La vieja de en seguida

La vieja de en seguida

KRA

10/02/2019

La vieja de en seguida

Recuerdo el primer día que la vi llegar al barrio «la unión» de Santa Rosa de Cabal. Un barrio marginal ubicado a la orilla del rio San Eugenio. Desde su fundación en los años 80, había sido plagado de envidia, chisme, odio, delincuencia, homicidios, y personas deshonestas. El barrio siempre estuvo habitado por personas de estratos sociales bajos. Dado que se podían obtener casas y alquileres a precios muy asequibles para la mayoría de la población de bajos recursos de Santa Rosa.

Un barrio que contaba con pésimas calles, nunca habían sido pavimentadas, calles llenas de basura. Las casas estaban mal construidas por sus mismos habitantes. Esto se debía a la falta de recursos. Tenían que construir sus casas con los materiales más baratos.

Estaba habitado por personas de todas las edades. Lo único que tenían en común, era su falta de recursos. Personas muy pobres que apenas podían comer dos veces al día, tenían muy bajos ingresos. En este barrio había muchas «tienditas» en las que se fiaba a la mayoría de las personas, principalmente pan, harina y cerveza. Estas personas preferían dejar de llevar comida a la casa, por el simple placer de disfrutar unas cervezas con los amigos, dejaban la alacena vacía. Esto no era lo único que se fiaba en el barrio. Tenemos las drogas, muy consumidas por los jóvenes del barrio, las drogas eran muy populares entre los jóvenes. Debido a que las podían adquirir de forma fácil en cualquiera de las múltiples «ollas» (lugar donde se venden todo tipo de drogas ilegales. En estos sitios suelen recibir muchos medios de pago como: electrodomésticos, joyas, objetos robados o cualquier cosa que tenga valor). Casi todos los jóvenes del pueblo se dirigían al barrio para comprar y consumir drogas. Era el sitio perfecto, precios bajos, buena calidad y sus padres no los veían, ¿qué más se podía pedir?

Pues aquí viene lo mejor. Las llamadas «ollas» estaban ubicados en un sector del barrio llamado «la planta» (este nombre fue dado en honor de una planta de sacrifico que funcionaba en el barrio hace muchos años). Allí se comercializaba la mayoría de la droga del pueblo. A este lugar acudían jóvenes de todos los estratos sociales. Desde los jóvenes más pobres, que hacían lo que fuera para poder drogarse, vendían las cosas de su casa que tenían algún valor monetario o llegaban hasta el punto de trabajar para las mismas personas que los llevaron a la adicción.

Aquellos jóvenes no tenían la culpa de estar perdidos en el mundo de las drogas, la mayoría de veces lo hacían para escapar de su horrible realidad. No podían estudiar, tenían que trabajar en lo que fuera para llevar recursos económicos a su hogar. Sus padres alcohólicos no les brindaban ayuda económica. Esta adicción se adquiere en su época escolar, ya sea con sus compañeros o con sus amigos de barrio.

La persona que los induce a esta adicción, es el típico hijo de puta que les lava su débil cerebro de joven. Este tipo suele ser una persona cercana, alguien que ellos consideran amigo. Les dice siempre el típico discurso:

«Tengo algo que lo hará olvidarse de todos sus problemas, con esta droga se adentrara en un estado de relajación en el que los problemas no existen»

El joven cae llevado por el estrés, causado por los problemas en su casa, sus padres borrachos que se pierden por varios días. Los medios de comunicación impulsan el consumo de drogas con películas, música y series de televisión. Todo el tiempo nos están metiendo las drogas por los ojos. En este país el narcotráfico alimenta todos los políticos de derecha, es la razón por la cual no se legaliza el consumo de drogas. En este negocio hay una mano negra muy poderosa que tiene tentáculos en la política colombiana.

Amigo lector, si usted vive en Colombia, de seguro se ha preguntado:

¿Quiénes son los culpables de la drogadicción?

Yo me lo he preguntado desde que tenía 6 años de edad y vi un joven habitante calle, hasta el día de hoy lo recuerdo con mucha claridad. Un joven alto, delgado, cabello desgastado, piel morena, cabello largo, despeinado, rostro de calavera, ropa maltratada, llena de agujeros, zapatos rotos y mirada perdida. A pesar de su estado, el joven gritaba con mucha felicidad:

—¡SOOOOOOOLLLLLLLLL!

Pregunté a la señora que estaba a mi lado:

—¿Qué le pasa a ese joven, por qué se ve tan mal vestido y qué está tratando de decir con esos gritos?

La señora me miró, observando la inocencia que reflejaban mis ojos de niño regordete con mejillas rosadas y me respondió:

—¡El joven está poseído por el demonio del vicio!

Yo exclamé con tono de asombro— ¿Qué es vicio?

La señora me respondió con un tono de voz mucho más serio—El vicio es un cigarrillo que se llama marihuana. Ese muchacho consumió mucha marihuana, hasta el punto de enloquecer, por eso lo tuvieron que sacar de su casa y lleva 2 años en la calle.

Yo no entendía por qué un joven podía ser echado de su casa, solo necesitaba ayuda; sin embargo, lo sacan en su peor momento. Hasta el día de hoy, no entiendo por qué sacaron a ese joven de su hogar. Les hago una pregunta:

¿La calle reformaría ese joven? ¿En la calle aprendería a ser una persona de bien?

En mi opinión personal, los padres decidieron empujarlo al abismo, en la calle no se puede aprender nada bueno. En la calle se puede ver lo peor de esta sociedad, los instintos más bajos del ser humano, cosas que ni siquiera nos pasan por la cabeza. No quisiera encontrarme con los padres de ese joven.

Yo encuentro varios culpables de consumo de drogas en el país. Primero empezaremos por un gobierno que criminaliza el comercio de drogas; pero al mismo tiempo, permite que los cantantes de moda hablen de droga, alcohol y delincuencia en sus canciones. Se da mucha importancia al típico cantante maleducado, machista, que además presume su consumo de drogas. Aparecen en televisión hablando con orgullo de capturas de pequeños proveedores, nos informan con cifras falsas, inflan a los pequeños delincuentes y los medios de comunicación les ayudan con su lavado de cerebro al pueblo colombiano.

Me causa risa ver el típico colombiano clase media viendo el noticiero y creyendo que todo lo que nos informan es 100 % verídico, orgulloso del gobierno de turno. Enojado con una guerrilla comunista de la que no entiende su origen; toda su vida ha estado en la comodidad de la ciudad, no sabe por qué odia a la guerrilla, ni siquiera sabe que significa la palabra guerrilla; los odia porque los medios le dicen que lo haga. Me causa risa ver que no podemos pensar por nosotros mismos.

Los padres de familia que se dan el lujo de traer un niño a sufrir a este mundo, sin saber cómo lo va a alimentar. Los colombianos somos extremadamente católicos, tenemos un dicho que me llena de rabia: «Todo niño viene con su pan debajo del brazo», por eso creemos que podemos traer niños a sufrir a este mundo. Odio la cultura de irresponsabilidad del colombiano promedio que dice:

«vamos a tener un hijo, luego veremos cómo lo vamos a alimentar, con ayuda de Dios saldremos adelante».

No entiendo, ¿por qué le echan toda la culpa a un Dios?

Ese niño que va a nacer, es producto de la irresponsabilidad. Su Dios no tiene la culpa, la culpa es suya.

Por otro lado, nos parece un crimen el aborto. Degradamos a las mujeres que abortan. ¿Qué es peor? ¿Abortar un feto o traer un niño a sufrir a este mundo, pasar por necesidades, estar expuesto al peligro y en muchos a casos a obligarlo a trabajar para ayudar con los gastos del hogar?

De todas las personas, el joven drogadicto es el menos culpable. Es víctima del diabólico sistema en el que vive.

Siempre he pensado que la causa de todos los males del mundo son la pobreza y la desigualdad, algo que conozco desde que nací en este pueblo lleno de contrastes llamado Santa Rosa de Cabal. Un pueblo con gente amable, humilde, trabajadora y honesta en su mayoría. Venir a este pueblo es como viajar al pasado, contiene la esencia de Colombia, sus orígenes cafeteros y lo que más me ha gustado «El cambalache» (sistema de negociación similar al trueque).

En un Jepp rojo (Vehículo automóvil que tiene un motor muy potente y ruedas gruesas que agarran bien en todo tipo de terrenos, por lo que resulta adecuado para circular por el campo o terrenos accidentados y sin asfaltar). Con sus pertenencias amarradas a la parte trasera del vehículo. Tenía sus maletas desgastadas por el uso y feas por la mugre. Venia del municipio de Dosquebradas, más específicamente del barrio Frailes, un barrio marginal del municipio industrial de Colombia. Tenía aspecto de anciana, piel blanca como una hoja de papel y arrugada como un acordeón viejo, una apariencia desgastada. Solo tenía 48 años, pero parecía de más de 70. Un cabello castaño y canoso, estatura pequeña y cuerpo delgado, unos ojos marchitos y apagados. Su apariencia se debía a los excesos que había tenido en su vida, se fumaba treinta cigarrillos al día, todos los fines de semana se embriagaba con cerveza barata de la tienda del barrio.

La anciana tenía 3 hijas. La mayor de ellas se llamaba Luz, de treinta y dos años. Fumaba y bebía en exceso, igual que su madre, un aspecto bastante desgastado para su edad. Alta, de cabello castaño, piel oscura y ojos de color café. Una cicatriz en la pierna derecha, causada por un machetazo que le dieron en una pelea, le gustaba mucho el licor y su preferido era el más fino que podía encontrar. Tenía 2 hijos, el mayor de 4 años y la menor de 2 años. Los dos eran hijos de diferentes padres y ninguno respondía económicamente por ellos, su madre era la encargada de buscar el sustento diario para alimentarlos. Trabajaba en lo que le resultaba; no podía darse el lujo de escoger, tenía que llevar la comida a la mesa fuera como fuera. La mayor parte de sus ganancias venían de hombres mayores que conocía en la galería de Santa Rosa, solía durar poco tiempo con ellos y les sacaba mucho dinero; los engañaba con sus falsas promesas, los embriagaba y les quitaba sus pertenencias más valiosas. De todos los hombres sacaba provecho. Había tenido muchos amoríos a lo largo de toda su vida, todos ellos hombres mucho mayores que ella.

La otra hija se llamaba Natalia, de 20 años de edad. Estatura baja, tez morena, cabello largo, nariz ancha y cara redonda. Era la más seria de todas las hijas de la anciana, por lo menos eso es lo que yo notaba. Era la única que había acabado su educación secundaria; al igual que todas sus hermanas, disfrutaba de la cerveza de barrio. No hay mucho que decir sobre ella, no tenía hijos y tampoco se le conoció una pareja.

Por último, estaba la hija del medio, de veinticinco años de edad. Disfrutaba mucho de las fiestas hasta largas horas de la madrugada, le encantaba el vallenato y la música de despecho. Encendía el equipo de sonido quince horas al día, se la pasaba cantando todo el día, canciones clásicas de viejos cantantes colombianos. Tenía un hijo de 3 años llamado Juan. El niño comía con el dinero que entregaba su padre, un vendedor ambulante que trabajaba en todo lo que podía para poder llevar el sustento diario a su familia.

