivo, que debería estar siempre en acción, su cambio sería su riqueza, su corrección permanente el quid de su sentido. En este mismo texto que lees ahora puedo intervenir en cualquier momento para retocar esto o lo otro. Para comprensible pánico de los ámbitos estudiosos y académicos. Pero como persona que se está reflejando en esta escritura, la posibilidad de adaptarla a los cambios de mi pensamiento en permanente evolución, la tengo que reconocer como un regalo, el texto, mi texto, se vuelve orgánico y adaptable a mi presente.

La gran revolución del texto en página-pantalla frente al impreso en página de papel (o piedra…) no es ya lo que pueda atraer de otros recursos más allá de la palabra, si no que ha dejado de ser marca del pasado para ser potencialmente un activo presente perpetuo. Más que efímero (desde el punto de vista del universo, todo lo es), el texto digital parece estar vivo, abierto a la marca del paso del tiempo. Mientras que, paradójicamente, su muerte, bien por colapso eléctrico o por obsolescencia del software que lo hizo posible, es mucho más predecible… salvo que supiese refugiarse a tiempo en algún soporte analógico.

Me encanta que traigas esto a colación otra vez: la necesidad de adaptar los mecanismos de inscripción, de escritura, a las maneras de pensar contemporáneas que tú entiendes como más cercanas a la expresión multimedia y en proceso del texto digital. Al decir esto entiendo que el texto impreso y la escritura en papel (sin intervención digital de ningún tipo) no recogería tus modos de pensar, «tu presente», y Ramón, no podría estar más de acuerdo contigo. De hecho, fingir que es de otro modo no es más que eso, un fingimiento, una simulación.

Yo, es más, considero que este tipo de sensibilidad hacia lo digital, viéndolo como algo que ya no es futuro sino presente es la característica esencial de lo que haría a la literatura verdaderamente digital. Yo en su día lo llamé postweb (ahí, en ese libro que estoy sujetando en la foto que has escogido de fondo para estas intervenciones).

Pero hay algo más en esto que dices al final acerca de la muerte del texto digital, su desaparición por colapso u obsolescencia, que me parece también significativo. El texto digital es, aunque físico siempre, no recuperable de manera estable eternamente. La obsolescencia, los cambios de protocolos, de aparatos y formatos lo anclan a un momento tecnológico particular que no trasciende como el libro. Esto es parte de su esencia, aceptar su carácter efímero es también entender el tiempo en el que vive, dejarlo desaparecer (la relación entre el texto digital, la memoria y la historia es otro tema que… ¡ya dejamos para otro día también!)

En suma, si nos parecería tan importante que el colectivo de los escritores asumiese las consecuencias de esas y otras características de la escritura que nace digital (no digitalizada, aunque la digitalización a posteriori también podría suponer importantes matices, sería porque, al margen de que cada cual explore o no las posibilidades que ofrece asumir los protocolos y características que le son propios a la escritura en dispositivos digitales, las atienda más o menos, lo cierto es que condicionan y condicionarán cada vez más repercusiones de todo orden en el plano de la sustancia del propio texto y de los significados que este sea capaz de proyectar en cada lector; ya no digamos cuando ese lector lo lee en un dispositivo digital.

En ese sentido estamos pero que muy de acuerdo en que hay un mayoritario problema de ignorancia y de falta de atención sobre todo esto en el ámbito de los escritores y los intelectuales. Lo cual ya sería preocupante –sobre todo porque la ignorancia alimenta el miedo, pésimo consejero, y juntos fácilmente alientan actitudes reaccionarias y fundamentalistas–, si además no estuviese acompañada en muchos casos de una notable falta de interés por remediarla.

Esto es lo que más me preocupa a mí también. Y la verdad es que la labor que lleváis a cabo es admirable–y como acabo de ver que este editor me deja insertar un GIF:

