–¡Vaya tiempo de perros!– Se quejó Rick nada más entrar en el coche patrulla–. Parece que nunca haya llovido.– El agua le chorreaba por la gorra y el chubasquero empapando su asiento–. Lo de venir a recogerme ha sido todo un detalle.

–De nada– dijo secamente George–. Es lo menos que podía hacer por mi nuevo compañero de correrías nocturnas.– Metió primera y salió chapoteando el agua.– ¿Conoces la zona que vamos a patrullar?

–Solo he pasado un par de veces por allí– contestó Rick a la vez que levantaba los hombros–. Parece demasiado tranquila; podrían contratar a un vigilante nocturno en lugar de derrochar el dinero de los contribuyentes.– George se limitó a mirarle con condescendencia–. Ya veo que eres poco hablador– continuó Rick–; creo que nos llevaremos bien. De mí dicen que no callo ni amordazándome.

–Eso nos hará más amena la velada– dijo George con media sonrisa–. Mi anterior compañero era como yo, y las noches se nos hacían eternas.– Esta vez mirándole directamente le dijo–: Lo que sí puedo adelantarte es que sé escuchar. Además, ya sabes: lo que se comenta entre colegas es más sagrado que una confesión.– Hizo una pausa y finalizó bromeando–: Uf, creo que ya he hablado en exceso.– Aquel comentario les hizo reír a ambos.

–Vaya, no sabía que fueras tan guasón. Las veces que te he visto por comisaría tenías la expresión de estar masticando limones– comentó Rick sin dejar de reír.

–Las apariencias engañan– constató George–. Nunca se debe juzgar a la gente a la ligera.–Ya serio le preguntó–: ¿Qué tal lleva tu mujer el horario nocturno?

–Bien, bien, aunque en realidad no estamos casados; ninguno de los dos creemos en eso del matrimonio.– Quitándose la gorra, la sacudió entre sus piernas a la vez que con su otra mano se mesaba los cabellos–. Y tú, ¿estás casado?– Sin darle tiempo dijo–: Deja que lo adivine… Estoy preparándome para cambiar de aires y hacerme detective…– Le observó durante unos instantes y aseveró–: Estás divorciado desde hace muy poco, la sombra del anillo en tu dedo anular te delata… Espera, espera, no me digas nada… Seguro que la sigues queriendo… Ella te abandonó… Apuesto 10 dólares a que todavía tienes el anillo en el bolsillo–. Un acto reflejo delató a George al palparse el bolsillo del pantalón–. Lo sabía– dijo jactándose–. ¿Qué, soy bueno?

–Vaya, eres muy observador… Pero prefiero no hablar de ello…

–Entiendo, pero me debes 10 dólares.

–No he apostado nada– dijo George con mirada dura–. Además, no he dicho que acertaras, solo que eres muy observador, nada más.

–Vale, vale. No te pongas a la defensiva–. Y los dos optaron por guardar silencio.

Los limpiaparabrisas no daban abasto y se empañaba el parabrisas, y más cuando las luces de los faros de otros vehículos se multiplicaban y destellaban al atravesar la cortina de lluvia, obligando a ambos a achinar los ojos.

“A todas las unidades– la emisora con voz de mujer metálica les despertó del letargo–. Recordad, tenemos eclipse lunar. Aunque las nubes oculten la luna de sangre, ya sabéis lo que ocurre: más delitos. Id con especial cuidado. Corto.”

–¿Crees en esas fantochadas?– George optó por no contestar–. La verdad es que yo no soy nada supersticioso.– George le miró de reojo y Rick prefirió cambiar de tema.– Volviendo al asunto de las apuestas, ¿te gusta jugar al póker? De vez en cuando montamos una timba entre los compañeros.– George siguió imperturbable–. Tú debes ser bueno; es imposible saber en qué piensas, ideal para no descubrir tu juego.

–No me gusta jugar a las cartas– dijo George moviendo apenas los labios.

–Pero… sabrás la diferencia entre un trío y una doble pareja, ¿no?

–Sí, el trío le gana a la doble pareja; hasta ahí llego.– Su malhumor era patente, y más cuando tuvo que dar un ‘volantazo’ para evitar un gran charco.

–Tranquilo– dijo Rick. Y después de sopesarlo unos instantes, prosiguió–: Pretendo… Ya sabes…, si pones tu vida en manos de un compañero debe haber confianza, ¿no?

“Atención, atención– irrumpió de nuevo la emisora–, 414 y 234, se ha producido un accidente en la autopista de circunvalación, kilómetro 35. No es grave, pero está entorpeciendo el tráfico…”

–En eso te doy la razón,– contestó George–, pero permíteme que decida cuándo y cómo. Si quieres, empieza tú explicándome por qué tienes ojeras de no haber dormido en varios días.

–¿Tanto se me nota?– Y se palpó los párpados inferiores con el dedo índice–. La verdad es que llevo unos días de órdago.– Se rascó la barbilla y prosiguió–: Como he comentado, mi pareja y yo no creemos en el matrimonio, en nada de lo que significa. Tenemos lo que se suele definir como una relación abierta. Nos gusta probar nuevas experiencias… Nos encanta hacer tríos y dobles parejas. No sé si me entiendes.– George no movió ni un músculo–. Pues eso, llevamos unos días que no paramos…– Tragó saliva y prosiguió–: Creo que muchos matrimonios al uso les iría mejor si no tuvieran mentes tan estrechas.

