El caballero blande su espada en todas direcciones, atacando al feroz dragón. Punta, filos, parece que no hieren a la bestia, al menos no lo suficiente. Cansado, se descuida, y las llamas del infernal hocico devoran al guerrero, que agoniza gritando:

—¡Me engañaste, mago vil!

—¡Me engañaste, mago vil! —hace eco la princesa, cayendo exánime. En su piel, plena de sangre y heridas, desaparecen las últimas escamas.

El antes mago, ahora rey, ríe por los salones de palacio, diciendo: «¡Confíen en brujos y hechiceros!»

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