Ese día de marzo, estaba afuera de mi casa, observando a los niños jugar. Niños con la mirada perdida, niños que reflejaban dolor en sus ojos, niños mal alimentados. Recuerdo que miré a ese niño de cinco años, estaba delgado, pequeño, cabello maltratado, ropa vieja y sucia, zapatos rotos, tenía un corte de cabello extraño y algo chistoso; el niño quería seguir el estilo impuesto por los cantantes más famosos de la época. El típico estilo del joven rebelde, que se cree malo, que se cree guapo, que todas las mujeres lo persiguen, un bandolero que tiene mucho dinero, carros de lujo, mujeres y trabaja con drogas. Ese era el estilo de vida que adoptaban los más pobres; por ser los menos educados.

Pienso que se debería controlar lo que vemos en los medios; es un mal que está afectando las personas más pobres. A veces, me pregunto: ¿Por qué los criminales siempre salen de los barrios más pobres? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué los medios nos venden el típico cantante que sale en sus videos con mujeres, plata y alcohol? ¿Por qué nos venden esas novelas de narcotraficantes que triunfan? ¿Los medios nos quieren delincuentes?

Colombia es uno de los países más desiguales de todo el mundo. Todos los días, lo primero que vemos en los noticieros, son las noticias de políticos corruptos que se salen con la suya. Servidores públicos que yo llamaría «aprovechadores públicos» que se aprovechan de la ignorancia de los colombianos para poder robar los recursos públicos y permanecer en la impunidad. Me enojo al ver en televisión: los policías orgullosos que capturan pequeños delincuentes que cometieron una equivocación; obligados por la pobreza extrema. Por otro lado, vemos los mismos políticos de siempre robándose una buena parte del presupuesto del país.

¿Quién es más culpable? ¿Los ladrones criados en un barrio marginal o los políticos que se roban millones de dólares del presupuesto para salud y educación? Pero los seres humanos somos cínicos, nos encanta ver como golpean a un ladrón que se roba un celular; al mismo defendemos a los corruptos que nos han estado robando por años. ¿Qué somos?

En este barrio se puede observar los peores males del país. La delincuencia crece en charcos de pobreza e ignorancia. No entiendo un sistema diseñado para que la gente nunca salga de la pobreza. Todos estos males los vivían a diario todas las personas del barrio «la unión».

Ahora volvamos al barrio. En el momento que la anciana se bajó del vehículo, la saludé. —¡Buenos días vecina!

La miserable se quedó mirándome de abajo hacia arriba con sus ojos de gato entrecerrados. —¡Buenos días joven! Soy la nueva vecina, vengo de Dosquebradas. Mi nombre es Luz Dary, es un gusto conocerlo. Vengo con estas tres viejas, son mis hijas. Ojalá nos podamos llevar muy bien. ¿Qué tal se comporta la gente del barrio?

Yo la miré con una sonrisa falsa y le respondí—¡Mucho gusto vecino! Yo vivo en este barrio desde que nací, es un barrio algo tranquilo la mayoría del tiempo; pero cada cierto tiempo asesinan a alguien o hay un allanamiento de la policía. El barrio es la olla más grande del pueblo.

De repente se abrió la ventana de la casa naranja del frente, era el viejo Rubiel. Un anciano jorobado, de piel amarillenta, ojos pequeños y casi cerrados, una cara demasiado arrugada, estatura pequeña y ojos verdes. Siempre vestía con ropa impecable, llevaba un sombrero blanco y barato que tenía más de 20 años. Era de buen corazón, vivía de su pensión, toda la vida trabajó como guarda de seguridad.

El anciano vivía con su esposa, que curiosamente se llamaba Rubiela. Llevaban más de cuarenta años de casados, la señora tenía la misma edad del arcaico. Piel morena, Piel morena, cabello canoso, dientes de caballo, canoso, dientes de conejo, rechoncha y bonachona.

Yo le dije—¡Hola, don Rubiel! ¿Cómo se encuentra el día de hoy?

El anciano me mira con sus ojos verdes casi dormidos y me dice—¡Hola, joven! ¿Llegó una nueva vecina?

La anciana me roba la palabra y responde al añejo—¡Sí señor, soy nueva en este pueblo!

Parecía que los primitivos se la iban a llevar muy bien. Yo estaba tranquilo y contento con la presencia de la anciana, me parecía que era una buena posibilidad de conocer nuevas personas y aprender de la sabiduría de la anciana.

La ayudé a bajar sus pertenecías. Su armario dañado por las ratas, su maleta llena de ropa barata y vieja, su moderno equipo de sonido, sus discos de música ranchera y demás pertenencias.

Me ofrecí para ayudarle a instalar su armario, sus cuatro camas y su computador de escritorio. Observé que la anciana no poseía televisor; recordé que tenía un televisor arrumado en mi habitación y decidí regalárselo e instalárselo.

Después de que todo estuviera en orden en su nueva casa, la vieja me dio las gracias. Fui a preparar mi almuerzo. Saqué el arroz, los fideos y la panela de la alacena. Busqué mi vieja olla y la llené hasta el borde de agua, la puse en mi pequeña estufa oxidada y la encendí con la chispa de la candela. La estufa liberaba una llama de color amarillo debido a su antigüedad. Tomé los fideos y los puse en la olla.

Saqué otra olla que también llené de agua y la puse a calentar con un pedazo de panela que había partido con un martillo que tengo para partir panela.

Tomé una pizca de sal y se la puse a los fideos para darles un mejor sabor.

Busqué en mi pequeña nevera algo para acompañar la comida. Solo encontré una botella de picante, medio repollo, una jarra con agua y unos tomates. Me dirigí a la tienda para comprar una salsa de tomate que les diera más sabor a mis fideos.

Lavé los platos sucios y tomé mi plato de metal preferido. Serví los fideos en el plato y el agua de panela en el vaso de plástico. Me senté en la mesa de plástico vieja y encendí mi televisor barrigón de 14 pulgadas, estaban transmitiendo el noticiero de las siete de la noche. No puedo comer si al mismo tiempo no estoy viendo televisión.

Esa misma noche busqué mis chanclas para irme a dormir, cuando de repente escuché que en la casa de enseguida encendían el equipo de sonido, se escuchaba una canción de despecho como las que se pueden oír en la mayoría de las cantinas; canciones compuestas para gente adolorida de amor. No me gustaba ese tipo de música, de hecho, la odiaba; siempre creí que la vieja apagaría el equipo de sonido en unas horas.

Pero nunca fue así, la vieja estuvo escuchando música hasta las cuatro de la mañana, a todo volumen.

Al otro día me levanté con la cabeza adolorida y los ojos con sueño; no había podido dormir en toda la noche. Tenía mucha rabia con la vieja, quería regañarla por esa falta de respeto. Me dirigí a su puerta y le toqué el timbre, la vieja salió a recibirme. Llevaba puesta una vieja pijama de color blanco. Me dijo con un tono amenazante—¡Buenos días joven! ¿Se le ofrece algo?

Estaba muerto de la rabia, la maldita sabía que yo reclamaría. Me calmé y luego le respondí—Buenos días, espero que haya dormido bien, quería saber, ¿por qué estuvo escuchando música hasta altas horas de la madrugada?

La anciana me respondió con una voz risueña—¡YO HAGO LO QUE SE ME DA LA GANA EN MI CASA, PARA ESO PAGO ARRIENDO!

La anciana había entrado en cólera; yo no iba a entrar en su juego, así que le respondí—¡Señora, por favor guardé la calma! —Inmediatamente me tiró la puerta en la cara. No pude hacer nada más, me estaba dando cuenta de la verdadera cara de la anciana. Aunque todos los seres humanos son iguales, no podía esperar más de ella.

Todos somos hipócritas. Nos gusta rendirle pleitesía a las personas de las que podemos sacar algún provecho. No tenemos vergüenza, miramos a las personas por lo que tienen y no por lo que son. Nos hacemos llamar creyentes y religiosos, vamos a la iglesia a rezar y pedir perdón por nuestros pecados, solo para después recaer.

La vieja solamente era una de las víctimas del sistema, no tenía la culpa de ser una desgraciada, no la puedo culpar. Desde que nacemos se nos enseña a ser hipócritas, la vida nos deja claro que solo debemos preocuparnos por nosotros mismos; de dientes para afuera decimos que somos buenos ciudadanos, todo eso es una auténtica basura.

Este sistema nos enseña a ser creativos para hacer el mal, robar, estafar a las demás personas sin importar las consecuencias. En este país todos somos unos miserables ladrones.

Desde el joven de barrios pobres como «la unión», de pequeño entra a estudiar a una escuela pública con una pésima educación, mala alimentación, profesores mal preparados, no hay ni siquiera sillas en que sentarse. No tiene dinero para comprar el uniforme exigido, no tiene ni siquiera para los cuadernos. Escasamente tiene unas ayudas miserables que le brinda el gobierno: bienestarina, cuadernos de mala calidad, unos miserables lápices, bolígrafos y borradores; con eso quieren que estudie todo el año, solo estudian hasta que los padres los obliguen a trabajar para ayudar con los gastos de la casa. Lo mismo pasa con las mujeres, terminan dejando sus estudios a un lado, para ayudar a sus padres a sostener el hogar. Padres irresponsables que traen hijos a sufrir a este mundo.

Estos jóvenes al crecer, terminan volviéndose un problema para la sociedad, no tienen la culpa de volverse delincuentes; la sociedad los obliga y no les deja alternativa. Es la dura realidad que no muestran en las telenovelas que consumen las viejas chismosas de clase media. Queremos hacernos los ciegos ante los problemas que afronta nuestra sociedad.

La vieja de enseguida no quiso ser una hija de puta; el destino la obligó. Las personas que crecen en estos entornos suelen ser personas muy agresivas por naturaleza; de lo contrario podrían terminar muertos. Es la supervivencia del más fuerte, si no eres fuerte; tienes que ser agresivo, como esa maldita vieja.

Al día siguiente fui de una manera muy cordial a la casa de la anciana, esta vez me recibió muy tranquila y se disculpó por la ofensa. Le pregunté sobre su pasado en Dosquebradas. Ella respondió:

—Pasé por momentos muy duros en mi infancia. Crecí en un barrio muy pobre, tuve que trabajar desde los 7 años. Desarrollé un carácter fuerte, para que ninguna persona pasara por encima de mí. Todos son unos hijos de puta, la mayoría de la gente no merece vivir, todos buscan la manera de robar a los demás.

Me quedé hablando diez horas seguidas con la veterana sobre los problemas que aquejan al país; problemas como: la pobreza, las drogas, la delincuencia y demás temas que he tocado en este libro. Resultó ser una revolucionaria al igual que yo, siempre ha querido aspirar a la política para cambiar el país. Fue presidenta de la junta de acción comunal de su anterior barrio.

Fuimos por unas cervezas y seguimos charlando. La anciana solo había cursado hasta tercero de primaria; pero era la persona más brillante que yo había conocido en mis 30 años de vida. Tenía la solución para todos los problemas del país y creo que también del mundo. Tenía conocimiento avanzados en economía, derecho, psicología y política. Nunca obtuvo un título de primaria; pero se había leído más de 1200 libros, era una fantástica oradora que tenía que estar en un cargo público.

Me atrevo a decir que tenía más inteligencia que el presidente de la república; podría desempeñar un mejor papel. Esta vieja hubiera podido tener todo el éxito que hubiese querido; pero le faltaba vender sus ideas. Tenía ideas brillantes, pero no las podía vender.

Siempre fui un fanático de la política. Así que aproveché los conocimientos de la anciana y le dije:

—¿Cómo podemos acabar con la pobreza del país? —La anciana me miro y me dijo:

—la pobreza ha sido un problema que nos afecta desde el inicio de los tiempos. Toda la historia, han existido personas que quieren tener más. No gusta sentirnos superiores a los otros seres humanos, por el simple hecho de tener más cosas materiales, por tener mejor físico, por tener un conocimiento que ellos ignoran o por tener mejores oportunidades.

