Y mi relato comienza desde el día en que el sol se escapó de su celda…

– Martes 24 de febrero es un día como hoy pero un siglo antes de que tú nacieses, me cuentan la belleza de una mágica tierra en donde el sol se esconde bajo tierra y las estrellas están bajo los pies de incontables guardianes de madera, que llevan décadas preservando el valor de su belleza. La curiosidad se hace presente, y la noticia recorre el mundo e invade ciertas mentes brillantes, una de ellas; la de mi Señor Mackavine, personaje culto e irreverente, en mi tierra de duendes y arco iris adyacentes, lo sé, saben que mi descripción define notablemente a mi patria, la gran Holanda; por supuesto la distancia que existe, entre el suelo que genera estos rayos de sol que hoy vemos, es infinita, pero no imposible de encontrar, así que mi Señor Mackavine ha decidido partir. Y que afortunado que soy, pues me ha elegido como su bufón de dial y ¡sí que transformo el ambiente con mi notoria presencia! Lamentablemente, si el futuro lo pudiese haber visto, sabría que esta sería nuestra última centella de felicidad y sin dudarlo jamás habría salido de mi agradable recamara.

– Llega el día de partir, y piso con valentía el exterior de esta máquina domadora de océanos, pensando en que a mi casa traeré un rayito de sol, que alumbrará desde lejos mi camino. El día terrible para navegar, pero las velas ya se han de izar y el viento hace lo suyo, adentra este monstruo a la boca devoradora de estas aguas turbias; no navegábamos, pues éramos desde se momento náufragos ciertamente valientes. Por la noche el viento decidía el camino, mientras de día la corriente nos arrastraba mar adentro, en definitiva un lugar del cuál nadie regresaba a casa. Y el llanto de un bebé visitaba la garganta de estos hombres. Presencie peces gigantes, estoy seguro que mi estatura era la circunferencia de su respiradero, increíble un pez que podía respirar, y de seguro que podía hablar. Pero fue descortés, aunque no enuncio ningún comentario si logró expectorar la barca con una delicada lluvia de rocío, y que a su vez formo a causa del sol, un paraíso efímero. Y mi mirada fija al horizonte, no observaba algo en particular solo que mi hogar lo devoró este charco enorme, pues la tierra firme que nos prometieron aún no se deja conocer.

– La locura en este carruaje marítimo se hace cada día presente, desamparados en estas aguas por más de 65 días, que ya parecen años, la comida se agota, mis compañeros uno a uno, mueren en el intento de mantenerse en pie, el calor agobiante y la sed insaciable los aqueja,no resisten un día más en esta prisión de agua viva. Y desahuciado entonces me pregunto: ¿Cómo es posible que un elemento que te obsequia vida, pueda ser capaz de quitártela?, y como nadie respondía, me susurraron al que injusto que sea cierto. Oscurece, y el cielo se torna brillante, un estampado a diamantado lo cubre desde su comienzo hasta el ocaso, y sin pensar mucho, me doy cuenta que es una especie de mapa. Y que suerte que lo encontré, gracias a sus líneas casi imperceptibles, trabamos una ruta fija hacia esta indomable tierra llamada Venezuela. Un nombre raro, pero interesante. Y que guarda en alguna parte de su providencia estos apreciados tesoros. Y me dije: “Muy pronto estarán en la barca de mi señor Mackavine”. Así lo afirme esa noche, sin saber lo que nos acontecía al día siguiente. Mientras, eché mi cuerpo desgastado a una siesta placida añorando esta tierra de maravillas ausentes.

– Amanece, y¡que sorpresa!, hemos llegado a tierra. Aunque estoy en cama, ¿me habré desvanecido? No lo sé. Aunque me miro y mi brazo izquierdo no lo tengo, no puedo comunicarme, no puedo hablar. Estoy inmóvil ¿Qué ocurrió? Fue una de las muchas interrogantes que copaban mi mente. Luego de una semana recostado en este cajón de vino, creo no tener espalda. No estoy en mi mejor momento, he de quebrantarme cada vez que doy unos pasos al exterior. Transcurren algunas horas y me doy cuenta de la gravedad del asunto. Hemos coronado tierra, pero no de la manera que esperaba, el barco completamente destruido y mis compañeros han desaparecido. Ahora solo somos cinco valientes de 280 guerreros. Mi señor Mackavine, ha salido ileso de esta situación. Recobro mis sentidos, y ya soy de nuevo el que abordo esa nave demoníaca. Ya no soy un simple bufón, ahora dirijo este pelotón de aventureros. Aunque estoy incompleto, tengo una valentía que mide más de tres metros. Espero que esta me baste, para continuar en este viaje de penurias y dolor, por tan solo dos pequeñas gotitas de sol. La luz de la luna nos acompaña, y siento miedo, mucho miedo. Estamos solos, nadie vendrá por nosotros. Mi madre me esperaba al cabo de tres lunas llenas, imagínense; tres meses me separan de ella y un infinito mar de penurias. ¡Quiero estar en mi hogar! Era lo que gritaba mi alma sin cesar.

