La fotografía.

Raúl Calderón Almendro

Desde que tenía uso de razón me había gustado pasar desapercibido, andando a hurtadillas. Lo hacía porque me aterraba que otras personas fueran conscientes de mi presencia. Eso les daría la oportunidad de descubrir quién habitaba en mi interior, o lo que era peor, que yo también fuera capaz de descubrir la verdad que se escondía tras ellos.

La fotografía fue para mi una actividad estimulante, me permitía poder trabajar y a su misma vez poder permanecer oculto sin tener que enfrentarme demasiado con nadie. Noche tras noche cogía mi cámara y recorría las calles tomando fotografías de la vida nocturna de la ciudad.

Así que podíamos decir que aquella era una noche más en mi vida. Me encontraba en mitad de una discoteca haciendo fotografías intentando captar el ambiente. No es que tuviera especial predilección por éste tipo de lugares, pero me ganaba la vida haciendo fotos que captaran la «esencia» del lugar. Cuando algún pesado trataba de pedirme una foto en grupo, mi respuesta solía ser un gruñido. Yo no hacía esa clase de trabajos. Como ya había comentado, prefería ver que hacían las personas, cogerlas de espaldas mientras bailaban o mientras interaccionaban entre ellas. No era exactamente el tipo de fotografías que me moría por tomar, así que aunque realizaba bien el trabajo, no me importaba hacer muchas tiradas de prueba. En tiempos pasados con la fotografía analógica habría sido otra cosa, pero por aquel entonces el digital lo facilitaba mucho, no es que fuera un romántico de éstas cosas.

Estaba centrado en una pareja que se acababa de enamorar de forma fugaz, cuando la música cambió. En ese preciso instante, mientras me disponía a hacer unas cuantas fotografías más, coloqué mi objetivo sobre una chica que bailaba de forma sinuosa en mitad de la pista. Justo en el instante en que apreté el botón ella se giró y me miró fijamente a través de la cámara. Fue muy desagradable. En aquellos momentos no pude seguir tomando fotos, sólo fui capaz de quedarme parado, paralizado por lo que acababa de ocurrir. Mi mente se centró en aquella chica que sólo pareció haber deparado en la fotografía aquel preciso instante. Ella siguió bailado como si nada. Yo seguía mirándola, asustado, y fue como si la música dejara de sonar, y todo se centrara en aquella persona, únicamente existía ella. Sin apartar mi vista, empecé a salir del local.

Una vez fuera, necesité mi tiempo para recuperarme, estaba nervioso, hiperventilando. Un golpe de aire me dio en la cara y me permitió reaccionar durante unos instantes. Retomé la marcha con lentitud mientras que, poco a poco, iba aumentado la velocidad de mis pasos, hasta un punto en que, literalmente, corrí. Me movía a toda prisa por las calles mientras imágenes intermitentes de aquella chica, en la pista, me miraba, pero no estaba sola, muchos seres sin rostro se apelotonaban a su alrededor tratando de llegar a ella.

Tras mi huida de aquel local, llegué a mi apartamento. Este era realmente pequeño, pero tampoco necesitaba más. Sólo tenía una habitación y tenía el tamaño suficiente para albergar lo que necesitaba. Estar en casa me tranquilizó un poco. Aunque seguía un tanto abrumado por las sensaciones que se habían adueñado de mi cuerpo. El mejor modo que encontré de olvidar lo que había pasado era centrándome en mi trabajo, así que me dirigí a mi ordenador y traté de volcar el contenido de mi cámara en él. El trabajo siempre es una buena forma de distraer

la mente. Empecé a observar las fotografías que había tomado con la intención de seleccionar las que pudieran gustarme. Pero acabé llegando a la última fotografía. Ella me miraba. Mi primer impulso fue el de tratar de borrar la imagen, pero no fui capaz. Era lo que debía hacer, de eso estaba muy seguro, pero algo me lo impedía. No la borré, me la quedé mirando tratando de descifrar los misterios que podían haber detrás de esa chica. Aquella mirada escondía algo, algo extraño e intrigante, algo que debía ser descubierto.