La anciana me sorprendía con cada cosa que decía, era la persona más elocuente que había conocido; pero no dejaba de ser una hija de puta.

Salimos a dar una vuelta por el barrio. Nos encontramos con «pollo», un ayudante de construcción de 30 años de edad. Siempre llevaba una gorra puesta, de estatura mediana, ojos rasgados, cabello oscuro y corte de cabello a la moda. Le encantaban las drogas, el alcohol y el cigarrillo. Tenía orden de captura por abuso sexual a una menor de edad, el tipo era un maldito pedófilo que no se merecía nada.

Era padre soltero de una niña de 5 años, era un buen padre; a pesar de que era un maldito hijo de puta con el resto de la humanidad.

El tipo se nos acercó y nos saludó. De inmediato lo miré con una sonrisa falsa y le respondí—Hola, pollo, ¿cómo está?

El tipo respondió—¡Bien chino! —con su sonrisa de ogro.

De inmediato siguió su camino. Yo le dije a la vieja—Este es uno de los personajes del barrio, este barrio está lleno de hijos de puta, tengo que fingir que me caen bien; en el fondo los odio.

Se llegaron las 11 de la noche y me despedí de la vieja, luego seguí el camino hacia mi vieja casa. Saqué las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta, en ese momento me estaba mirando el maldito Rubiel. ¿Qué quería? ¿Qué le diera un beso? Que tipo tan sapo; pensaba en silencio.

Me dirigí al baño a orinar y luego encendí el televisor, estaban transmitiendo un programa de esos de ventas de productos que no sirven para nada; pero son muy bien promocionados. De repente me quedé dormido con el televisor encendido.

Al otro día me despertaron unos gritos horribles—¡BRAYAN, BRAYAN, BRYAN! —¡CORRA BRAYAN, CORRAAAAA!

Escuché el peor estruendo que he escuchado en mi vida, era como si fuera un carro acabándose de estrellar. Salí corriendo para ver que estaba pasando. Observé que el agua del rio había llegado a la mitad de la cuadra, vi como toda la gente salía corriendo con sus pocas pertenencias de valor, escuché los gritos de las mujeres y niños, era lo peor que había escuchado en mi vida.

Todavía recuerdo ese día como si hubiera sido ayer. Los niños estaban corriendo sin mirar atrás, podía ver el miedo en sus caras. Niños menores de 5 años estaban corriendo por su vida, a su corta edad estaban sintiendo el miedo a la muerte. ¿Por qué el Dios que veneran tanto; permite tanto sufrimiento?

Creo que nunca voy a olvidar ese día. Recuerdo el rostro de ese niño, corriendo con una bolsa negra, ayudando a sus padres a llevar sus pocas pertenencias. Su rostro estaba lleno de lágrimas, estaba enrojecido, se notaba su miedo, no sabía qué hacer, no tenía ni la más mínima ideas de lo que pasaría, no entendía la magnitud de lo que estaba pasando en ese momento. Creo que ese pequeño no entendía el significado de la palabra avalancha, lástima que tuvo que aprenderlo de primera mano.

Pude ver a William, un veterano del ejército, toda su vida había tenido que luchar contra la guerrilla comunista de Colombia, toda su vida estuvo plagada por sufrimiento, había pasado por muchos traumas. Tenía un aproximado de 60 años de edad, era de estatura media, bien peinado, bien vestido, le faltaba un ojo; había perdido en una pelea callejera. En toda su vida nunca vio algo tan horrible como lo que estábamos viendo en ese momento, era peor que el infierno. El veterano se encontraba muy asustado. Había vivido en ese barrio por 25 años, el barrio estaba catalogado como zona de riesgo; él nunca imaginó que algún día se iba a desatar la avalancha de la que tanto hablaban las viejas chismosas del barrio.

El fósil estaba llorando del miedo. Lo tomé de la mano y le dije—¡Bienvenido al verdadero infierno!

Todos estaban asustados y llorando, yo pude permanecer en calma. Nunca le había tenido miedo a la muerte, soy ateo desde que tuve suficiente edad para comprender todos los problemas que ha traído la religión a la humanidad. No creo en el cielo, ni el infierno, seamos sinceros, ¿ustedes creen que se merecen el cielo? ¿Ustedes creen que se merecen la salvación divina? ¿Ustedes nunca han cometido pecados? ¿Ustedes creen que los errores se arreglan por el simple hecho de arrepentirse?

Yo creo en nada de eso. Siempre he estado preparado para la muerte, algún día todos tenemos que morir. Desde que nacemos, tenemos que estar listos para morir en cualquier momento, no soy un apegado al mundo terrenal.

Por eso, mientras todos corrían como locos, yo me dirigí caminando tranquilo hacia una montaña que quedaba a unos 500 metros de distancia. En esa montaña había ubicado un restaurante comunitario en el que comían muchos niños por una pequeña cuota semanal, la verdad yo también aprovechaba los bajos precios para comer en ese lugar. Cuando me quedaba sin trabajo, comía todos los días ahí.

Recuerdo un día que fui a comer a ese lugar.

Había personas de todas las edades, niños, adultos y ancianos; la mayoría vivían en el barrio.

Me dieron un plato barato de plástico, un vaso de plástico y una cuchara vieja de metal. Me dirigí donde la señora que tenía una olla de frijoles duros y aguados; repartía a todos los que llevaran el plato.

Es esa montaña, estaban todos los habitantes del barrio «la unión», estaban reunidos y temblando del miedo. De repente, en ese momento empezó a llover fuerte, las personas empezaron a sacar bolsas plásticas de basura para protegerse de la fuerte lluvia.

Yo estaba tranquilo, observando como la fuerza del rio arrasaba con las casas de las personas del barrio, era impresionante, nunca había visto algo así en mi vida. Desde arriba de la montaña divisaba como el rio destrozaba las casas con mucha facilidad, parecía que las casa estuvieran hechas de papel.

Me rompía el alma escuchar los llantos de los niños más pequeños, eran muy desgarradores, creo que nunca podré borrar de mi mente esos gritos llenos de miedo y desesperación—¡MAMÁ TENGO MIEDO! —¡MI CASA! —¡MAMÁ QUIERO DESPERTAR!

Me empecé a marear, tenía muchas ganas de vomitar. Todo daba vueltas en mi cabeza, no podía ver bien, todo estaba borroso y se distorsionado, escuchaba gritos en el fondo; gritos que fueron opacados por un sonido que me volvía loco, era como un pitido largo. Estaba parado ahí, sin moverme y con la mirada perdida, no podía pensar en nada, solo miraba como el barro destrozaba las casas de hechas de bahareque (material utilizado para la construcción de vivienda, compuesto de cañas o palos entretejidos y unidos con una mezcla de tierra húmeda y paja).

Los bomberos no tardaron mucho en llegar al barrio, la policía cerró toda el área para evitar la entrada de más personas. No hubo ningún muerto; la mitad de las casas del barrio quedaron destrozadas, más de 40 familias perdieron su hogar.

Se llegaron las 8 de la noche, la policía y los bomberos abandonaros el lugar. Las personas que perdieron su hogar, decidieron dormir ese día en un coliseo llamado «la media torta» (un coliseo donde hacían actividades políticas, recreaciones y presentaciones musicales).

Me dirigí a mi casa, sabía que todo estaba destrozado por la avalancha, se me estropeó el televisor y el computador portátil. Fui al patio de la casa, tomé el balde viejo que usaba para recoger agua de lluvia, luego tomé el trapeador que estaba negro y desgastado por el uso. Empecé a recoger agua con el trapeador y la escurrí en el balde, repetí ese procedimiento por 2 horas hasta dejar el piso limpio. Las paredes estaban acabadas y destrozadas, prácticamente estaban a punto de venirse abajo.

Mi casa fue construida por un señor llamado Leónidas que antes la habitaba, en esa casa vivió con su familia por más de 20 veinte años. Un anciano que no veo hace muchos años, la última vez que lo vi, estaba muy bien de salud, de estatura baja, cuerpo rechoncho, lentes culos de botella, un cabello totalmente blanco, nariz ancha, aspecto bonachón y caja de dientes de oro. El tipo había construido mi casa con sus propias manos, creo que no era muy buen constructor; la casa tenía paredes torcidas y ladrillos que sobresalían de la pared. La casa era fea y pequeña; por alguna razón me sentía cómodo y seguro dentro de ella.

Arturo, el hijo del viejo, me visitaba el 25 de cada mes para cobrarme el arriendo. El tipo era un hijueputa malparido. Siempre aparecía a las 8 de la mañana, siempre había sido muy puntual. De 40 años de edad. Alto, delgado, cara de perro viejo y calvo. Le gustaba depilarse las cejas, un completo marica, aunque tenía 3 hijos.

Había perdido todos mis objetos de valor, mi casa estaba destrozada, se me habían agotado los ahorros, estaba endeudado, no tenía comida en la alacena y las cosas no parecían mejorar.

Esa noche la vieja de en seguida no encendió el equipo de sonido, milagrosamente había logrado sacarlo de su casa a tiempo y se salvó de los daños causados por la avalancha.

Se llegó la media noche, yo no podía dormir, estaba pensando en mi vida. No tenía dinero ni siquiera para un pasaje de autobús, me quedaba para comprar una bolsa de pan y una libra de panela. Esa noche la pasé muy mal, estaba muy deprimido.

Me levanté a las 6 de la mañana, tenía los ojos hinchados por la falta de sueño y estaba mareado. Me puse mis viejas sandalias negras que guardaba debajo de mi cama, me dirigí a la cocina por algo de comer, solo encontré mi vieja olla con agua de panela, me serví en mi vaso preferido. No había nada más para comer.

Salí de mi casa sin haberme bañado, toqué la puerta de la vieja Luz Dary, la saludé con poco entusiasmo—¡Buenos días doña Luz Dary!

La vieja me respondió con una voz muy suave—Bueno días joven, le tengo una buena propuesta. Después de esa devastadora avalancha perdí muchas de mis pertenencias y mis hijas no han encontrado trabajo. Tengo unos ahorros, los tenía destinados para un negocio que sea rentable, usted parece saber un poco sobre negocios y economía, yo estoy vieja, no estoy a la vanguardia de los negocios que son rentables hoy en día.

La miré fijamente con mis ojos grandes y expresivos y le dije—Claro que puedo asesorarla. De hecho, estudie 2 años de economía. Lo que la anciana no sabía, era que la educación que había recibido era de pésima calidad, como toda la educación en Latinoamérica. Todas las personas piensan que, por el simple hecho de obtener un título universitario, son personas cultas y se consideran inteligentes. La verdad, son unos completos idiotas que están siendo estafados por el sistema educativo. Pagan una enorme cantidad de dinero, se endeudan y gastan el dinero de sus padres para pagar estudios que nunca van a usar en su vida.

Por otro lado, tenemos otro tipo de estudiantes que estudian solamente para obtener un título y un buen trabajo. Lamento decepcionarlos amigos, no es suficiente tener un título universitario para ganar todos esos millones que ustedes imaginan en su cabeza de jóvenes universitarios. Jóvenes que están cursando su primer año de estudios y se imaginan sueldos millonarios y altos cargos. La mayoría de ellos acaban como la mayoría de los colombianos. Sobreviviendo con un salario mínimo, luchando para llegar a fin de mes y haciendo miles de piruetas para que su salario les alcance para sus gastos básicos.

