A mi amada S.

A lo largo de mi vida, en los viajes que he llegado a hacer, nunca han faltado hermosas mujeres extranjeras; a veces van de paso por la acera, al otro lado del pasillo del hotel, recostadas en un catre en alguna playa, pero jamás había entablado una conversación con ninguna de ellas y mucho menos de hacerles el amor. Hasta ayer.

Por razones de azar me embarqué en un viaje a Puebla, primero pasando por la capital, luego a Cholula, en este último la conocí, andando por los túneles de la pirámide más voluminosa del mundo.

Estaba obscuro, frío y húmedo; un largo túnel se extendía frente a mi, entre tantos guías y tanta gente coincidí contigo. Aún recuerdo su ondulante cabello castaño, el aroma de su piel y el color de su bronceado, color que solo el sol mexicano puede lograr, aún recuerdo el brillo de sus ojos combatiendo esa obscuridad, también recuerdo las columnas, forjadas por el frío de Chile, que sostenían su cuerpo. Sí, tu imagen en aquel túnel al atardecer todavía vive en mi memoria.

Salimos del túnel de aquella pirámide, encendió un maltratado porro y nos sentamos a continuar con nuestra charla; confesé mi atracción por ella, le expresé la enorme felicidad que me causó conocerla, también le hablé de la terrible agonía y desesperación que me provocaba saber que no la volvería a ver. Ella me miró con una firme profundidad, aspiró, aguantó el humo unos segundos, lo soltó y se inclino hacia mi, sus labios tocaron los míos. Al separar nuestros labios me susurró al oído: Vine de vacaciones con toda la actitud de divertirme, este es mi último fin de semana aquí y me encanto haberlo usado en conocerte. Nos queda poco tiempo y quiero pasarlo aquí mismo, fumando hierba y besándonos hasta el último segundo del que podamos disponer.

Hubo silencio, nos besamos a granel bajo la sombra de un higo, nos huyó el tiempo y nos faltó espacio, pero ni estando entre cuatro paredes pudimos haber hallado mejor lugar para coincidir. Allí, con ella, con Paulina volví a sentir la belleza de hacer el amor sin tener sexo.

Sonó la alarma, tú volvías a Chile, yo a mi autobús, y entonces fue todo; no pregunté tu número ni te di el mío, no supe tus apellidos y no importaban los míos, no quedó nada más que el recuerdo de ti.

Dijimos adiós, un último beso, te levantaste, diste la vuelta, me quedé mirando como te perdías en la distancia, jamás te volví a ver.

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