Por ejemplo, hace tan solo cinco años, casi ninguna/o de los poetas que conozco (alguna/os de gran proyección) sabía lo que era un algoritmo informático, y más de una/o poco menos que se jactaba de no tener interés en saberlo. Me parecía increíble, no porque no se fuesen a plantear usarlos (algo que a mi personalmente no me atrae en lo más mínimo, a pesar de ese “marfileño” que me hace tanta gracia –y es que es cierto que siempre quise conocer Abidjan, lo que me pone paranoico y me lleva a preguntarme cómo demonios se habrá enterado Hal de esa secreta ilusión mía… ¿se habrá chivado Google, ese otro Hal descomunal?), si no porque hace ya bastante más de cinco años era imprescindible conocer qué era un algoritmo para comprender el mundo en que vivíamos y el propio devenir de nuestras vidas, ya por entonces indisolublemente entretejidas con cosas como, por citar solo unas muy evidentes, los resultados ofrecidos a nuestras consultas por Google o la Wikipedia (entidad esta de escritura colectiva de mutabilidad permanente). Mi sorpresa, mayúscula, se basaba en que no concibo un poeta que no desee comprender el mundo en el que vive y, hoy, los hilos tecnológicos que infiltran el tejido de su propia vida. Y al escribir un hoy más riguroso (el “hoy” anterior se refería más a hace cinco años), las repercusiones de los algoritmos en nuestras vidas son ya de ni te cuento.

Eso sí, la realidad ha sido tan contundente con su golpe de mano que ya casi todos y todas, poetas o no, saben lo que es un algoritmo. Algunos de esos poetas de opción más tradicional se animan ya incluso a usar esa palabra en su poesía, como se animó un día Neruda a usar palabras como “alpargata” y otras de gran enjundia cotidiana, para horror de algún que otro crítico casposo, que lo consideraba vulgar,… y deslumbramiento de los más al día: ¡la poesía asumía cierto desparpajo y se quitaba el traje de encaje! Una asunción, la de al menos levantar la veda a este vocabulario en su literatura, algo tardía, que delataría lo que quizás se podría calificar como un muy extendido neo-puritanismo: el que afecta hoy a nuestra relación con las máquinas.

Atención, relación con las máquinas que nosotros en la Fundación Escritura(s) somos los primeros en alertar que hay que vigilar hoy críticamente al máximo, más que nunca. Eso sí: con conocimiento.

Y aún habría que señalar que muchos creadores no terminan de detectar que, al hablar de algoritmos, estamos hablando del corazón mismo de los robots –la mayoría ni saben que Google es un robot; un robot araña para más señas, en su descripción técnica, en este caso no es una metáfora de mi cuño– , que hablamos del imparable avance del reino de las matemáticas, la infinita baraja de los números en manos de los ingenieros, apropiándose del orden de tantas cosas que antes estaban en manos de ese otro lenguaje, largamente predominante, que fue el del discurrir de las meras palabras al servicio de la razón humana; razón de tradición verbal, y abro otro paréntesis –disculpa–, por momentos incompatible con la razón mecánica o artificial, nada de inteligente: las razones de la máquina son siempre, simple y llanamente, combinaciones matemáticas, indescifrables a menudo incluso para quienes las programaron, inertes de vida, por tanto de emoción: sin vida no existe arte ni literatura, sin vida no hay emoción, sentimiento ni inteligencia legítimas. Porque lo que nunca habría que olvidar es que en su “química” profunda, el mundo encarnado en lo digital es ante todo y nada más que una destilación numérica de la realidad: en extremo simplificadora como probaría que solo son necesarios dos números para ejecutarla: unos y ceros.

En suma, creo que el ejemplo anterior de los poetas más tradicionales y su relación con el concepto que hay detrás de esa palabra, clave de nuestro tiempo, que es “algoritmo” en su sentido más cibernético, ilustraría bien ese anacronismo que tan apropiadamente señalabas.

Por otra parte, nos gustaría precisar que nuestro interés principal al haberte buscado para este diálogo, no está tanto en observar los resultados artísticos en el ámbito digital, ya sea en su previo ámbito electrónico o en su actual tránsito al robótico. Y debo señalar que al decir resultados menores, además de los de la escritura robótica incluiría también en general la de las exploraciones más arriesgadas de un concepto mucho más amplio, el de la escritura online (esta misma), incluidas mis propias obras, por supuesto: llevo ya mucho tiempo produciendo obra de creación, anónima y de naturaleza digital, una obra diversa, a veces muy ambiciosa (alguna ha requerido años de trabajo y la colaboración de un equipo de programadores). Siempre anónima o seudónima, aunque esa ya sea otra historia. No es mi intención aquí promocionar mis vuelos de intencionalidad artística. Aunque sí lo es que al menos quede registro de que hablo más desde la experiencia que desde lo teórico.