Después le dije a la vieja—En este pueblo hay un sitio llamado «la galería», es un lugar lleno de mucho comercio, en ese sitio podemos encontrar todo tipo de cosas como: comida, ropa y electrodomésticos de segunda mano. Siempre he querido crear un restaurante en ese lugar, todas las personas que trabajan en el pueblo se dirigen a almorzar a este sitio, sería un negocio muy rentable, pero nunca he tenido dinero para llevar el proyecto acabo. Ahora lo podemos intentar. Usted tiene el dinero y yo tengo los conocimientos, sería una buena asociación. ¿Qué opina?

La anciana ni siquiera lo pensó. Solo dijo—Por supuesto que sí, pero quiero que discutamos las ganancias.

Yo le dije a la anciana—Quiero ser el administrador, no pretendo quedarme con algún porcentaje. El dinero es suyo, solo quiero ser un empleado más del negocio.

La vieja me miró con una gran sonrisa. A simple vista se podía ver que le faltaban 2 dientes y su dentadura estaba casi podrida por el abuso del cigarrillo.

Procedió a estrecharme la mano. Fue como darle la mano a un pescado, tenía una mano pegajosa, fría y mojada. No era muy agradable sentir la palma de su mano, de hecho, era grotesco y un poco asqueroso. Nunca me ha gustado estrechar la mano de las personas, me da asco pensar las cosas que han podido tocar con ellas.

Solo teníamos que poner todo en marcha. Necesitábamos empleados. Las tres hijas de la vieja serían las cocineras, no tenían mucha experiencia; decidí asumir el riesgo. Desde que nacieron, se las habían arreglado para hacer de comer con muy poco dinero. Entiendo lo difícil que puede ser cocinar, toda la vida tuve que hacer magia para comer por lo menos 1 o 2 veces al día.

Necesitábamos rentar un local comercial en «la galería». Por eso nos dirigimos a la casa de Ocaris, una anciana integrante de los «chorolos». Una familia que había fundado el barrio en los años 80. Su historia es muy particular y hasta divertida.

Hace muchos había un señor llamado Arjermiro. Una de las personas más adineradas de la época, era dueño del supermercado más grande del pueblo y 8 fincas de lujo. El señor era un hijo de puta, trataba muy mal a sus empleados y era muy egoísta.

Un día Arjermiro se encontraba en su finca de lujo, ubicada en un sitio llamado «guacas». El tipo estaba borracho y de mal humor, su supermercado estaba representando muchas pérdidas. El tipo tomó su vieja escopeta y le disparó a un pájaro que iba volando muy cerca. El pájaro cayó muerto por el balazo.

Su empleada de servicio miró el pájaro y gritó—¡AY, DIOS MÍO! ¡MATARON UN CHOROLO!

El tipo exclamó con cara de asombro—¿Qué es un chorolo?

Su empleada le respondió muy nerviosa—El Chorolo es un pájaro sagrado, cualquiera que los mate: sufrirá 500 años de desgracia.

El tipo se burló de ella y la trató como ingenua.

Ese mismo día sufrió un infarto, aunque el tipo siempre se había destacado por ser un roble. Desde ese día empezó su desgracia.

El tipo perdió todas sus pertenencias, en 2 meses quedó en la quiebra. Perdió su supermercado, sus fincas y sus demás negocios. Se había quedado en la calle, no tenía donde quedarse.

Decidió construir su casa a las orillas del rio San Eugenio. Desde ese día fundó el barrio «la unión», el barrio más pobre de Santa Rosa de cabal.

Fue conocido por siempre como «el Chorolo». Tuvo una hija llamada Ocaris, la cual era una hija de puta. Se apoderaron del rio sin permiso. Se quedaron con el monopolio de un rentable negocio: sacar piedras del rio para venderlas.

Llegamos a una casa vieja y fea, parecía que estaba a punto a caerse. Yo le dije a la vieja—Esa es la casa de los Chorolos, todos viven ahí. Son muy pobres y creo que nunca van a salir adelante.

La anciana respondió—No conozco esas personas, pero siento lastima por ellos.

Yo grité a todo pulmón—¡OCARISSS! ¡SALGA! ¡LA NECESITO!

Al instante salió por la puerta el «chorolito». Un niño de 8 años, desnutrido y feo. Se notaba que sería un futuro delincuente, le encantaba robar gallinas. Una vez lo quería matar. Se entró por el patio trasero de mi casa, yo tomé un machete oxidado y se lo puse en el cuello, el niño se puso a llorar. Le reventé la nariz de un cabezazo, le notifiqué que la próxima vez lo mataría.

Le dije al pequeño delincuente—Necesitamos a Ocaris, vaya corriendo y le avisa.

El niño salió corriendo a llamarla. Después de 2 minutos apareció.

Una anciana de 67 años de edad. Piel arrugada, desgastada y llena de pecas. Mirada marchita, esto se debía a los sufrimientos que había tenido que pasar a lo largo de su vida. Conocía el pueblo como la palma de su mano. Sabía todo lo que había que saber.

Le dije con un suave tono de voz—Necesito saber dónde vive «el escorpión». Me dijeron que es dueño de un local en la galería y lo necesita arrendar.

La anciana me respondió en tono amable—Está viviendo en un barrio llamado Pio 12, vive solo con sus 2 gatos. En una casa de color rojo de 2 pisos, es la casa más bonita de ese barrio.

Le di las gracias a Ocaris por su amabilidad y seguí mi camino con la vieja de en seguida.

Llegamos a la casa de «el escorpión». Toqué 3 veces el timbre. De repente Salió el hijo de puta. Un tipo de 35 años. Alto y delgado, debido a su exceso de drogas. Había consumido todo tipo de drogas: marihuana, cocaína y hasta basuco.

El tipo vivía de la ignorancia de las personas. Leía las cartas, el tabaco, interpretaba los sueños y daba los números para la lotería. Un completo charlatán que recibía 20 consultas diarias, todo el barrio estaba idiotizado con sus palabras.

El tipo nos saludó—¡Buenos días amiguitos! ¿Vienen para consulta?

Yo le respondí—Hola, ¿cuántas personas has estafado hoy?

El tipo soltó una sonrisa pícara. De inmediato nos mandó a entrar. Nos sirvió agua en unos vasos de vidrio que tenían un olor a pescado.

Estuvimos discutiendo el precio del local comercial. Llegamos a un acuerdo de 500.000 pesos mensuales.

Luego de un mes de vueltas. Por fin pudimos abrir el negocio. Le pusimos un enorme letrero con el nombre «las delicias de la mona», nombre dado en honor a la vieja de en seguida.

El negocio no presentaba muchos ingresos, afortunadamente se me ocurrió una idea. Invitaría 10 amigos que almorzaran a diario; la comida seria gratis. Con esto pretendía aumentar el número de clientes que llegaban al negocio.

Por alguna razón, las personas se sienten más cómodas en negocios con alto tráfico de clientes; creo que los hace sentir seguros.

Mi estrategia funcionó a la perfección, en solamente un mes teníamos nuestra propia clientela. El restaurante permanecía lleno de toda clase de personas; hombres, mujeres, niños, ricos y pobres. Todo estaba saliendo a la perfección.

Teníamos 6 cocineras, 4 meseros, una persona encargada de la caja y otra del aseo. Contábamos con 18 mesas y 60 sillas.

Yo era el administrador, pero al mismo tiempo llevaba todas las cuentas. Le pagaba personalmente a cada uno de los empleados. El negocio nos representaba ganancias de más del 30%. Todo iba sobre ruedas.

Cada semana, le hacía un informe semanal a la anciana. Ella no tenía que hacer nada; solo disfrutaba de las ganancias.

La mayor parte de sus ingresos los gastaba en licor y cigarrillos, nunca había podido dejar su adicción. Se emborrachaba 3 veces por semana, siempre acompañada de sus hijas. Encendía el equipo de sonido y lo ponía a todo volumen, cantaba a todo pulmón.

Pronto, sus hijas renunciaron al negocio y contrataron otras 3 cocineras que las reemplazaran. Me dijeron que necesitaban más tiempo libre para cuidar a sus hijos; una gran mentira, solamente querían disfrutar de la vida loca. Se notaba que no les gustaba el trabajo, siempre habían sido mantenidas por su madre o sus maridos.

Yo no le dije nada a la vieja ni a sus hijas; me importaba un culo lo que hicieran con su dinero, yo solo era un empleado. Yo estaba tranquilo si recibía mi sueldo completo.

Todo en mi vida estaba saliendo muy bien, cada día las cosas mejoraban. Me sentía el mejor empresario del mundo, me sentía el genio más grande de la historia de la humanidad. Teníamos el negocio más rentable de todo el pueblo, todas las personas nos conocían. El mismo alcalde acostumbraba visitarnos y almorzar todos los domingos con su familia. Todos elogiaban a Luz Dary, la endiosaban por su buena administración; pura mierda, yo era el responsable del éxito del negocio, yo tenía que hacer todo.

Pronto pudimos remodelar. Cambiamos las mesas y sillas de madera por unas de color amarillo. Las personas veían las mesas de ese color y automáticamente sentían mucha hambre; al mismo tiempo que cansaba la vista, eso causaba que se fueran más rápido y dejaran sillas libres para otros clientes. Era una estrategia que nos daba muchas ganancias.

Mandamos a hacer uniformes para todos los empleados. El diseño lo hice yo mismo: un retrato de la anciana sosteniendo un plato de frijoles. Ese logo estaba puesto en la camisa y la gorra que tenían todos los empleados.

Pagábamos todas las prestaciones de los empleados. Todos querían trabajar con nosotros. Hice una página web, donde recibíamos cientos de hojas de vida. Nuestro éxito era muy poco común para un país con una dictadura capitalista.

En este país gobernado por la hijueputa derecha política que tanto daño le ha causado a los colombianos. La puta derecha es la culpable de todo lo malo que pasa en el país: la delincuencia, la corrupción y la mala calidad en la educación. Nuestro país está al servicio de los grandes empresarios que no aportan nada al país; siempre pagan unos impuestos muy bajos y todavía se los quieren bajar más. Son dueños de los medios de comunicación, influencia a las personas para votar, nos tienen bombardeados con asquerosa propaganda todas las putas 24 horas del día.

¡Colombia hijueputa! Todas las personas votan por la derecha; le temen a la izquierda. Están con el malparido cuento de las dictaduras comunistas. ¡Huevones tan bobos! ¡Llevamos 200 años en una puta dictadura! Nos tienen adoctrinados, necesitamos una revolución. El comunismo no es una utopía; es lo único que puede salvar a la humanidad. Nunca voy a dudar en hacerme matar por defender las ideas de Marx.

¿Ustedes creen que la humanidad aguantará muchos años con ese tipo de consumo descontrolado? Los humanos están pariendo como conejos, cada día nace mucha gente; la mayoría de ellos para aumentar la tasa de pobres que crece a pasos agigantados. ¡No me crean estúpido! Nos queremos hacer los de la oreja mocha; pero en el fondo sabemos que no tenemos un buen futuro. Cada día estamos peor y lo seguiremos estando hasta el momento de nuestra extinción.

Los seres humanos se consideran los seres más inteligentes que han poblado la tierra, ¿inteligentes? ¿Por qué? ¿Por qué disfrutan violando y matando? ¡No me crean tan marica!

Ninguna especie ha modificado tanto la tierra como la raza humana; modificado para mal. A veces siento rabia con nuestros ancestros: nuestros abuelos que se ponían a traer al mundo 10 hijos. Si los pudiera ver, les diría que son unos estúpidos, son los culpables de la maldita sobrepoblación. ¡Felicitaciones estúpidos, ojalá estén satisfechos!

