¿COMO PROMOVER EL CULTIVO DE LA VIRTUD SEGÚN LA DOCTRINA ÉTICA DE KANT?

¿COMO PROMOVER EL CULTIVO DE LA VIRTUD SEGÚN LA DOCTRINA ÉTICA DE KANT?

JHON JAIRO VANOY HERRERA

Universidad Nacional de Colombia

Departamento de filosofía – Sede Bogotá D.C.

20 de febrero del año 2019

Resumen

La Doctrina Ética del Método (477-491) busca instruir en cuanto al modo de practicar lo consignado en la investigación ética que le precede, la cual, ofrece como producto los principios y deberes del hombre hacia sí mismo y hacia los demás. Esta última parte del libro La Metafísica de las Costumbres quiere establecer, primero, la metodología más adecuada para iniciar la enseñanza de la virtud ética. En segunda instancia, Kant reconoce la dificultad que trae poner en práctica dicha enseñanza, para lo cual recomienda cumplir tales deberes, siempre, acompañados de un ánimo valeroso y alegre. Finalmente, Kant termina esta obra poniendo límites de aplicación a su doctrina ética y campo de acción, para lo cual, excluye un posible apartado que trataría sobre los deberes del hombre hacia Dios (esta parte no será tratada en el presente texto).

Así pues, este artículo hará un recorrido por las dos primeras instancias arriba mencionadas, donde se propone dar respuesta (sucinta) a la pregunta consignada en su título, para finalizar proponiendo una discordancia con la supuesta “mayor asertividad pedagógica” del ejercicio catequético.

  • Como enseñar la virtud[1]
  • Como practicar la virtud
  • ¿Es el método catequético el mejor para educar a los jóvenes en la práctica moral?

Lo primero es precisar que la virtud es enseñable, es de esta naturaleza porque no es innata, la virtud se adquiere, no se nace virtuoso sin más ni vicioso para siempre, esta es un ejercicio constante de educación, trabajo y esfuerzo. La virtud consiste en obligarse libremente, y según la razón práctica, a obedecer la ley moral inmanente al hombre, venciendo así los obstáculos que conlleva estar siempre expuesto a viejas y nuevas seducciones, inclinaciones naturales o vicios, tales como la maledicencia, la soberbia, la envidia, la alegría por el mal ajeno, etc.

Si bien, en nuestro fuero interno, no puede evitarse opinar mal acerca de alguien que no goza de nuestra simpatía, (pues es una inclinación natural hacerlo), no tenemos por qué elevar esta inclinación a máxima moral, y en consecuencia, murmurar a otros sobre dicha persona, menoscabando así su respetabilidad. Es así como, este proceder me alejaría de la virtud, de lo cual, se infiere que luchar contra tal manera de actuar me acercaría, pues, a la virtud misma.

Entonces, tenemos que si la virtud fuera innata, ninguno se vería inmerso entre tales disyuntivas: hablar mal, o no, de alguien que no es de nuestro agrado, en tal caso, simplemente nadie lo haría, y no se necesitaría aprender a no hacerlo; contrariamente, podemos elegir hacerlo o no, donde, dicha elección dependerá de nuestro grado de educación moral.

Ahora bien, si la virtud es enseñable, entonces, es una ciencia, la cual, para cumplir tales condiciones, debe poseer un cuerpo sistémico, además de ser metódica, pues si no, su exposición se dificultaría sobre manera. Tal exposición de la doctrina de la virtud puede llegar a ser problemática según a quien se le imparta, pues la idea es trasmitirla con claridad. Por otro lado, al ser esta una filosofía práctica, es menester iniciar su enseñanza en la más temprana edad posible, es decir, tanto en la niñez como en la juventud, ahora bien, es de esperarse que un niño o un joven sean incultos en tales materias.