Al final, lo que en Escritura(s) nos interesa más es la dimensión popular de lo que está ocurriendo en el ámbito de la escritura digital y sus prácticas, en su sentido más amplio, y no solo el hecho de sacar máximo partido creativo y experimental a las innovaciones propias e imparables que trae el escenario digital. Nos interesa sobre todo observar y descifrar cómo la gente se ha apropiado de las nuevas herramientas y vías de expresión y comunicación digitales y como esto está afectando, a nuestro juicio de forma bastante clara, a la propia sustancia del lenguaje escrito, en su estadio más visible, debido a la hibridación de la palabra con otros registros (fotográficos, sonoros, gráficos, cinéticos, interfaces, etc.). Y si estuviésemos en lo cierto y el lenguaje escrito se estuviese transformando en manos de la gente, la hipótesis sería que los escritores no tendrían más remedio que mirarlo, entenderlo, incluso asumirlo a riesgo de acabar de otro modo en un futuro ghetto apartado de los hábitos y códigos del lenguaje popular y los usos transformados de su escritura. No atender lo que ocurre en ese nivel popular de la escritura de nuestro tiempo podría suponer alejarse de la expresión del sentir de la gente.

Me parece importantísimo esto que dices, pero sigo repitiendo mi lamento anterior porque me parece que la literatura más popular (no la hecha por el pópulo, sino la más vendida) sigue siendo aquella que se pretende alejada de estos usos que tu mencionas (y que son los que yo verdaderamente califico como digitales) del uso de imágenes (a ver, no hay nada más característico de la escritura no ya digital sino web que el fenómeno meme en internet, pero por mucho que los usuarios los usen y se los envíen por Twitter y WhatsApp no los veo yo recibiendo el próximo premio Planeta. Aunque quizás sí, yo tiendo al pesimismo por naturaleza).

Sin atender a cómo expresan su sentir el común de las gentes (y hay que recordar también que estamos ante un fenómeno arrasadoramente global) y sin saber replicar su lenguaje, ¿cómo podría un escritor aspirar a que su obra se incorporase al caudal creador verdaderamente representativo de su tiempo? A la que se descuidasen, si prolongasen muchos más años esta especie de abandono, desinterés o negligencia, en un futuro no tan lejano, podría llevar a muchos escritores a resultar medio incomprensibles o simplemente aburridos, como le resulta a un adolescente de hoy el español antiguo en que se redactaron tantas obras de los tiempos dorados de la literatura española. Porque a nadie se le escapa que nunca las sociedades y sus gentes evolucionaron tan rápido como lo están haciendo en la última década. Para bien o para mal, sería ya otro debate. Lo indiscutible es que la transformación es vertiginosa e imparable.

Y a fin de cuentas, lo cierto es que el único dueño del lenguaje y de su evolución más esencial es la gente y que todas las artes se han tenido que someter a ese dictado. Las artes que no lo hicieron, simplemente acabaron por desaparecer o quedaron confinadas en museísticas cajas de cristal o en géneros muy elitistas, como es el muy evidente caso de la ópera.

Respecto a todo esto, que es el foco principal de nuestro interés por estas materias, en los últimos dos años he venido echando un vistazo a más de un centenar de publicaciones, casi sin excepción llegadas desde universidades estadounidenses, las más avanzadas y rigurosas sobre estos temas. Mi impresión tras haberle dedicado bastante tiempo a estos “vistazos” (es importante enfatizar la perspectiva de mi relación con ese caudal bibliográfico: no soy ni mucho menos un estudioso, ni lo pretendo; a mí me ha tocado un papel extremadamente polivalente en estos debates, donde el estudio propiamente está en el nivel del mero aficionado), mi impresión, decía, es que el debate terminológico estaría aún bastante en pañales. Términos como escritura digital, literatura electrónica, creación transmedia, multimodal o miltiregistro, no digamos conceptos, tan populares como torpes, como el ya denunciado de “inteligencia artificial” (aún peor: smartphone, “teléfono inteligente”), con un enorme poder de condicionar las opiniones, tienen aún muy cogido con alfileres su verdadero y riguroso lugar en el debate: un par de estornudos inesperados de la realidad lo echa todo a perder y hay que revisarlo todo de nuevo. Y la realidad en estos tiempos de transformaciones supersónicas, tiempos alborotados y polvorientos donde los hubo, la realidad por supuesto no pararía de estornudar. ¡Salud!