Volviendo al barrio. Me sentía muy solo en mi casa, no había nadie que me saludara. Así que, decidí adoptar el perro que iba todos los días a mi casa por comida. Se llamaba mapache, un perro de color negro. Mapache sobrevivía con lo que comía de las basuras, aguantaba mucha hambre. El perro no podía ver, tenía que guiarse por su olfato. Aunque fuera ciego, tenía unos ojos redondos, brillantes y hermosos que me decían: «te prometo que las flores volverán a crecer; donde ahora lloramos». Todos los días me saludaba, le tenía mucho cariño.

Le construí una cama con unas tablas de madera que me sobraban y le puse una cobija vieja para que se cubriera del frio en las noches; aunque aprovechaba cuando salía para acostarse en mi cama y luego bajarse cuando yo llegaba.

Me gusta pasar el tiempo con perros. Los animales son los únicos seres de luz que existen. No tienen pecados, no disfrutan de los placeres carnales, no sienten envidia, no tienen ni una pizca de maldad y son muy fieles.

Odio la gente que comercializa los animales. Siento mucha rabia con esos hijueputas. Si quieren vender algo; vendan a su madre. Los que compran animales son igual de culpables, en la calle hay muchos perros callejeros que desearían tener un hogar. Pero no, ustedes son unas gonorreas que golpean los perros de la calle como si fueran inferiores; los inferiores son ustedes que no respetan los animales. La gente que no respeta los animales, debería ser eliminada de la tierra, son personas que no merecen vivir. Yo puedo justificar el asesinato de una persona; pero no tolero el maltrato animal.

Este maldito gobierno tampoco respeta los animales. Lo único que han hecho es ayudar a matarlos.

¿Por qué se consideran una raza superior a los perros? Cuando vemos hombres y mujeres promiscuos, los llamamos «perros» y «perras», no seamos hijueputas, los perros solamente se aparean para reproducirse; a diferencia de nosotros que todo el día queremos estar como conejos.

Muchos de ustedes no estarán de acuerdo con mi forma de pensar; me importa un culo. ¿Por qué si están de acuerdo con la pobreza de este país? ¿Por qué si están de acuerdo con los niños de 5 años limpiando vidrios por unas cuantas monedas?

Si ustedes se preguntan: ¿Por qué este tipo critica tanto? ¿Por qué no da ninguna solución? ¿Será que este tipo se cree perfecto? Déjenme decirles que ustedes están muy bien adoctrinados por la dictadura capitalista.

Yo no soy nadie, no tengo poder, ni siquiera existo. Solamente soy un personaje ficticio; al menos me quejo de este maldito sistema que nos va a llevar a la extinción. Si por lo menos el 20% de la población se quejara el sistema; tendríamos una mejor calidad de vida. Pero no, sigan pensando que es imposible cambiar, sigan pensando que eliminar la pobreza seguirá siendo una utopía.

«La unión» estaba cerca de la galería, no tenía que caminar mucho para llegar la negocio. Eso no me importó, quería comprar un carro. No tenía mucho dinero; decidí comprarlo de segunda mano. No sabía mucho de automóviles, de hecho, tenía la licencia de conducción arrumada en unas cajas empolvadas. Conocía la persona que me podía asesorar.

Ese era «mai doctor». Un joven de 28 años de edad, el tipo era una rata de dos patas. De piel blanca y pálida, gorra de rapero, lentes de contacto azules, corte de cabello tipo militar, alto, feo y dentudo. Las chismosas del barrio decían que tenía SIDA, yo siempre lo vi con buena salud. Decían que tenía tendencias homosexuales, yo no lo sabía; nunca me acosté con él, no me gustan los hombres.

Vivía de robar carros y motos. Trabajó un tiempo como vendedor de muebles en un sitio llamado la postrera. Fue echado al ser sorprendido robando a su jefe. El tipo había sido criado en «la unión»; no podíamos esperar otra cosa de él.

—Parce, necesito un carro bueno y barato—le dije yo.

—Le tengo uno muy bueno, modelo 2002.

—¿Es el suyo?

—sí.

—Tan marica, ¿me quiere meter gato por liebre? Malparido tan bobo.

—El carro es bueno. Usted no quiere, entonces vamos donde «el calvo»—me dijo con voz risueña.

—¿Quién es «el calvo»? Debe ser un careloco como todos sus amigos. Vamos a ver que dice ese man.

—Espere yo le aviso a mi mamá—dijo mai doctor.

—Vaya, pero no lo acompaño, no le quiero ver la cara a esa vieja chismosa.

—Espéreme en el billar de la esquina del «mocho».

Allí lo estuve esperándolo por más de media hora, hasta que llegó en el carro y me llamó—¡Vámonos! —me dijo gritándome el malparido.

—Nos vemos, me voy con este loco—les dije a los jóvenes que estaban conmigo en el billar.

Llegamos a un taller mecánico lleno de jóvenes inexperimentados que estaban aprendiendo. Jóvenes que no sabían mucho de mecánica; aprendían con los vehículos de la gente, asegurándoles un buen trabajo. ¡La gente es muy pendeja! Yo no dejaría un vehículo en un taller de esos, después terminan arruinándolo.

—¡Hola, bobas!—Nos gritó el hijueputa, estaba en la heladería del frente comiéndose un cono de helado de ron con pasas. Un tipo de estatura media, acuerpado, mirada de gay, arete en la oreja derecha, cabeza rasurada y piel blanca. Estaba vestido con camisa blanca, totalmente manchada de grasa típica de mecánico y unos pantalones cortos de color café que estaban negros de grasa. Un tipo muy particular. Padre de una niña de 14 años que a duras penas podía mantener; aunque le gustaba robar a todos sus clientes. Le llamaban el loco.

—¿Qué hace loco? Trabaje parce, se la pasa todo el día en esa heladería y le puedo apostar lo que sea a que tiene trabajo pendiente. Usted es un vago.

—Necesitamos un carro económico y usted es el indicado para eso—dijo «mai doctor».

—¿Y qué quiere? ¿Qué me lo robe y se los venda? —dijo el loco en tono de broma.

—deje de hablar mierda, no puedo perder el tiempo con sus estupideces— exclamé yo, en tono de voz serio.

—Conozco un muchacho, es policía, tiene un carro en excelentes condiciones y lo está vendiendo—dijo el loco.

—Matemos ese hijueputa y le quitamos ese hijueputa carro—dijo «mai doctor».

—Yo con gusto lo mataría, mi madrina la muerte me está pidiendo un sacrificio, yo con gusto mato un marica servidor público. Disfrutaría matarlo y verlo suplicar por su vida. Pero no tengo tiempo para eso, mejor le compro ese carro y me evito el trabajo —contesté yo.

Le di 5 millones de pesos a «mai doctor» para que comprara el carro.

—Vaya hoy mismo y me consigue ese carro. Me tiene que hacer todos los papeleos, le doy 2 días para que me entregue todo completo. Si no es capaz, me consigo otro.

—Hágale parce, yo le consigo ese carro como sea—dijo «mai doctor».

Me fui para el negocio, aproveché que estaba cerca. Estaba lleno de personas, no cabía ni una aguja. Me metí para la cocina.

—¿Dónde está Luz Dary? —le pregunté a las cocineras.

—No la hemos visto—respondieron todas a la vez.

—¡Ok, gracias!

Solamente había un lugar donde podía encontrar a la anciana; tendría que dirigirme al barrio «la unión»

Me fui caminando por una calle 14, la calle de mayor comercio en el pueblo. En esta calle se podía ver la mayoría del pueblo que salía de compras o daban una vuelta para entretenerse y despejar su mente. Se podía ver todo tipo de personas en ese pueblo lleno de personajes únicos y chistosos. Por el camino pude ver niños muy particulares, con corte de cabello y ropa a la moda; moda de maricas. La moda de estos tiempos, donde los hombres son cada vez más afeminados. Me da asco ver hombres que se depilan las cejas, usan pantalones apretados como los Nazis, se ponen zapatillas de señorita y piensan que las personas los ven como hombres. Pues si la mayoría de personas los ven como hombres guapos y atractivos; yo los veo como los maricas que son. Se pueden ver muchos miembros de la comunidad LGTBI que yo respeto profundamente, me parecen unas personas muy valientes. Marica no es un hombre que sostiene relaciones con otros del mismo sexo; marica es el hombre que sigue modas estúpidas por el simple hecho de estar a la moda.

Me encontraba caminando, al mismo tiempo que veía toda esa gente y pensaba «hay mucha gente en este mundo, tenemos una sobrepoblación que será la causa de nuestra extinción». Llegué al parque ubicado en la mitad de todo del pueblo. En ese lugar se concentraban todas las personas para charlar, jugar, chismosear y fumar marihuana por las noches; era la atracción más importante del pueblo. Me encontré con el señor que vendía conos, bueno, un anciano de más de 60 años edad que tenía que trabajar por obligación ya que el gobierno miserable no tiene en cuenta a nuestros adultos mayores. El anciano tenía que salir todos los días al parque con su carrito de helados viejo que había construido con sus propias manos. No entiendo este miserable gobierno; los ancianos están muy desamparados, solo algunos tienen derecho a una pensión equivalente a la mitad del salario mínimo legal vigente que les consignan en una cuenta de un banco ladrón. Busqué en mi bolsillo con el objetivo de encontrar unas cuantas monedas para comprarme mi cono favorito.

—¡Buenos días señor!—Le dije mientras lo miraba directamente a los ojos.

—¡Buenos días joven! ¿Qué tipo de helado desea?—Me dijo el viejo.

—El mismo de todos los días, el de fresa—contesté.

—¿Cómo va el camello? ¿Mucho trabajo?

—El trabajo ha estado muy duro, tengo mucha competencia, muchas personas se pusieron a vender helados en este parque.

—¿Es un buen negocio?—le pregunté.

—Este negocio da para vivir a medias, pero no sé hacer nada más, no tuve educación y este país es una mierda para vivir. En Colombia la gente no vive, sino que sobrevive.

—Tiene razón. La derecha política que ha gobernado este país durante más de 80 años es la culpable de todos nuestros males. Odio los conservadores.

—Yo no entiendo nada de política, pero sé que estamos mal y vamos a empeorar—contestó el señor.

—Tiene razón.

Por alguna razón, la gente vieja es muy sabia. El tipo no había tenido estudios de primaria, a duras penas sabía leer; pero era una persona muy culta que se esforzaba por aprender cosas nuevas. Tenía más disposición que muchos jóvenes. A pesar de su situación, siempre me saludaba con una sonrisa, vestía impecable, bien peinado y muy aseado.

Después de terminar mi helado, seguí mi camino por el parque. Encontré unos ancianos sentados en las sillas de cemento ubicadas en al frente de la iglesia. Se encontraban charlando de política, noticias, anécdotas pasadas, amoríos de la juventud y la vida sus nietos. Estos ancianos habían vivido toda la vida en el pueblo, la mayoría era de clase baja, trabajaron toda su vida en el campo. Habían recibido una pésima educación ya que fueron educados en el campo y vivían en veredas; les costaba mucho trabajo estudiar todos los días, las escuelas quedaban a 2 horas de su casa y tenían que caminar todos los días, no alcanzaban a terminar la primaria por falta de recursos. Se quedaban en la finca, trabajando por la comida porque sus padres se los exigían apenas notaban que estaban lo suficiente grandes para trabajar. Todos hablamos con orgullo del café de Colombia, decimos a los extranjeros que Colombia es un país cafetero, pero ignoramos a las personas que trabajaron para hacer eso posible; campesinos pobres que vivían en unas pésimas condiciones y lo único que podían hacer para llevar comida a su casa, era coger café. Cuando se llegaba el fin de semana, se iban a gastarse la mayoría del dinero ganado en el pueblo, la mayoría se gastaba el pago semanal en cerveza barata.