Es así como, aplicar un método acroamático, el cual consiste en enseñar a partir de narraciones, explicaciones y discursos, no es lo más apropiado, pues, ¿Qué podría llegar a entender aquel joven inexperto en tales especialidades? Muy poco. Kant prescinde, también, del método erotemático-dialógico, el cual consiste en que alumno y maestro se hagan preguntas y se brinden respuestas recíprocamente, este nivel de enseñanza requiere que el alumno sepa preguntar adecuadamente, lo cual, no está dentro de las posibilidades de un niño o un joven inculto.

Finalmente, Kant recomienda usar el método erotemático-catequético, el cual, consiste en que solo el maestro es quien pregunta, mientras que el discípulo responde según la razón humana común, de este ejercicio debe resultar una serie de expresiones precisas extraídas de lo preguntado metódicamente al alumno, además, que sean difíciles de olvidar, es decir, expresiones que se instalen fácilmente en la memoria del instruido.

A continuación, se presenta dos partes del texto Kantiano, las cuales buscan dar a entender cómo opera el concepto de Deber en la esfera ética, así pues, (i) corresponde al método acroamático, mientras que (ii) corresponde al método catequético.

Lo anterior, se hace con el fin de poner de manifiesto cómo es que (ii) es, -“relativamente”, mucho más fácil de comprender por parte del instruido que (i), debido a su menor grado de complejidad.

(i)

La ética (…). No puede partir de los fines que el hombre quiera proponerse y después decretar las máximas que ha de adoptar, es decir, su deber; porque tales fundamentos de las máximas serian fundamentos empíricos, que no proporcionan ningún concepto del deber, ya que este (el deber categórico) tiene sus raíces solo en la razón pura: como, propiamente, tampoco podría hablarse en modo alguno del concepto de deber si las máximas debieran tomarse atendiendo a aquellos fines (que son todos egoístas). –Por tanto, en la ética el concepto de deber conducirá a fines y las máximas, relacionadas con los fines que nosotros debemos proponernos, tienen que fundamentarse atendiendo a principios morales. (Kant, 1797, p. 382)

(ii)

  • El maestro. Si tuvieras en tus manos toda la felicidad (que es posible en el mundo), ¿Te la guardarías toda para ti o la compartirías también con tus semejantes?
  • El maestro. Esto prueba que tienes bastante buen corazón; a ver si muestras en esto también buen entendimiento. —- ¿Darías al holgazán blandos cojines para que pase su vida en dulce ociosidad? (…). Porque estos son otros tantos medios que cada uno desea para ser feliz a su modo.
  • El maestro. Ves, pues, que si tuvieras en tus manos toda la felicidad y la mejor voluntad para ello, no la entregarías sin reflexionar a todo el que se te presente, sino que primero investigarías hasta qué punto cada uno es digno de la felicidad. Pero en lo que a ti respecta, ¿No tendrías reparo alguno en procurarte primero todo lo que consideras que forma parte de tu felicidad?
  • El maestro. Así pues, la regla y la instrucción completa para saber qué hacer para participar en la felicidad y, ciertamente, tampoco ser indigno, se encuentra únicamente en tu razón; esto significa que no necesitas aprender esta regla de tu conducta de la experiencia, ni que otros te la enseñen; tu propia razón te enseña y ordena directamente qué tienes que hacer. (…).

El alumno. La compartiría, haría también a los demás felices y satisfechos.

El alumno. No, eso no.

El alumno. Si.

El Maestro. Pero ¿No se te ocurre también preguntar si tú puedes ser digno de la felicidad?

El alumno. Si.

El maestro. Pues bien, aquello que en ti solo tiende a la felicidad es la inclinación; pero aquello que restringe tu inclinación a la condición de ser primero digno de esa felicidad es tu razón; (…).

El maestro. ¿Cómo se llama esta necesidad de actuar de acuerdo con una ley de la razón y que esta impone al hombre inmediatamente?

