A mi amada S.
Me enamoré
de tus piernas
estando entre
ellas.
Estabas junto a mi
sentada, con tus
pies en mi regazo, mis
manos comenzaron a
pasear por tus talones
y plantas.
Mi mente se
perdió en el infinito
de tus tobillos y
mis manos, como
sombras ligeras,
llegaron a tus
largas pantorrillas
esbeltas.
Sueltas un suspiro,
preguntas: ¿qué haces?
no respondo; beso
tus empeines y mis
dedos ya rozan
tus rodillas.
Sigo subiendo, ya
reposa sobre tus
coyunturas mi cabeza,
y mis manos se
pasean por detrás
de tus ancas barrocas.
Te mueves, a horcajadas
te sientas sobre mí,
y reposas en mi hombro
tu cabeza; mis manos
siguen andando en tus
muslos.
Me besas el cuello,
los lóbulos y los
labios, mis dedos se
pierden en el vaivén
eterno entre tus piernas
y tus caderas.
Nos rotamos, quedas
sentada, yo, de rodillas,
beso tu cuello, tus
senos y tu vientre.
Sigo bajando,
mis manos embusteras
se aferran a la desnudez
de tu cadera.
Me hallo en el valle
que en secreto reposa
entre los montes de tus
muslos; es allí, entre
ellas, donde me enamoro
de tus dulces piernas.
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