No sólo no la borré, segundos más tarde me sorprendí a mi mismo imprimiendo aquella fotografía. Quizás creí, estúpido de mi, que si podía sacar algo en claro de aquella foto no lo haría mirando a una pantalla de ordenador. Una vez la impresora acabó su trabajo, agarré el papel impreso y me dirigí hacia dónde tenía el televisor. Lo eché hacia un lado, dejando despejada toda la pared tras él. Sin dudar un segundo, pegué la imagen allí. Con la mirada fija en su rostro, fui dando pequeños pasos hacia atrás hasta que llegué a mi sofá y me senté. Hechizado por aquella fotografía que presidía mi habitación, continué sin poder apartar mis ojos de los suyos. Era quizás la imagen más potente que había captado jamás. Continué allí contemplándola durante segundos, minutos, horas…

En un momento dado me vi envuelto por oscuridad, de forma apenas perceptible empecé a vislumbrar los mismos seres sin rostros que había visto aquella noche. Se movían torpemente, pero se dirigían hacia mi, me alcanzaban y me agarraban con una fuerza inusitada. En aquel momento traté de gritar y deshacerme de todos ellos, pero no podía, y no paraban de venir más y más que me aplastaban y no me dejaban respirar.

Me desperté. Me había quedado dormido en el sofá.

2

Tras un día complicado, con una sensación desagradable por todo el cuerpo, llegué a la conclusión de que la mejor manera de olvidarme de aquella fotografía era hacer otras. Llenar ese espacio de mi mente con nuevas imágenes que fueran aminorando el malestar. Aquello sin duda debía ser una tontería pasajera. A todo el mundo le ocurre, en alguna ocasión, que queda impresionado por alguna persona o algún hecho concreto. Es complicado mantenerse al margen, pero conforme pasa el tiempo, esa sensación se va haciendo hacia un lado hasta que se convierte en una simple anécdota. Estaba seguro de que sería eso.

En cuanto llegó la noche, me colgué la cámara al cuello y salí dispuesto a inmortalizar cualquier cosa. Era cuestión de fotografiar, suponía que acabaría encontrando algo en lo que centrarme. Hice unas cuantas fotografías callejeras al azar, pero nada destacable. Llevaba ya un rato fotografiando por inercia, me aburría pero también había conseguido despejar la mente. No duró demasiado. Fue como si alguna especie de ser caprichoso leyera mi mente, pocos instantes después de aquella paz interior que me había costado tanto encontrar, volví a ver a aquella chica. De nuevo mi cuerpo se puso en alerta. No iba sola, iba agarrada a un tipo alto. Ambos iban con una clara actitud cariñosa. Algo se removió en mi estómago.

Aunque una parte de mi me instaba a marcharme, otra me empujaba a seguirlos. Si bien la presencia de aquel tipo me resultaba molesta, e incluso me violentaba, la curiosidad por ver que tipo de persona era aquella chica fue más fuerte. En ésta ocasión tuve suerte, y ella no deparó en mi presencia. Acostumbrado a años de moverme en las sombras, no fue especialmente difícil seguirlos de un modo sigiloso y sin ser detectado. Se encaminaron hacia un coche, ella se subió en el asiento del conductor y con un gesto agradable instó al chico a que entrara, el chico con un brillo especial en los ojos, sonriente, subió. Parecía que se acababan de conocer, lo cual, en aquel momento, me hizo sentir cierto alivio, aunque el rechazo irracional que sentía hacia aquel tipo no había cesado.

Pude inmortalizar la cara sonriente de ella mirándolo. Era realmente preciosa. Hacía un interesante contraste con la cara de imbécil que él tenía. Era un gilipollas con suerte. El coche arrancó y los perdí de vista.

Del desconcierto y la decepción pasé a sentir ira.

3

Hacía unas semanas que yo me había enfriado. No es que hubiera olvidado lo ocurrido pero, cómo había perdido su pista, lo único que se me ocurrió hacer durante ese tiempo fue tirar hacia adelante de un modo robótico, como si hubiera desconectado del mundo y usara los recursos mínimos para mantenerme a flote.

Durante todo ese tiempo, debido a que era mi trabajo, continué pateándome las calles y locales captando momentos. Me había vuelto a sumir en la rutina. Aunque cierta sensación de vacío se había instalado en mi y nunca decidía marcharse. La mayor parte de culpa la tenían mis sueños. El sueño debería ser reparador, ayudar a desconectar. Yo no había podido, desde aquella fatídica noche no había parado de soñar con los seres sin rostro. En mis sueños ella cada vez estaba más lejos y ellos me impedían atraparla.