Estas personas se reunían en grupos de más de 5 personas para hablar por horas y horas sin cansarse. Se recargaban tomando café que compraban a los vendedores ambulantes, había muchos de esos en el pueblo, caminaban el pueblo de norte a sur con sus carritos llenos de termos de café que habían madrugado a preparar. En Colombia solo consumimos la pasilla de café, el mejor café se exporta a los demás países. Es un país de gente muy pobre y la mayoría no puede pagar un café de buena calidad; todos compran ese café barato, que se puede conseguir en la tienda, lo mezclan con agua de panela caliente. Esta mágica bebida les daba los buenos días a todos los colombianos.

Adelante me encontré con 3 jóvenes que estaban consumiendo basuco (cocaína impura fumada). Los jóvenes estaban sentados en un andén al frente de la tienda del barrio «pio 12», el barrio construido en honor el papa. Qué se podía esperar de un barrio con el nombre de un papa nazi. Los jóvenes tenían la mirada perdida, no sabía qué estaba pasando por su cabeza, lo único que sabía era que estaban muy locos por la traba. Seguí mi camino relajado. Cuando de repente uno de ellos sacó un cuchillo, se hizo detrás de una señora y se lo puso en el cuello.

—¡Páseme todo lo que tenga! ¡Rápido cucha!—dijo el hijueputa gamín.

El muchacho tenía 15 años, se llamaba Alex, pero le decían «Rambo». Un muchacho que conocí desde pequeño en el barrio, atracaba desde los 11 años para consumir drogas. Vivía con su madre y sus hermanos en un barrio de la zona marginal llamado «La hermosa» que estaba junto al barrio «la unión». Tenía aretes en sus dos orejas y cara de chichipato (delincuente de poca monta o sin importancia). Hace tiempo le dije que no llegaría a los 18 años porque lo iban a matar por hijueputa, pero no me hizo caso.

La señora empezó a gritar fuerte—¡Ayudaaaaaa! ¡Me están atracando!

—Cállese vieja, nadie la va a escuchar. En este barrio no llega la policía ni la autoridad, en este barrio no existe Dios. En este barrio mandamos nosotros—dijo el hijueputa.

—Pero aquí estoy yo. Suelte la señora marica ñero—dije yo.

—¡Cuales papi! Usted no es capaz de hacer nada. ¿Quiere que lo apuñale?

—¡Venga y nos matamos los dos! ¡Deje la señora tranquila! —exclamé.

El vicioso soltó la señora. Se quitó la camisa, la agarro con la mano derecha y tenía el cuchillo en la izquierda.

—¡Ahora si nos vamos a matar! ¡Estamos los dos solos! Aquí no llegará la policía a defenderlo.

Yo me quité la camisa rápido y la tiré al piso, empuñé mis manos, lo miré a los ojos. Lo que nadie sabía, era que me encantaban las artes marciales y las aprendí por mi cuenta. Pero no iba a desperdiciar mi tiempo con un ñero, así que decidí darle una lección de la forma más elegante. Saqué mi revolver calibre 38 y se lo apunté a la frente.

—Lo voy a matar hijueputa—Le dije yo.

El miserable tiró el cuchillo al piso y se puso a suplicar.

—¡No me mate parce! ¡Tengo familia! Le prometo que voy a cambiar, ya no volveré a robar.

—Lo perdono, pero mi revolver no—Le dije yo mientras observaba el miedo en sus ojos. Le disparé justo en medio de la frente. Cayó al piso y le pegué otro tiro justo en la boca, le dije—Ya no puede hablar mierda—Luego lo escupí y le metí una patada. Parecía un muñeco de año viejo de esos que quemamos en Colombia, estaba lleno de sangre. Sus ojos estaban abiertos y mirando hacia la nada. Se podía ver a través del hueco que tenía en la frente. Salía mucha sangre por su boca, sangre de color rojo oscuro, babosa y pegajosa. La policía no llegó ni iba a llegar, en ese sector no hay Dios ni ley. Todas las personas que presenciaron el hecho se encerraron en su casa. En Colombia todos debemos ver y callar, es la principal regla para mantenerse vivo, nadie se atreve a delatar a un asesino o delincuente. Necesitaba deshacerme del cuerpo lo antes posible. Decidí llamar a Santiago, un trabajador de la finca que me ayudaba a desaparecer cadáveres. El tipo era calvo, de estatura media, acuerpado, una barba descuidada y caja de dientes. Toda su vida había trabajado en la finca, era muy bueno para recolectar café y sobre todo para desaparecer cadáveres. Era un tipo muy confiable. Me ayudó a esconder mi primer cadáver: un chorolo que había matado, lo ahogué en «la planta».

Tomé mi teléfono y lo llamé—Hola, parce—le dije.

—Hola, pin—me contestó (Llamaba a todo el mundo «pin»).

—Necesito que me desaparezca un muñeco—le dije yo.

—¿A quién mató?

—Un gamín sin importancia.

—Ah bueno.

—Necesito que me consiga una caneca con ácido.

—Se le tiene pin—respondió.

—La lleva a mi casa. También necesito un carro, mándeme uno de inmediato—Le dije antes de colgar el teléfono móvil.

En menos de 2 minutos llegó «pájaro» a recogerme. Un careloco que había matado más de 70 de personas, un sicario de poca monta que le encantaba matar. Se bajó para ayudarme. Cogí el cadáver de las manos y él por los pies, para ponerlo en la cajuela del carro.

—Deje de estar matando tanto—Me dijo.

—Voy a exterminar a todos los hijueputas de este mundo—contesté.

—No se puede. Si nos podemos a matar a todos los hijueputas, solamente quedaríamos unos pocos en este mundo.

—Le hice un favor al planea. Dejemos de charlar y llevemos este muñeco a mi casa.

Nos dirigimos al barrio «la unión». Llegamos a mi casa y bajamos el cuerpo de la cajuela. Todo el barrio se dio cuenta, pero no dijeron nada. En este barrio, ver un muerto es normal, es cosa de todos los días. Aquí la vida vale menos que unos zapatos. Yo abrí la puerta, «pájaro» entró el cadáver y lo puso en el patio. Yo levanté el colchón de mi cama y saqué mi machete. Procedí a separar la cabeza del cuerpo. Su piel era como una masa para hacer arepas y sus huesos estaban muy duros; lo traté de rebanar a pedazos. Mi cara y ropa estaban manchadas de sangre espesa y tibia. Me salpicaron unas gotas en la boca; un poco espesa, un sabor a hierro, era como lamer una varilla. Su cuerpo tenía un extraño color amarillo combinado con verde; pronto dejó de tenerlo cuando le arranqué la piel.

Tocaron la puerta, «pájaro» salió a abrir. Era Santiago, había llegado en su camioneta con la caneca de ácido que le había pedido. La entramos al patio donde estaban los restos, yo los tiré a la caneca, se podía ver como salían burbujas que deshacían el cuerpo. Era una imagen muy bella para Santiago, se reía observando el espectáculo.

Le pagué a Santiago y a «pájaro» con unos dólares que tenía en mi cajón, envueltos en unos calcetines.

—Muchas gracias patrón—Me dijo «pájaro».

—Gracias pin, estoy disponible para lo que se pueda presentar. Si quiere matar al presidente, me llama y lo matamos—dijo Santiago.

—El presidente es el peor criminal de Colombia, pero no lo voy a matar—dije yo.

Le abrí la puerta y se fueron. Al frente estaba Rubiela mirándome como la chismosa que es—Muchacho, ¿Quiénes son esos? ¿Sus amigos?—dijo la vieja.

—Ellos son mi familia, mi verdadera y única familia. Los demás no me importan—dije yo.

—Ahhh, bueno—contestó la anciana.

Me dirigí a la casa de enseguida para preguntar por Luz Dary. Me encontré con más de 10 personas tomando aguardiente y escuchando música de despecho. Todos estaban borrachos.

—¿Se va a tomar un trago?—dijo el yerno de la vieja.

—Estoy buscando a la cuchca—dije yo.

—Está encerrada en su cuarto. Está durmiendo ya que tomó mucho trago, está muy borracha—dijo el tipo.

La encontré en el baño vomitando como si no hubiera mañana.

—Hola, Doña Luz Dary, ¿por qué está tan perdida? No he podido saber nada sobre usted, ahora me la encuentro vomitando, llevada de la borrachera. Tiene muy descuidado el negocio.

—Relájese chino. Mejor sigamos la fiesta ¡Que traigan más aguardiente hijueputa!

—Bueno ¡Vamos a emborracharnos!

El fósil me sirvió una copa de aguardiente, pero yo tomé la botella. Me puse a bailar como todos. Se me subió el ánimo mágicamente, el líquido me quemaba la garganta, me sentía eufórico y feliz. Todos los problemas habían desaparecido, todo era alegría, todo estaba bien.

Empecé a sentir mareos y ganas de vomitar, sentía que el planeta entero se movía, escuchaba ruidos al fondo de mi cabeza, pero no sabía que decían, solamente sabía que hablaban y se reían todos, nunca sabré que dijeron. Me dirigí hacia la cocina, caminando de una forma muy chistosa, no podía mantenerme erguido, me iba para los lados, estaba a punto de caerme, pero nadie estaba para ayudarme, todos estaban borrachos y no se daban cuenta de la realidad del momento. Tomé una olla que tenía café para beberlo ya que dicen que el café es bueno para pasar las borracheras; el café estaba frio, lo calenté en la pequeña estufa vieja de la anciana. Después de 5 minutos y sin pensar mucho, tomé la olla del café con la mano, estaba muy caliente y me quemó de una forma brutal. La mano me quedó roja y adolorida, ese dolor me duraría toda la noche. Con la otra mano procedí a tomar el café que también me quemó la lengua, no estaba coordinando muy bien los movimientos que daba. Puse la taza en la mesa con rabia y me fui hasta el baño, no tenía puerta, únicamente tenía una cortina que tela que le ponían para que la gente pudiera hacer sus necesidades sin temor a ser vistos por otros. Cerré la cortina, me bajé los pantalones, me bajé los calzoncillos y luego hice fuerza para orinar. Salpiqué todo el piso de orina, pero no me importaba porque no era mi casa. Salí hacia la habitación de enseguida, tenía el piso de cemento, las paredes torcidas y solamente había una pequeña cama metálica a la cual le faltaba la mayoría de las tablas, un colchón viejo y desteñido que tenía manchas amarillas. Me recosté y cerré los ojos para intentar dormir, mi cerebro estaba dando vueltas.

Esa noche tuve un sueño muy extraño y la vez fantástico. Yo estaba en el centro comercial del pueblo, cuando vi una chica. Me quedé asombrado mirándola, estaba completamente sola, creo que estaba comprando algo. La chica era de piel muy blanca y sedosa, parecía una porcelana; su cabello rubio y ondulado; sus ojos color miel, grandes, redondos y expresivos; sus pestañas abundantes, largas y finas; su boca pequeña y centrada; sus labios rosados, ni muy gruesos, ni muy delgados, la proporción perfecta con la que soñaría cualquier modelo de catálogo; su vestido azul oscuro con puntos negros y rojos que la hacía ver como una muñeca de juguete. La miré por 10 segundos, hasta que notó mi mirada, me la devolvió con una sonrisa gentil y hermosa. La saludé.

