Desde que Elena enviudó, el tiempo era una sucesión de pequeños trámites meticulosamente ordenados, que la ayudaban a tejer sus días en paz con la soledad, buscada y defendida, ante una cariñosa y excesiva familia que, empeñada al principio en evitársela, pronto respetaron limitándose a los encuentros ineludibles marcados por cumpleaños, navidades o alguna especial celebración.

Cada mañana, no importaba el clima, salía a pasear a la misma hora, el mismo recorrido de cinco kilómetros por el perímetro exterior del gran parque. Al finalizar, en la misma mesa de la misma cafetería, se sentaba a desayunar leyendo el periódico.

Un día comenzó a cruzarse con un atractivo caballero. Se encontraban más o menos a la misma altura, cada uno en una dirección. Al principio se miraban, después empezaron a darse los buenos días, más tarde incluso con una sonrisa en los labios. Cuando ella llegaba a la cafetería, le distinguía sentado de espaldas en una mesa arrinconada, allí nunca se hablaron, él jamás se volvió. Cuando Elena se marchaba él ya había desaparecido.

De pronto, una ausencia. Le pareció raro después de tanto tiempo. No pudo evitar buscarle mirando hacia atrás, enfocando los ojos hacia adelante, más lejos… nada… Disminuyó el paso, tal vez había salido antes de casa… nada… Confusa y un poco triste, llegó a la cafetería.

Pero aún la esperaban más cambios en un ánimo acostumbrado a la monotonía, porque al entrar, entre alegre y enfadada, comprueba que en su mesa, la que ha ocupado cada mañana durante los últimos diez años, allí estaba el caminante, mirando sonriente hacia la puerta.

Desconcertada, se dirige a ocupar otro lugar cuando el hombre, saliéndole al paso, sin desprenderse de su magnética sonrisa y tomando su mano se presentó:

  • – Buenos días, mi nombre es Fernando, pido disculpas por ocupar su mesa, pero me sentiría feliz si me permitiera compartirla con usted e invitarla al desayuno, me gustaría mucho conocerla y, a nuestra edad, creo que ya hemos perdido mucho tiempo cruzándonos en el parque ¿no le parece que estaría bien hablar un poco?

Todo esto se salía totalmente de su orden, de su rutina, de su soledad, de su… pero esa sonrisa era fascinante… ¿por qué no? Total, un desayuno… y además allí estaba como en casa, como en familia… nada malo podría pasar… solo era un desayuno…

Cuando abandonaron el lugar, juntos, era media tarde, que cosas… Hablaron, hablaron… de la vida, de sus vidas, de otras vidas… Él la acompañó hasta la puerta de su casa, se despidieron exhaustos citándose allí mismo para iniciar el paseo matutino a la mañana siguiente…

Y desde entonces recorren juntos la vida. Elena ya no es tan previsible, ni tan meticulosa, ni está tan sola. Fernando encontró a quien no buscó nunca porque no sabía que le faltaba.

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