Ciertamente, había conseguido aletargar mis anhelos pero éstos seguían presentes y el único modo de poder continuar con una vida lo más normal posible era no darles demasiada relevancia.

Qué complicado es controlar los deseos.

Lo peor de todo era que había algo sobre lo que no podía tener control: el azar, o quizás fuera el destino, no lo se.

Una tarde, andaba ensimismado mirando por la ventana de mi apartamento cuando me pareció reconocer el coche de ella pasando por mi calle. Se paró y aparcó junto a la tienda de la esquina, una especie de herborista, la vi salir. No pude hacer nada por controlarme, justo cuando entró en aquella tienda, mi acto reflejo fue salir corriendo de mi apartamento y dirigirme mi coche que estaba aparcado en aquella misma calle. Apenas solía cogerlo, odiaba usarlo en grandes ciudades, pero en ocasiones no había más remedio. Ésta era una de esas ocasiones. En cuanto volviera a coger el coche la seguiría.

Estaba sola.

Conducía despacio, lo cual hacía fácil seguirla a cierta distancia. Poco a poco fuimos dejando los edificios altos atrás y fuimos a parar a una zona residencial con casas. No eran casas de mucho lujo, pero tampoco eran adosadas. Al poco rato de entrar en la zona residencial la vi entrar, con su coche, en una de esas casas, tenía un aspecto algo antiguo. Pasé de largo, con la intención de disimular. Lo hice lentamente para poder captar algún detalle interesante. No me dio tiempo a ver mucho.

Continué avanzando por aquella zona, tratando de reconocer un poco el terreno. No se encontraba especialmente alejada ni de la zona de ocio cercana a mi apartamento ni de donde yo vivía. La casa estaba situada en una zona fácilmente observable desde distintos puntos, y a su vez algo apartada de otros edificios. En aquel vistazo rápido que eché la zona que parecía mejor situada era una pequeña zona boscosa dónde sería fácil aparcar mi coche y observar lo que acontecía en aquel lugar.

Con las prisas no había cogido mi cámara.

4

Llegué al apartamento muy nervioso y me fui directo al baúl donde guardaba todos mis complementos. Cogí un objetivo para fotografiar a larga distancia y me colgué la cámara al hombro. Fui a la cocina y me preparé algo de comer, la verdad es que no recuerdo el qué, algo rápido para poder mantenerme en pie y volver a toda prisa a la zona boscosa. Ya era de noche.

Llegué allí y miré a través de la cámara en dirección a su casa. En las afueras no se veía su coche, así que supuse que se había marchado, lo cual podía suponer una oportunidad estimulante. La casa estaba ligeramente apartada de otras y con estar atento sería difícil que nadie me viera. Hice una foto general de donde ella vivía.

Aproveché que no había nadie, bajé andando desde la zona boscosa. La casa estaba bordeada por un vallado no demasiado alto y que no era complicado de sortear. Puse mis manos en la zona alta de la valla y me di un impulso que me permitió llegar al otro lado con agilidad. No fue nada difícil. El lugar se veía algo antiguo y descuidado. Observé un poco el «jardín» (que era mucho decir pues casi todo era arena y malas hierbas) y finalmente me decidí a voltear la casa en busca de más detalles. Era una casa con dos pisos, de un tamaño medio. Casi podía decirse que era la suma de cuatro apartamentos míos. Como detalles destacables decir que las ventanas de la zonas traseras no permitían visión del interior y que existía una entrada trasera a lo que, suponía, sería un sótano.

Desde las ventanas que daban a la parte delantera de la casa (que era la zona por la que yo había entrado) sí que se podía alcanzar a ver alguna cosa, parte de la entrada y una amplia vista del comedor. Fotografié el comedor vacío. Una sensación desagradable se apoderó de mi, seguí retratando los costados de la casa, pero el desagrado iba en aumento, en un momento tuve que detenerme, como si de golpe cobrara consciencia de mis actos, bajé la cámara, me quedé pensativo unos instantes y, a toda prisa, me marché corriendo hacia la zona boscosa como un niño avergonzado que huye de su culpa.

Una vez resguardado, tuve que retomar el aliento. Me había vuelto completamente loco. Vi mi reflejo en el retrovisor del coche y odié mi imagen. No pude sostenerla ni un segundo.

