mi madre en el jardin

mi madre en el jardin

pame

22/01/2019

La veo deambular por el jardín, arrancando pastos secos, escarbando, las manos enguantadas hasta los codos, calzada con zapatillas entierradas y bajas, el moño que antes se levantara tirante y ordenado, es un nido, un desorden de cabellos libres y escapados, que sopletea hacia arriba, cada vez que se le va a los ojos, un perlado en el cuello y la frente, que a ratos limpia, con el dorso de la mano. La observo desde la ventana, curioso, porque ya cuenta con 70 años, cierro los ojos, porque la misma visión de ésta mujer, entonces 40 años menor, me requiebra el alma. La veo arrastrar las zapatillas con dificultad, el rostro cruzado de finas marcas, pero aun definido en los pómulos y las mejillas, las canas, que celosamente esconde, tras la tintura, destellan en hilos más claros al sol de la tarde. Desde donde está, me sorprende mirándola y me dedica una sonrisa imperfecta de prótesis, levanta la mano y los brazos flácidos, se mueven como una masa estirada, pero sus ojos castaños tienen aún aquel brillo, las largas pestañas, aun enmarcan las almendras caramelo en su rostro, los labios enjutos de sostener el cigarro, tienen pequeñas marcas, y han ido palideciendo. Se para y se sosteniendo la espalda con ambas manos, aun así, no me muevo. Temo que si dejo la copa de vino y la alcanzo, ya no veré lo que ahora veo, Ella se detiene unos minutos a mirarme como adivinando cada pensamiento, sonríe nuevamente y sigue con su trabajo en el suelo. El hombre se acerca a mi lado y también la observa, me toma y aprieta el hombro, no es mi padre. Ella al verlo parece radiante, agita la mano y el viento parece su cómplice, porque separa los rebeldes mechones de su cara, en su rostro ovalado relucen aquellos ojos inmensos y bellos.

Sigue siendo tan hermosa tu madre- me dice quedo. Yo me volteo a verlo, y descubro la misma luz que en aquellos.

Si – contesto

Él se separa de mí y busca sus anteojos, y se acerca más a la ventana, ella se detiene a mirarlo unos momentos. Nos mira alternadamente y desde el jardín nos tira un beso.

Las enormes reinas Luisa, cubren gran parte del patio, plagado de olores dulces y frescos, me recuerdo, asido de la mano, arrastrado por aquellos pasadizos, corriendo, por entre el jardín completo en flor, me regocijo en aquellos magníficos recuerdos.

Terminada la labor me alcanza en la biblioteca, con los entierrados guantes aún puestos, el pelo enmarañado y el rostro brillante, las mejillas rosadas, se acerca sin hablarme, apoyando su cabeza en mi pecho, yo la abrazo, como cuando era pequeño, en ese abrazo sublime de quienes no necesitan más que sentir el acompasado palpitar de otro cuerpo.

-Por fin llegaste hijo, te he echado de menos

-Yo también madre – y le beso el pelo

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