COMENTARIO A «LA NAVIDAD DE PELUDO» (CUENTO DE EMILIA PARDO BAZÁN)

COMENTARIO A «LA NAVIDAD DE PELUDO» (CUENTO DE EMILIA PARDO BAZÁN)

La Navidad de «Peludo»

(Se adjunta el enlace con el cuento completo de “La Navidad de Peludo”)

Comentario a un breve cuento de Navidad de una grandiosa escritora española, Emilia Pardo Bazán. Precursora de los derechos de la mujer, en tiempos de remar de verdad contra corriente en el empeño. Fue más que merecedora de un sillón en la Real Academia de la Lengua, que se le negó por su condición femenina, lo mismo que su acceso a la universidad. Manifiestos anacronismos y no menos irritantes injusticias hacia la propia condición de persona. Tocó los palos literarios del periodismo, el ensayo, la crítica, la poesía y la dramaturgia y navegó por estilos como el naturalismo inspirado en Zola (en su etapa inicial), el simbolismo y el idealismo. Este cuento, “La Navidad de Peludo”, es una gran expresión de sensibilidad en el amor por los animales, una práctica que siempre nos ayuda a ser mejores personas, a no sentirnos en una soledad egoísta. Ahí van mis impresiones:

¿Un relato triste? ¿Un relato feliz? Tiene de lo uno y de lo otro. La Pardo Bazán combina ambos estados antónimos con una prodigiosa prosa poética en la técnica, pero desgarradora y también amable, a saltos, en la trama.

Es un cuento de Navidad. Cuento y Navidad. Términos que no pueden encerrar más mensaje que el de la felicidad, por ser tantas veces parcela inviolable de los niños. Ellos mandan en ambos. Así nos lo han contado. Así lo hemos vivido.

La muerte de Peludo, un borriquillo noble, por fiel, es final feliz por lo que tiene de liberación de las miserias mundanas y de entrada en la utopía de parabienes que se prometen eternos.

Para quiénes hemos disfrutado de animales de compañía o de mascotas, la negación de una existencia de paraíso para ellos, tras la muerte, nos desasosiega. Cuando ellos se van, imaginamos mundos alternativos, praderas de inmensa frondosidad, en la que sus almas (¡¡Cuidado!!, primer contratiempo: ¿tienen alma los animales para ser acreedores a otra vida como se nos promete a las personas?) corretean libres de ataduras, dando rienda a suelta a emociones plenas de razón que en nuestro mundo hemos disfrazado de instintos. Ello nos conforta y Peludo nos dibuja una esperanza en este relato que no podemos, porque no queremos, sea ficción o cuento sin más.

La tristeza y amargura de esta historia es la propia vida del jumento; por eso, su muerte nos deja el sabor de boca de un final feliz. En el entretanto, Peludo es la encarnación de la inconsciente miseria animal, y de otra mucho peor, por consciente, la humana, en forma de amo sin mínimo rasgo de misericordia ni para con el borriquillo, ni para consigo mismo, por la monstruosa fealdad que transmite su comportamiento. Es la representación más cruel de la bestialidad con forma de persona.

Asombra la facilidad de los hombres para ejercer la pretendida superioridad de su razón en el abuso hacia los débiles, un animal en este y tantos casos. La verdadera y loable humanidad brota cuando la conciencia dicta la oposición a los fuertes, a los que están por encima en el poder y en las riquezas. Es la impronta de una rebeldía que no atiende a más servidumbre que la grandeza moral.

Los animales nos sirven, vaya si lo hacen. “Trabajo como un animal”, dicho entre nosotros, es ya declaración preclara de intenciones. ¡¡Y cuanto se repite el aserto!! La brutalidad de ese amo está tanto en el trato que da al borrico en vida, como en el miserable epitafio que le dicta su salvaje conciencia (¿Acaso la tiene?), ante la presencia de su cadáver: “para lo que servía”. Si en ese vil desprecio propio de patanes, flotase un mínimo de conmiseración, hubiese dicho “para lo que sirvió” con mohín de admiración y respeto. Olvidó, con la ruindad propia de tal calaña, que te aligeró de esfuerzos dando lo mejor de sí mismo.

Peludo fue un burro, esa especie que concitó con su nombre, las humillaciones a la ignorancia y la incultura, por parte de otros que sí la acreditaban por exceso en la misma imprecación. Hoy, cuando se dice que están en vías de extinción, se nos antojan animales adorables. Les aplicamos el valor mercantil de la escasez, en la hipócrita concepción de leyes naturales sometidas a oferta y demanda.

Peludo se me aleja, por ejemplo, de Platero, el burro blanco de piel de algodón, contenida su vida en la musical poesía, no en la dura prosa de este relato. Platero fue creado como visión de la felicidad, como un peluche, como un homenaje exclusivamente estético a su especie. No puedo imaginar su muerte como una liberación, como una única y heroica rebeldía. Peludo es el héroe.

ÁNGEL ALONSO

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