—¿Sabéis por qué somos alérgicos a tantas cosas? Por esos negros que vienen en patera, por eso —alarga el brazo hacia la mesa—. Begoña, pásame la ensalada.

La televisión muestra un grupo de inmigrantes tapados con mantas.

—Con todas esas barrigas gordas. Comen más y mejor que nosotros. Los cabrones.

—No puedo más papá.

—¿Cómo que no puedes más?
—Digo que estoy lleno.

—Trae. Voy a por una cerveza —Santiago arrastra su silla y se levanta para llevar el plato de Daniel a la cocina. Begoña y su hijo se quedan solos en el comedor.

—Dani, ¿le has hablado a papá de tu amigo?

—No.

—Va siendo hora de que lo sepa.

—He dicho que no.

—Daniel, es tu padre. Tiene derecho a saberlo.

—¿Saber el qué? —dice Santiago entrando al comedor. Begoña y Daniel agachan la vista en silencio—. Saber el qué —repite—. Vamos, machote, ¿qué ocurre? ¿Has suspendido algún examen?

—No, papá.

—Entonces qué pasa. —dirige sus ojos a los de su mujer— ¿Bego? —Ella permanece callada.

—Papá —dice Daniel—. Llevo un tiempo saliendo con alguien.

Santiago mira con ojos de sorpresa a su hijo

—¡Eso es estupendo, Dani! —dice golpeando con el tenedor y el cuchillo la mesa—. ¿Cómo se llama?

Daniel dirige la mirada hacia su madre.

—Venga hijo —dice su padre masticando el trozo de carne que acaba de llevarse a la boca—. ¿Quién es? ¿Es la pelirroja, la hija de Antonio? Esa chica es un buen partido. ¿Es ella verdad?

—No, papá. No es ella.

—¿Entonces quién es?

—Se llama Carlos.

Santiago deja de masticar.

—¿Carlos? Pero Carlos es nombre de chico. ¿Quién pone un nombre tan raro a una chica?

—No es una chica, papá.

—¿Cómo que no es una chica?

Begoña acerca la mano al plato de Santiago —¿Quieres postre?

—No quiero ningún puñetero postre.

—Santiago, por favor.

—¿Es broma, verdad Daniel? —Santiago se levanta y se acerca a la silla de su hijo, poniéndose a la altura de sus ojos.

—¿Me estás diciendo que eres maricón? ¿Te morreas con otro tío y tienes el valor de sentarte en la mesa con tu madre y con tu padre?

—Santiago, basta.

—Que te calles, Begoña. Estoy hablando con mi hijo.

Daniel baja la mirada.

—Vaya. Así que ahora te acojonas. Como una mariquita, ¿no?

—Santiago. Deja al chico por favor —Begoña se levanta de su silla. Santiago se incorpora y la agarra del cuello.

—Tú lo sabías, ¿verdad? —Santiago aprieta más fuerte. Ella no puede respirar—. Lo sabías y no me dijiste nada, ¿no?

—¡Para papá! ¡Déjala en paz!

Begoña comienza a ponerse morada. Daniel agarra por el brazo a su padre, intentando apartar su mano del cuello de su madre. Al cabo de unos segundos deja de apretar y Begoña cae en la silla de un golpe. Santiago avanza hasta su sitio y se sienta. Mira fijamente a Daniel y se mete otro trozo de carne en la boca.

—Recoge tus cosas y lárgate.

Daniel se levanta de la mesa y se marcha. Santiago sube el volumen de la televisión. Con la voz de la chica del telediario de fondo y con la boca llena dice: —Begoña, pásame la puta ensalada.

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