—¡Hola, ¿Cómo estás?—Sonrío al mismo tiempo que yo, era como una perfecta sincronía entre los dos. Me respondió—¡Muy bien! ¿Y tú? ¿Nos conocemos?

—¿Tú eres la prima de Laura?—dije.

—¿Laura? No conozco ninguna Laura.

—De la universidad. Te vi el sábado pasado, ella te llevó a la fiesta. ¿Recuerdas que bailamos?

—No recuerdo. No entiendo nada de lo que dices.

—¿Tú te llamas Diana?

—¡No! Me llamo Valeria, creo que me estás confundiendo con alguna amiga—dijo ella.

La verdad era que yo nunca la había visto en mi vida, solo estaba inventado esa historia para que no creyera que soy un desesperado que la estaba intimidando. En el fondo, creo que ella sabía que solamente estaba inventado, pero solo quería seguir el juego.

—¡Ah, perdón! Creo que si te confundí.

—Si lo sé—dijo sonriendo.

—Ya que estamos aquí. ¿Te gustaría ver un truco de magia?

—Bueno, si—dijo ella.

—¿Qué tipo de magia te gusta?

—No sé, no conozco mucho de magia.

—Tengo muchos trucos para adivinar la carta que elijas o para hacerte elegir una carta.

—El qué tú quieras está bien—replicó con voz risueña.

De inmediato saqué el mazo de cartas que siempre llevaba conmigo, tenía 52 cartas que siempre enceraba con una vela para darle mayor manejo. Le dije:

—Escoge una carta, `pero no me la digas, la vas a recordar en tu mente.

Ella tomó el mazo y me dijo—:¡Listo!

Tomé el mazo de nuevo y le dije—:Tu carta es el Rey de corazones.

—¡WAAOOOO! ¡ES MAGIA! Nunca había visto un truco con mis propios ojos. Se nota que eres muy bueno.

—La verdad, no tanto, pero me gusta practicar mucho.

—Quedé muy asustada. Nunca imaginé que pudieras adivinar la carta. Pero en el fondo estoy segura de que tienes algún truco.

—Un mago nunca revela sus secretos—dije.

—¡Me caes bien! Seriamos buenos amigos.

—Claro que sí. Me gustaría saber tu número de teléfono, para poder llamarte algún día.

La chica me dio su número de inmediato. Luego me despedí de ella.

—¡Qué estés muy bien!

—Lo mismo te digo. Te cuidas—me respondió.

La vi voltear y alejarse, decidí no desperdiciar la oportunidad.

—¿Tienes algo qué hacer ahora mismo?

—No—respondió.

—¿Te puedo invitar algo de tomar?

—Sí, claro, vamos de una vez.

—¿Qué te gustaría tomar?

—No sé, cualquier cosa.

—¿Te gustan los batidos?

—Sí, dale, podemos ir por eso.

Nos dirigimos al local del frente, donde vendían jugos de fruta.

—Siéntate aquí. Yo voy por los jugos y los traigo—dije a la chica.

—Gracias, que amable—respondió.

Me acerqué a la señora que atendía al local y le dije—:¿Me puede dar dos jugos de mora?

—Si joven—contestó la señora.

Sacó una bolsa con pulpa de fruta y la puso en la licuadora, le vació la leche y le puso algo de azúcar. Lo licuó, sacó dos vasos de plástico y nos sirvió. Llevé los jugos a la mesa donde estaba la chica. Tomé un poco de jugo para probar, sabía horrible. Miré a la chica para observar su reacción al tomar el jugo, pero lo probó y no puso ninguna cara. Le pregunte:

—Te gustó.

—Normal. ¿Por qué lo dices? Ja,ja,ja…

—Ja,ja,ja…

—¿A qué te dedicas?—preguntó ella.

—Administro un restaurante en la galería.

—¡Qué bien! ¿Estudiaste algo para eso?

—Para ser administrador no es necesario estudiar. Las personas más ricas del mundo no han estudiado una carrera universitaria, y menos una que tenga que ver con administración, economía o negocios. Son personas que se ha hecho a pulso, o por lo menos han tenido muchas oportunidades para llegar donde ahora están.

—Pero el estudio es importante para las personas. Necesitamos obtener conocimientos; salir de la ignorancia. Colombia es un país pobre debido a su mala calidad en la educación.

—Creo que lo que hace pobre a Colombia, es la falta de oportunidad para las personas más pobres. Este país ha sido gobernado por 52 familias en los últimos 60 años, eso no está bien para un país de más de 40 millones de personas. La derecha política está apoderada del país; una derecha financiada por el narcotráfico. Los capitalistas solamente administran para su propio beneficio, no les importa el pueblo, no les importan los más pobres. Este país es un negocio muy rentable para los corruptos. En Colombia se pierden 50 billones de pesos al año debido a su corrupción.

—Es verdad lo que tú dices, pero es muy duro salir adelante en este país, nos lavan el cerebro desde que nacemos. Los medios más grandes del país están controlados por los hombres más ricos del país; hombre que ponen presidentes, congresistas, hacen y deshacen leyes a su antojo.

—Estos hombres, son los peores delincuentes del país. Las personas no conocen su verdadera cara, los medios los pintan como héroes de la patria. Estos leguleyos compran a los políticos por medio de sobornos. Estamos en un narco estado diseñado para robar.

Coincidíamos en nuestra forma de pensar y de ver la vida. La chica era muy inteligente. De repente, la miré y le dije:

—Cierra los ojos.

Ella lo hizo sin pensarlo. De inmediato toqué sus labios con los míos; estaban húmedos y muy suaves. Acaricié sus labios con la punta de mi lengua. Puse una mano en su rostro y con la otra acaricié su cabello. Sus besos sabían a miel, el mejor sabor que había probado en toda mi vida. Mi corazón latía de una forma muy acelerada. No quería que ese beso acabara. Esa sensación no la podía proporcionar ninguna droga que se haya inventado hasta ahora. Todos nos estaban mirando, nunca habían presenciado un beso de esa clase. Nunca supe cuánto duró ese beso; pudo haber durado 30 minutos o más; la verdad yo sentí que debió ser más prolongado.

Me desperté con un dolor de cabeza terrible. Sentía que no iba a aguantar más, me estaba muriendo del dolor. Me dirigí al baño para vomitar, abrí la puerta y la encontré ahí tirada; era la vieja de en seguida. Estaba tirada en un charco de sangre y vómito. Me daba asco y sorpresa a la vez. Su sangre parecía de pollo, estaba muy liquida. Tenía 8 puñaladas, una de ellas había perforado el corazón. La anciana llevaba varias horas de muerta. Era la escena más grotesca que había visto en toda mi vida. La anciana estaba hinchada, pálida y con los ojos abiertos. Se nota que sufrió mucho.

Lo curioso, era que no había nadie en la casa; únicamente estaba yo con el cadáver. No entendía que había pasado con el resto de personas; no tenía idea de lo que pasaba. No sabía por qué nadie llamó a la policía; no entendía por qué el cadáver seguía ahí tirado. Se me ocurrieron muchas teorías en ese instante, lo único que sabía, era que la anciana había sido asesinada a puñaladas. Pero, ¿Quién pudo ser? No lo sabía… La vieja tenía muchos enemigos, al igual que todos nosotros; pero ella se esforzaba por hacer un enemigo a diario, era una pésima persona, que no merecía convivir con los demás seres humanos civilizados. No sabía si sentir culpa, asustarme, sentir miedo o averiguar lo que sucedió.

Me puse a pensar en la muerte.

—¿Qué es la muerte?

Es la pregunta que nos hemos hecho todos desde que tenemos la suficiente edad para entender que nuestros familiares, amigos, seres queridos o conocidos fallecen de forma repentina. Nunca sabemos en qué momento morirá alguna persona que es cercana, solo nos toma de sorpresa, nunca esperamos que alguien muera. Podemos desear la muerte de un enemigo, pero, nunca sabemos si morirá pronto. Lo único que sabemos, es que todos los seres humanos tenemos que morir algún día, ya sea un pequeño bebé recién nacido que muere por alguna circunstancia o nuestro abuelo que tiene más de 90 años de edad y solo quiere morir de una vez. Desde que somos unos niños sin capacidad de razonamiento, nos lavan la cabeza con la idea: «Todos nacemos con un alma. Si tenemos un buen comportamiento y seguimos las leyes de Dios, llegaremos al paraíso donde obtendremos la vida eterna». Yo siempre creí que existía un paraíso esperando a todas las personas que creían de manera fiel en Dios, pero empecé a dudar de eso cuando llegué a mi etapa adulta y empecé a ver y entender todas las desigualdades que tiene el mundo. El mundo está lleno de mitos para tenernos controlados y que no exijamos nuestros derechos. Nos prometen vida eterna sin tener ni la más mínima prueba, para que trabajemos como burros para la misma clase adinerada, siempre hemos sido controlados. La esclavitud no desapareció, únicamente cambio de nombre, ahora se llama «economía libre»; libre de explotar a la clase trabajadora.

La mayoría de las personas trabaja y se esfuerza para poder obtener una vida mejor. Lástima que estas mismas personas se desgastan trabajando para unos vagos que nunca han movido un dedo; pero disfrutan del trabajo de los demás. Personas que tuvieron la suerte de nacer en una cuna de privilegios. Las películas que siempre hemos visto y que además nos encantan, nos meten en la cabeza la estúpida idea de «el trabajo es el fruto del éxito, si te esfuerzas, obtendrás todo lo que has querido». Nos dicen que podemos realizar todo lo que queremos; estas frases nos han hecho mucho daño, frases que forman parte de una propaganda de extrema derecha neoliberal que nos quiere controlar y tener sumisos. Quieren que trabajemos de sol a sol para poder darles una vida de lujos. De pequeño pensaba que las personas más exitosas y adineradas del mundo, tenían una inteligencia superior o se habían arriesgado para conseguir todo lo que tienen. Pensaba que su éxito era producto de un trabajo duro y mucha inteligencia; no hay nada más falso. La mayoría de personas que gozan de éxito, lo han conseguido gracias a los contactos de sus padres, corrupción y aprovechándose de las personas más vulnerables de la sociedad. ¿Por qué nos educan con estos estúpidos sofismas? ¿No quieren que reclamemos nuestros derechos? Amigo lector, le quiero preguntar:

¿Es justo que trabajemos tan duro para mantener una clase social que se aprovecha de nosotros?

Luego de esa reflexión, me senté en el piso, de frente a la puerta del baño. Estaba mirando el cadáver de la anciana, me miraba con los ojos abiertos e inexpresivos. ¿Qué debía hacer? ¿Debía llamar a alguien? Está claro que no podía llamar a la policía. Tomé mi teléfono y enseguida procedí a llamar a Santiago, me contestó muy rápido.

—Santi, lo necesito aquí—dije yo.

—Lo que usted ordene.

Tardó 5 minutos en llegar. Le abrí la puerta y lo llevé al baño para que observara la escena.

—Patrón, usted no tiene solución, es un asesino de los buenos. Las puñaladas están muy bien, es un trabajo impecable. ¿La mató para quedarse con el negocio?

—No le pago por hacer preguntas. Usted no tiene derecho a decir nada. Únicamente es uno de mis empleados, así qué, ¡CÁLLESE!

—¿Qué hacemos con esta vieja que se está pudriendo?

—Necesito que la subamos al carro para llevarla al rio «la leona».

