El cuerpo infinitamente cansado del día, la luz, el ruido, la gente, el todo que va pesando en los hombros.

La mente decide no ceder, permaneciendo alerta, entregándose a ideas, relatos, recuerdos y fantasías, cómo si se negase a darme un respiro, uno que me permita reiniciar, uno que me deje tomar fuerzas para continuar; las horas se diluyen en la oscuridad y pasan agitadas como corrientes de agua arrasando la poca esperanza que me queda de encontrar calma.

Me abandono entonces ante él, dejando que llené de vacío mi mente y mi alma.

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