Cuando me había recuperado del shock, me dispuse a marcharme. No debía alimentar la locura que se había apoderado de mi, debía luchar contra ella. Esa idea fue fuerte durante pocos instantes, de nuevo, fruto de una casualidad que cada vez me parecía más extraña, escuché su coche aparecer en el momento preciso y exacto. Era cómo si ella supiera que la seguía y no quisiera que dejara de hacerlo.

Le concedí sus deseos. Su presencia avivó en mi una fuerza desconocida, revitalizanteque me empujaba a seguir con aquello, y ante esa situación, se desvaneció toda culpa.

Cuando el coche se paró y ella bajó acompañada de otro hombre, me inundó la ira.

Una ira intensa, tan intensa que habría cogido mi coche y habría arrollado allí mismo a aquel tipo y danzado sobre su cadáver. Sin embargo a ella…

Pero no hice nada, me limité a observar la escena.

Entre ellos había una marcada actitud cariñosa, fuera de la casa ya se habían abrazado un par de veces y besado. Parecía que el tipo tenía unas cuantas copas encima. A ella se la veía más sobria pero eso no le impedía que en conjunto fuera un tanto patética la escena. Eran dos borrachos que habían salido de fiesta y habían decidido pasar un rato juntos. Tomé algunas fotografías.

Entraron a la casa y del recibidor fueron directamente al comedor. Allí se empezaron a desnudar mientras se acariciaban y besaban. Tuve la desagradable oportunidad de verla a ella mientras disfrutaba de otro hombre. Su cuerpo desnudo era tan perfecto como hubiera podido imaginar. Lo inmortalicé. Al rato, ella instó al tipo a que parara, y con unas sutiles indicaciones le guió hacia una puerta. Se cerró y no pude ver más.

Me quedé esperando para ver si tenía la suerte de poder volverla a ver, miré el reloj, era realmente tarde. Mientras aguardaba, allí rezagado en el asiento de mi coche, se me fueron cerrando los ojos poco a poco, hasta que me dormí.

5

No sabría decir con exactitud cuanto tiempo me dormí. Me desperté sobresaltado por el sonido de un coche saliendo a toda velocidad. Necesité unos segundos para recuperarme y salir así de mi letargo. Alcé la cabeza a la altura de la ventanilla del conductor y miré hacia el patio. No se veía nada destacable y su coche no estaba. Asumí que me había despertado justo cuando se marchó.

Su marcha me llenó de una extraña emoción. Era como si me sintiera legitimado para volver a acercarme al lugar y encontrar un modo de adentrarme en su casa. No sé si influenciado por las películas o que, pero lo primero que hice una vez me encontré delante de la entrada, fue registrar con las manos un posible escondite de una llave de repuesto. Una estupidez que no tomó mucho tiempo descubrir. Cuando ya iba a marcharme pensé en la puerta que daba a aquella especie de sótano.

Me acerqué a ella. Más que una puerta podía decirse que era una trampilla. A primera vista no me había percatado, pero cuando la observé con más detalle me di cuenta de que estaba cerrada con un candado en uno de sus laterales. Era de suponer que sería lo normal en la casa de cualquier persona, pero en aquel momento me desanimó. No tenía nada más que hacer allí, me iría a casa y, cuando estuviera la noche al caer, volvería para observarla.

Había perdido por completo el control sobre mi. A veces, durante pequeños instantes, recuperaba un poco de cordura y me invadía un profundo rechazo hacia mi persona y mis acciones, deseaba luchar contra ello, pero era como luchar contra el sol que se pone en el horizonte. Puedes querer detenerlo, pero la noche llegará de todas formas. Poco a poco, la luz en mi interior era cada vez más escasa y la oscuridad empezaba a consumirlo todo.

Quizás motivado por un afán de lucha imposible, salí de mi casa tratando de despejarme, intentando salir de la influencia que la imagen de ella ejercía sobre mi. Tendría que haberla arrancado, ni siquiera haberla imprimido ¡No tendría que haber hecho nunca aquella maldita foto! ¿En qué me estaba convirtiendo?

Mi voluntad ya no era mía, era suya. De alguna manera que yo no alcanzaba a entender me controlaba. Me estaba llamando para que la siguiera, yo era un simple perro bajo su voluntad.

Era inútil luchar.

