Dios misericordioso

Dios misericordioso

Asier

31/12/2018

Dentro de mis dominios hago y deshago según mi voluntad y mi ánimo; la estancia es austera, lo habitan una cama, una mesilla y un escritorio verde limón que sostiene una botella mineral, una portátil caduca y un televisor sin servicio de streaming. Podría decirse que es un todo bastante grande para poca cosa, pero la disposición del orbe es esa y mi obligatoriedad es la de resolver, no la de cuestionar.

Regularmente soy magnánimo, pues comprendo que si las cosas acontecen es porque yo lo dispongo y consecuente a ello soy tolerante. Mantengo las entradas semiabiertas ―a veces abiertas del todo― para sentir el espacio prescindiendo de los condicionantes y de los bichos varios. No me molestan las polillas, no representan peligro de picadura o ruido; los zancudos, o esos insectos a los que mi madre llama «ciegos», son castigados con toda mi severidad y premura. No considero que darles muerte sea una impiedad, sobretodo a las polillas, en su caso soy más selectivo; las polillas grandes sí las mato pues son alborotadoras y tercas, pese a que este último tiempo he querido dejar de hacerlo, y las pequeñas, si bien tienden hacia la luz por instinto, reculan inexplicablemente.

De las pequeñas, algunas permanecen imperturbables en una pared y otras sobre el techo, aguantando la tentación como quién obvia el vicio fácil. He pasado tiempo contemplándolas al despertar o a esa hora de la madrugada donde se escuchan trompetas en el cielo. A esas no las mato; en periodos de indiferencia desaparecen absorbidas por el tedio. Alguna vez habré visto una variación distinta, una polilla color verdoso, brillante en comparación al regular pardo que las confunde con la madera. A esa polilla variopinta en particular la encontré superpuesta a mi cubrecama un día olvidable, ahora es un símbolo más y ha quedado inmortalizada como otro avatar mío en distintos niveles de existencia.

Al incrementar mi pericia asesina, he descubierto la naturaleza detrás de la verdad sobre esos bichos. La luz es una falacia, una treta. El motivo real de su fascinación es hacerse a mi mundo y ser segados; saben que su molestia traerá su fin y a eso acuden sin demora. Es por eso que no hay tragedia ni iniquidad en la muerte. Sólo un rito misericordioso.

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