Un consenso de sabios llegó a la conclusión de que la vida no valía nada. Qué gran idea. Las personas aceptaron la afirmación sin dudar de ella. Todos estaban seguros de que su valor era equivalente al número cero. Claro, pretendiendo no ser «nada» pero sin dejar la existencia vagando en el «sin sentido», porque hasta para menospreciarse las personas del pueblo de sabios que dictan la verdad tienen que ser el centro del universo. En efecto, el universo de números enteros que pertenecen a una individualidad, sin decimales ó valor aparente, pero tampoco se rebajarían al carácter de un numero negativo y ni soñar aspirar a pertenecer a los números positivos. El cero estaba bien, con el podían sentirse, como toda la vida, el centro del Universo. Abajo los animales. Por encima los entes divinos. ¡Qué ridículos! Necesitaban realmente restablecer la moral que ostentaban. La sabiduría de los sabios era añorada por ser atributo de los dioses, más la lealtad de una bestia como el perro, era envidiada y menos preciada porque dicho atributo pertenecía a un ser sin consciencia. Tan cerca esta el perro del dios que predica su descendencia, pues los pueblos aun tienen que cargar con el pecado de Eva y el fruto del bien y del ma.

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