Todo lo cual, desde el punto de vista del observador es apasionante, sin duda. Es muy interesante seguir las líneas gruesas de un debate aún en pañales pero crucial, como por lo demás no podría ser de otra manera (los pañales), pues una de las peculiaridades del ámbito académico es justamente ese anacronismo que bien le señalabas también al ámbito de los literatos: la necesidad de rigor, de análisis en profundidad con fundamento, exige un objeto de estudio mínimamente estabilizado. En Historia, por ejemplo, 50 años es un tiempo más o menos aceptado como mínimo para poder empezar a sacar conclusiones de verdadero rigor historiográfico… y aún así es siempre relativo pues en pocas disciplinas se juegan tantos intereses contrapuestos: nunca hay una sola “H”istoria, si no muchas “h”istorias que contar, aunque ese ya es otro tema (que he desarrollado en un diálogo que mantengo en paralelo a este con la escritora Laura Freixas y que debería difundirse en breve).

Sin esa distancia para ser convenientemente analizado sigue por supuesto teniendo sentido el esfuerzo de especialistas como tú, faltaría más, nos entusiasma de hecho que gracias a personas apasionadas como tú sea posible seguir profundizando en ese frente, pero sin descuidar el recordatorio de que todo ocurre dentro de un marco donde el condicional y la duda subyacente prevalecen en grado muy notable. En el caso de las placas tectónicas que el desarrollo tecnológico está operando en tantos ámbitos de la vida, incluido el del lenguaje y el de la evolución de las artes (que nunca ha dejado de tener en la tecnología un condicionante de grado mayor, por supuesto, como bien recuerdas; también usamos mucho el ejemplo de la imprenta y de la novela para amansar posturas demasiado puristas), el problema sería si cabe mayor aún, porque nunca un objeto de estudio de gran calado en el ámbito del lenguaje y la comunicación (de la vida, pues) había alcanzado una velocidad tan vertiginosa de transformación y de mutación permanente. Ojear estudios de hace tan solo diez años bordea lo deprimente porque es un auténtico abismo lo que se abrió en ese tiempo.

De nuevo, Ramón, no me voy a preocupar en contradecirte porque ya sabes que pienso más o menos lo mismo. Es más, he expresado muchas veces mi desacuerdo (o mi fracaso) con tratar el tema de la «revolución» digital desde la labor o práctica académica tradicional porque sus mecanismos para generar y estructurar el saber de una manera objetiva y trascendental no son los adecuados a este medio. El mero hecho de publicar un libro de crítica literaria me ha supuesto un problema, de ahí que yo me haya referido a la necesidad de hablar de crítica efímera o caduca cuando se trata de este objeto. Sin embargo, como bien sabes, cada disciplina tiene sus convenciones culturales y de representación (y temporalidad) y si el mundo literario se mueve despacio, mucho más lentamente se mueve el universitario. ¡Quizás no deberíais estar preguntándole a esta pobre profesora universitaria en el primer lugar! 😉

Esa es mi impresión en general con todo lo que leo sobre estos temas llegado desde el más riguroso ámbito académico: la de una gran fragilidad en los conceptos y las terminologías, que envejecen rapidísimo y que por tanto son un muy débil foco que permita iluminar un presente cada vez más complejo y que por tanto y paradójicamente también cada vez nos urge más ser comprendido para poder seguir adelante con un mínimo suelo bajo los pies. La sensación es que, incluido por descontado este intercambio en el que estamos, en estos temas todo está en el margen de lo opinable, de lo incierto, de la sensación, la impresión, si me apuras el sentimiento y si me apuras aún más, por momentos hasta de la visceralidad. En resumen, elementos perfectamente conciliables con la perspectiva propia del creador con intencionalidades artísticas o con la del pensador dinámico y verdaderamente independiente de escuelas, corsés y méritos académicos, y desde luego con el riesgo bien asumido de poderse estar estrellando cada dos comas. Es decir, mas que nunca sería el momento para creadores y pensadores verdaderamente independientes y sin complejos ni temores a cómo afectará un error de percepción o conclusión a la cotización de su prestigio en el mercado de valores cultural.