El alumno. Se llama deber. (Kant, 1797, p. p. 480-482)

Como puede observarse, hacer caer en cuenta al alumno de cómo al fundamentar la búsqueda de la felicidad a partir de la mera conducta de la experiencia, le llevaría a efectuar absurdos tales como: hacer al borracho más borracho y al ocioso más ocioso, inclusive, satisfacer indignamente sus propias inclinaciones más egoístas, implica también, hacerle entender, como en un comportamiento ético adecuado, no es posible partir de los fines sin tener en cuenta, primero, el concepto de deber, el cual emana de la pura razón práctica sin recurrir a fundamentos empíricos.

Así pues, Kant explica la operatividad del mismo concepto de estas dos manerasdistintas, sigue su propio consejo, consignado en, el cual dice: “A lo largo de la enseñanza moral catequética sería de gran utilidad para lo formación moral plantear en cada clase de deber algunas cuestiones casuísticas y hacer que los niños reunidos prueben su entendimiento (…)” (Kant, 1797, p. 483).

¿No nos ocurre que cuando estamos cumpliendo con nuestro deber, nos acompaña, a veces, un ánimo sombrío y tosco, debido a que, en dicha práctica, sacrificamos muchos goces de la vida? Para Kant, este malestar es un problema que tiene su raíz en la falta de conciencia y reconocimiento del sacrificio mismo que estamos efectuando. Así pues, si cumplimos nuestro deber sin hacer de ello algo placentero, inclusive le rehuimos, y hasta, terminamos por evitar la ocasión de practicarlo.

Para caer en cuenta de este error de cálculo que sufrimos al ejercitar la virtud, Kant nos remite, por un lado, a un precepto estoico el cual dice: “acostúmbrate a soportar los males contingentes de la vida y también a abstenerte de los deleites superfluos”. Lo anterior, entra en concordancia con lo que nos comparte Epicuro en su Carta a Meneceo:

(…) Por este motivo no elegimos todos los placeres, sino que en ocasiones renunciamos a muchos cuando de ellos se sigue un trastorno aún mayor. Y muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si obtenemos un mayor placer cuanto más tiempo hayamos soportado el dolor. (ed. 1999, p.p. 416-417)

Así pues, queda claro que por “paradójico” que parezca, luchar de forma valerosa evitando placeres superfluos, puede reportarnos aún mayor placer.

Este –decir no- (valerosamente) absteniéndonos de satisfacer los placeres derivados de las inclinaciones naturales, puede verse como una dietética o salud del alma, pero la salud no puede sentirse, y el ejercicio de la virtud tampoco puede, en ningún caso, ser una práctica insensible. Así pues, Kant propone añadir algo: el corazón siempre alegre según la idea del virtuoso Epicuro.

De acuerdo a lo anterior, entonces, recordemos algunas sentencias que nos ofrece Epicuro, la -41- nos dice: “Digo que debemos reír a la vez que filosofar, (…)” (ed. 2012, p. 102), y, la numero -77- nos señala: “El fruto más delicioso del propio contento es la libertad”. (ed. 2012, p. 105). Ideas estas que concuerdan con el ánimo siempre alegre al momento de practicar la virtud, pues para Kant, el hecho mismo de ser concientes de no transgredir deliberadamente el deber, y la convicción de que al actuar de esta manera hemos reconquistado nuestra libertad, es suficiente para estar alegres, pues ¿Qué hombre reconociéndose como libre, puede no estar alegre, si el ejercicio pleno de nuestra libertad es lo que precisamente nos hace hombres y no bestias? [2]

Ahora bien, Kant nos señala, cuales son caminos erróneos que impiden practicar la virtud. El autocastigo y la expiación exaltada conllevan a prescindir del propósito de enmendar las fallas, pues con dicho castigo queda “saldada la deuda”, o en otras palabras, bien conocidas por nosotros, este agente estaría aplicando el precepto: el que peca y reza [o se castiga] empata; lo cual, nos deja una brecha abierta a caer continuamente en las inclinaciones naturales, pues, nosotros mismos estaríamos en capacidad de saldar dicha deuda cuantas veces queramos, lo cual resulta en una conducta totalmente viciosa. Es el caso de quien en la comodidad de su casa y, luego de comer austeramente (adrede), profiere: como estoy lleno y satisfecho yo, estén los niños de la calle, amen.

