Cerrado

Me hundo esta mañana en el mismo pozo que me encumbró anoche. Me encumbró anoche el mismo pozo en el que por la mañana me hundí.

Si alguna vez llegas a sentir, incluso apenas pocas horas después de que te sobrevenga la enfermedad, que nunca volverás a ser lo que fuiste o, incluso, a plantearte si fuiste alguna vez algo que pueda ser rastreable, del que se pueda tener un recuerdo fidedigno, entonces me entenderás: algo se cerró, y con toda seguridad, se cerró para siempre, se ve cerrado y pareciera que nunca estuvo abierto.

En cuanto se cierra la puerta, quiero salir: siempre me pasa lo mismo. El apetito parece desbordarme, parezco insaciable, los pensamientos se me nublan y se centran solo en ver como escapar de ese cerramiento.

No obstante, cuando el candado estaba abierto, nunca demostré una pulsión desmesurada, siempre acabé por agotarme. No, no es un deseo incontrolable lo que me lleva a esta situación sino el Deseo mismo, que me flagela y exige de mí cierto riesgo, cierto sufrimiento, cierto sacrificio. Es una condena de la quisiera librarme sino fuera porque, de alguna forma, la disfruto y la vuelvo inevitable, ¿Por qué? Tal vez esa sea la cuestión: no hay un porqué, o, cuanto menos, no puedo hallarlo y, si lo encontrara, no podría justificarlo. En el rebaño de lo general no hallaré consuelo, ni alivio, pese a que el alivio y el consuelo solo pueden ser hallados allí, en lo general. Por lo tanto: tormento sin justificación. No hay enfermedad, libido desmesurada ni trauma que me explique, simplemente: en cuanto se cierra la puerta, quiero salir.

La esperanza o la resignación parecen caminos para mantener la obertura, pero solo eso: lo parecen. La cerrazón del cerramiento si bien no es un sino, sí que acaba por presentarse como ineludible.

Y en medio de este proceso, de este lapso, algún atisbo de escape: una canción que rompe, un baile que quiebra, pero el analgésico no cura, sino que alivia.

No habrá ni tan siquiera una cicatriz ante la que protestar.