¿Quién soy?

¿Quién soy?

Blue

20/02/2019

Después de un mes entero de pesadillas, de insomnio y de largas jornadas nocturnas, deseaba dormir bien esa última noche, para partir al amanecer a aquel viaje tan esperado. Deseaba con pasión visitar la playa en invierno. Cualquiera diría que estaba loca, pero aún, con el frío, añoraba recibir la brisa del mar y perderme en su azul profundo. Sin embargo, de nuevo en mis sueños, estaba ella, aquella niña cuyo rostro nunca podía recordar y que siempre aparecía en mis pesadillas gritando y sollozando. En mis sueños siempre intentaba calmarla a pesar de mi propia desesperación. –No es tu culpa– le decía.

Al amanecer, distinguí los primeros rayos de luz filtrándose a través de la ventana de mi cuarto. Somnolienta me levanté de la cama a preparar mis cosas. El día había llegado. Era un viaje que pretendía hacer sola desde un principio; a mis conocidos les costaba creer que fuera capaz de emprender un viaje sin ninguna compañía, pero lo cierto es que a veces la soledad resulta ser una compañía muy reconfortante.

Fueron varias horas de vuelo, de autobús y de caminata hasta que pude llegar al fin a los Acantilados de Moher, lugar al que siempre había deseado ir, pues tan sólo pensaren él me producía una sensación de bienestar, de profunda melancolía y ganas de deleitarme en sus hermosos paisajes. Ahora que había llegado, pude comprobar que en efecto, era un lugar glorioso. Estar ahí de pie era como estar flotando en el cielo…El viento soplaba fuerte y me zarandeaba como a una pluma; y las olas del mar rugían con gran fuerza mientras yo sentía que me conectaba con el universo en su máxima expresión.

Tras un largo lapso disfrutando de mi soledad en aquellos acantilados, decidí explorar sus alrededores. Pasé por un lugar lleno de turistas e incluso una pareja me pidió que los fotografiara, lo cual hice rápidamente para seguir mi camino. Pronto encontré una cueva que lucía bastante misteriosa, me sentí muy satisfecha porque precisamente quería aventurarme en un lugar así. Cuando entré en ella tuve una impresión extraña, el lugar me parecía tan familiar… Me sentía parte de él y no lograba descifrar por qué. Cada vez me adentraba más y más en aquella cueva, tanto así, que ya no lograba ver el resplandor de la entrada. Pese a ello seguí avanzando porque sentía una necesidad inexplicable de continuar caminando por dicha cavidad. En cierto momento escuché un ruido proveniente del techo, no tardé mucho en darme cuenta de que se trataba de un pequeño desprendimiento de rocas. Me asusté un poco, pero las rocas que caían eran muy pequeñas y venían de la pared derecha, yo iba por el lado izquierdo así que me tranquilicé y continué de nuevo. Sin embargo, lo que no sabía yo, era que otra roca proveniente de la pared izquierda se abalanzaba directamente hacia mi cabeza en ese momento. Aquel pedrusco me pareció ser del tamaño del puño de mi mano, o al menos, es lo último que recuerdo porque inmediatamente perdí la conciencia.

Cuando me desperté, me tranquilicé al notar que la sangre que se hallaba en mi sien derecha aún estaba fresca, ya que eso significaba que había permanecido inconsciente tan sólo unos cuantos minutos. Me levanté tambaleándome y con un fuerte dolor de cabeza. La entrada por la que había llegado a la cueva debía estar muy lejos, como no quería perder el tiempo decidí arriesgarme neciamente y buscar una salida diferente. Por suerte, mi instinto no me falló y al poco tiempo de caminar vislumbré una diminuta luz, la seguí y una gran sensación de alivio me invadió cuando descubrí una salida.