–Yo no lo comparto– dijo George muy tenso–. Solo pensar que otro manosea a mi mujer, me pone enfermo. Cada persona es libre de decidir, y yo lo siento así.

–Claro, claro. No pretendo reconvertirte– dijo Rick intentando rebajar la tirantez–. A lo que iba; como bien has dicho, el trío vale más que la doble pareja. Pero en el sexo yo soy de la opinión que las dobles parejas ganan al trío. Según parece tú no lo has probado, pero te puedo asegurar que el compartirlo es algo sublime, difícil de explicar.

–Me lo imagino, pero te aseguro que eso no es amor; tú hablas de sexo…

–Pues en eso te confundes; si eres capaz de hacer cualquier cosa para satisfacer a tu pareja; ¿eso no es amor, amor verdadero?– Y escrutó los ojos de George que seguían firmes mirando al frente–. Ya veo que no estás en mi onda. Mejor lo dejo…

–No, no; no te reprimas. Cuenta, cuenta.– Se interesó George –. ¿Con quién jugáis vuestras particulares partidas de póker?

–Lo cierto es que probamos con matrimonios, pero no nos satisficieron… Mientras que, por ejemplo, ella me ponía a mí, él no era del agrado de mi pareja; y viceversa. Por eso nos decantamos por elegir a los susodichos por separado, y si consienten, nos juntamos los cuatro. Ha sido difícil, pero hemos descubiertos dos personas, un hombre y una mujer, que cumplen todas y cada una de nuestras expectativas. Solo tenemos dos normas: dejarnos llevar por la pasión y no hablar de nuestras vidas privadas. Sabemos únicamente sus nombres.– Rick, salivando, confesó los nombres–: Él se llama Paul y ella Susan–. Al escuchar los nombres, George apretó los puños en el volante impidiendo que el riego sanguíneo llegara a sus nudillos–. Ella es una fierecilla enjaulada. Al principio titubeaba, pero con el tiempo ha empezado a demostrar de lo que es capaz. Todo un descubrimiento.

“212, 212– la emisora resonó–, se está cometiendo un allanamiento en el 1450 de Sunset Boulevard. Ha llamado una vecina afirmando que alguien desconocido ha entrado en la propiedad. Los dueños no están en casa.”.

–Aquí 212– fue George quién atendió la llamada con media sonrisa–; oído. Nos dirigimos hacia allá. Llegaremos en 15 min. Os mantendremos informados.

“Ya sabéis; id con sumo cuidado. Corto y cierro.”.

–Bueno, parece que tenemos algo de acción– se animó Rick– Aprieta George.

Llegaron en 10 minutos con la sirena y las luces apagadas para no advertir de su llegada. Salieron del coche, se ajustaron la gorra y el chubasquero intentando protegerse del aguacero y se dirigieron hacia la vivienda: una casa unifamiliar de tres plantas centrada en un gran solar ajardinado rodeado por setos pero sin vallas.

–Rick, tú ve por la parte trasera mientras yo voy a la entrada principal.

Intentando no hacer ruido, empuñando el arma, se separaron. Rick bordeó la casa por el costado derecho, pegado a la fachada y, justo cuando torcía la esquina, recibió un gran golpe en la nuca que le dejó sin conocimiento.

–Rick, Rick, ¿cómo te encuentras?– gritaba George para hacerse oír por el ruido de la sirena–. ¡Vamos compañero, aguanta, aguanta! Ya queda poco.

Rick entreabrió los ojos y sintió un fortísimo dolor en el abdomen que le hizo olvidar el de su cabeza. Fue cuando se percató que estaba en el asiento de atrás, tumbado y apretando con ambas manos su estómago, intentando taponar las múltiples heridas sin conseguirlo: la sangre manaba y chorreaba del asiento al suelo con hilillos como si se tratara de una pequeña cascada.

–¡No lo vi, no lo vi!– exclamaba George–. Cuando llegué estabas tumbado en la hierba. Tengo que serte sincero: te han apuñalado varias veces con una saña inusitada. Llamé a la central y he decidido llevarte yo mismo al hospital; no había tiempo para esperar a una ambulancia.– Se justificó. Limpiándose el agua de la cara que le dejó un rastro de sangre, prosiguió–: Voy a coger un atajo para llegar lo antes posible. Confía en mí.– Viró de tal forma que Rick sintió que las tripas se le retorcían.

Los aullidos de dolor dejaron en segundo término a la sirena. George, lejos de alarmarse, comenzó a dibujar en su cara una sonrisa. Sin dejar de mirar el camino, extrajo el anillo guardado en el bolsillo y se lo introdujo sin dificultad en su dedo anular, gracias al agua sanguinolenta que lo cubría.

–Pero, ¿por dónde me llevas?– gritaba Rick al notar cómo con cada bache el dolor se hacía insufrible–. ¡Te has vuelto loco! ¡Se me van a salir las tripas!

George, sin decir nada y con el rostro marcado por la ira, silenció la sirena y aceleró.

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