Susurros al viento.

Susurros al viento.

Amelia Bennett.

25/01/2019

¡Ay, Manolo! ¿No podíamos ir a Benidorm como todo el mundo? No, por supuesto que no, teníamos que venir a ¿Phoket?, ¿Phiké?; no, ese es un tenista ¿no?, a ver espera: ¡Phuket! Vamos, lo que viene siendo donde Cristo perdió la chancla.

Ojú, cariño, qué calor hace. Esto es peor que Sevilla en pleno julio. Y qué humedad. Aquí no te hace falta ir a la sauna, claro, ahora entiendo por qué están todos tan delgados, si es que su cuerpo no debe retener ni la sangre.

¿Pero esto, qué es? Manolo, ¡van todos medio desnudos! Ay virgencita mía, dónde me has traído. Ya me decía mi madre que eras un golfo. Menos mal que tú ya no estás para perseguir jovencitas.

Y ahora, ¿cómo llegamos al hotel? Manolo, que no entiendo lo que me dicen, ¿qué es eso de «bout»? Quién me manda venir a un país que está a diez mil kilómetros de mi Sevilla querida y donde la gente en vez de hablar parece que esté matando gatos.

—¡Chiquillo, qué no te entiendo! ¿Dónde están los taxis? ¿T-a-x-i?

Nada, Manolo. Después de dieciocho horas metidos en una lata de sardinas, esto es todo lo que voy a ver de este país: un calor sofocante y mujeres medio desnudas. Estarás contento.

¿Por qué querías que viniera?

Me hablaste de playas de aguas tan cristalinas que podías ver tu alma reflejada en ellas. De montañas tan altas que podrían ser, fácilmente, guaridas de antiguos gigantes. Y de una selva tan frondosa que en ella vivían animales y plantas que no existían en ningún otro lugar del mundo.

Y digo yo: ¿no te podías conformar con las playas de Sancti Petri? Porque el agua ahí también es transparente. Y en cuanto a las montañas, ¿el Mulhacén, qué es?, ¿un pantano? Y las selvas… bueno, vale, en Sevilla no hay selva, pero el parque de Doñana está a tiro de piedra, que viene siendo lo mismo; y para ver animalitos, me voy al zoo.

¡En qué momento te prometí hacer este viaje!

A mi esto no me está gustando. No se me ha perdido nada aquí. Primero, hemos tardado más en llegar que lo que tardé en parir a la niña; y del aterrizaje no quiero ni hablar. Yo miraba por la ventanilla y ahí sólo se veía agua. ¡Qué miedo he pasado, Manolo!

Ya está otra vez ese hombre con lo de «bout».

¡No quiero eso de «bout»! ¡Quiero un taxi! ¿Entiendes?

¿Y ahora, qué me señala? ¿Un barco? ¿Yo para qué quiero un barco?

Eso no, ¡quiero un taxi!

No hay manera, Manolo, no se entera. Llevamos aquí una hora y lo único que hemos conseguido es que nos vendan una lancha. Aunque, ahora que me fijo… Ay, Manolo, ¡que resulta que el taxi es un barco! Tren, avión, y ahora esto… porque no puedo, sino, te mataba.

¡Quiero irme a casa!

***

¡Qué aventuras he vivido, Manolo!

Y la isla es muy bonita, ahora, el nombre que le han puesto es para mear y no echar gota ¡Phi-Phi!, ¡nunca mejor dicho!

He visto a hombres trepar por palos de veinte metros, ¡sin cuerdas!, para coger nidos de golondrinas con los que hacen una sopa muy apreciada entre los locales; a mi me supo a paja, la verdad.

He montado en un barco que ellos llaman long-tail a los que les ponen unas guirnaldas muy bonitas. Quise coger una pero el hombre del barco empezó a chillarme; parece ser que es una ofrenda a los espíritus y tocarlo es como intentar arrancar a la Virgen de un paso de Semana Santa. Vamos, ¡que por poco me tiran al agua!

He caminado por una selva tan frondosa que, por momentos, los árboles no te dejaban ver el cielo azul intenso. ¡He comido frutas cogidas directamente de los árboles! Tan extrañas en colores y formas, que más bien parecían traídas de otro mundo.

¡Y lo mejor de todo, Manolo! ¡He buceado! Pero no cogiendo aire, sino con ¡botella! Que no bombona. ¡Con botella de oxígeno, Manolo! Me he sumergido diez metros y he descubierto un mundo nuevo. Creo que debe ser lo más parecido a estar en el espacio. El silencio te inunda de paz. Ha sido una de la sensaciones más maravillosas que he experimentado.

¡Y todo te lo debo a ti!

Hoy es el último día en esta tierra que se me antojaba peligrosa y carente de interés. Pero después de estos días, he de admitirte, que este viaje me ha cambiado la vida. Estoy en lo alto del mirador, contigo a mi lado, como me pediste que hiciera; observando el atardecer más intenso que jamás he visto, y con tu última carta entre mis manos.

Mi amada Julia:

Me hubiera gustado hacer este viaje contigo, mostrarte la belleza de este país y que compartiéramos juntos un último atardecer. Pero siempre fue difícil sacarte de Sevilla. Por eso, y aun sabiendo que estaba jugando sucio te pedí, como última voluntad, que visitaras el mágico lugar donde te encuentras ahora.

Por el camino habrás superado tu fobia a volar; te habrás enfrentado a situaciones nuevas; habrás tenido que hacer muchas cosas que pensaste que nunca harías, y todo lo has hecho para darle a este viejo una última alegría; que no es otra que la de verte feliz al descubrir lo maravilloso que es el mundo.

Siempre me dijiste que para ti no existía más mundo que yo. Y yo siempre te respondía lo mismo: la luz del sol no te deja ver las estrellas.

Mira al cielo, mi amor; mi luz se ha apagado. Es hora de que contemples el firmamento y te sumerjas en él.

No dejes que el dolor por mi ausencia sea ahora lo que te impida ver las estrellas.

Hasta que nos reunamos de nuevo más allá del horizonte, debes vivir.

Hoy me convierto en el viento que impulsará tus alas en el viaje más extraordinario que recorrerás: el viaje de la vida.



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