—Eso está lleno de drogadictos, nos van a ver.

—Mejor todavía, nos van a ayudar a enterrarla

Llegamos al sitio. Me bajé del carro, pude observar que estaban 5 tipos del barrio fumando marihuana. Muchachos que tenían dinero para drogarse todos los días sin tener que trabajar, estaban consumidos por el vicio. Se dedicaban a robar a las personas del centro del pueblo e incluso a sus mismos vecinos. En el barrio «la unión», la vida no vale ni un peso; todos se matan con todos, todos roban a todos. En este barrio la vida no es segura.

Bajé la vieja del carro y les dije a los viciosos:

—¿Me ayudan o se quedan mirando cómo imbéciles? Necesito que entierren esta cucha, los más profundo posible.

—Bueno socio, pero necesitamos dinero—dijo uno de ellos.

—El dinero es lo de menos—respondí.

—La voy a picar mientras ellos hacen el hueco—exclamó Santiago.

Al cabo de 2 horas, la vieja se encontraba enterrada a 8 metros de profundidad con su cuerpo picado en partes pequeñas. No sabía que hacer después. No tenía ni la más remota idea del paradero de las hijas de la anciana. Volví a la casa de la anciana para verificar que no hubiera nadie. Como era de esperarse, no encontré a nadie, no estaban las hijas ni los nietos. Todo era muy extraño. Decidí buscar en el negocio.

—¿Alguien ha visto a las hijas de Luz Dary?—pregunté a los empleados.

—No señor, no las hemos visto—respondió un joven mesero.

—Necesito encontrar esas viejas. No hay nada que hacer, mejor espero.

Salí del restaurante para dirigirme a al centro del pueblo. Cruzando la calle, me encontré con «mai doctor».

—¡«Mai doctor»!—grité a todo pulmón para que me escuchara.

—¡Hola! ¿Cómo está papi?

—Bien parce. ¿Dónde está el carro que le encargué? Espero que lo tenga aquí.

—Claro que sí. Lo tengo en el parqueadero de la carrera 14.

—Bueno, vamos por él.

Nos dirigimos caminando hasta el parqueadero, no quedaba muy lejos. Santa rosa es un pueblo demasiado pequeño, se puede recorrer caminando. Llegamos al lugar donde estaba el carro. El auto era viejo y le faltaba pintura, pero tenía un motor muy potente. De color negro, puertas que no cerraban, pintura desgastada, llantas acabadas y fachada horrible. Abrí la puerta y me monté. Quise dar una vuelta en él. Lo puse a 80 kilómetros por hora, era excelente para correr. Pero nada podía ser perfecto. A los 2 minutos de estar manejando, me estrellé con una camioneta que estaba parqueada frente al hospital. Perdí el sentido de inmediato, no podía recordar nada del accidente.

Al siguiente día me levanté en el hospital, no había nadie a mi alrededor. Le pregunté a la enfermera—: ¿Qué me pasó? ¿Estoy muy grave?

—Sufrió un grave accidente de tránsito, pero no sufrió mucho daño.

—¡Qué bien! Fui afortunado. ¿Cuándo me darán de alta?

—Tiene que quedarse una semana en observación. ¿Tiene algún familiar que podamos llamar?

—No señora. No tengo a nadie, no tengo familia.

—Tranquilo, se va a mejorar pronto.

—Me puede pasar mi teléfono. Necesito hacer una llamada.

—Sí señor.

Tardó 5 minutos en pasarme el teléfono. De inmediato marqué el número de Santiago, me contestó muy rápido.

—Hola Santiago.

—Hola parce. ¿Por qué tan perdido? Lo necesitaba para que me ayude a reparar mi computador.

—No estoy perdido. Ayer nos vimos.

—No recuerdo—dijo Santiago con tono de voz dudoso.

—¿No recuerda el trabajo que hicimos ayer?

—No, hace un mes que no hablamos.

—¿Un mes?

—Sí.

—¿Es una broma?

—No.

—No entiendo nada. Mejor vaya al barrio «la unión» y consigue información sobre el asesino de Luz Dary.

—¿Quién es Luz Dary?

—La vieja que vive en seguida de mi casa.

—No la conozco. No entiendo nada de lo que me está diciendo. Tampoco conozco ese barrio.

—Usted trabaja para mí. No me contradiga.

—Yo no trabajo para usted. Nunca he trabajado para usted. Somos amigos desde hace 10 años.

—¿Qué? Usted se llama Santiago. ¿Cierto?

—Sí.

—Usted es mi sicario personal.

—Ja,ja,ja… Ni siquiera sé disparar un arma.

—¿Qué?

—Nos conocimos hace 10 años, cuando apenas éramos unos muchachos. Trabajamos como promotores de marca en un almacén de cadena.

—¿Qué pasó con mi carro?

—Usted nunca tuvo carro. Hace 2 años tuvo una motocicleta.

—¿Y mi casa en el barrio «la unión»?

—Hace 30 años existió un barrio llamado «la unión», pero fue arrasado por una avalancha. Se convirtió en un campo santo.

—¿Qué?

—Creo que estás muy confundido. Tenemos que vernos para tomar un café.

—No, mejor vamos por unas cervezas frías.

—Ok, está bien.

Enseguida colgué el teléfono. Estaba muy confundido, no sabía que me esperaba, todo era muy confuso. Pero, a pesar de las ganas que tenía de hablar con Santiago, tenía que esperar que autorizaran mi salida. Lo que fue horrible, no quería estar un segundo más en ese lugar de mala muerte que todos llaman hospital. Estos lugares son de pésima calidad, la atención es pésima, el personal es una mierda. Todas las enfermeras son una auténtica basura, se creen superiores a los pacientes y nunca están de buen humor; les encanta desquitarse con los pacientes. No tenemos la culpa de que el personal médico lleve una vida de mierda. No entiendo por qué esta gente decide trabajar en la salud, la mayoría del personal de los hospitales es una mierda. Siempre tienen una mala cara y una actitud odiosa. Personas que se consideran seres humanos superiores y que se enorgullecen diciendo que salvan vidas; ustedes no salvan vidas, solo son unos simples empleados pagados con nuestros impuestos. Yo no le debo agradecer a ningún médico mi salud; yo pago impuestos. Por el contrario, ellos deberían servirme de la mejor manera, pero no lo hacen. La salud es una basura, en un mundo capitalista no se permite estar enfermo; la salud solo es para los ricos y la oligarquía. Cuando un pobre se enferma, no puede esperar una buena atención médica, solo puede esperar que le receten unas pastillas baratas que no sirven para nada. Gracias al capitalismo, ni la salud está garantizada.

Pasada una semana, cumplí mi condena en ese infierno y por fin me dejaron salir. No sabía dónde ir, ni siquiera sabía si tenía casa. Pero recordaba perfectamente el camino hacia el barrio «la unión». Me dirigí caminando hacia un barrio llamado «pueblo tapado», otro de esos barrios marginales que estaban ubicados en el sur del pueblo. Un barrio lleno de jóvenes parados en las esquinas, mirando las personas que pasan; jóvenes que nunca han tenido una oportunidad, jóvenes sin rumbo, jóvenes que no saben qué hacer con sus vidas; solo saben que este mundo es una mierda. Me da un poco de lástima mirar esa juventud llena de energías tan desperdiciada. Quisiera poder hacer algo para ayudar a la humanidad a salir adelante, pero solo soy una persona que no tuvo poder ni dinero, por lo tanto, no pude cambiar la vida de muchas personas; ni siquiera pude cambiar la mía, eso es deprimente.

En ese barrio me encontré con un joven con los zapatos rotos, alto, delgado, camisa vieja y descolorida. Tenía un aproximado de 20 años de edad. Le pregunté al joven:

—Parce, ¿Usted conoce este sector?

—Sí señor, aquí he vivido desde que nací.

—¿Usted conoce un barrio llamado «la unión»?

—Sí señor, pero ese barrio ya no existe.

—¿Por qué? ¿Qué pasó?

—Fue destruido por una avalancha hace 30 años. Murió mucha gente en el suceso. Se convirtió en un lugar sagrado.

—¿Sagrado? ¿Solo por qué murieron muchas personas? ¿Eso lo convierte en sagrado?

—Sí, las personas vienen de todos los lugares del país para poner flores y pedir a los fallecidos deseos, salud, amor y prosperidad.

—Se convirtió en una atracción.

—Algo así. La entrada cuesta 10 mil pesos.

—Que miseria del ser humano. Hacer negocio con la muerte de otros.

—Yo nunca conocí ese barrio. Tengo 23 años, cuando nací, el barrio ya había sido destruido. Mis padres me contaron que estaba habitado por las personas más pobres del pueblo. Un barrio donde la policía no existía, hacían sus propias leyes. Dicen murieron más de 1000 personas en la tragedia.

—Muchas gracias por la información, me ha sido de gran ayuda.

El joven me dejó muy confundido. Enseguida marqué en mi teléfono el número de Santiago. El teléfono sonó 4 veces, pero me contestó.

—Buenas tardes parce—dijo Santiago.

—Hola parce. Necesito que nos veamos para tomar un café. ¿Puede ser a las 5 de la tarde?

—Trabajo hasta las 6. Nos podemos ver a las 6:30 en el parque.

—Listo, en el parque será.

Miré mi reloj, eran las 2:30 PM. Las calles del pueblo estaban muy solas, nunca las había visto así; este pueblo siempre se había caracterizado por tener calles llenas de muchachos sin empleo que no tienen dinero para estudiar, amas de casa chismosas e hipócritas, ancianos fumando cigarrillo mientras critican la juventud y niños jugando. Santa Rosa era un infierno y un paraíso a la vez. Siempre amé ese pueblo lleno de personajes pintorescos que no se podían encontrar en ningún otro lugar; por otro lado, era un pueblo lleno de delincuencia, nunca se podía estar a salvo.

Me trasladé caminando hacia el parque, me senté en una de las bancas de cemento y me puse a mirar la iglesia. Al instante vinieron muchos pensamientos a mi cabeza. ¿Qué estaba pasando? ¿Estoy alucinando? ¿Estoy loco? ¿Será solo un sueño? ¿En realidad existo? ¿Cuántas realidades existen?

¿Nunca han dudado de la realidad?

Recuerdo un sueño que tuve hace unos meses. Yo era el presidente de la república, estaba casado, tenía 3 hijos. En mi cabeza estaban todos los recuerdos de mi vida. Recordaba que llegué a la presidencia con el apoyo de los más importantes empresarios del país. Era dueño de un vehículo de lujo que costaba cientos de miles de dólares. En mi cabeza estaban todos los recuerdos de mi vida pasada. Tenía presente que daría un discurso para justificar el aumento de la deuda pública. En ese sueño tenía ideas muy derechistas y de libre mercado.

¿Nunca han tenido un sueño en el que están encarnando una realidad que aseguran ser la única? Pero cuando despiertan, descubren su realidad actual o por lo menos, lo que piensan que es real. ¿Quién nos puede asegurar que hemos vivido todos estos años? ¿Quién nos puede asegurar que los recuerdos que tenemos no fueron implantados hace 5 minutos?

Yo siempre he dudado de la realidad. Las personas con las que convivimos día a día pueden ser creaciones de nuestra fértil mente. Si me preguntan, diría que existen infinitas realidades por las que pasamos a cada momento, pero solo somos conscientes de la realidad que estamos viviendo en el momento. Muchos dirán que es una tontería, pero no importa, en mi realidad es válido. Yo existo para tu realidad; tú no existes para la mía. Así que no me importa. Soy una creación de tu mente

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