No sé exactamente en qué plano se podrían ubicar mis 22 años en la esfera de la juventud, lo que afirmo con seguridad es que 15 de ellos se han visto aprisionados junto a un país que tampoco encuentra su libertad.
Hace 6 años ingresé a la UCAB, mi alma mater, insignia de excelencia y compromiso; vocera de la más sagrada frase “en todo amar y servir” y entendí que, además de estudiar derecho por ser la carrera que me apasionaba desde que estaba en la secundaria, la estaba estudiando por ser uno de los pilares fundamentales para la reconstrucción de Venezuela.
Por ese mismo compromiso y amor que siempre he sentido por mi país, me dispuse a salir el 12 de febrero del 2014, día importante y, en un principio, alegre para todos, pues las calles estaban abarrotadas de gente; sólo se veían camisas blancas, banderas tricolor por los aires y sobre todo, se respiraba esperanza. Esperanza de miles de venezolanos clamando libertad.
Gracias a Dios, al final de la tarde pude llegar a mi casa, pero hubo 2 personas que no contaron con la misma suerte. Bassil Da Costa y Robert Redman, eternos héroes que siempre estarán en el corazón de los venezolanos y en las calles de Caracas. Aunque siempre habrá algo roto en mí por esa razón.
Después de ese día, nada volvió a ser igual, al pasar los días siguieron las protestas y muchos venezolanos que salían de sus casas con la esperanza de lograr un cambio, al final no lograron llegar de vuelta. Con cada día que pasaba, con cada noticia que leía, en cada protesta a la que iba, si bien me llenaba de impotencia y tristeza, también me colmaba de más energía para seguir saliendo cada vez que fuese necesario.
Muchas veces me reproché el hecho de vivir mi juventud en este contexto, por la razón que dicen de que esta es la mejor etapa de la vida y los años no vuelven, pero hoy más que nunca estoy segura de que si pudiese elegir otra trama, sin duda alguna volvería a elegir esta.
Volvería a elegir a Venezuela, porque soy más de ella que yo misma, porque la amo antes de nacer y a lo que se ama no se deja ni olvida, sobre todo en sus malos momentos, porque solo le falta un empujón, solo le falta gente buena (que la hay y mucha) con ganas de reconstruirla, de levantarla y ayudarla a caminar, solo le falta libertad, la cual va a recuperar pronto. Le haremos honor a este día, a ella y a nuestra juventud, no me queda duda de eso.
Te volveré a ver cálida y candente, me volverás a regalar mañanas acogedoras y llenas de paz en la cima del Ávila; me volverás a regalar amaneceres en tascas llenas de polarcitas y amigos que regresarán para quedarse; me volverás a regalar sonrisas al pasar por tus calles y contemplar alegría, progreso y libertad. No más hambre y miseria; me regalarás tus playas exquisitas de aguas cristalinas sobre lechos de coral, desiertos que día y noche avanzan sin descanso con sus pies movedizos de arena; me regalarás llanuras inmensas pobladas de historias y anécdotas, donde los horizontes se van alejando a medida que uno los persigue; me regalarás esos árboles frondosos que parecen sostener el cielo con sus brazos.
En un día como hoy, solo yo sé cuánto me duele no poder salir a cumplirte como siempre lo he hecho a pesar de las circunstancias; pero, desde aquí, sigo estando contigo y sólo espero volver a estar bien para reencontrarme contigo en tus calles llenas de libertad.
Hoy más que nunca amo ser venezolana, llevar ese tricolor característico en mi sangre y, sobre todo, tener la vitalidad particular de un joven, para gritar y caminar las veces que sean necesarias para verte mejor de lo que eras antes.
¡Feliz día de la juventud!

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