Por ello, al margen de disquisiciones terminológicas que podrían fácilmente ocuparnos a ambos todo el tiempo que tendríamos, nos gustaría tratar de ahondar en la línea de reflexiones que venimos poniendo en movimiento con esta doble serie, “¿Dónde va la escritura digital?” y “La enseñanza de la creación”.

En ese sentido el último diálogo difundido, el que mantuve con el filósofo César Rendueles, dejó un tema colgando que creo que es importante tratar de mirar desde otras perspectivas. La de Rendueles resultó ser una respuesta poco elaborada, pues confesó ser un mal espectador de cine; y esto, el cine y su lenguaje, está en el centro de lo que nos interesaría seguir ahondando ahora contigo, por ser tú alguien que no ha tenido inconveniente en acudir al lenguaje audiovisual para desarrollar su trabajo poético y creador como escritora electrónica (respeto tu propia delimitación en lo “electrónico”; ya te he aclarado que nosotros observamos ese tipo de adjetivos desde otro ángulo).

Así pues nos gustaría invitarte a que pasásemos a otro capítulo de particular interés para nosotros: el que supone la integración de la herencia del lenguaje cinematográfico a la escena de la escritura contemporánea y con qué ojos vería la literatura esta suerte de infiltración del lenguaje y la materia audiovisual en sus páginas antaño solo ocupadas por letras. Te invito a leer aquí la reflexión que precedía a la última cuestión que le planteamos a César Rendueles, cuestión que te trasladamos apenas retocada, en la esperanza de que a partir de tu propia experiencia y reflexión de lo que supone para ti la asunción de las herramientas audiovisuales, nos ayudases quizás en tu siguiente intervención a avanzar en uno de los asuntos clave de lo que nos interesa: qué está ocurriendo en el encuentro y fusión del lenguaje de tradición literaria con el de tradición cinematográfica en este escenario de luz (y sonido, insisto) que son las páginas -pantalla en que nos leemos y escribimos hoy. La cuestión:

Tomando como referencia el caso de Jean-Luc Godard expuesto en la caja-matrioska del párrafo anterior, nos gustaría conocer cómo consideras tú a día de hoy el papel del cine (sus métodos, sus dispositivos, su historia de imágenes y significados acumulados) en su capacidad de motor y vehículo complementarios para el pensamiento moderno. ¿Hasta donde su lenguaje, su contemplación, su reflexión han calado en tu propia forma de pensar y escribir? ¿Hasta donde crees que el lenguaje de las imágenes y los sonidos puede seguir progresando y cuál podría ser su papel en los ámbitos intelectuales y literarios donde desempeñas tu trabajo?

Sobre la influencia del lenguaje cinematográfico en la literatura habría mucho que decir y, de hecho, se ha dicho mucho. Desde el impacto del uso de la cámara en el cine neorrealista italiano y la novela del realismo social en España (piensa en gente como Jesús Fernández Santos o la época temprana de Juan Goytisolo), hasta el uso más postmoderno en la obra de autores muy establecidos como Muñoz Molina o Julio Llamazares, por ejemplo. El uso de rupturas y planos cinematográficos o el abandono del narrador omnisciente que todo lo ve y todo lo sabe en pos de uno que mira desde fuera como si de una lente de cámara se tratase son hoy en día casi lugares comunes, me parece a mí.

Ahora bien, en los últimos años sí es verdad que estamos viendo una nueva aproximación a la imagen en movimiento desde la palabra, aunque ya no sería la imagen que nos viene del cine sino desde la televisión o la imagen del vídeo digital online–aunque no te voy a negar que muchos de los recursos o técnicas que se ven en unos y otros están ya tan mezclados que costaría señalar cuáles se originaron dónde. A título personal me interesa, por ejemplo, ver cómo la expresión en castellano ha cambiado para replicar la dicción de las series originalmente en inglés traducidas al español (cosas como lo que se ve en la trilogía de Las huellas de Jorge Carrión, la primera novela Los muertos, sobre todo) o la incorporación de viñetas más cortas que parecen venir también de la serialización del contenido narrativo tras la llamada tercera edad dorada de la televisión. La ruptura de la narrativa en viñetas o, más bien, la composición de un universo narrativo compuesto de multitud de viñetas (elementos, personajes) distintos comprendiendo así la obra como algo modular, no obstante, es algo que me parece que responde más al medio digital (porque todo lo digital es modular, por un lado, y porque así se estructuran los proyectos transmedia, por otro).

