Juan tonaba clases de teatro en la escuela municipal. No hacía gran cosa, ensayaba escenas y trataba de levantar minas.

Así pasaban los días, con más cama que arte. Él seguía, iba a las selecciones esperando quedar, pero no.

Un día vino un famoso director de Hollywood y le ofreció el papel protagónico. Hizo sus valijas y se fue.

Cincuenta capítulos en ocho meses, y si bien no pudo negociar un contrato caro, era importante.

Su madre y su novia lo fueron a despedir al aropuerto de Posadas, de ahí al aeroparque de Buenos Aires, viaje en Audi con agua mineral Perrier, chofer con gorra hasta Ezeiza donde lo esperaba el salón vip de primera con sillones, periodicos y despacho de equipaje a cargo de los empleados de la aerolinea.

El vuelo fue largo pero agradable. Menú gourmet, champaña., loza, cubiertos y manteles de género.

Azafatas. Ojalá todas las mujeres fueran así, pensó. ¿ Como podían sonreír siempre mientras servían al pasajero?. Que bien se sentía todo eso. Como se deslizaba el tiempo. Avión.

Pensó que iba a tener algún recibimiento especial al llegar, pero solo estaba otro chofer, esta vez sin gorra, con un cartel hecho por computadora que decía su nombre.

Lo alojaron en el Ocean Inn, un hotel barato. Bien, estoy comenzando mi carrera, pensó. En unos meses seré conocido, seré famoso. Dinero, mujeres y los mejores autos deportivos. Me amarán.

Las grabaciones comenzaron luego del día de Acción de Gracias. No se tomaban mucho trabajo, no más de dos repeticiones y quedaba.

Juan hacía de agente secreto en plena guerra fría. Lo acompañaba una mujer, otra agente, y era una comedia satírica.

Muchas veces salía a caminar por la ciudad al término de las grabaciones, mirando a la gente con la que se cruzaba, y pensando que distinto sería dentro de unos meses, cuando la serie saliera al aire, esa indiferencia se transformaría en admiración. Ahí está, dirían. Autográfos, fotos, seguridad y el aviso de «camino despejado», hecho por los guardaespaldas. Era un producto. Él era un producto de la Guarner. No había sido lanzado aún al mercado. Lo protegía el anonimato. Sería por poco tiempo, pensó.

Llegó el día del lanzamiento del piloto. Estaba la prensa, los productores…Y mujeres. Muchas.

Apagaron las luces. Comenzó la proyección. Él cerró los ojos y aspiró los perfumes. Mujeres. Como en las películas, y Él estaba dentro.

Esa noche casi no durmió, En una semana comenzarían las grabaciones. Cincuenta capítulos en ocho meses.

Esa semana la disfrutó, ya había recibido el pago por el piloto, pero aún no el primer adelanto de la serie, eso lo haría a la firma del contrato.

Relajado, se dedicó a recorrer la ciudad. Alquiló un coche, condujo hasta la playa. y al sol, comenzó a saborear la espera.

Miró el mar que se juntaba con el cielo. Cerró los ojos y aspiró el aire. Yate, pensó.

El tiempo pasó rápido, esa era la mañana en que comenzarían las grabaciones. Primero pasaría por la oficina de contrataciones, firmaría, recibiría el primer adelanto, iría a maquillaje, y por último al plató.

Se levantó cerca de las nueve, sin preocuparse por su barba de tres días, en maquillaje lo arreglarían. Era el protagonista de una serie de la Guarner.

Condujo su auto alquilado hasta la barrera del estudio, allí un guardia con una planilla le preguntó su nombre. Él no estaba en la lista.

Ante su insistencia el guardia llamó por teléfono, miró a Juan y le entregó el auricular…

-No quedó, dijo la secretaria del estudio.

-Perdón…debe haber un error, soy el protagonista, balbuceo Juan.

-Ud grabó un piloto, como otros actores. No lo eligieron. Lo siento.


Volvió al hotel, se lo habían pagado hasta el otro día. Esta vez, consternado, respiró fracaso con los ojos abiertos.

Llamó a la renta-car, canceló el alquiler, comió la comida del hotel, recibió por debajo de la puerta su pasaje de vuelta, en clase turista y con dos escalas de tres horas cada una.

Saldría a mediodía. Era de noche, y la angustia se le clavaba en la garganta. Tomó todas las miniaturas de bebidas y las fue tragando a palo seco hasta que no quedó ninguna.

Llamó a conserjería, y con el último dinero que le quedaba pidió una puta.

Llamó a la puerta una mujer de mediana edad, gastada y decadente. Él se tendió en la cama, Ella lo desnudó y comenzó a chupársela sin conseguir erección. Ya cansada, y con mucho oficio, le propuso ir al armario, rodearse la garganta con el cinturón, y lograr exitación por medio de la asfixia . No lo logró.

La mujer se fue y Juan quedó solo. Quitó el cinto del barral del placard, y lo ató al de la cortina, le hizo un nudo, se subió a una silla, lo enroscó en su garganta, pateó la silla y logró su erección.


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