– Al día siguiente, llegamos a un lugar asombroso, cascadas de agua limpia, frutas y muchos animales, habían bovinos, toda clase de ellos, roedores, y animales que se arrastraban y bufaban ímpeto de su aliento. Mientras el agua nos reavivaba, fuimos interceptados y golpeados. Inconsciente, de nuevo. Solo veía el camino borroso e iba por el aire. Cuando recobre vida, estaba atado a unos maderos, expuesto a un gigantesco hueco, que parecía no tener fin. Y sin mucha demora el sol se opuso, sin ayudarnos muchos se ocultó. Tenía miedo de acontecer lo que seguramente sucedería con nuestra presencia en ese lugar, estábamos en medio de la roca fundida, jamás pensaba que la roca se tornase agua, ¡fuese tan liquida! Y esta provenía de una cúspide que parecía tocar el cielo estampado de esa noche. Estas pequeñas personas, eran portadoras de un color intenso, oscuro. Una tonalidad café, pensaba que este enorme cerro les había proporcionado tal color. Y que de seguro era el turno de los pálidos extraños que había tocado esta su santa tierra. Todos fueron consumidos ante mis ojos, y el último fue el señor Mackavine, quién me gritó: ¡Sí sales de este aprieto, cuenta nuestra historia. Diles a todos que fuimos héroes. No les narres esta parte, por favor! Y con lágrimas en sus ojos, se despidió mi señor.

– Por mi parte, el calor desato mi soga y logré salir sin problema, gracias a que me faltaba parte de mi brazo, salí ileso de esta situación. Me adentre al bosque, y me perdí en instantes. Así que continué sin mirar atrás, porque sabía lo que me esperaba, se había comenzado una muy buena cacería en mi nombre. No sé cómo lo logré, pero escapé. More en una gran Sabana, un esplendor, tallado por los mismos dioses. Tres días llevaba sin comer, y una pequeña luz, me dio esperanza, mi curiosidad gana la batalla entre sobrevivir y escuchar la razón. Cuando llego, es un edén, ¡qué maravilla! que deleitaba mis ojos, seguro este era el abrigo del sol, aunque no tuve la dicha de verle, logre tomar unos pedacitos de sus rayitos, y salí espantado de este paraíso recóndito; esperando a que no note las migajas que he robado. Luego de salir de esta hermosa prisión, visualice a los nativos, y me escondí.

– Con el sudor en mi espalda, sentía que me desangraba, no sabía que iba a pasar si encontraban. En ese momento, me pregunté; que había devorado a mis amigos, mis compañeros. Jamás lo sabré. Pero inmóvil en este refugio improvisado, los admiro por un momento y presencio sus acciones más cultas, y oran al cielo e imploran a “Canaima”, ese nombre planto en todo mi cuerpo un temor y erizo por completo mi piel. No entendía su idioma, pero tampoco debía comprender mucho, para aceptar lo que ocurría en ese momento. Y sin mucho afán me he quedado quieto esperando su partida. Es de noche y una fogata alumbra su campamento, no se han de marchar, y ofrecen en su altar, enorme y colosal, en cuestión de horas hicieron esta espléndida obra. Y como olvidar, lo que en la punta este tenía para dar, pedazos enormes de sol, distintos tamaños y tonalidades de este material rubio, y aún no entendía como le hacía para que el sol les otorgue tal regalo.

– ¿Como eran capaces de sacarle del suelo?, y estar a su vez tan vivos. Porque después de la tierra, viene la muerte, ¿no? Y una pregunta, abarco mi mente. ¿Que nombre llevará este hermoso material?. Y sin esperar mucho, veo como lo describen, alzan al limbo su premio, y repiten sin contenerse: “Uorou, uuorou, urou”. Como no entendía muy bien que decían, decidí llamarle pepita de oro. Y la ambición lleno mi mente e imagine un mundo repleto de “pepitas de oro”. Me las arregle para sobrevivir, y me tope, la barca de mi señor Mackavine. Y resulta que allí se encontraba un bote intacto y mapas de emergencia, por si algún día la embarcación se perdía. Y sin demora pensé en regresar a casa. Estaba emocionado, realmente excitado. No esperaba llegar a casa, y enseñarles mi rayo de sol, bueno mis pepitas de oro. Cuando la marea estuvo en su mejor momento, decidí echar mi barca a este tormento. Y la barca como indómito corcel, se aventuró a estas aguas infestadas de cosas malas. ¡Ahí voy madre mía! Resonaba esta canción en mi desolada mente.

Como dije, estas son mis últimas palabras, no sobreviviré. Todo lo que aquí se ha de relatar, fue una vil experiencia, la ambición es aventureros sin experiencia Prepárense mis hermanos y conquisten esta heredad, yo no podré porque el bote se hunde. Y no sé por qué debo morir. He sobrevivido a tanto. Y aún no acaba este sufrimiento. Si llegan a leer y entender este confuso pero estimulante escrito, aquí les dejo los mapas y las pepitas de ambición que me llevaron a la perdición, y que guarda la impetuosa Guyana. Así es, le he dado este nombre, por tan cruel y sublime ambiente. Vengan hermanos y recorran estas tierras, y verán las maravillas de Venezuela…

Sir. Nhaudys D´ Guerrero. 1654

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