La modularidad y la comprensión de que la relación entre módulos puede no ser lineal ni secuencial, sino en red y simultánea, es lo que, a día de hoy, me parece más interesante de la relación entre el lenguaje de la imagen en movimiento (el cine, si quieres, pero no sólo) y la literatura. Frente a una lógica secuencial que inevitablemente nos viene de la palabra y la escritura donde una palabra necesariamente sigue a otra porque no se puede decir ni escribir dos a la vez, la simultaneidad que sí nos permite el mostrar dos imágenes a la vez, o reproducir dos audios a la vez y lo que implica para comprender el montaje como una posibilidad de discurso cuya lógica nada tiene que ver con la linealidad de la causa y la consecuencia, por ejemplo, es algo fabuloso, lleno de posibilidades creativas.

Esto yo lo veo como algo asumido en la obra de Cristina Rivera Garza, o Agustín Fernández Mallo, por ejemplo, que han traído a su organización narrativa lógicas que no le son propias, lógicas en red cuyas temporalidades se superponen y repiten . De manera un poco más radical, yo considero el montaje cinematográfico importantísimo (y aquí el ejemplo de Godard que das en la caja-matrioska nos viene al dedillo, porque Godard es un visionario total que se adelantó a su tiempo con su pragmatismo técnico, revolucionando ese otro montaje de Eisenstein ¿no te parece?) en lo que serían las obras más propiamente digitales y en línea. En mi caso particular, yo incorporo el vídeo en casi todas mis obras digitales de una manera u otra, donde el montaje se establece ahora no sólo entre planos fílmicos sino entre imagen en movimiento, fotografía, audio a veces sin vídeo y texto escrito, creando una especie de metáfora multimedia o multisemiótica.

Sin embargo, como te decía, en mi caso el lenguaje visual no proviene del cine, sino del vídeo online. La repetición y el bucle infinito me parecen muy significativos y poéticos, así como me lo parecen las posibilidades de estudio que nos dan las nuevas figuras que aparecen en esos espacios del vídeo online como serían YouTube o Instagram. Es decir, el paso de aquellos sujetos protagonistas que usaban la plataforma (de YouTube sobre todo) de manera confesional–como si fueran diarios personales y con unos vídeos domésticos, caseros, un tipo de imagen muy pobre que nada tenía que ver con la del cine–a la popularización y la fama de los influencers de hoy en día, que presentan una imagen muy trabajada y televisiva (el lío empieza ahora con todos estos programas que muestran en la televisión vídeos online y copian sus estrategias modulares y otros lenguajes…).

Con todo esto, Ramón, que es mucho, me parece que podemos empezar a ver por dónde va esta relación entre los mecanismos del cine (que ya digo, me parece que «cine» quizás ya no sea la forma predilecta de imagen en movimiento, aunque quizás sí y lo que haya que hacer es expandir su significado) y literatura. Creo que sí, que como tú pareces apuntar con tu pregunta, estamos notando un cambio en los devenires literarios que, por un lado incorporan directamente capturas de imagen o crean texto combinado con imagen (como el uso tuyo de los subtítulos en las capturas de pantalla, a mí esto me parece una forma literaria súper interesante; o como el ejemplo de obras de literatura digital, «electrónica», como las mías) y esos otros que asumen la relación simultánea y la lógica de la modularidad y el montaje de manera alfabética y narrativa, por otro (sin cambiar el canal semiótico per se, por entendernos). Ambas maneras me parecen muy interesantes y productivas.

¿Hasta dónde pueden ir progresando y cuál podría ser su papel en el ámbito intelectual y literario? Esto es lo último que me preguntas y sobre esto no tengo respuesta concreta. Quizás llegue un momento en el que dejemos de sorprendernos con la mezcla de medios (creo que cada vez nos sorprende menos ver una fotografía o un dibujo en una novela, por ejemplo), pero me parece que todavía falta mucho para que el ámbito intelectual acepte un ensayo escrito con capturas de pantalla o, mucho menos, como vídeo de YouTube como algo merecedor de una cátedra. Pero el cambio se está dando y negarlo es imposible. Es imparable. Aunque vayamos poco a poco.


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