Este no es un ejercicio literario.
Este es un poema hinchado de tanto decir tu nombre.
Este es un mundo que renace desde tu última vocal auténtica
como el canto de un ave que proclama su patria
desde la rama en un árbol calcinado.
Este es un poema que sabe a esquirlas
que viene con pólvora entre los dientes/muletillas
y ámpulas en el cuerpo.
Este es un poema que se supone hablaría de ti y de mí
pero que al final dijo lo que le vino en gana
porque sabía del amor
lo mismo que un perro de su cola.
Este es un poema que susurra el nombre de Valeria
en los acantilados de la pobreza
un poema harapiento para el que bien podrías llamarte Karen
o Alejandra porque al final
terminaría por tomar un autobús
que lo llevase hasta los abismos de tu nombre.
II
Pero no hablemos más de este poema
que no eres tú ni yo ni nosotros.
Tengo derecho a hablar de ti
porque te conozco desde la soledad más íntima
porque te sé desde que el mundo parió ángeles mestizos
sobre el lomo de un tiempo intermitente.
Porque sé de tus aguas
casi tanto
como tu sombra dilatada confundiéndose con la silueta del mar.
Pero no hablemos más de este poema
porque tenemos derecho de decir el mundo
sin reparar en pormenores
porque sabemos que a veces el tiempo falla
y sólo nos quedamos con un montón de Santos en las manos
y una esperanza primitiva.
Pero no hablemos más de este poema
egoísta e inútil
que no encuentra aún
la palabra exacta para nombrarte.
Hablemos mejor
de tu sonrisa universal enterrándose hasta la médula
de tus ojos como dos lámparas horizontales
desde las que nos nacemos todos los días
o de tu ausencia con que me cubres la mayoría del tiempo.
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