Perdí la noción del tiempo, así que no se cuanto tiempo pasó realmente, los días iban y venían, y con ellos las noches. Caí en la reiteración, cada noche iba a la zona boscosa para observarla. Me aprendí al dedillo sus costumbres, sus rutinas. Me mantuve siempre con el deseo de ir a más, pero nunca acababa armando el valor suficiente. Mirar desde la distancia era fácil, pero para tomar la decisión de entrar allí por la fuerza hacía falta mucho valor. No me atrevía a lidiar contra las posibles consecuencias.

Lo que en un principio era, quizá, una curiosidad malsana pero, a fin de cuentas, simple voluntad de conocimiento, se acabó convirtiendo en el deseo de poseerla.

Me pasaba allí las noches sintiendo un gran alivio cuando venía sola. Sin embargo, cuando venía acompañada de hombres la oscuridad volvía a mi interior y mi mente se llenaba de ideas atroces. Los habría matado a todos y cada uno de ellos, y me habría quedado con ella y satisfecho mis más oscuros deseos. Estuviera ella dispuesta a concedérmelos, o no.

Vivir en ése estado había agravado mis pesadillas. Los seres sin rostro me visitaban cada noche, sin excepción. En cuanto las fuerzas me fallaban, tras esperar horas mientras la noche lo había invadido todo y ella se había refugiado en el interior de su casa, solía caer dormido y entonces ellos estaban allí esperándome.

Aquellos sueños cada vez eran peores, los seres sin rostro emitían un fuerte sonido ronco, parecía que mis oídos iban a estallar cada vez que salía uno de ellos emitía ese ruido. No sólo me agarraban con fuerza, también con violencia. En mis primeros sueños todo había sido muchísimo más suave, pero la suavidad se había desvanecido por completo. Cada vez era todo más insoportable, más difíciles de digerir. Lo único que mantenían todos y cada uno de ellos en común era que no podía alcanzarla. Cada vez era más inalcanzable, y eso hacía que la deseara más.

Solía despertarme sobresaltado después de esos sueños, y cuando tenía suerte podía verla salir de casa, sola. Aquellos tipos sólo la querían para una noche, aunque lo que más me dolía es que, seguramente, ella también. Qué frustrante resultaba saberme inferior a todos ellos que podían tenerla para si mismos y podían librarse de su presencia. ¿Qué podía esperar ella de mi? ¿Por qué me hacía seguirla cada noche para revolver mis entrañas ante cada conquista?

Tras esos abruptos despertares, solía irme a mi apartamento a aguardar la noche. Pero lejos de ser un lugar reconfortante lo único que hacía era agravar el problema. No era sólo la imagen que presidía mi salón desde la primera noche en que la vi. Eran todas las demás imágenes que había ido colocando religiosamente tras un largo tiempo tras ella. Su casa, sus amantes, ella en distintas posiciones, desnuda, sonriendo. Mi apartamento se había convertido en un templo dedicado a venerar su figura.

Las noches en la zona boscosa dejaron de ser suficientes. Necesitaba muchísimo más. Lo que motivó que empezara a seguirla a todas horas. Ya no me bastaba con verla y saber cuando iba y venía, quería más, mucho más.

Lo quería todo de ella.

Lo tendría todo de ella.

La seguí en su rutina fuera de su casa. Le gustaba evitar las grandes aglomeraciones y casi todos los días solía visitar algún que otro comercio. Compraba cosas variadas, plantas en el herborista de al lado de mi apartamento, comida en tiendas de alimentación, velas en un lugar que no alcanzo a recordar… El problema no era lo que hacía por el día. La noche era el peor momento. Era entonces cuando aquella chica empezaba a transformarse. Empezaba una especie de caza de hombres a los que seducía con extrema facilidad.

Y cada vez que eso ocurría, mi ansia asesina alcanzaba cotas más altas.

No podía soportarlo más. En ocasiones deseaba arrancarme los ojos para no tener que presenciar esas escenas.

Hubo un momento en que ya no pude más. Me encontraba en mi coche mirando hacia la salida de un local, era de noche, entonces salió ella sonriendo de aquella manera tan característica y mágica. Cogido a ella iba un hombre, sonriendo también. No pude controlarme, aquella sonrisa empezaba a quemarme por dentro. Sumido en la más absoluta locura y rojo de la ira, arranqué el coche y a toda velocidad lo arrollé. La cara de ella fue de auténtico terror, pero a pesar de todo, nuestras miradas se cruzaron un instante, un instante que me lamenté de no poder inmortalizar. No paré mi coche, seguí corriendo hasta que estuve lejos del lugar.