Por otro lado, tener el deber como un mandato del cual se sigue una serie de ventajas e inconvenientes es estar equivocado, puesto que la acción moral virtuosa no puede ser de ninguna manera fundada en el provecho y la conveniencia. Aquí caen todos aquellos que, y de acuerdo a lo que señala Epicuro en su Carta a Meneceo, “opinan que de los Dioses provienen los mayores males y los mayores bienes”. (ed. 1999, p. 408)

A propósito, es muy común encontrar en nuestro contexto, cuando a alguien le va mal, escuchar sentencias tales como: al que obra mal le va mal, o, en esta vida todo se paga, o, Dios sabe cómo hace sus cosas.

Por tales inconvenientes, es que Kant recomienda no exponer mezclados el catecismo moral y el religioso, ni hacer que uno se siga del otro, pues el malentender el primero deriva en practicar una religión llena de hipocresía, consistente en reconocer los deberes por temor. Pues quien juzga a otro diciéndole –te mereces todo lo malo que te pasa, pues, en esta vida todo se paga y Dios no se queda con nada, sin duda, es alguien que tiene todo, menos un buen corazón[3].

A este respecto, finalmente, Kant nos advierte sobre el mal uso del ejemplo, pues, un buen comportamiento moral por parte del maestro puede ser inspirador para el hombre todavía inculto y predisponer su voluntad para aceptar máximas que adoptara en lo sucesivo, pero, tal ejemplo no puede fundar ninguna máxima de la virtud, nadie puede ser virtuoso por otros. Así pues, el comportamiento de otros hombres no puede ser el móvil para adoptar máximas morales, si así fuera, en una comunidad donde nadie aporta ejemplo alguno, no brotaría jamás una acción virtuosa (pues no habría de quien seguir ejemplo), lo cual cae por su propio peso, puesto que tal comunidad para existir, debiera tener como mínimo algunas madres virtuosas.

El uso comparativo del ejemplo funda discordia entre los hombres, es el caso del jefe que vive exhortando a todos los empleados a que trabajen como el empleado “modelo”, o, el caso de los padres de familia que viven mandando a sus hijos comportarse como algún familiar ejemplar. Tenemos el caso típico de “coma, que por lo menos tiene que comer, no como los niños del África…” Uno no debiera alimentarse bien, solo porque otros no tienen que comer, obrar según este principio es aberrante.

A continuación, se presenta una pequeña exposición de las generalidades de la doctrina Ética Kantiana, seguida del mito de Ulises y las Sirenas, donde se busca que el alumno a través de la escucha y su propia razón, llegue al saber por medi0 de la comparación entre una explicación acroamática y una narración mítica que puede ser fácilmente recordada por cualquiera.

La filosofía práctica de Kant dibuja al hombre como un ser que padece dos naturalezas, una animal y otra racional, así pues, el hombre puede vivir de acuerdo a la una o a la otra, más no, vivir practicándolas juntas. La naturaleza animal tiende a satisfacer inclinaciones, fáciles de satisfacer, en principio placenteras, pero que finalmente destruyen nuestra condición humana, rebajándonos a bestias insaciables, esto hace la vida viciosa y, posiblemente, corta.

Por otro lado, la naturaleza racional, tiende a satisfacer inclinaciones difíciles de satisfacer, en principio dolorosas, pero que finalmente construyen nuestra condición humana, elevándonos a la dignidad de ser humano, esto hace la vida –virtuosa- y prometedora.

Ahora bien, siempre tenemos la posibilidad de conducirnos ya sea por una, u otra, naturaleza, esta oportunidad de poder elegir entre ellas, podemos llamarla, campo de acción de la libertad.

Así pues, podemos ser libres conservando dicha libertad, esto pasa cuando nos atamos incondicionadamente a lo que ordena el deber, en este caso, estaríamos actuando según nuestra naturaleza racional; pero es fácil perderla, esto ocurre cuando optamos por actuar según la naturaleza animal de forma irracional.