Aquella salida también hacía parte de los acantilados, pues rápidamente volví a escuchar las olas del mar, incluso se oían más fuerte que antes. El sosiego vino a mí cuando volví a respirar el aire puro del exterior, aunque aún me sentía muy mareada. Ya casi caía la tarde y todo se veía desolado, pensaba ya en trasladarme hacia algún lugar para pedir ayuda (por si acaso) cuando escuché unas voces femeninas dirigirse a mí: –Te estábamos esperando para comer–Anonadada giré mi cabeza en todas las direcciones para buscar de dónde provenían las voces, hasta que atisbé un lugar entre las rocas al borde del abismo, en donde se encontraban una mujer adulta y una niña de unos ocho o nueve años (tal vez su hija). Ambas tenían cabello castaño oscuro y ojos claros, no distinguí muy bien si eran verdes o color miel. Estaban sentadas sobre un mantel de cuadros rojos, en el que había cestas con frutas, panecillos, bocadillos, entre otros alimentos. El hambre invadió mi estómago en aquel momento y me di cuenta de que no había comido nada en horas. Después de detallarlas a ellas y a sus panecillos reaccioné: – ¿Disculpen? ¿Cómo es eso de que me estaban esperando para comer?–les pregunté sorprendida –Yo he permanecido sola todo el día. A lo que me contestaron con otras frases de sorpresa tales como: ¿De qué estás hablando? ¿Por qué dices que estabas sola si estabas con nosotras?… En fin, no me sentía con las fuerzas suficientes para entablar una conversación sobre aquel desconcierto así que sonreí y acepté la merienda con complacencia.

Después de recuperar algunas fuerzas, al llevar mi mano a la sien y notar la breve cortadura y la sangre seca, una posibilidad se manifestó en mi mente: Quizás había perdido la memoria de algunos fragmentos de tiempo. Me concentré e intenté recordar los últimos acontecimientos de aquel día. Recordaba que después de admirar los acantilados había decidido explorar más y por eso fue que llegué hasta la cueva. Ah…pero antes me había cruzado con más turistas, tal vez las conocí ahí y no lo recuerdo, tal vez incluso me invitaron a merendar al verme tan solitaria. Sí. Podría ser. No lo sé. Mis recuerdos ya no eran tan claros ¿Entonces por qué estaba en la cueva sola? ¿Había ido mientras ellas preparaban amablemente el pícnic? Tantos pensamientos me estaban causando aún más dolor de cabeza.

Ya me disponía a hablar con ellas para aclarar la gran confusión en la que me hallaba, pero en ese preciso instante la niña corrió hacia el borde del abismo y se sentó allí con los pies colgando como si nada, con la actitud de quien estuviera sentado en el muro del jardín de su casa, ¡salvo que ella estaba en un maldito acantilado de más de cien metros de altura! No pude ocultar mi asombro ni mi pánico. La mujer (quien yo creía que era su madre) se asustó tanto como yo y la tomó por los brazos mientras la reñía y le ordenaba que se levantara de ahí. La niña se negó a obedecer explicando que le parecía muy divertido estar en aquel sitio y enunciando además que tendría cuidado. Entonces, la señora enfadada y decidida se levantó con el propósito de alzar a la pequeña de ahí, pero eso no fue lo que sucedió. Una serie de eventos desafortunados se produjeron a continuación, y yo…yo no pude hacer nada, sólo ver cómo pasaba todo ante mis ojos. Lo que ocurrió fue que la mujer tomó más impulso del necesario y en vez de dirigirse donde la niña, perdió el equilibrio y cayó por el precipicio. Aquella chiquilla intentó sujetarla de las manos pero ya era demasiado tarde y yo no estaba lo suficientemente cerca como para haber reaccionado rápido…Observé horripilada cómo la mujer descendía por las rocas y se chocaba con cada una de ellas, los golpes fueron tan fuertes que ya sabíamos cómo acabaría todo; además la sangre que derramaba parecía no acabar. Finalmente atisbamos su cuerpo inerte flotando en el mar teñido de rojo.

Mientras tanto, la niña no paraba de gritar y de echarse la culpa por no haber obedecido, por haber causado semejante tragedia. Los gritos eran cada vez más agudos e insoportablesasí que la tomé entre mis brazos para tranquilizarla, –no es tu culpa– le dije. En cuanto terminé de pronunciar aquellas palabras, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo…Me sentía aturdida y las palabras resonaban una y otra vez en mi mente. Aquel momento lo reconocía casi a la perfección, y aquella niña ya no me era indiferente. La miré a los ojos con sutileza. –sí es mi culpa–dijo–yo asesiné a nuestra madre. Sentí cómo algo dentro de mí se detuvo. Eran demasiadas cosas para asimilar. Nuestra madre… Mis piernas comenzaron a temblar.

