Cuando ya no quede nada por saber

I

El león es peligroso si nos acercamos lo suficiente, puede comernos. Es cierto que determinado conocimiento puede heredarse a través de los genes y nos termina ahorrando el trabajo de saber que un león es mortal. De esta manera se puede explicar porque cuando vemos por primera vez a este felino sentimos un miedo tan extraño y tan grande que nos obliga a huir sin siquiera consultarlo con nuestra psique.

No nacemos con la conciencia en cero, como podría a veces pensarse.

El ser humano ha pasado de la supervivencia material a la supervivencia espiritual. Ya no huimos de ningún león, de ningún oso, de ningún lobo; todo eso ha quedado en la memoria de la historia de una humanidad antigua, ahora el depredador más letal del ser humano es él mismo y su mente. Este depredador, que es su espejo, no busca devorarlo; este depredador asecha presas abstractas, asecha la felicidad, asecha la prosperidad, asecha el progreso, asecha el libre albedrío. Nuestro depredador ya no es un león, sino el monstruo de la incertidumbre.

Parece que, si las demás formas de vida siguieran evolucionando, concurrirán por el mismo sendero que nosotros: desearán conocerlo todo.

Cada vez que se conoce algo se ignora lo demás, al enfocarnos sobre un objeto se gana detalle, pero al mismo tiempo el panorama se pierde, se diluye entre una confusa nubosidad; nuestra visión se afina, pero se vuelve limitada; necesitamos mil ojos para ver lo que observábamos con solo dos.

Todo es un compendio de fibras compuestas de más fibras, todo es un compendio de ríos compuestos de más ríos, y al entrar en estos perdemos nuestro rumbo, sin saber a dónde desembocaremos: o a un próspero océano, o a un estéril desierto. Al conocer más nos perdemos más, nos enredamos más, nos agobiamos más.

Resulta paradójico que, cuando nos perdemos nos encontrarnos con nosotros mismos.

II

Si dejamos pasar algunos millones de años, podría ocurrir que las formas de vida dispersas en el cosmos se hallan desarrollado lo suficiente y en conjunto lograran reunir apenas el 0.00000000000000000000000000001% del conocimiento total del universo.

III

Los años pasan, la vida prosigue en sus andanzas evolutivas y desentraña más los enigmas que la aquejan, descubriendo nuevos mundos que estaban ocultos en la claridad de la intemperie cotidiana. Digamos que, a estas instancias, todas las formas de vida habrán progresado lo suficiente como para alcanzar el 0.000000000001% del conocimiento total del universo.

IV

Han pasado miles de millones de años, y el saber conocido es mayor. El universo sigue evolucionando como también la vida, que es más compleja. Así, pude ser que en este momento la vida habrá alcanzado el 0.000001% del conocimiento universal. Cada vez son más los ojos que miran al cielo, los ojos que miran sobre el agua, los ojos que miran a sus semejantes.

V

Dejamos pasar más tiempo. La distancia entre las galaxias es mayor, el cielo es cada vez más oscuro ante el cese del brillo de las estrellas. Puede que a estas instancias la vida en el universo lograra obtener el 2.05% y luego el 11.58%, o quizás el 18.24125%, o probablemente el 53.8794% del conocimiento total.

VI

El universo se enfría, ya no se forman galaxias, ni estrellas ni planetas; la entropía deja de ser constante y empieza a descender. Por fin, llega el día en que la vida ha logrado descifrar todas las incógnitas y reunir la totalidad del conocimiento posible; se sabe absolutamente todo, por ende, se ha alcanzado el 100% del conocimiento total del universo.

Todas las mentes vivas agotaron los espacios vacíos del conocimiento, todas las mentes vivas se fusionaron para ser al mismo tiempo muchas y una sola; como el ojo de un insecto que es compuesto de miles de ojos más pequeños.

VII

No sabemos quiénes somos cuando nacemos; podemos tener una vaga idea de esto en la mitad de nuestra vida, pero seguimos sin saber quiénes somos, porque estamos cambiando y no hemos terminado de ser; no se puede definir una cosa que no está completa. Solo al final logramos alcanzar el cenit de la trascendencia, porque nosotros no somos un momento en el pasado ni en el presente: somos todos los momentos comprendidos desde el nacimiento hasta el instante de la muerte, aquel instante donde no hay más cambio, y donde el tiempo deja de existir para la vida, donde el reloj ya no comprende a la existencia.

Por ello, dos segundos después de haberse conocido todo, el universo llegó a su final y colapsó en una gran implosión, acabando con todo lo que existió. Ha logrado comprenderse a sí mismo.

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