Su mirada recorría mi cerebro como si fuera electricidad dentro de un circuito, podía notar pequeños calambres punzantes en distintas partes de mi mente. Seguramente había matado a un hombre y apenas le había dedicado unos pocos segundos en mi cabeza. No había lugar para la culpa, solo para la mirada de aquella mujer.

6

Me escondí un tiempo, temeroso de las consecuencias de mis actos. Era difícil aguantar la tentación constante de ir a su encuentro, porque realmente lo deseaba, pero por otro lado sabía que lo más prudente era no mantenerse a la vista. La realidad y los sueños empezaron a mezclarse y los seres sin rostro ya no sólo me visitaban en sueños. En alguna ocasión me los encontraba en mi apartamento, y trataban de llegar a mi. No podía soportarlo más.

Ya había llegado demasiado lejos. Habiendo llegado al extremo de, con casi toda probabilidad, de matar a una persona, no podía continuar mucho tiempo a la expectativa. Era el momento de pasar a la acción.

A lo largo de aquel día, mientras esperaba la llegada de la noche fui a distintos puntos de la ciudad, compré unas cizallas, una linterna y fui pasando el tiempo como buenamente pude, asustado por la posible reaparición de los seres sin rostro. Aquella noche acabaría con todo, con ella incluso si era preciso.

La noche llegó. Me hallaba yo en la zona boscosa esperando su llegada y, como muchas otras veces, iba acompañada. Me limité a esperar mientras contenía todo lo posible mi ira. Después de tener que aguantar escenas sexuales a mi vista, se escondieron, por fin, en el interior de la casa. Mi reacción no fue inmediata, pues antes de poder tomar una decisión tuve de nuevo una de aquellas horribles alucinaciones. Luché con todas mis fuerzas hasta que se desvanecieron.

Con la linterna en un bolsillo y las cizallas en mi mano, me dirigí a la trampilla trasera. Nervioso, pero decidido, coloqué las cizallas encima del candado lateral y con fuerza apreté, no cedió al primer intento, pero sí al segundo. Una vez el candado estaba fuera, sólo quedaba adentrarse en aquel sótano. Temeroso ante lo que me iba a acontecer, tomé aliento unos segundos y entré.

Empecé a descender lentamente por unas escaleras que se me antojaron mucho más largas de lo que cabía esperar. Avanzaba con la intención de hacer el mínimo ruido posible, y conforme la luz iba disminuyendo, saqué la linterna de mi bolsillo e iluminé a mis pies, para poder ver por dónde pisaba. Estaba llegando hacia el final de aquellas escaleras cuando entonces, la puerta de la trampilla se cerró de golpe. El golpe me sobresaltó y la linterna escapó de mis manos, quedándome completamente a oscuras.

Sólo fueron unos segundos, los que tardó mi vista a habituarse a la falta de luz. Aunque no hallaba la linterna, a lo lejos podía ver cierto resplandor, me guié hacia él, manteniendo mis pasos sigilosos. Conforme me acercaba pude ir reconociendo la fuente de tal resplandor. Un gran número de velas dibujaban un camino que iban hacia una puerta. En esa puerta habían dibujados extraños símbolos que parecían formar parte de un alfabeto incomprensible para mi.

Me quedé paralizado, sin saber cómo reaccionar. Durante unos instantes sopesé la idea de marcharme, pero mi obsesión malsana hacia ella me lo impidió. Posé mi mano sobre el pomo de la puerta y con la intención de hacer el mínimo ruido posible la fui abriendo, lentamente.

Las velas iluminaban el suelo de lo que parecía ser una gran sala. La visión que permitían era muy leve y a ras de suelo. Podía guiarme mirando al suelo, pero mi vista no alcanzaba a ver casi ningún detalle de aquella misteriosa sala, salvo el lugar por donde había entrado y un fondo oscuro que parecía dar a otra puerta. Casi todo estaba repleto de aquellas velas en el suelo, encendidas todas. Con la intención de poder tener una mejor visión del lugar, me agaché y despegué una del suelo.

Tratando la vela como si fuera algo delicado que hay que cuidar, y con el estúpido miedo de apagar su llama, fui alzándome del suelo junto a la vela, mientras ésta empezaba a mostrarme más detalles de aquella sala. Vislumbré algo a lo lejos y caminé dando pequeños pasos, conforme me acercaba empezaba a ver algo parecido a un saco, un saco que parecía lleno de pintura roja. Me fui acercando más y fui tomando consciencia de que aquello no era saco ni pintura. Colgado por los pies se hallaba un hombre, un hombre al que le habían arrancado el rostro.