Del rostro de la niña brotaban lágrimas, su expresión era de desesperación y todavía continuaba gritando, alaridos cada vez más intolerables. Yo me sentía cada vez más aterrorizada y abrumada, no sabía qué hacer. Entonces, de repente, la pequeña dejó de gritar yaquello me causó alivio por unos segundos, pero lo siguiente fue más difícil de soportar aún. Simplemente dejó de gritar y con una expresión llena de dolor se lanzó al vacío. De nuevo la misma escena: vueltas, mar, rocas, sangre…

Vueltas, mar, rocas, sangre…silencio.

Todo se tornó borroso a mí alrededor mientras un gran malestar invadía todo mi ser. Ya no tenía fuerzas para seguir de pie así que me dejé caer lentamente sobre el suelo y permití que el sonido de las olas me siguiera acompañando hasta que se nublara mi vista. Luego todo fue obscuridad.

Después de la obscuridad regresó la luz. Varias imágenes de fragmentos pasaban por mi mente: la playa, el sol, el océano… No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. También escuchaba unos pitidos a lo lejos, al principio no los distinguía pero cada vez se intensificaban más y se me parecían a algún sonido emitido por una máquina. Aún me hallaba entre la conciencia y la inconsciencia así que me concentré en dichos pitidos y empecé a sentir los nervios de mi cuerpo hasta que al fin mis ojos se abrieron. Me desperté en la sala de un hospital, conectada a máquinas por todas partes y reconocí aquellos pitidos, provenían del monitor cardíaco al que también estaba conectada; En una silla se encontraba sentada una mujer bastante joven, que por su atuendo, debía de ser una enfermera y en cuanto me vio observándola se sorprendió mucho. Se acercó un poco y me susurró: –Buenos días, Hallie, bienvenida a la vida– Me sobresalté. – ¿Qué sucedió? ¿Por qué estoy aquí? – pregunté. – Estaba en las rocas con ellas…–No lograba formular palabras. – ¿De qué estás hablando? –Preguntó ella– ¿Acaso no recuerdas lo que te sucedió? Fuiste encontrada en una cueva cerca de los acantilados de Moher, tirada en el suelo con un gran charco de sangre alrededor de tu cabeza y una roca de considerable tamaño yacía junto a ella. Estabas completamente sola. De hecho, todos pensaron que estabas muerta, pero sorprendentemente, tu corazón aún latía. Desde aquello llevas en coma tres meses aproximadamente.

Quedé perpleja al escuchar aquella información. Ya no entendía nada. ¿En coma? ¿En la cueva? Pero si yo misma me levanté y no me había sucedido nada grave. Ya no lograba distinguir la realidad de la fantasía… No podía dejar de pensar en aquellas dos personas, quienes eran supuestamente mi madre y mi hermana. Yo ni siquiera tengo hermanas y mi madre es otra y está en casa, muy lejos de aquí. No obstante, me era imposible creer que todo había sido sólo un sueño, pues aún recordaba perfectamente cada detalle: la mirada de aquella niña, la sensación de su tacto y el olor de aquel pícnic…También recordaba el traumático episodio de la muerte de cada una ellas.

Pese a tanta confusión, de algo sí estaba segura, de que aquella historia en los acantilados sucedió. Me pertenecía y yo pertenecía a ella. En alguna otra dimensión, en alguna otra posibilidad de mi existencia la había vivido. Ellas habían sido reales. Entonces una gran duda asaltó mi mente: ¿quién soy? No lo sé, no lo sé…No dejaba de pensar en aquella vida, en aquel punto de mi existir en donde se habían unido lazos que superan cualquier ley del universo, en donde no hay espacio ni tiempo, en donde todo es probable…O tal vez, aún sigo soñando.

Aun así, ahora pienso que los sueños son incluso más realidad que esto que vemos, están más cerca de decirnos quiénes somos…

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