Hikikomori en la ciudad de Braga

El hombre en cuestión no salía de su casa desde hace 30 años. Algunos suponían razonablemente que era víctima de una grave afección psicológica, que le impedía relacionarse con la sociedad y lo obligaba a blindarse dentro de la incógnita fortaleza hogareña.

Nadie sabía cómo este aquel suplía sus necesidades básicas, tal como alimentarse o asearse. Algunos más intrépidos, invadidos por el pesimismo y el morbo, suponían crudamente que el hombre de la casa estaba muerto, y que posiblemente lo que gobernase el interior del recinto fuera una entidad fantasmagórica y pestilente de líquidos y gases cadavéricos, deambulando e inundando cada rincón con asquerosas sustancias patológicas como bacterias, gusanos y muchos hongos.

La noticia del hombre encerrado en su casa acaparó durante años la agenda de chismes que regían algunos de los más importantes diarios amarillistas de la ciudad de Braga. En total, fueron 629 encabezados de primera plana los protagonizados por el llamativo caso del incógnito agorafóbico. Digo incógnito, porque si bien su nombre y otros datos personales fueron recopilados con extrema facilidad por la policía de la ciudad, el menester de este relato no es profundizar sobre ello.

Para ahondar en los misteriosos motivos que lo llevaron al abandono de relaciones con el mundo exterior, cabe remontarnos en el tiempo y movernos de país. 30 años antes y en la ciudad de México, el hombre que en ese entonces mantenía una vida promedio, asistió con gran emoción a una conferencia de astrobiología, impartida por el distinguido investigador Antonio Lazcano. Después de aquella excelsa ponencia de interesantes conclusiones, el hombre en sus manos portaba un libro del autor, a quien solicitó que lo autografiara. Su deseo fue cumplido y sobre el papel había sido plasmada una amena dedicatoria junto de una firma que conmemoraba el gran momento.

Invadido por la curiosidad, el protagonista ahondó en la biografía del científico, descubriendo, con gran asombro, que el investigador mexicano fue alumno del mismísimo Alexander Oparin, quien a su vez fue pupilo de un amigo de Darwin. Siguiendo esta lógica, continuó documentándose y trazando una línea a través del tiempo que relacionara a todas las personas involucradas indirectamente en la conferencia. Absorto descubrió que la esposa de Darwin, Emma Darwin recibió clases de piano por parte de Chopin, y que aquel fue compadre de Franz Liszt, que tuvo el honor a los 11 años de tocar frente a Beethoven, quien a su vez posiblemente conociera a Mozart, quien estuvo enamorado en su infancia de María Antonieta, guillotinada por órdenes de los revolucionarios franceses entre los cuales se encontraba Robespierre…

Su lista no acababa, y ante ello, el hombre llegó a la conclusión de que había conocido prácticamente a todas las personas del pasado (antes de que el agotamiento lo sumiera en un profundo sueño se encontraba ya en el Imperio Romano y en el momento de la fundación de Constantinopla).

No es que fuera, según decían, antisocial; sino que era, según él, demasiado social, y merecía un descanso después de conocer a tanta gente. Un descanso de la historia, del presente y del futuro.

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