No pude contener mi expresión de terror. Grité aunque traté de no hacerlo. Nervioso empecé a recorrer la sala, estaba llena de cadáveres, todos colgados por los pies, del sigilo pasé a las prisas. Quise huir, correr, y entonces pensé en el hombre que se hallaba en la casa. Con casi toda seguridad estaría corriendo el mismo destino que todos aquellos pobres desgraciados.

Estaba muerto del miedo, pero debía parar aquello, debía reunir valor y acabar con aquella chica, si es que era realmente una chica. No me di media vuelta, me armé con la valentía que nunca había pensado que tuviera y me dirigí hacia la parte de arriba de la casa, con la esperanza de que no se hubiera percatado de mi presencia. Hacia la parte del fondo de aquella sala, tal y como yo había sospechado, se encontraba otra puerta y ésta daba a unas escaleras. Subí con sumo cuidado.

Un vez arriba, soplé la llama de la vela. La luz allí llegaba de mejor manera y la vela llamaría mucho la atención. Cerré los ojos y me concentré en mis oídos. Aunque en un principio no pude percibir nada, poco a poco vino a mi un pequeño murmullo que se fue haciendo claro conforme pasaba el tiempo. Una horrible risa parecía provenir de una habitación cercana, ni siquiera parecía humana y unos instantes después, se empezaron a oír gritos. Corrí en dirección al sonido y allí vi a la chica, desnuda, riendo sobre un hombre con la cara desfigurada. En el instante en que hice acto de presencia, ella se giró, tenía en la boca restos de sangre y de piel de la cara de aquel pobre hombre. Continuó riendo mientras me miraba fijamente. El hombre parecía emitir leves murmullos mientras iba perdiendo la fuerza. Me quedé paralizado. Poco a poco, como si de un acto de providencia se tratara, empecé a ser consciente del verdadero aspecto de aquel ser. No era una mujer, ni tampoco era un hombre, era una entidad extraña que ni siquiera alcanzaba a comprender.

Sostenía su mirada con la mía, y empezaba a avanzar lentamente hacia mi. Quise huir, luché más que nunca, con todas mis fuerzas. Sin embargo, me encontraba absolutamente bloqueado. Poco a poco se fue transformando de nuevo en la chica, y en cuanto volvió a tener su aspecto completo, ya no pude responder de mis actos. Me encontraba hechizado, mirándola, deseándola, bajo su total control. Me dejé llevar, durante unos instantes pude consumar mis más sucios deseos, todo lo que había deseado durante tantas noches mientras veía que otros podían poseer lo que yo no. Ahora era yo el que poseía, o mejor dicho el que era poseído, pese a que en ningún momento dejé de ser consciente del fatal destino al que me enfrentaba, seguí allí sin hacer nada para evitarlo, tampoco me vi capaz.

Todo se paralizó, yo me quedé rígido y entonces acercó su boca a mi cara, empezó a devorarla con gran impulsividad mientras se daba un gran festín, y yo… Poco a poco notaba como mi vida se iba escapando y perdía toda fuerza vital. No se alargó mucho la situación, mi boca exhalaba mis últimas bocanadas de vida, pero pese a tener la cara destrozada alcanzaba a poder distinguir que acontecía a mi alrededor. Entonces volvió a tomar la forma de aquel ser extraño, cogió el cadáver del otro hombre con una mano, y cogió mi cuerpo, que se estaba consumiendo, con la otra. Empezó a arrastrarnos camino de la habitación repleta de velas. Mis ojos se iban cerrando, ya no me quedaban energías. Noté como me colgaban de los pies y, definitivamente, mis ojos se cerraron.

Aunque me sabía muerto, sentía que mi existencia no había desaparecido del todo. Envuelto de oscuridad y sumido en el terror más absoluto, traté de pedir ayuda, pero de mi boca sólo brotó un fortísimo sonido ronco. Empecé a ver como otros seres sin rostro se apelotonaban a mi alrededor. A lo lejos empezó a surgir una pequeña luz, un chico se dirigía hacia ella ¡Debía advertirle! ¡Debía detenerle a cualquier coste! ¡No es una persona! ¡¡¡HUYE!!!

FIN

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