Valeroso y alegre es quien da la batalla por conservar su libertad, pues ha encontrado el camino a casa; indigno e infeliz es quien la pierde, pues naufraga a la deriva habitando los mares de la pasión y la inclinación natural, sin ningún hogar al cual llegar.

Ahora bien, habiendo observado este pequeño esbozo de la doctrina Ética Kantiana, recuerden ustedes la advertencia que le hizo Circe a Ulises cuando este intentaba retornar a su casa Ítaca, así pues, dice Circe a Ulises:

Así, pues, todo eso ha quedado cumplido; tú escucha lo que voy a decirte y conserve un dios su recuerdo. Lo primero que encuentres en ruta será a las Sirenas, que a los hombres hechizan venidos allá. Quien incauto se les llega y escucha su voz, nunca más de regreso el país de sus padres verá ni a la esposa querida, ni a los tiernos hijuelos que en torno le alegren el alma. Con su aguda canción las Sirenas lo atraen y le dejan para siempre en sus prados; la playa está llena de huesos y de cuerpos marchitos con piel agostada. Tú cruza sin pararte y obtura con masa de cera melosa el oído a los tuyos: no escuche ninguno aquel canto; solo tú lo podrás escuchar si así quieres, más antes han de atarte de manos y pies en la nave ligera. Que te fijen erguido con cuerdas al palo: en tal guisa gozarás cuando dejen oír su canción las Sirenas. Y si imploras por caso a los tuyos o mandas te suelten, te atarán cada vez con más lazos. Al cabo tus hombres lograrán rebasar con la nave la playa en que viven esas magas. (Homero, ed. 1993, p. 286)

Ahora bien, teniendo en cuenta que Ulises opto por hacerle caso a Circe ¿Creen ustedes que esta elección es coincidente con elegirlas inclinaciones racionales, o las animales? ¿Por qué?

En mi opinión, este método de corte erotemático, alternativo al catequético, también es muy adecuado para educar al joven, al viejo y al niño. Así pues, el primer instrumento doctrinal y el más necesario para el alumno todavía inculto, no necesariamente, debe ser un catequismo moral; el arte y la literatura pueden aportar de lo suyo.

Es de saberse que el método catequético elimina el emocionarse mientras se aprende, y hay saberes que solo pueden ser comunicados con imagenes.

REFERENCIAS

Eleuterio Elorduy, S. J. (1972). El Estoicismo, Editorial GREDOS, S. A.

Epicuro, (ed. 2012). Sentencias Vaticanas y Fragmentos. José, V. (Edición), Epicuro, Obras Completas (pp. 99-105). Madrid: Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.).

Kant, I. 1797. La Metafísica de las Costumbres. Bogotá: Editorial Tecnos, S. A., 1989.

Oyarzún, R. P. (1999). Epicuro: Carta a Meneceo. ONOMAZEIN 4,pp. 403-425.

Pabón, J. M. (trad.) (1993). Homero. La Odisea. Madrid: Editorial GREDOS, S. A.


[1] “La prueba de que es real la virtud –dice Posidonio en su libro primero de El Discurso Ético– es el que estén en aumento los discípulos de Sócrates, Diógenes y Antistenes; pero que también es real el vicio, puesto que se contrapone a la virtud; y que es enseñable –me refiero a la virtud- tanto Crisipo en su libro primero El Fin lo dice, como Cleantes, Posidonio en sus Protrépticos y Hecatón; y que es enseñable está claro porque llegan a hacerse buenos a partir de malos”.(Eleuterio, 1972, p. 341)

[2] “(…) y que la dicha está en ella [la virtud] porque es un espíritu que está constituido para el equilibrio de la vida (…)”. (Eleuterio, 1972, p. 341)

[3] Que la virtud es una disposición equilibrada y ha de alcanzarse por sí misma, no a causa de algún temor o esperanza, o algún motivo externo”. (Eleuterio, 1972, p. 340)

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