Regresa pronto.

Trato de buscar internamente las razones por las cuales estoy así. Trato de convencerme que soy yo, que es un estado mental y que depende de mí estar bien porque la felicidad y la paz mental es una decisión y, por ende, fabrico pensamientos positivos que a la larga se desmoronan y vuelvo a recaer.

¿Todo se tratará de mí? ¿Las respuestas estarán dentro de mi mente? ¿O en parte es mí alrededor lo que también me está matando?

Me encantan los días en los que me levanto y en lo primero que pienso es en lo bien que me siento, en lo agradecida que me encuentro, en lo feliz que soy porque ya los malos momentos se esfumaron, en que ahora, todo será paz y estabilidad, pero, no es permanente, es tan efímero como esa canción favorita que se acaba rápido y la quieres volver a escuchar, pero ya no se siente igual.

Capaz es la situación del país lo que me ha quitado tanto, hasta la motivación y las ganas de hacer las cosas que antes amaba con locura, porque si bien, de uno depende el sentirse augusto, también influyen factores externos, los cuales en estos momentos, están todos desordenados y desajuntados, tanto o más que yo… o capaz son todas esas heridas que no terminan de sanar y, siguen abriéndose más.

Por otro lado, esta situación creo que se me ha salido tanto de las manos que, sin darme cuenta, lo proyecto y me afecta en otras áreas de mi vida, sobre todo, mis relaciones con las demás personas, supongo que las termino alejando y, es que ellas no entienden –comprensible– el desborde de emociones que soy, el mar de lágrimas que retengo y lo abrupta que está mi mente. Por lo tanto, no puedo reprocharles el hecho de que no quieran quedarse, aunque es innegable las ganas que tengo de poder conocer a alguien que tal vez no me logre entender, pero sí quiera estar conmigo a pesar de todo y, me ayude a encontrarme y estar bien conmigo.

No es algo que quiera expresar tampoco, porque no lo concebirían, dirán las mismas frases de siempre y yo, además de sentirme de nuevo vacía, me sentiré avergonzada.

No, no quiero victimizarme, abracé ese papel por años y ya lo estoy dejando ir, solo quiero tratar de entender, de buscarme porque en serio me perdí y para nada me encuentro. No encuentro mis ganas, ni mi alegría, ni las cosas que amo. Ya ni sé exactamente qué es lo que quiero, todo es una constante pregunta sin respuesta. Todo es automático, nada genuino. Todo lo hago por los demás y no por mí, para hacerles ver que estoy bien, que sigo siendo la misma, que no me pasa nada y, por ende, no tengan de qué preocuparse. Al parecer, estoy sobreviviendo.

Me quedo con mis noches de cigarros, con mis desvelos, contemplando cómo se desgastan y, con ellos, me voy desgastando yo, a la luz de la luna y a la vista de Caracas –mi Caracas, tan sosegada que se ve y tan caótica y anárquica que se encuentra. Soy tanto o más que mi Caracas–, pensando en todo lo que he hecho y sobre todo, lo que no, en lo que era y me he convertido, en mis recuerdos que no me dejan ser, en lo que quiero ser y en la utopía que capaz sea eso.

Y es que por más que trates de avanzar, es difícil hacerlo con ese peso y, nadie va a esperar a que te sientas mejor, el mundo sigue y el tiempo aún más, tanto, que acorrala.

Te extraño Tania, regresa pronto.

Qué tan cierto es lo que una vez el tan acertado Albert Camus expresó:

«Pero al final, uno necesita más coraje para vivir que para quitarse la vida».

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