Río: corrientes de complejidad

Río: corrientes de complejidad

El músico

04/02/2019

En una tarde calurosa, unas hojas tan finas como cual piel de bebé, de un viejo árbol hastiado por las fantasías de los que se aprovechan de su silencio, caían sobre la faz del río de la complejidad.

Veo cuando la vida se aprovecha del temperamento, y él se remoja cada parte de su inconformidad a la que llama cuerpo, y cubre la vergüenza con pedazos de tela húmeda. Cada vez que el agua hace unir la piel con la tela, sus manos blancas y anchas las separa con la fuerza del pensamiento ajeno.

Y yo permanecía a la orilla.

Aquellos jóvenes sin qué hablar, con guardar silencio asentaban la inocencia de la mocedad, y la ignorancia de la que muchos llamamos conformidad, ellos no saben que al marcharse la humedad, la capa exterior de la negligencia se mostrará expuesta ante la luz del estancamiento. ¿Acaso la pereza no es posponer el cuidar mi identidad?

Y yo permanecía a la orilla.

Veo a una chica que, mientras oye parlotear a sus amigas, adentra sus delicados pies en un arroyo, cubiertos por la timidez en forma de un llamativo calzado… y sentirá templanza hasta que deba sacarlos de ahí.

Volteo la mirada, y las ancianas robustas con sombreros de paja, vestidos largos y holgados, lentes de sol y un ego enorme como las montañas, se recuestan de lado, con una mano recorriendo por la veterana tez, la otra, apoyada en las pequeñas rocas sumergidas. Para ellas no hay de qué hablar, excepto el matrimonio, las penas generacionales, sus hazañas juveniles, el arrepentimiento de su pasado, y el deseo de volver a ser adolescente. Un hombre sabio decía que para volver a ser joven, basta con repetir las mismas locuras de aquella época. La incomodidad no es la que gobierna sobre ellas, fueron forzadas a aceptar el fruto de su caminar mientras no se daban cuenta de que lo hacían.

Y yo permanecía a la orilla.

Al acontecer todo esto, mis piernas se encogieron, las manos me temblaban, mi boca titubeaba como si explotase de ganas por quitarles el manto de sus rostros. El ambiente cargado de acomodamiento y despreocupación, y las personas… siempre ignorándose entre sí.

La vergüenza se hace rica, apoderándose de la mente de sus habitantes, removiendo a la motivación y poniéndose en su lugar bruscamente con ayuda de su fiel compañera, la ignorancia, conectaban la mente y el corazón, y se unían en un bonito discurso que habla sobre justificar el descuido, elogiar la pereza, amar la externa conformidad, y despreciar la pureza de la superficialidad.

Y yo permanecí a la orilla, a la orilla del río de la complejidad.

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